José Lezama Lima
Ahora mis ojos lo cercan
y mis manos lo pueden recorrer, apretar.
Es una navegación para la tierra y la
escarcha, un zapato.
Toco la piel, el brillo de los clavos la
penetra
alegre como un dios con la cara mojada,
todo tan evidente como mis hermanas
en la lejanía, como la mañana con su
llegada
para el despertar. No vienen al teléfono,
no está el almuerzo dominical con su cine,
la llegada de Eloy al atardecer,
y la llegada de todos los familiares de
antaño
y la tribu de nuestra sangre,
con sus mujeres altas y su prole bien
guardada.
Veo a mis dos hermanas dentro de los
zapatos,
como en una barca de juncos,
saludar con un abanico habanero, saludar
para reaparecer detrás de las costas
con los mismos zapatos, la misma barca,
llenos de conchas, las bromas de nuestra
infancia,
lo que todos los días nos regalaron como si
nos tirásemos
arena al rostro, con el recuerdo del
Coronel
que fue nuestro padre y cuya muerte
profundizará siempre nuestros recuerdos,
como un anticipo del destierro.
Es el mismo zapato de Jacksonville, de
Pensacola,
de los primeros años de huérfanos,
es el zapato que siempre espera
para que lo conviertan en barca de junco,
es el zapato siempre esperado,
es el ucello, la carroza, el gran
pájaro.
Veo ahora y comprendo desde la raíz que no
es el cuarto sostenido
por los tirantes del que se cortó la oreja.
Veo el billar tropezado por las boinas
azulear,
y al centro, el par de zapatos como una
fruta,
pues ambos están apolismados por el uso
y la crueldad que se rehúsa,
pues las arrugas de esos zapatos parecen
las carcajadas de un pescador viejo.
La cama del mesón en la aldea,
que guarda en su centro el par de zapatos,
mientras el sueño sale como una guadaña
para degollar a los espantapájaros.
El par de zapatos del hombre que se cortó
la oreja —los pitagóricos, con sus casas
propicias
a los incendios del Este, creían en un
muslo de oro—,
y que ahora exigen el centro de su cuarto,
las apoyadas equivalencias estelares,
entre la nada y el grillo que raspa sus
sienes.
Mi hermana mayor ¿recuerdas la última
Navidad
que pasamos con nuestro padre?;
Eloísa, ¿recuerdas los Reyes en las
madrugadas
de Prado, en el recuerdo como los ras de
mar,
con sus colecciones coralinas y sus algas
rayadas?
La ausencia, la ausencia del que se había
ido en el mes de enero,
estremecía nuestra casa,
desde el silbato del cartero hasta la
visita de las tías.
Todo eso volviendo como las nubes que
tropiezan
en los barandales retorcidos,
reapareciendo en el par de zapatos,
besados por una ardilla de nieve
en el círculo de su retorno infinito.
Ustedes por las tiendas, con las medidas,
buscando,
yo apretando esos cordones,
abrillantándolos,
pasándoles la mano al par de zapatos,
lentamente, como dos animalejos que salen
de la consola de ébano.
Ascendiendo en el manantial de las aguas del
espejo,
se sientan esas ardillas sobre su cola, con
aquellos muebles
color de aceituna de nuestra casona
infantil de Prado, que iban de la sala al
comedor,
los días de ras de mar y el día del velorio
de Horacio.
Antes de que me rectifiquen: eran los
muebles
que pasaron del campamento a Prado,
no los de color caoba, que eran los de
Abuela,
con sus banqueticas para los pies,
donde ahora veo el par de zapatos
que ustedes me han enviado desde las
Navidades
del destierro, con su ardilla de nieve al
teléfono.
¡Dios mío, qué acoplamiento en torno del
zapato viejo,
el Can, la Osa Mayor, la Lira,
el Tercer Rey fundador con su hocico de
buey,
y sobre su cabeza de diorita egipcia, el
Gavilán!
Los pasos, los verdaderos pasos en la
espalda
del cielo, el eco de cada paso,
es una medida que se prolonga en una
huella,
y en una penetración que nos regala
la ceguera de la marcha.
¿Qué medimos en cada una de nuestras
pisadas,
las hojas sonrientes en el ondular de la
mañana,
o la penetración invisible en la balanza de
Proserpina?
Sé que mis hermanas me han regalado
un par de zapatos, sé que cuidan
mis pisadas alrededor de las hojas,
sé que cuando yo duermo,
ellas cuidan mis pasos, los preparan y los
miden.
Estoy entrando en la noche,
oigo suavemente mis pasos preparados
por mis dos hermanas. Oigo
la ardilla de nieve al teléfono,
escucho el ruido de los muebles
que retroceden de la sala al comedor. Miro
mis zapatos, estoy tan
alegre como cuando veíamos extenderse la
fila de árboles del Prado al día
siguiente de un ras de mar.
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