Félix de Arrate
*Inspirábale eficazmente (como lo expuso a S.M. en carta de 6 de mayo cuya copia guardo) el admirable ejemplo que algunos años antes se había tocado visiblemente en esta ciudad con el devoto Sebastián de la Cruz, tercero del hábito exterior de S. Francisco, que sin más rentas que las limosnas que demandaba diligente y el pueblo le contribuía compasivo, dispuso en una casa particular una acomodada aunque pequeña enfermería donde llevaba, asistía y curaba con la mayor caridad y regalo a cuantos forasteros y desvalidos por el sobre escrito de sus semblantes reconocía estar enfermos, solicitando a costa del propio afán el alivio ajeno, si es que puede llamarse así el del prójimo, con quien la caridad nos debe hacer unos mismos, no faltándole nunca para este piadoso destino lo necesario; cosa que alentó mucho el ánimo y confianza de aquel buen prelado, y que a mí me estimula a escribir el extraordinario modo con que se introdujo en esta ciudad el referido hermano, para que se vea cuán flaco y despreciable fue el instrumento que eligió Dios para facilitar en ella obra tan grande como la fundación de esta insigne hospitalidad.
Aparecióse este advenedizo en la Habana por los años de 1677 o 1678, con señales de loco, desnudo de la cintura arriba, descalzo de pie y pierna, con una banderola en la mano, hecha de andrajos; figura con que provocaba la risa de la plebe y el mal tratamiento de los muchachos, con quienes se mostraba tan afable y comedido después que descargaban en él su furia, así con los mendrugos de pan como con otras cosas que recogía de limosna. Fuese notando en él, a más de esto, un perpetuo silencio y una inalterable paz con cualquier injuria o molestia que recibía, y que a veces recostándose en los abrojos se recreaba entre sus puntas como en catre de plumas o lecho de flores, sacando el cuerpo taladrado de las espinas y teñido de sangre, donde solamente los insensatos que estimaban por locura lo que en la realidad era mortificación y penitencia no inferían se esbozaban entre aquellos excesos algunas máximas celestiales.
Aparecióse este advenedizo en la Habana por los años de 1677 o 1678, con señales de loco, desnudo de la cintura arriba, descalzo de pie y pierna, con una banderola en la mano, hecha de andrajos; figura con que provocaba la risa de la plebe y el mal tratamiento de los muchachos, con quienes se mostraba tan afable y comedido después que descargaban en él su furia, así con los mendrugos de pan como con otras cosas que recogía de limosna. Fuese notando en él, a más de esto, un perpetuo silencio y una inalterable paz con cualquier injuria o molestia que recibía, y que a veces recostándose en los abrojos se recreaba entre sus puntas como en catre de plumas o lecho de flores, sacando el cuerpo taladrado de las espinas y teñido de sangre, donde solamente los insensatos que estimaban por locura lo que en la realidad era mortificación y penitencia no inferían se esbozaban entre aquellos excesos algunas máximas celestiales.
Verificose así, porque dentro de pocos días salió a representar en distinta escena con el hábito ceniciento de penitencia el honesto y agradable papel de la misericordia, el que ejercitó hasta su muerte, edificando con su compostura a los mismos que tal vez había descompuesto con su aparente y ridícula fatuidad.
Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales [1760], Fondo de Cultura Económica, Biblioteca Americana, 1949, p. 201-202.
*Se refiere al Obispo de Compostela y al proyecto de éste de construir el Hospital de Convalecientes Nuestra Señora de Belén.
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