domingo, 23 de marzo de 2025

Los menores delincuentes


 Israel Castellanos

 Una de nuestras mentalidades más positivas, en un proceso célebre, casi reciente, que compartió ante el Tribunal Supremo las doctrinas lombrosianas, sosteniendo la locura moral y el salvajismo del niño, fue criticado por uno de nuestros periódicos más importantes. Se le dijo al distinguido jurisconsulto, que él tenía una hija de pocos años y que no le agradaría, como padre, que la llamasen salvaje. El padre, con motivo de su cumpleaños, le escribió a la simpática pequeñuela una extensa carta, en la que estudia la psicología de la niñez, para que sepa, cuando sea mayorcita, por qué su padre, en solemne ocasión, la llamó salvaje.

  La oposición que levanta este concepto, se justifica por el misoneísmo y cierto romanticismo clásico. Pero la más superficial consideración científica de la psicología infantil, nos induce a aceptar la doctrina lombrosiana. ¿Quién de nosotros no ha quitado juguete peligroso a un niño?  ¿Y quién de nosotros no ha visto su injusta cólera? ¿No le hemos visto, también, morder y arrojar objetos por la contrariedad más fútil? ¿No hemos visto institutrices abofeteadas por niños, que no han sido complacidos por órdenes paternas? ¿No vemos a diario la venganza de un chiquillo contra otro, porque ayer le quité la pelota o no le quiso dar un pedazo de dulce que comió? ¿No oímos constantemente, niño que blasonan de sus infundios, de sus mentiras? ¿No le hemos visto acusarse y formularse calumnias con una precisión espantosa? ¿No les vemos indiferentes a las pérdidas familiares? ¿No vemos, diariamente, en la calle, maltratar a un menor que él, o arrojándole piedras a los perros? ¿No le vemos holgazán y poco inclinado al estudio? ¿No está siempre dispuesto al juego? ¿No le hemos visto orgullecerse de que tiene criado y dinero? ¿No acaso exigen siempre el vestido y los zapatos nuevos? ¿No le vemos en el asilo entregado al onanismo y a la sodomía? El curioso caso citado por Próspero Lucas, ¿no nos recuerda el hecho acaecido en Pinar del Rio, que dos niños asaltaron a un transeúnte, como hicieron los ladrones de la película? ¿Por qué negamos, entonces, la teoría lombrosiana?

 Sostenemos, pues, con Lombroso, que los gérmenes de la locura moral y de la delincuencia se encuentran, no por excepción, sino normalmente en la primera edad del hombre, como en el feto se encuentran constantemente ciertas formas que en el adulto son monstruosidades. El niño, por la carencia de sentido moral, por su obtusidad ética, posee todas las anomalías morales anteriormente enumeradas, las que con el tiempo, el desarrollo y la influencia de la educación, tienden a desaparecer. Pero entre sujetos acometidos al mismo tiempo de anomalías físicas, tienden a mantenerse, a afirmarse en malas inclinaciones, y, entonces, el carácter cuesta mucho más trabajo reformarlo. Por este motivo asegura Lombroso, que existe una criminalidad infantil, como la del adulto. Confirma su conclusión con investigaciones hechas en los asilos y reformatorios, comparativamente, para comprobar si en los criminales se encuentran las mismas anomalías físicas, ya notadas en adultos.

  Apodos

 Los caídos y los inadaptables, casi siempre, pierden su nombre de pila, puede decirse que es el primer ornamento que se desprende del frontispicio de la honradez. La explosión del vicio, en la mujer, es el único ornamento que despedaza: toma para la vida un nombre de guerra. La pillería, como la mala vida, bautiza a adeptos con un mote, que responde a sus cualidades representativas para individualizarle. El mote, generalmente, se deriva de las cualidades físicas y morales del pillo, como en la meretriz los asociados a la mala vida en general.

 Mace (Mon musee criminal, Paris, 1890) en le nueve niños delincuentes, encontró como ‘‘caractére special’’ el apodo: ninguno carecía de sobrenombre. A uno llamaban Pico de candil, a otro Barba escurrida, a otro Hocico de sollo. Un muchacho de 12 años por su gran parecido con los cuadrumanos, sus camaradas le llamaban, Molde de mono, interrogado éste por qué había arrojado al agua a la víctima respondió en argot: ‘‘La tonta no quiso dármelo, y la tiré al agua.”

 De cien niños cubanos delincuentes, 56 tenían motes. Un negrito de once años respondía por Ojo de culo, otro por Sijú, otro por Negulillo; de los mestizos, uno por Cherna, otro por Culón, otro por Pichita de mono, otro por Coje la chiva; de los blancos uno por Tira la gota, otro por Leche de burra, otro por Merenguito, otro por Pajita, etc.

 El apodo tiene en los pillos la expresión más grosera y baja, y todos tienen heráldica de cinismo. La obscenidad es el fondo mental más saliente.


  Los pillos de playa

  La pillería cubana solo tiene un profesional: el pillo de playa. Es su prototipo, la figura más acabada de la corrupción en los menores. La audacia, el cinismo, el vicio, la degeneración del lenguaje, etc., todo llega en estos pillos a su grado máximo. Bien le está adjetivo con que se les conoce: en la playa desaguan las alcantarillas de las ciudades; a la playa, también, afluyen los detritus sociales.

 El pillo de playa, generalmente, es una personalidad hibrida: concurren en él, la inversión y la ratería, ¡el ladrón y el sodomita, troquelados en un solo molde! Pero ¿son llevados a los escollos de la costa para saciar en ellos apetitos brutales? ¿Son ellos los que buscan cascos de botes, destartalados, para entregarse a sus compañeros? La precoz adaptación del pillo de playa hace formular una decisión tremenda. El muchacho antes de los 15 años es una pústula moral, todo rastro de vergüenza y dignidad ha desaparecido. La costra pestilente de su degeneración ha embotado sus sentidos, y todo el maderamen del desarrollo humano ha desaparecido en el temprano naufragio.

  ¿El fatalismo orgánico se cumple tan prematuramente? No creemos que los factores físicos hubieran sido vencidos, sino se unieran a ellos una gran dosis de complicidad social. Las influencias antropológicas pueden neutralizarse en un ambiente de moralidad y de prevención.

  El Dr. Caballero

 Los estudios antropométricos y antropológicos, tanto en los niños como en los adultos, están, entre nosotros, en estado embrionario. Las nociones fundamentales de los caracteres físicos, nos son totalmente desconocidos. El desarrollo eliciométrico del niño, el índice cefálico de los adultos, etc., son incógnitas aún por resolver. No han faltado generosas iniciativas, ni entusiastas esfuerzos. El Dr. Juan B. Valdés, ha indicado la necesidad e importancia de estos estudios, para determinar la capacidad moral e intelectual de los niños, así como el desarrollo físico de los mismos. El pedagogo Baldomero Caballero, hoy doctor en Derecho, tiene la prioridad en estos asuntos. En una Memoria publicada diez años ha, siendo profesor del colegio ‘‘ Luz Caballero,’’ se ocupó, con bastante extensión, de la conducta, talla, peso y  otras particularidades de los niños que integraban su aula. (Un ano de labor en primer grado, 1904.)

 Consideramos un deber recordar sus observaciones, y, al efecto, el talentoso iniciador de los estudios psico-físicos en Cuba, nos ha facilitado los originales y las fotografías de su interesante opúsculo. Por el servicio prestado, enviamos al distinguido amigo, desde estas páginas, las gracias más expresivas… Los niños observados por el Dr. Caballero, pertenecen a tres grupos étnicos: blancos, mestizos y negros. Las medidas y el peso arrojan el siguiente resultado:

 Lo limitado de la serie y sus discordancias, impiden deducciones positivas. Las contradicciones se deben a la técnica empleada por el Dr. Caballero. El modus operandi, evidentemente, ha sido muy deficiente. Para mayor precisión debe descalzarse el que ha de ser medido, y no con zapato.

 Podrá alegarme el Dr. Caballero que Schmid-Monnard ha mensurado sujetos con calzado, pero el mismo investigador sólo lo ha efectuado en ‘‘series de millares de individuos’’ para aliviar el trabajo. Y siempre que así lo ha efectuado, previamente, ha determinado ‘‘en un gran número de casos”’ la altura de los tacones, para descontar más tarde el término medio hallado, por ejemplo: en 100 niños encontró por término medio que en estaturas menores de 110 cm. hay que descontar 1, entre 110 y 119 hay que descontar 1,3/4, entre 120 y 189 hay que descontar 2, 3/4, y de 140 en adelante, 3 cm. El limitado número de sus observaciones le exigía al doctor Caballero el empleo de la técnica seguida por los laboratorios de antropometría jurídica: el sujeto descalzo y tres comprobaciones, después de efectuar la primera medida. Hemos insistido en los errores para llamar la atención de los subsiguientes investigadores, con el fin de que no incurran en las mismas deficiencias.

 El mestizaje

 La presencia de varias razas sobre nuestro suelo dificulta mucho estos estudios (véase Antropología de los párvulos cubanos, por I. Castellanos). Los cruzamientos, o la amalgama étnica, es la rémora más importante que encuentra el investigador. El mestizaje, insuficientemente estudiado, se nos presenta en grandes proporciones. Esto se debe a las uniones ilícitas y al poco escrúpulo de los blancos para descender al concubinato con negras o mulatas. A. de Quatrefages, en su obra L’Espece humaine, al hablar de la escrupulosidad para la unión sexual, ha dicho: sortout dans les amours passagéres, la femme répugne a descendre; l’homme est moins délicat. Marcar los diversos grados del mestizaje, distinguirlos en el complicado mosaico de la etnología cubana, es lo más difícil, complicado e importante que se le presenta al estudioso. El gran número de mestizos existentes son susceptibles a subdivisión. El mayor número de niños estudiado por el Dr. Caballero, son mestizos, en total 18. Estos, precisamente, dan las mayores contradicciones ¿Se deberán no tan solamente a defectos de técnica, sino a la raza? También debe ésta influir en algo, pues el Dr. Caballero parece tener un concepto muy amplio del mestizaje. Qué entendió él por mestizo ¿al pardo, o al vástago de dos razas?

 Ya hemos dicho que el mestizaje es susceptible a subdivisión. El individuo procedente de dos razas distintas se denomina mestizo. Si las razas genealógicamente, son muy afines, no reciben nombre, pero es viceversa cuando son opuestas:

 En nuestro estudio hemos procurado hacer una distinción lo más racional posible: prescindir de los caracteres étnicos del niño, como el cabello, el prognatismo, etc., para tomar solamente en consideracion la raza de sus progenitores, y juzgar el descendiente según se derive de ellas.

  Exámenes

 El examen de los menores delincuentes debe realizarse en Correccional de Guanajay, antropométrica y psicológicamente, para cotejar sus resultados con el de un número igual de niños, de la misma raza y de la misma edad. Nuestras investigaciones, hasta la actualidad, no han sido hechas con aparatos de precisión, pues solamente se han limitado a los caracteres somáticos sido de los niños delincuentes. Una serie de 100 muchachos es la que estudiamos. Todos han distribuyen así: detenidos por delitos de hurto y robo, ninguno por delitos contra las personas (agresión, homicidio, etc.) Etnológicamente se distribuyen así:


 56 menores de los que integran la centuria tienen apodo: Jibaro, Jiribilla, Leche de burra... Estigmas de la pillería. No podemos significar el número de niños que emplean expresiones jergales. Un blanco nos ha dicho: Si doy zánzara no me traba el poli. Otro: Al dar cureña se me perdió una tapa. Un negrito apodado ‘‘Tiburón,’’ presenta hidrocefalia, hipertrofia auricular, diastema y boca simiesca. EK. B. M., ratero, tiene orejas mayores a la de un adulto, macrocefalia, bolsas frontales y prognatismo desmesurado. ““Sijú’’ presenta plagiocefalia, orejas desiguales, con tubérculo de Darwin, prognatismo desmesurado y ultra-dolicocefalia. (Lam. 1.)


 De los menores que estaban descalzos, noté en uno el pie prensil, como en los antropoides (Lam. 2.)

 En los blancos, un tal Soler, detenido por robo, presentaba: escaso pelamen, hipertrofia de los lóbulos auriculares, anómala implantación de los parpados, color cerámico de la epidermis, asimetría facial y torácica; ¡facie completa del degenerado de Morel!

 “Tira la gota’’ tiene pobreza del sistema pilífero, orejas enormes y de Wildermoth, desviación de la bóveda palatina, dolicoprosopia y mandíbula robustísima.

 Un ratero simple, apellidado Bermúdez, presenta: estrabismo con prognatismo, orejas grandes y ojos oblicuos, este carácter se debe a sus progenitores o a un caso de atavismo?, ¿es fruto de mestizaje o de regresión?

 Los restantes tenían: 


 “Los menores delincuentes” (fragmentos), Revista Bimestre Cubana, Vol. 10, núm. 2, marzo-abril, 1915, pp. 81-111. 


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