Miguel Rodríguez Ferrer
El culto del diablo ocupó un
lugar muy preferente en las teogonías americanas. Ya Fernández González de
Oviedo en su relación a Carlos V así decía: «Lo hacen de oro, de relieve y
entallado en madera, y muy espantable siempre y feo y tan diverso como lo
suelen pintar los pintores a los pies de San Miguel Arcángel, o de San
Bartolomé.» Después agrega: «Así mismo cuando el demonio 1os quiere espantar,
promételes el huracán, que quiere decir tempestad; la cual hace tan grande, que
derriba casas y arranca muchos y muy grandes árboles.» Por esto se ve que el
diablo de que habla (tuyra) y al que tanto se temía en tierra firme, tiene
muchos puntos de contacto con la representación del ídolo que aquí presento. En
Méjico, este maligno ser, demonio o diablo, tenía sus particulares fiestas por
todo el año, como se puede ver en un manuscrito anónimo que existe en la
biblioteca de este real palacio, titulado «Fiestas de los indios al demonio en
días determinados» (l), en el que se dejó un hueco en blanco para figurar el
ídolo o las ceremonias de su culto, si bien así se hizo en unas hojas y en
otras no, pero quedando en todas escrito la fecha del día en que se celebraban,
y en donde aparece lo que se les tributaba por los que morían borrachos; así
como que los jóvenes llevaban en procesión a los que inspiraban la lujuria; y
hasta lo que hacían estos espíritus malignos para dar ser a unos murciélagos
que salían de su potencia seminal, murciélagos que los dioses enviaban a picar
a ciertas diosas, sin duda cuando estaban de broma, y cuyos pormenores no
continuará refiriéndolos, por cierto merecido pudor. Y su autor debió
extenderlos casi en los mismos días de la conquista, que así lo colijo de
cierto apuntamiento que he encontrado en una de sus páginas (2).
Pues en Cuba se le hubo de tener en igual
adoración, ya se le llamase Babujal, ya tuviera la figura del lagarto, por lo
que escribió sobre esto un cubano ilustrado (3), y por lo que agregó de los
misteriosos y tradicionales jigües, que yo propio he comprobado en el río del
Bayamo como ya dejo referido, al afrontar un día el célebre charco de Ana
Luisa, que según las propias tradiciones, también peinaba allí al sol su rubia
y dorada cabellera. ¿Pero con qué instrumentos fue desbastada, esculpida y
representada esta figura? ¿Cómo pudo darle este dibujo tan acabado en sus
detalles, la mano del sencillo siboney, que sólo encendía el fuego con la
fricción de unos palitos y no tenía más hierro que las puntas que le ofrecía el
sílex o pedernal? Pues este era el arte que tenía el pueblo que saludó a Colon
en Cuba. Es preciso por lo tanto negar, que este indio pudo desbastarlo y
esculpirlo. Y si se quiere que su forma terrorífica represente por sus pies de
lagarto al Babujal o Buyo cuyo influjo era tan temido en aquel continente y más
entre los naturales de Cuba y Santo Domingo, preciso será afirmar que vino de
afuera, tal vez de Yucatán o Méjico, en donde como hemos visto era tan popular
su culto.
El Sr. Poey (D. Andrés) haciéndose cargo de
esta misma figura en su ya citado escrito, encuentra muy dificultoso concebir
el destino de este ídolo, a no suponer que fuese un hacha. Pero esto a mi no me
lo parece, pues como dejo dicho, lo tengo por una representación simbólica y
animal, aunque no se rastreen las formas de su primitivo cuerpo, desbastado ya
por el amolamiento de su último destino. Poey admira conmigo su perfección
artística con estas palabras que aquí copio: «Cuantos rasgos, dice, se ven de
un lado, se representan exactamente del otro, y son de una ejecución tan
admirable que me inclino a creer que debieron trabajarse en molde, y me fundo
para ello: lro, en que las medidas de ambos lados son exactamente iguales,
pareciendo imposible que pudieran haberse logrado así a ojo ni con ayuda de
compás; 2do, en que todas las figuras de ambos lados están ejecutadas en alto
relieve; y 3ro, en que los contornos de las figuras tienen una suavidad
perfecta.» Pues esto mismo confirma más mi opinión de que esta manifestación es
de un arte y de una civilización anterior á los últimos indígenas de Cuba, o
que este objeto vino de afuera, en donde con el cobre al menos se pudieran
ejecutar semejantes dibujos, toda vez que la América ofrece la particularidad
sobre Europa, que en la primera procedió su uso al bronce, mediante cierto
procedimiento con que lo endurecían, sin duda por los muchos criaderos del
cobre nativo que allí se encuentran y de cuyas explotaciones se ven todavía los
más marcados vestigios.
Notas
(l) Manuscrito anónimo. Un tomo
en 4to, pasta - Sala 2da, estante M.
(2) Esta apuntación dice: “En
este año entró el Marqués en la tierra en fin del año que fue de 1521 a de Agosto, día de San Hipólito." Como
se nota, no se acordaba de la fecha, el que hizo el apunte, pero sí del santo,
con lo que se prueba la atmósfera religiosa de aquella época.
(3) El Sr. D. Antonio Bachiller
Morales, haciéndose cargo allá en pesados años en uno de los números de El Faro
Industrial, periódico de aquella capital, del Babujal o espíritu malo que en
forma de lagarto muy grande y grueso tenían los antillanos, cuya voz, decía,
era un vocablo familiar aún en Bayamo, hablaba de esta tradición cubana y así
se expresaba: "La tradición de los antiguos siboneyes nos ha sido
trasmitida por los restos que aún se conservan de ellos en la parte oriental, y
aún en la central de la isla hemos visto que tenían la creencia en el poder
misterioso de los enanos o jigües; también se encontraba entre ellas la
profundísima del poder del espíritu malo, a quien llamaban Bullo en todas las
Antillas. Difícilmente podemos encontrar la etimología de estos nombres; pero
en esto creemos encontrar una nueva prueba de la procedencia de los siboneyes
de la parte del continente meridional de América, de donde vino la población,
después que la mar formó el archipiélago de las Antillas.
“Estudios arqueológicos”, Revista de España, vol. 20, 1871, pp. 217-18.
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