domingo, 19 de octubre de 2025

Juana la Loca

 


  Pedro Marqués de Armas 

 De que la historia da color a los delirios e incluso los modela, da cuenta el caso de Juana la Loca, uno de los más célebres del archivo Mazorra. Era de Santiago de Cuba, donde nació en 1892, madre de diez hijos, cinco de ellos ya muertos cuando fue internada a sus treinta y siete años. La suya era una locura patriótica que comenzó a aquejarla de muy joven, en Guantánamo, donde se buscaba la vida vendiendo tamales. Juana Rodríguez Heredia, su verdadero nombre, por un tiempo Juana la Tamalera y, finalmente, Juana la Loca.

 En algún momento le dio por hablar con las estatuas de Martí, bien para celebrarlo o para incriminarlo, al tiempo que se proponía continuar la obra de los Maceo. Al menos, así la presentó el doctor Antonio Esperón ante una junta médica celebrada en 1931. Estas serían sus señas: “Mestiza, de constitución pícnica y contacto expansivo, tiende a la logorrea. Viste de blanco impoluto: chaleco, camisón, faldas, medias, una faja azul a la cintura y una capucha en la cabeza, todo estampado de estrellas blancas. Lleva consigo banderitas cubanas que agita con frenesí, sobre todo cuando se dispone a dar sus discursos”.

 Según Esperón, había llegado a La Habana en 1926 cuando, alentada por sus ardores patrióticos, se agregó en Oriente a un tren excursionista con motivo de la proclamación del Sr. Presidente de la República, General Gerardo Machado. Confundida entre la multitud y entreverada, según Esperón, entre tantos ardientes patriotas, se inmiscuyó en todos los festejos para hacer resaltar su indumentaria, llena de enseñas patrias y de colgajos alegóricos. Con ella había traído a su hijo menor, lo que, en cierto modo, enmascaraba también su locura.

 Concluidos los homenajes y festejos, no regresó a Oriente recalando en una posada de la calle Aponte. Solía dejar a su hijo con el encargado de la pensión, personándose cada tarde ante la estatua del Apóstol en el Parque Central, para su consabida arenga, en la cual se excedía lo mismo en elogios que en vituperios, pasando de unos a otros sin solución de continuidad. Por demás, cantaba, bailaba, y ponía una lata para que le echaran monedas.

 El veterano doctor Esperón, mambí él mismo, ahora con tres décadas de ejercicio de loquero, destacó ante la junta médica el afán de simbolismo de Juana la Loca, calificando su trastorno de “delirio de grandeza tipo patriótico”. Para el médico, tales delusiones absorbían por entero su pensamiento y su afectividad, si bien con momentos en que el delirio “se eclipsaba" pudiendo reparar en su hijo al que llamaba Ángel Custodio.

 De acuerdo con Esperón, lo que la movía cada tarde ante la estatua de Martí eran las alucinaciones auditivas, toda vez que lo que sostenía con él era un diálogo en el que el Apóstol la convidaba, como ella quería, a continuar la obra de los Maceo y de Máximo Gómez. Cuando la arenga se extendía demasiado, el Apóstol la invitaba a orar por sus hijos y le recordaba que también él tenía que descansar por muy de mármol que pareciera.  

 En poco tiempo toda La Habana la conocía. Como sus arrebatos iban a más, en 1929 la policía la condujo a la Casa de Socorros y de ahí fue trasladada a la Sala de Observación de Enajenados del Hospital Calixto García.

 Siempre según Esperón, su orientación y memoria estaban intactas, recordaba fechas y lugares y los variados incidentes de su vida, pero su pensamiento y afectividad habían sido invadidos. Así que padecía, dijo y se quedó tan ancho, de un “delirio de grandeza alucinatorio crónico progresivo” que, como no había dado muestras de agudización en los dos años que llevaba en Mazorra, descartaba que se tratase de una Parálisis General, es decir, de una manifestación de la sífilis cerebral. Si así fuera, expresó, “no presentaría un aspecto tan lúcido y casi podríamos decir que un estado físico saludable, como el que posee esta enferma, cuyos delirios simbólicos la motivan a trazar escritos y dibujos originales”.

 Lástima que estos últimos no se hayan conservado, que Esperón no se animara a reproducirlos. Por suerte, nos queda su fotografía en la que aparece toda embanderada, como si, ciertamente, su delirio y de la patria se hubieran fundido en un mismo plano o nivel. 



Esperón, el decano

 

  Pedro Marqués de Armas

  

 Ejerció en el Hospital de Dementes de Mazorra por más de cuarenta años. No solo eso, vivió allí casi todo ese tiempo, en el área destinada al personal sanitario. El doctor Antonio Esperón y Rouli formó parte de esa subespecie de “generales y doctores” que fue la de coroneles y alienistas, entre los que figuraron Lucas Álvarez Cerice, Agustín Cruz y Américo Feria, entre otros, con Mazorra como centro de operaciones.

 Esperón nació en Jovellanos en 1859. Realizó sus estudios de medicina en la Universidad de Barcelona, donde fue alumno José de Letamendi, graduándose hacia 1882. Antes de la guerra del 95 ejercería por unos años en su pueblo natal. Una vez iniciada esta se exilia en Estados Unidos, sumándose en Jacksonville a la expedición del vapor Three Friends, organizada por el comandante Enrique Collazo, y que desembarcaría por Varadero el 17 de marzo de 1896, fecha de su incorporación al Ejército Libertador. En breve ocupa el puesto de Jefe de Sanidad de la Segunda División del Cuarto Cuerpo, alcanzando el grado de Teniente Coronel. 

 El 1 de enero de 1899 fue designado médico de Mazorra junto a otro doctor de la guerra, el también matancero Lucas Álvarez Cerice, nombrado director. Otro mambí, igualmente de Matanzas, se suma a la nómina: José Vega Lamar. Esperón ocupó la segunda sección de la Clínica de Varones, atendiendo los departamentos de convalecientes y tranquilos, enfermedades intercurrentes y enfermedades infecciosas. En una temprana memoria dio cuenta del hacinamiento y de las malas condiciones de vida. 

 Por muchos años impartió clases de anatomía en la Escuela de Enfermería de Mazorra. Desde 1905 integró la Junta Local de Sanidad de Santiago de las Vegas. Fue miembro fundador de la Sociedad Cubana de Psiquiatría y Neurología, establecida el 20 de abril de 1911. Entre 1918 y 1921 realizó varios viajes de formación a los Estados Unidos. En marzo de 1926 se sumó a las labores de Sociedad Cubana de Neurología y Psiquiatría, reeditada tras años de dispersión. Entonces estaba al frente del departamento de enajenados procesados. A partir de 1929 este pabellón llevaría su nombre. 

 Aunque publicó algunos trabajos, entre los que cabe destacar "Los niños alienados y los epilépticos de Mazorra" (II Conferencia Nacional de Beneficencia y Corrección,1904, Imprenta y Librería La Moderna Poesía), fue predominantemente ágrafo. En su juventud trató de patentar un producto para las neuralgias a base de un extracto de escoba amarga. 

 En 1934 recibió un homenaje en calidad de decano por sus labores en Mazorra. En 1938 fue condecorado “por sus grandes servicios durante décadas atendiendo a los orates”. Como se ha dicho, ejerció por más de cuarenta años, pues todavía en 1945 estaba en activo. Desde de 1930 ejerció paralelamente en el sanatorio Esperón-Baralt, situado en la Quinta Cardona, en Calabazar. 




sábado, 18 de octubre de 2025

Retrato de la Srta. Isabel Walker

 



Revista de Psiquiatría y Neurología, T.2, núms. 4-6, octubre-diciembre de 1930. 


domingo, 12 de octubre de 2025

sábado, 11 de octubre de 2025

Walker

 

No pasa mes sin que se inaugure una nueva obra de las que formaban el programa constructivo del Honorable Presidente de la República. 

I. Detalle de la fachada del pabellón "Isabel Walker". 

II. El patio del hermoso pabellón. 

III. Otro aspecto del mismo patio. 

IV. Vista general del citado pabellón, orgullo de ese hospital de Mazorra que era, hasta hace pocos años, motivo de vergüenza.