Israel Castellanos
Una de nuestras mentalidades más positivas, en
un proceso célebre, casi reciente, que compartió ante el Tribunal Supremo las
doctrinas lombrosianas, sosteniendo la locura moral y el salvajismo del niño, fue
criticado por uno de nuestros periódicos más importantes. Se le dijo al
distinguido jurisconsulto, que él tenía una hija de pocos años y que no le
agradaría, como padre, que la llamasen salvaje. El padre, con motivo de
su cumpleaños, le escribió a la simpática pequeñuela una extensa carta, en la
que estudia la psicología de la niñez, para que sepa, cuando sea mayorcita, por
qué su padre, en solemne ocasión, la llamó salvaje.
La oposición que levanta este concepto, se justifica por el misoneísmo y
cierto romanticismo clásico. Pero la más superficial consideración científica
de la psicología infantil, nos induce a aceptar la doctrina lombrosiana. ¿Quién
de nosotros no ha quitado juguete peligroso a un niño? ¿Y quién de nosotros no ha visto su injusta cólera?
¿No le hemos visto, también, morder y arrojar objetos por la contrariedad más fútil?
¿No hemos visto institutrices abofeteadas por niños, que no han sido complacidos
por órdenes paternas? ¿No vemos a diario la venganza de un chiquillo contra
otro, porque ayer le quité la pelota o no le quiso dar un pedazo de dulce que
comió? ¿No oímos constantemente, niño que blasonan de sus infundios, de sus
mentiras? ¿No le hemos visto acusarse y formularse calumnias con una precisión
espantosa? ¿No les vemos indiferentes a las pérdidas familiares? ¿No vemos,
diariamente, en la calle, maltratar a un menor que él, o arrojándole piedras a
los perros? ¿No le vemos holgazán y poco inclinado al estudio? ¿No está siempre
dispuesto al juego? ¿No le hemos visto orgullecerse de que tiene criado y
dinero? ¿No acaso exigen siempre el vestido y los zapatos nuevos? ¿No le vemos
en el asilo entregado al onanismo y a la sodomía? El curioso caso citado por Próspero
Lucas, ¿no nos recuerda el hecho acaecido en Pinar del Rio, que dos niños
asaltaron a un transeúnte, como hicieron los ladrones de la película? ¿Por
qué negamos, entonces, la teoría lombrosiana?
Sostenemos, pues, con Lombroso, que los gérmenes de la locura moral y de la delincuencia se encuentran, no por excepción, sino normalmente en la primera edad del hombre, como en el feto se encuentran constantemente ciertas formas que en el adulto son monstruosidades. El niño, por la carencia de sentido moral, por su obtusidad ética, posee todas las anomalías morales anteriormente enumeradas, las que con el tiempo, el desarrollo y la influencia de la educación, tienden a desaparecer. Pero entre sujetos acometidos al mismo tiempo de anomalías físicas, tienden a mantenerse, a afirmarse en malas inclinaciones, y, entonces, el carácter cuesta mucho más trabajo reformarlo. Por este motivo asegura Lombroso, que existe una criminalidad infantil, como la del adulto. Confirma su conclusión con investigaciones hechas en los asilos y reformatorios, comparativamente, para comprobar si en los criminales se encuentran las mismas anomalías físicas, ya notadas en adultos.
Los caídos y los inadaptables, casi siempre,
pierden su nombre de pila, puede decirse que es el primer ornamento que se desprende
del frontispicio de la honradez. La explosión del vicio, en la mujer, es el único
ornamento que despedaza: toma para la vida un nombre de guerra. La pillería,
como la mala vida, bautiza a adeptos con un mote, que responde a sus cualidades
representativas para individualizarle. El mote, generalmente, se deriva de las
cualidades físicas y morales del pillo, como en la meretriz los asociados a la
mala vida en general.
Mace (Mon musee criminal, Paris, 1890) en
le nueve niños delincuentes, encontró como ‘‘caractére special’’ el apodo:
ninguno carecía de sobrenombre. A uno llamaban Pico de candil, a otro Barba
escurrida, a otro Hocico de sollo. Un muchacho de 12 años por su
gran parecido con los cuadrumanos, sus camaradas le llamaban, Molde de mono,
interrogado éste por qué había arrojado al agua a la víctima respondió en
argot: ‘‘La tonta no quiso dármelo, y la tiré al agua.”
De cien niños cubanos delincuentes, 56 tenían
motes. Un negrito de once años respondía por Ojo de culo, otro por Sijú,
otro por Negulillo; de los mestizos, uno por Cherna, otro por Culón,
otro por Pichita de mono, otro por Coje la chiva; de los blancos uno
por Tira la gota, otro por Leche de burra, otro por Merenguito,
otro por Pajita, etc.
El apodo tiene en los pillos la expresión más grosera y baja, y todos tienen heráldica de cinismo. La obscenidad es el fondo mental más saliente.
El pillo de playa, generalmente, es una
personalidad hibrida: concurren en él, la inversión y la ratería, ¡el ladrón y
el sodomita, troquelados en un solo molde! Pero ¿son llevados a los escollos de
la costa para saciar en ellos apetitos brutales? ¿Son ellos los que buscan
cascos de botes, destartalados, para entregarse a sus compañeros? La precoz
adaptación del pillo de playa hace formular una decisión tremenda. El muchacho
antes de los 15 años es una pústula moral, todo rastro de vergüenza y dignidad
ha desaparecido. La costra pestilente de su degeneración ha embotado sus
sentidos, y todo el maderamen del desarrollo humano ha desaparecido en el
temprano naufragio.
¿El fatalismo
orgánico se cumple tan prematuramente? No creemos que los factores físicos
hubieran sido vencidos, sino se unieran a ellos una gran dosis de complicidad
social. Las influencias antropológicas pueden neutralizarse en un ambiente de
moralidad y de prevención.
El Dr. Caballero
Los estudios antropométricos y antropológicos,
tanto en los niños como en los adultos, están, entre nosotros, en estado embrionario.
Las nociones fundamentales de los caracteres físicos, nos son totalmente
desconocidos. El desarrollo eliciométrico del niño, el índice cefálico de los
adultos, etc., son incógnitas aún por resolver. No han faltado generosas
iniciativas, ni entusiastas esfuerzos. El Dr. Juan B. Valdés, ha indicado la
necesidad e importancia de estos estudios, para determinar la capacidad moral e
intelectual de los niños, así como el desarrollo físico de los mismos. El pedagogo
Baldomero Caballero, hoy doctor en Derecho, tiene la prioridad en estos
asuntos. En una Memoria publicada diez años ha, siendo profesor del colegio ‘‘
Luz Caballero,’’ se ocupó, con bastante extensión, de la conducta, talla, peso
y otras particularidades de los niños
que integraban su aula. (Un ano de labor en primer grado, 1904.)
Consideramos un deber recordar sus
observaciones, y, al efecto, el talentoso iniciador de los estudios psico-físicos
en Cuba, nos ha facilitado los originales y las fotografías de su interesante opúsculo.
Por el servicio prestado, enviamos al distinguido amigo, desde estas páginas,
las gracias más expresivas… Los niños observados por el Dr. Caballero,
pertenecen a tres grupos étnicos: blancos, mestizos y negros. Las medidas y el
peso arrojan el siguiente resultado:
Lo limitado de la serie y sus
discordancias, impiden deducciones positivas. Las contradicciones se deben a la
técnica empleada por el Dr. Caballero. El modus operandi, evidentemente,
ha sido muy deficiente. Para mayor precisión debe descalzarse el que ha de ser
medido, y no con zapato.
Podrá alegarme el Dr. Caballero que
Schmid-Monnard ha mensurado sujetos con calzado, pero el mismo investigador sólo
lo ha efectuado en ‘‘series de millares de individuos’’ para aliviar el
trabajo. Y siempre que así lo ha efectuado, previamente, ha determinado ‘‘en un
gran número de casos”’ la altura de los tacones, para descontar más tarde el
término medio hallado, por ejemplo: en 100 niños encontró por término medio que
en estaturas menores de 110 cm. hay que descontar 1, entre 110 y 119 hay que
descontar 1,3/4, entre 120 y 189 hay que descontar 2, 3/4, y de 140 en
adelante, 3 cm. El limitado número de sus observaciones le exigía al doctor
Caballero el empleo de la técnica seguida por los laboratorios de antropometría
jurídica: el sujeto descalzo y tres comprobaciones, después de efectuar la
primera medida. Hemos insistido en los errores para llamar la atención de los
subsiguientes investigadores, con el fin de que no incurran en las mismas
deficiencias.
El mestizaje
La presencia de varias razas sobre nuestro suelo
dificulta mucho estos estudios (véase Antropología de los párvulos cubanos,
por I. Castellanos). Los cruzamientos, o la amalgama étnica, es la rémora más
importante que encuentra el investigador. El mestizaje, insuficientemente
estudiado, se nos presenta en grandes proporciones. Esto se debe a las uniones ilícitas
y al poco escrúpulo de los blancos para descender al concubinato con negras o
mulatas. A. de Quatrefages, en su obra L’Espece humaine, al hablar de la
escrupulosidad para la unión sexual, ha dicho: sortout dans les amours
passagéres, la femme répugne a descendre; l’homme est moins délicat. Marcar
los diversos grados del mestizaje, distinguirlos en el complicado mosaico de la
etnología cubana, es lo más difícil, complicado e importante que se le presenta
al estudioso. El gran número de mestizos existentes son susceptibles a subdivisión.
El mayor número de niños estudiado por el Dr. Caballero, son mestizos, en total
18. Estos, precisamente, dan las mayores contradicciones ¿Se deberán no tan
solamente a defectos de técnica, sino a la raza? También debe ésta
influir en algo, pues el Dr. Caballero parece tener un concepto muy amplio del
mestizaje. Qué entendió él por mestizo ¿al pardo, o al vástago de dos
razas?
Ya hemos dicho que el mestizaje es susceptible a subdivisión. El individuo procedente de dos razas distintas se denomina mestizo. Si las razas genealógicamente, son muy afines, no reciben nombre, pero es viceversa cuando son opuestas:
En nuestro estudio hemos
procurado hacer una distinción lo más racional posible: prescindir de los
caracteres étnicos del niño, como el cabello, el prognatismo, etc., para tomar
solamente en consideracion la raza de sus progenitores, y juzgar el descendiente
según se derive de ellas.
Exámenes
El examen de los menores delincuentes debe realizarse en Correccional de Guanajay, antropométrica y psicológicamente, para cotejar sus resultados con el de un número igual de niños, de la misma raza y de la misma edad. Nuestras investigaciones, hasta la actualidad, no han sido hechas con aparatos de precisión, pues solamente se han limitado a los caracteres somáticos sido de los niños delincuentes. Una serie de 100 muchachos es la que estudiamos. Todos han distribuyen así: detenidos por delitos de hurto y robo, ninguno por delitos contra las personas (agresión, homicidio, etc.) Etnológicamente se distribuyen así:
De los menores que estaban
descalzos, noté en uno el pie prensil, como en los antropoides (Lam. 2.)
En los blancos, un tal Soler, detenido por
robo, presentaba: escaso pelamen, hipertrofia de los lóbulos auriculares, anómala
implantación de los parpados, color cerámico de la epidermis, asimetría facial
y torácica; ¡facie completa del degenerado de Morel!
“Tira la gota’’ tiene pobreza del sistema pilífero,
orejas enormes y de Wildermoth, desviación de la bóveda palatina, dolicoprosopia
y mandíbula robustísima.
Un ratero simple, apellidado Bermúdez,
presenta: estrabismo con prognatismo, orejas grandes y ojos oblicuos, este carácter
se debe a sus progenitores o a un caso de atavismo?, ¿es fruto de mestizaje o
de regresión?
Los restantes tenían:
“Los menores delincuentes” (fragmentos), Revista Bimestre Cubana, Vol. 10, núm. 2, marzo-abril, 1915, pp. 81-111.
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