Bernardo Carvalho
5. El profesor Luiz
de Castro Faria me recibió en Niterói al final de la tarde. Yo regresaba de los
archivos de Heloísa Alberto Torres en Itaboraí. Hacía un calor tremendo. Castro
Faria es una de las últimas personas vivas que conocieron a Quain a su paso por
Brasil. Conversamos en la biblioteca de su apartamento en Icaraí. En 1938, a
los veinte y cuatro años, participó, como antropólogo del Museo Nacional y
miembro del Consejo de Fiscalización, en la histórica expedición a la sierra
del Norte que llevó a Lévi-Strauss por Mato Grosso hasta Porto Velho, entre 6
de junio y el 14 de diciembre, en gran parte documentada en Tristes trópicos, y que luego se
convirtió en un clásico de la antropología. El Estado Novo exigía la presencia
de un cientista brasileiro en las expediciones extranjeras como una forma de
control, figura que el propio Lévi-Strauss definió, no sin cierta antipatía,
como "inspector fiscal".
Hay una foto, de
1939, en que doña Heloísa aparece sentada en el centro de un banco en los
jardines del Museo Nacional, entre Charles Wagley, Raimundo Lopes e Edson
Carneiro, a su derecha, y Claude Lévi-Strauss, Ruth Landes e Luiz de Castro
Faria, a su izquierda. Hoy, todos están muertos, a excepción de Castro Faria e
Lévi- Strauss. Pero ya había en aquel tiempo una ausencia en la foto, que sólo
advertí después de comenzar mi investigación sobre Buell Quain. A aquella
altura, él todavía estaba vivo y entre
los Krahô, y la imagen
no deja de ser, de cierta forma, un retrato suyo, por la ausencia.
Hay en toda fotografía un elemento fantasmagórico. Pero allí eso es todavía más
asombroso. Todos los fotografiados
conocieron a Buell Quain, y por lo menos tres de ellos se llevaron a la tumba cosas que yo nunca podré saber. En mi obsesión
llegué a sorprenderme varias veces con la foto en la mano, intrigado, aturdido, intentado
en vano arrancar una respuesta de los ojos de Wagley, de doña Heloísa o de Ruth
Landes.
A los ochenta y ocho
años, Castro Faria es un hombre lúcido, preciso y con una memoria a veces mejor
que la mía, si bien sujeta a las distorsiones de las impresiones subjetivas,
como la de cualquiera. Habló de Quain
durante más de una hora, sin cansarse. Al inicio, fue algo reticente. No
llegaron a ser amigos: "Mis relaciones con él fueron superficiales.
Siempre me trató muy bien. No tuvimos intimidad. Como no convivía con él,
apenas nos encontrábamos, no sé nada de su vida particular. Quain tampoco era
especialmente amigo do Wagley. Eso creo. Fueron contemporáneos. Siendo ambos
alumnos de Columbia, eran solidarios. Todos ellos eran alumnos de Franz Boas,
lo que aportaba un tanto de personalidad. Boas distinguía a los buenos alumnos.
Él era el instructor de investigación antropológica en Brasil para los
americanos. Wagley era de mi edad. Estuvimos siempre juntos.
Era mi amigo, muy
buen amigo. Estaba siempre en Brasil. Se casó con una brasileira. Nosotros lo
llamábamos Chuck. Él hizo el servicio militar durante la guerra como técnico de
servicio público. Nadie quedó perturbado con la muerte de Quain. Ni entre los
colegas suyos de Columbia. Es así en América, donde las personas son muy
individualistas. Heloísa sí, porque ella era, en Brasil, la responsable de la
investigación de él. Ser responsable de alguien en aquella época era una cosa
muy seria, porque usted tenía que rendir cuentas a los órganos oficiales, que
tenían un enorme control sobre el espacio brasileño y la investigación. Los
órganos de represión eran muy activos".
Mientras él hablaba,
me acordé de haber visto horas antes, entre los papeles que doña Heloísa había
dejado en los archivos de su casa en Itaboraí, una carta en que, semanas
después de la muerte de Quain, ella reprendía al delegado de policía de
Carolina, capitán Ângelo Sampaio, como si fuese su alumno o subordinado. Estaba
muy irritada, exasperada con la propia impotencia ante la incompetencia y el
atraso de sus compatriotas. Sus insistentes pedidos para recuperar los bienes
de Quain, retenidos por la policía de Maranhão, no habían tenido ningún efecto,
lo que la dejaba en una situación todavía más delicada ante las autoridades
americanas y del Departamento de Antropología de Columbia. Su autoridad estaba
siendo posta a prueba. En la carta, ella exige de una vez por todas el material
dejado por Quain y dice al capitán que el caso se ésta convirtiendo en
"una vergüenza nacional".
Haciéndome el tonto,
pregunté por su apariencia física, sobre lo que en general ya sabía, pero en
verdad más interesado en las impresiones que había dejado y en las reacciones
que su figura podía haber provocado que en su imagen real: "No tenía nada
de especial. Él era joven, bastante joven". ¿Gordo o flaco? "Gordo no
era, de hecho nada. Ni muy flaco. Era una persona de aspecto común,
digamos." ¿Rubio o moreno? "No era rubio claro, no. Era más bien
moreno. No tenía ninguna seña especial." Ante la dificultad para arrancar
alguna cosa del viejo profesor, decidí preguntar lo contrario de lo que quería
saber. ¿Era feo? "No, era más bien bonito, una figura simpática."
Poco a poco, Castro
Faria fue estando más a gusto para hablar de las "excentricidades"
del colega americano, y llegó a citar más de una vez a lo largo de nuestra
conversación una comida que Buell Quain le ofreciera en un restaurante de lujo
en Copacabana y que lo había impresionado mucho: "Le voy a contar una
historia cuya veracidad tal vez nunca se pueda comprobar. Wagley me dijo en una
ocasión que, cuando eran contemporáneos en la Universidad de Columbia, algunas
veces pagó almuerzos a Quain con la beca que él, Charles Wagley, recibía. Sólo
mucho más tarde fue que descubrió que quien le daba la beca era el propio Buell
Quain. El dinero venía de él. Esto es común en los Estados Unidos, usted dona
recursos. Ese era un rasgo suyo. Según se decía, era muy rico. Era hijo de
médicos. Tenía mucho dinero. Pero detestaba usar el dinero. Era una obsesión. Esa
preocupación de no dejar translucir que tenía recursos, y de vivir siempre en
condiciones que ocultasen su verdadera condición. Una vez, para que usted tenga
una idea, me pagó una comida en un restaurante de lujo en Copacabana, cuando
vivía en un hotel de tercera en la calle de Riachuelo. Para no gastar dinero.
Él detestaba ser rico".
La cuestión del
dinero daría un capítulo aparte. En primer lugar, nada en la historia familiar
indica que Quain viniese de un medio especialmente rico, si bien tampoco fuesen
pobres, lejos de eso. Eran médicos bien exitosos de Medio-Oeste.
Durante su trabajo de
campo en Brasil, el joven etnólogo llegó a pasar por momentos realmente
difíciles. Habla de eso en una carta a doña Heloísa, fechada el 27 de mayo de
1939, cuando regresa a Carolina para buscar dinero: "Ahora que el dinero
llegó, me siento tonto por haber enviado un pedido tan desesperado a Ruth. Las
personas en Carolina han sido muy solícitas y obtuve todo el crédito que
necesitaba. Pero prefiero no acumular deudas. Regresé a Carolina sin zapatos y
me sentía inseguro por causa de mi apariencia de pobre. La única disculpa que tengo para verme
en esas situaciones es el hecho de que encuentro muy importante el poder
dedicar todo el tiempo posible al trabajo etnológico. Pero debo a la señora y
al dr. Othon [Leonardo, geólogo del Museo Nacional] una explicación por no
haber hecho honor a la posición social que sus
cartas me proporcionaron. Me mantengo en buenos términos con
los amigos del dr. Othon —pero mi pobre figura y mi mal portugués me intimidan
ante ellos. Tengo la certeza de que me encuentran grosero a causa de mi
comportamiento".
Lo principal del
patrimonio de Quain provenía de un seguro y de su propia economía. Es increíble
como después de su muerte casi toda la correspondencia entre doña Heloísa,
Manoel Perna, Ruth Benedict, la madre y la hermana del etnólogo haya girado en
torno al dinero que dejó, sin que quisiesen tocarlo, como si estuviesen
imbuidos, por las instrucciones del muerto, de llevarlo adelante, de hacerlo
llegar a su destino. Años después, en una absurda intriga de departamento, Ruth
Benedict fue acusada por enemigos suyos de haber mandado a Quain al Brasil ya
con la idea de heredar su patrimonio, como si previese la muerte del alumno y tuviese
conocimiento previo de su decisión de donar sus bienes a un fondo de
investigación administrado por ella, lo que era totalmente inverosímil. Buena
parte de las cartas dejadas por el muerto no trata de otra cosa. En el caso de
la beca de Wagley en Columbia, sin embargo, es posible que Castro Faria se haya
confundido en relación a las fechas, por lo menos, toda vez que el fondo de
auxilio a la investigación antropológica en la universidad fue creado sólo
después de la muerte de Quain y siguiendo sus instrucciones.
En cuanto a la
historia del restaurante de lujo, curiosamente, fue sólo mucho más tarde que la
referencia a otra comida, también en un restaurante en Copacabana, pero esa vez
con el antropólogo Alfred Métraux, me reveló una dimensión de la personalidad
de Quain que nadie ni ningún documento que yo hubiese consultado hasta entonces
había osado mencionar directamente.
Algunos han tratado
de explicar la muerte de Quain por sus espejismos. A finales de 1938, al
anunciar la llegada de Charles Wagley a Río, William Lipkind escribió a doña
Heloísa: "Es un buen muchacho. No le deje perseguir espejismos como
Buell". Lipkind se refería a la frustrada expedición del colega entre los
Trumai del río Coliseu. Cinco años más tarde, el 30 de abril de 1943, la propia
doña Heloísa se vio obligada a responder a la disparatada indagación de un tal
John J. Feller, de St. Louis, Missouri. Su respuesta da una idea del punto al
que pueden llegar las mistificaciones.
"Apreciado Señor,
"Siento decepcionarlo con esta carta, pero la
información que el señor recibió sobre la búsqueda del dr. Buell Quain por una
legendaria Ciudad de Oro es absolutamente descabellada y no soporta la más
mínima consideración.
"Buell Quain fue un antropólogo que realizó su trabajo
de campo entre algunas tribus de los afluentes del río Xingu, en el estado de
Mato Grosso. Sus informes y notas de campo son de interés estrictamente
científico, sin ninguna referencia a asuntos tales como errancias en busca de
oro o de ciudades perdidas, y no tienen otra utilidad que la de un propósito
científico. Su segunda expedición en Brasil lo llevó a los indios krahô, que
viven en el sur Maranhão. El dr. Quain llegó al Brasil en 1938, y por tanto
falta todo fundamento a su afirmación de que habría emprendido una expedición
en 1927."
"El único
espejismo que yo puedo admitir que él tuviese era ese de un mundo sin ricos,
porque era realmente una ideología. Él no quería parecer rico. Era su rasgo de
carácter más marcado. No tengo dudas. Fue una experiencia curiosa suya que me
convidara a comer en un restaurante de lujo en Copacabana cuando vivía en una
pensión de tercera en Lapa. Existía esa oposición entre la vida pública y la
vida privada, porque él siempre insistió en negar la posibilidad de vivir
tranquilamente como rico, pero garantizaba esa situación para los amigos. Él
siempre vivió esa obsesión: no parecer y en realidad ser. Él procuraba
preservar la vida privada de todo contacto exterior", me dijo Castro
Faria.
Cuando embarcó, en
Corumbá, a finales de abril de 1938, en el Eolo,
un barquito que lo llevaría, subiendo
el río Paraguai, hasta Cuiabá y al encuentro de Lévi-Strauss, Castro Faria se
sorprendió al avistar sobre el
asiento de una cabina cuya puerta había
quedado abierta un libro del etnólogo alemán Von den Steinen, Unter den Naturvolkern Zeniral-Brasiliens, que narra su expedición en la segunda mitad del siglo XIX al
alto Xingu. Todavía no había traducción al portugués de ese que es considerado un
precursor y un clásico de la etnografía en Brasil. El pasajero que ocupaba
aquella cabina sólo podía ser del área. "Yo lo encontré a bordo de un
barco que hacía la ruta de Corumbá a Cuiabá. Lo registré así en mi diario:
'Etnólogo a bordo'. "Buell Quain estaba yendo de Porto Esperança a Cuiabá,
desde donde pretendía llegar a los Trumai. En Cuiabá, para sorpresa de Castro
Faria, el joven etnólogo americano ayudó a descargar un camión con el equipaje
de Lévi-Strauss, lo que sólo reforzó en la cabeza del brasileño la idea de que
Buell Quain tenía "la constante preocupación de demostrar que no era
nadie, como si fuese un empleado de servicio".
Bernardo
Carvalho (Rio de Janeiro, 1960). Novelista, uno de los más importantes de la
actual literatura brasileña. Periodista y columnista de Folha de S.Paulo. Publicó el volumen de cuentos Aberração
(1993) y las novelas Onze (1995), Os bêbados e os sonámbulos (1996) Teatro (1998), Medo de Sade (2000), Mongólia
(2003) O Filho da Mãe (2009) y Reprodução (2013), entre otros. “Buell
Quain” es un breve fragmento de su novela Nove
Noites (2006).
Traducción: M. Varón de Mena
Tomado de Potemkin ediciones, no. 10, 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario