Dolores Labarcena
Ahí
tienes el Baikal y los montes Sayanes. ¿Dónde? Eso pensaría usted, querido
lector, yo le pediría que hiciera un esfuerzo. La poesía, (y ya el tema tela
marinera) es eso, un viaje donde por descuido, en un tour de force por
tomar el last minute, o vuelo barato hacia cualquier parte del
globo, se deja en el taxi la máquina fotográfica y queda exclusivamente el ojo.
Grosso error para turistas y curiosos sin imaginación, pero no para poetas.
No
creo que la Szymborska, poeta polaca que vive en Cracovia, y vivió en Cracovia
el horror de la ocupación nazi, haya usado su juventud para andar de mochilera
por el mundo. Su poesía: bestiecilla irónica, un tanto fisgona y desnuda de
alambicamientos, salta por la página en blanco como de rama en rama. No a la
manera de un mono, sino como una ardilla capaz de roer la madera y los alambres
más finos y de excavar profundas galerías en suelos blandos.
El
poeta es topógrafo y la poesía, terreno a medir. No está en esos lugares
apacibles donde se apoya la cabeza, no, más bien en los tugurios de la mente.
Se forma en la medida en que se estimule el olfato y se aguce conscientemente
el oído.
Lezama,
escritor cubano, uno de los más grandes del barroco en Hispanoamérica, nunca
estuvo en Francia, y se conocía París al dedillo; su París, el de las prosas de
Baudelaire, el de Mallarmé y los libros por correspondencia. Otra cosa sería
hablar de su coetáneo Piñera (ente casi etéreo), quien supo aprovechar el autoexilio,
no en los campos de Siberia, sino en la Argentina de Borges, pero en la banda
de Gombrowicz. Lleno de carencias, (y no precisamente de pluma y papel kraft)
afiló su garra prosística y le sacó lascas al asunto. Sus obras, atalayas para
recrearse, llevan consigo el sarcasmo de la crónica negra elevada al absurdo.
En sus versos -y léase “La Gran Puta”-, pululan ratas, auras y
mariposas habaneras que merodean el vertedero de la historia ¿Todo lugar no
tiene sus excrecencias y su cafetín barato? Piñera frecuentando el Rex, en la
avenida Corrientes, donde traduce al polaco mientras los contertulios juegan
ajedrez o miran las musarañas.
Siempre
fuera de foco, el poeta es un desterrado de sí mismo, nómada
inconforme con el paisaje que ve.
Un Bárbaro en Asia es un hacha para los asiáticos, sin embargo, los Meidosems, esos serecillos hilitos de baba o materia elástica que Michaux catapultó al puesto de imberbes, ¿de qué pueblo son? Podemos dar un viajecito a la India y luego visitar por sendas rocosas, inhóspitas, a los monjes del Tíbet, pero no con ello avivar el genio de la creación. El genio escoge escrupulosamente a sus discípulos; sabe prescindir.
Déjame libre y te regalaré el mundo, ¿no es acaso un pañuelo? Marina Tsvietáieva, poeta rusa que se colgó hasta matarse, no lo hizo en Francia, país en el que vegetó durante catorce años, sino al regreso, (nadie es profeta en su tierra) donde por dolor, o por horror, escribió su prosa y poesía sagaz, dura como hueso de foca. "Oh, Rus, caballo impenitente".
Para Brodsky el exilio fue el resultante de una condena por paria, vago social. ¡Dios mío! En versos de juventud escribía: "No quiero escoger país ni camposanto, iré a morir a la isla Vasilievski". Cuán apartado de la realidad. Brodsky, lobo estepario en la jungla de Occidente, recicló a los clásicos haciendo alarde de medidas, con Virgilio más del pie que de la mano (“Mira cómo entras y de quién te fías. No te engañe la anchura de la entrada…”). Falleció en Nueva York luego de trotar medio mundo. Good bye, Rusia.
Lo relevante querido lector, no es el lugar, sino la memoria. La inspiración es un gong que suena a su modo.
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