lunes, 8 de diciembre de 2025

Diez poemas de Umberto Saba

 

Umberto Saba

 

Mirlo

 

¿Existía aquel mundo al que regreso

en sueños, que en sueños aún me sacude?

Ciertamente existía. Eran parte de él

mi madre y un mirlo.


Apenas si los veo. Pero resalta el negro

y el amarillo de quien contento me saludaba

con su canto (tal era mi pensamiento)

que yo oía desde la calle. Mi madre

sentada, cansada, en la cocina. Cortaba

para él solo (tal era su pensamiento)

la carne de mi cena. Ninguna

visión o rumor lo excitaba tanto.

 

Entre un muchacho enjaulado y un insectívoro,

que robaba los gusanos de su mano,

en aquella casa, en aquel mundo lejano,

había un amor. Como también un equívoco.

 

Trieste

 

Atravesé toda la ciudad.

Subí después la cuesta,

al principio poblada, luego solitaria,

rodeada por un muro bajo:

un rincón donde me siento

a solas; y donde parece acabar

también la ciudad.

 

Trieste tiene una gracia

hosca. Si gusta

es como un chiquillo áspero y voraz,

de ojos azules y manos demasiado grandes

para regalar una flor,

como un amor

receloso.

Desde la cuesta descubro cada iglesia,

cada calle, si lleva a la playa, ardua,

o a la colina en donde, en la punta,

pedregosa, una casa, la última,

se aferra.

 

En torno

circula en cada cosa

un aire extraño,

un aire tormentoso,

el aire nativo.

 

Mi ciudad, tan viva en todas partes,

tiene ese rincón para mí, para mi vida

absorta y esquiva.

 

Desde la ladera

 

Desde la ladera solitaria que se precipita

en el mar -que hoy, verde y espumoso,

golpea oblicuo la ciudad- puede verse

el blanco panorama de Trieste.

 

Tú ya conocías -dices- estas calles,

donde uno encuentra, como mucho, una mujer

que la larga cuesta encorva, un muchacho

que, si el Bóreas enviste, a todo da alas

y corre hacia ti. Para volver a sí mismo

luego, y seguir de largo altivo.

 

Todo un mundo que amaba, al que me había

entregado, que solo por ti hoy revive.

 

La cabra

 

Le hablé a una cabra.

Estaba sola en el campo, atada.

Repleta de hierba, empapada

por la lluvia, balaba.  

 

Semejante balido era fraterno

a mi dolor. Le respondí, primero

en broma, luego, porque el dolor es eterno,

tiene una voz y no cambia.

Esa voz sentí gemir

en una cabra solitaria.

 

En una cabra de cara semita

sentí querellarse todos los males,

de todas las vidas.

 

Ulises

 

Navegué en mi juventud a lo largo

de las costas dálmatas. A flor de ola

emergían islotes donde rara vez

se posaba un pájaro tras su presa;

cubiertos de algas, resbalosos al sol,

bellos como esmeraldas. Cuando

la alta marea y la noche los abolían,

velas a sotavento se desbandaban

huyendo mar adentro de la asechanza.

Hoy mi reino es esa tierra de nadie.

El puerto enciende para otros sus luces,

pero a mí me empuja mar adentro

un espíritu no domado aún

y de la vida el doloroso amor.

 

Madrigal para un general inglés


Vi en Florencia, en los primeros días de la ocupación aliada, a un general inglés. Se sostenía –caso raro- en pie y borracho. Era maravilloso. Alto, flaco, reseco, casi excesivamente pura cepa, caminaba apoyando su inestable persona en un bastoncito de empuñadura, por lo que me pareció, preciosa. Cada transeúnte podía convertirse para él, sin quererlo, en un enemigo; hacerle –cosa grave para cualquiera; para un inglés, y un inglés de su rango, mortal- perder el equilibrio. Pero, incluso en aquellas condiciones, ¡qué garbo, qué estilo! Se aguantaba apenas, como el Imperio inglés. Pero se aguantaba.



Nietzsche

 

Alrededor de una grandeza solitaria

los pájaros no vuelan, ni indecisos

hacen nido junto a ella. Sólo se oye

el silencio, no se ve más que el aire.

 

Momento

 

Los pájaros en la ventana, las persianas

entreabiertas: un aire de infancia y de verano

que consuela. ¿Tengo de verdad los años

que creo tener? ¿O sólo diez? ¿Para qué

me ha servido la experiencia? Para vivir  

feliz con las pequeñas cosas

que un tiempo me inquietaran.

  

Florencia

 

Para abrazar al poeta Montale

─generosa es su tristeza─ estoy

en la ciudad que tanto quise. Es como

si cada piedra que el pie pisa fuese

mi corazón, mi mal

de un tiempo. Pero no lo lamento. Nace

-otra constelación- una edad nueva.

  

Fedra

 

Sopla una bora asesina. Mañana

caerá la nieve, blanqueando los caminos

que ascendían amigables a tu casa,

lejana, en la cresta de la colina. Entre los verdes

pinos, el inmenso valle repite

en incontables hojas el color

que gustabas siempre en tu cabello.

                                                           Fedra

eras; aún eres.

                          Más preciosa ahora

que se enciende el primer fuego en la estufa

en casas raras; la estación es un poco

nuestra, el paisaje nuestro; el pensamiento

irradia una última verdad; se engaña a sí mismo

de que lo peor -tal vez- ya pasó.

 

Despedida


Lo saben, amigos, y yo lo sé.

También los versos se asemejan a las pompas

de jabón; una sube y otra no.



Merlo

 

Esisteva quel mondo al quale in sogno

ritorno ancora; che in sogno mi scuote?

certo esisteva. En’erano parte

mia madre e un merlo.

 

Li vedo appena. Piú risalta il nero

e il giallo di chi lieto salutava

col suo canto (era questo il mio pensiero)

me, che l’udivo dalla via. Mia madre

sedeva, stanca, in cucina. Tritava

a lui solo (era questo il suo pensiero)

e alla mia cena la carne. Nessuna

vista o rumore cosí lo eccitava.

 

Tra un fanciullo ingabbiato e un insettivoro,

che i vermetti carpiva alla sua mano,

in quella casa, in quel mondo lantano,

c’era un amore. C’era anche un equivoco.

 

Trieste

Ho attraversato tutta la città.

Poi ho salita un'erta,

popolosa in principio, in là deserta,

chiusa da un muricciolo:

un cantuccio in cui solo

siedo; e mi pare che dove esso termina

termini la città.

 

Trieste ha una scontrosa

grazia. Se piace,

è come un ragazzaccio aspro e vorace,

con gli occhi azzurri e mani troppo grandi

per regalare un fiore;

come un amore

con gelosia.

Da quest'erta ogni chiesa, ogni sua via

scopro, se mena all'ingombrata spiaggia,

o alla collina cui, sulla sassosa

cima, una casa, l'ultima, s'aggrappa.

Intorno

circola ad ogni cosa

un'aria strana, un'aria tormentosa,

l'aria natia.

 

La mia città che in ogni parte è viva,

ha il cantuccio a me fatto, alla mia vita

pensosa e schiva.

  

Dall’erta

 

Dall’erta solitaria che nel mare

precipita - che verde oggi e spumoso

percuote obliquo la città - si vede

il bianco panorama di Trieste.

 

Tu già le conoscevi –dici- queste

mie strade, ove s’incontra, al più, una donna,

che la lunga salita ansa, un fanciullo

che se Bòrea t’investe, mette l’ali

a ogni cosa, per te corre. Poi torna

a se stesso, ti passa accanto altero.

 

Tutto un mondo che amavo, al quale m’ero

dato, che per te solo oggi rivive.

  

La capra

 

Ho parlato a una capra.

Era sola sul prato, era legata.

Sazia d’erba, bagnata

dalla pioggia, belava.

 

Quell’uguale belato era fraterno

al mio dolore. Ed io risposi, prima

per celia, poi perché il dolore è eterno.

ha una voce e non varia.

Questa voce sentiva

gemere in una capra solitaria.

 

In una capra dal viso semita

sentiva querelarsi ogni altro male,

ogni altra vita.

  

Ulisse

 

Nella mia giovanezza ho navigato

lungo le coste dalmate. Isolotti

a fior d’onda emergevano, ove raro

un Uccello sostava intento a prede.

Coperti d’alghe, scivolosi al sole

belli come smeraldi. Quando l’alta

marea e la notte li annullava, vele

sottovento sbandavano più al largo,

per fuggirne l’insidia. Oggi il mio regno

è quella terra di nessuno. Il porto

accende ad altri i suoi lumi, me al largo

sospigne ancora il non domato spirito,

e della vita il doloroso amore.

 

Madrigale per un generale inglese 

 

Ho visto a Firenze, nei primi giorni dell' occupazione alleata, un generale inglese. Era -caso raro- a piedi e ubriaco. Era meraviglioso. Alto, magro, asciutto, quasi eccessivamente razziato, camminava appoggiando la malferma persona a un bastoncino dall' impugnatura, a quanto mi parve, preziosa. Ogni passante poteva diventare per lui, senza volerlo, un nemico; fargli -cosa grave per chiunque; per un inglese, e un inglese del suo rango, mortale- perdere l' equilibrio. Ma, pure in quelle condizioni, che contegno, che stile! Reggeva appena, come l' Impero inglese. Ma reggeva.

 

Nietzsche


Intorno a una grandezza solitaria

non volano gli uccelli, né quei vaghi

gli fanno, accanto, il nido. Altro non odi

che il silenzio, non vedi altro che l’aria.

  

Momento

 

Gli uccelli alla finestra, le persiane

socchiuse: un’aria d’infanzia e d’estate

che mi consola. Veramente ho gli anni

che so di avere? O solo dieci? A cosa

mai mi ha servito l’esperienza? A vivere

pago a piccole cose onde vivevo

inquieto un tempo.

 

Firenze

 

Per abbracciare il poeta Montale

─generosa é la sua tristezza─ sono

nella cittá che mi fu cara. E’come

se ogni pietra che il piede batte fosse

il mio cuore, il mio male

di un tempo. Ma non ho rimpianti. Nasce

─altra costellazione─ un’altra etá.

 

Fedra

 

Soffia una bora omicida. Domani

cadrà la neve, imbiancherà le strade

che salivano amiche alla tua casa

in cima al colle, lontana. Tra i verdi

pini l’immensa vallata ripete

in foglie innumerevoli il colore

che amavi sempre ai tuoi capelli.


                                                 Fedra

eri; ancor sei.

                               Più preziosa adesso

che si accende alla stufa il primo fuoco

in rare case; la stagione è un poco

nostra, nostro il paesaggio; il pensiero

irraggia un ultimo vero; s’illude

che il peggio – forse – è passato.

 

Commiato

 

Voi lo sapete, amici, ed io lo so.

Anche i versi somigliano alle bolle

di sapone; una sale e un’altra no.

 

Traducción: Pedro Marqués de Armas 


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