martes, 12 de julio de 2011

Catauro de perversiones






 Pedro Marqués de Armas


 El siguiente catauro de perversiones sexuales, del que mostramos algunos fragmentos, fue escrito por el médico cubano Matías Duque Perdomo, como parte de su libro La prostitución: sus causas, sus males, su higiene, publicado en La Habana en 1914.
 Aunque el tándem degeneración/perversión había sido desarrollado por otros galenos de la isla –Gustavo López, Luis Montané, por ejemplo-, hasta la fecha las perversiones como tal no habían sido recogidas con semejante intención pedagógica, o divulgativa, como si se tratara de un capítulo dirigido a estudiantes de medicina y, sobre todo, a una población siempre por educar.
 Director del Servicio de Higiene Especial, primer Secretario de Sanidad y Beneficencia, y luego Representante a la Cámara, Duque encarna la figura del médico político cuya gestión conecta de modo recio los afanes prevencionistas con la intervención directa por parte del Estado.
 Justifica el haber tratado las perversiones “porque representan una causa indirecta de la prostitución: los sentimientos relajados de esos seres coadyuvan con las otras causas, y la favorecen.” Pero, más que identificar factores propiamente sociales, está en juego aquí, en este folleto, la erección de un cuerpo legal y normativo que iría desde el problema de la prostitución y sus derivas, al control en general de estamentos considerados peligrosos. 
 Un paso que implica a la vez trabajo de limpieza en términos de organización eugénica (prostitución/familia/descendencia) y el diseño de experimentos concretos, como el tratamiento del cáncer, en el cual este médico intentaría enfrascarse mediante la inoculación de tejido canceroso a prisioneros.
 De hecho, en 1928 solicitó la autorización  del Presidente de la República para que los condenados a muerte, “bajo consentimiento”, fueran utilizados “en beneficio de la humanidad” inoculándoseles tumores cancerígenos, a fin de efectuar en ellos, a posteriori, intervenciones quirúrgicas. Si dichos reos curaban, entonces cumplirían solamente diez años de prisión, al cabo de los cuales se les devolvería la libertad.
 Habría que decir, además, que el propio Duque se hizo inocular, falleciendo de cáncer pocos años después.
 El par degeneración/perversión llevaba implícito desde su emergencia el crimen de Estado. Pues la eugenesia que se aplaude sin recato en todas partes tuvo en el experimentalismo, y particularmente en la efusión quirúrgica, una de sus consecuencias.
 Curiosamente, todavía el horror de discursos y prácticas como las desarrolladas por este médico ex-coronel del Ejército Libertador y autor de libros de moralización para “niños y adultos”, es soslayado por buena parte de la historiografía médica cubana.






    Perversión de los sentidos genésicos

  Tanto en el hombre como en la mujer, la perversión de los sentidos genésicos es profunda; las aberraciones más incomprensibles, por lo que tienen de diabólico y de repugnante, se encuentran en alarmante proporción. Por supuesto que esa perversión radica en la función anormal del cerebro humano. Los que se dedican a buscar y a obtener el placer por medios tan antinaturales inspiran a prima facie, repugnancia y asco.  Pero, estudiados a la clara luz de la ciencia, inspiran profunda lástima porque se descubre en ellos al pobre loco, degenerado en su razón y degenerado en sus sentidos genésicos, del mismo modo que son locos degenerados los que tienen pervertido el gusto y comen excremento humano o de animales, los que huelen por esencia exquisita y agradable los olores más nauseabundos, los que sienten placer inmenso en los ruidos más desenfrenados. Estos pervertidos en sus sentidos, son locos; locos son también los anteriores, y la humanidad que razona cuerdamente debe sentir piedad de estos desgraciados.


     El onanismo

    El onanismo en el sexo masculino, y en algunos casos en el sexo femenino, se practica en la edad adolescente y en la juventud, en la mayoría de los casos, por falta de compañero o de la compañera para practicar el coito (...)

 Hay onanistas que en el transcurso de tres o cuatro horas, se masturban cuatro o cinco veces.  Existe todavía otro tipo de onanista: se le encuentra en los teatros, concurriendo siempre a entrada general, apostado detrás de los palcos, extasiándose en la contemplación de hermosas mujeres (...) y allí mismo, detrás de aquellos palcos, con el pene agarrado al través del bolsillo del pantalón, se masturban...”

    Parece que no es solamente la contemplación del sexo opuesto lo que provoca en ellos el deseo; necesitan de otros incentivos que ayuden a despertar la lujuria: el olor a esencia, la multitud que los rodea y que les impone, los apretones y rozamientos con las demás personas, el bullicio, la intensidad de la luz que les permite la contemplación de muchas mujeres, parece que son las causas que ayudan a llevar a la actividad sus órganos sexuales.
   
 También se encuentra a los onanistas en los museos de pintura y de escultura, contemplando las bellezas femeninas que el genio humano ha llevado al mármol o al lienzo... Hay onanistas de éstos que se excitan con cualquier pintura o con cualquier escultura; otros tienen sus órdenes de pinturas y esculturas predilectas, y otros entregan todo su amor y toda su enferma imaginación a una sola, escogida entre el montón enorme de tantas divinidades pintadas o esculpidas.
   
  Los onanistas son por lo general de apariencia seria, un tanto melancólicos, de mirada vaga, solitarios; rechazan el trato íntimo con las personas y no les agrada recibir más visitas que aquellas que sean susceptibles de provocar su lujuria, aunque éstos sean hombres, pues éstos a veces provocan, sin saberlo, el deseo de los masturbadores.


     La pederastia

   Este vicio, esta degeneración, esta perversión sexual es practicada por algunos hombres, y se dividen en activa y pasiva.  Esta se distingue en que los caracteres del sexo masculino se borran durante la infancia o fueron borrados durante su vida intra-uterina. En estos seres, cuando empiezan su vida infantil, cuando empiezan a marcarse los caracteres físicos y psíquicos del sexo, se nota en ellos, que la voz no se hace fuerte; sus gritos son atiplados, son timoratos; las formas de su cuerpo son curvilíneas; no son musculosos y tienen marcada tendencia por los juegos y los vestidos de las niñas. Se avergüenzan de todo, se ruborizan fácilmente; sus modales son más femeninos que masculinos, aumentando este parecido por el deseo que ellos tienen de parecerse al sexo femenino. Estos podrían llamarse pederastas pasivos congénitos.

 [Duque señala otras causas de pederastia pasiva]: …la vida disipada y disoluta de un libertinaje desenfrenado, el alcoholismo, ciertos desequilibrios mentales, la reunión de grandes grupos de hombres jóvenes y solteros [...], en las cárceles, en los presidios, en los colegios y en los ejércitos, esta perversión se desarrolla con cierta facilidad, aunque no en proporción grande...

 Otros [pederastas pasivos] en nada descubren su perversión sexual: son perfectos caballeros en las apariencias; su voz, su energía de carácter, sus modales y sus trajes, denuncian el hombre. Ellos buscan a su compañero de una manera especial, bien por medio de agentes que se los proporciona o bien intimando con jóvenes o con hombres de vigor extraordinario y de moral dudosa, y, en la intimidad, descubren sus aficiones y se entregan a ellos.
   
  Hay pederastas pasivos que no toleran la insinuación de ningún hombre, que no se entregarían por nada a otro hombre, y que en cambio usan ciertos aparatos de madera, de marfil o adquieren penes voluminosos de goma dura que se introducen en el recto, instrumento al cual le imprimen un movimiento lento de ascenso y de descenso, hasta provocar la eyaculación. Velas de esperma, palillos de timbales, de billar, piezas de marfil, han sido extraidos por los cirujanos del recto de esos onanistas de la pederastía pasiva.

 (…) Este tipo de aberración tiene diferentes escalas en la vida, y se encuentra a estos degenerados, los más depravados, en los lupanares, sirviendo de criados a las meretrices y aprovechando ese medio para la busca de sus marchantes y de sus amantes, que también los tienen, aunque parezca mentira.

 (…) Se hacen regir por una matrona, que hace las veces de dueña de casa, viviendo exactamente igual que si fueran mujeres meretrices. Usan vestidos interiores y exteriores iguales a los de las mujeres, e imitan el período menstrual hasta el punto de rechazar, en esos días, al amante y a los pederastas activos (…) simulan embarazos, abortos y hasta partos, después de los cuales se les ve andar con muñecos que cuidan con aparente amor maternal.
   
 [En relación a los pederastas activos, Duque los considera] tan indecentes y corrompidos, degradados y degenerados como los pasivos,  e igualmente locos.  En ambos la moral y el instinto están profundamente alterados, y ambos tipos se revuelcan igualmente en el inmundo cieno de lo asqueroso y repugnante.
   
  ¡Cuidado con la erección genésica promovida e inspirada por un hombre a otro hombre! El pederasta activo que desprecia a las mujeres, a quien éstas nada dicen y nada significan para él, es un ser que contradice la naturaleza y se burla del instinto de conservación de la especie.

 Al pederasta activo de oficio se le encuentra en primer término en los lupanares, en busca del pederasta pasivo; se le encuentra en los parques, en los paseos públicos, en los teatros, persiguiendo niños adolescentes a quienes pervertir para hacerlos suyos más tarde, y se le ve husmear tras de viejos licenciosos y corrompidos, a quienes supone pederastas pasivos.
   
 El pederasta activo no parece en ningún caso serlo de nacimiento, sino que se forma a virtud de ardentísimos sentimientos genésicos. En las escuelas, en los colegios, en las universidades, en los centros obreros, en los cuarteles, en las cárceles y en los presidios se forman, y al dejar estos centros, una proporción demasiado grande continúa con el vicio que cierta necesidad le obligó a adquirir, y no tocan jamás a ninguna mujer.  Otros, al salir de esos centros, se regeneran y entran en su normalidad genésica.

 [Según Duque, hay] ciertos hombres, muy raros por supuesto, que al mismo tiempo que son pederastas pasivos, gustan de la mujer, y son pederastas activos. [Y añade que hay hombres que] no son pederastas activos ni pasivos, y que sólo tienen relaciones con mujeres, pero que necesitan para la erección y la eyaculación, el que la mujer le practique ciertas maniobras con los dedos o con algún pequeño instrumento apropiado en el ano y en el recto, para poder experimentar el deseo [mientras otros] necesitan como paso previo para el coito el que un hombre introduzca su pene erecto en el recto de ellos, para que después que ese pederasta activo haya terminado el coito, él lo pueda verificar con la mujer. Ese es el único medio con que esos infelices logran la erección.


   Los cunilingüe

  Se conoce con este nombre a los hombres y a las mujeres que provocan y excitan los deseos genésicos llevándolos hasta la eyaculación, colocando su boca en los órganos genitales de los seres que demandan de ellos esta práctica.

 Aunque práctica sucia y asquerosa, aunque práctica de una higiene deleznable, hay que confesar que de las perversiones de los sentidos genésicos, ésta es la menos depravada y la que menos degrada al ser humano.


   Sodomitas

 Se conoce con este nombre a aquellas personas del sexo masculino y femenino que provocan la excitación del sentido genésico por medio de las caricias de animales determinados (...)
   
 Nadie podrá negar que esta degradación sexual no sea, como las anteriores, el producto de una imaginación dislocada, de una razón torcida, de una deformación de las funciones del cerebro y del sistema nervioso.
   
 (…) No se libran, aunque sea en pequeño número, ni las bajas, ni las medias, ni las altas clases sociales.  En todas ellas, y hasta entre familias de costumbres públicas intachables, morigeradas y esclavas de su deber, se entregan en el interior de sus habitaciones, en la intimidad de su vida personal, a prácticas que, si degeneran la función genésica, producen también la degeneración de la especie humana.

   

Fragmentos del Capítulo VIII de La prostitución: sus causas, sus males, su higiene. La Habana: Imprenta y Papeleria de Rambla, Bouza y Cia, 1914, pp. 182-204




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