HOTEL TELÉGRAFO
Historia, sociedad, poesía. Notas y documentos.
sábado, 5 de julio de 2025
La revista blanca
jueves, 3 de julio de 2025
Poesías de Luz Gay
Carnestolendas
"La musa del dolor", que siempre lleva
el ay! pendiente del jadeante labio,
la que tiene la frente pensativa
y el rostro por las penas demacrado;
"La musa del dolor" que sepultada vive
en un cementerio subterráneo,
llorando por las plácidas venturas
perdidas en las brumas del pasado;
"La musa del dolor" que el Mal destino
envuelve en sus crespones enlutados,
a la que por sus versos dolorosos
"la musa del dolor" denominaron;
Se disfraza alegre, de festiva,
de traviesa inquietud si es necesario,
que al mundo le repugnan los espectros
y le entretienen los enmascarados.
Después de la fiesta
Queden las galas otra vez guardadas:
el cinturón de plata, el blanco traje,
el chal sedoso de nevado encaje
y los ramos de flores perfumadas.
Ya pasaron las horas agitadas
en que el asedio del pesar distraje,
regresando las galas sin ultraje
y de suaves aromas impregnadas.
Pero tú, terco corazón, persistes
en conservarte indiferente y frío;
como has ido al sarao, así volvistes,
y siempre melancólico y sombrío
sigues soñando con fantasmas tristes
y latiendo ¡infeliz! en el vacío.
Enero, 1896.
A mi amigo Juan de Dios Peza
Para la tumba de Ernesto Peza
(Méjico)
Toma la débil flor que te dedica
la musa blanca del país cubano;
pálida, triste, sin follaje vano,
pero en aromas de pureza rica.
Para muertos cual tú ¿que significa
en la flor bella del jardín lozano
el brillo frágil del matiz galano?
¿qué la hermosura del color implica?
Yo, que se bien lo que lo eterno vale,
busqué una flor que en tu sepulcro exhale
lo que el tiempo no estruja ni consume;
lo que la brisa a las alturas lleva
y hasta los tronos del Señor eleva:
la fragante pureza del perfume!
1894.
Consulta ministerial
A……
Huérfana, triste, sin paterno abrigo
sin encontrar piadosos corazones
donde puedan hallar mis aflicciones
el redentor consuelo que mendigo,
por el erial de mi sendero sigo
enterrando mis muertas ambiciones,
y dejo que mis bellas ilusiones
se las lleve el pretérito consigo.
Más como por mi mal, me causa miedo
la soledad terrible en que me quedo,
a vos, ministro que la luz reparte,
elevo mi consulta ansiosamente
para saber si puedo dignamente
hallar asilo en el jardín del Arte.
Mayo, 1894.
Tomado de Poesías de Luz Gay; prólogo de Dulce María
Borrero, Imprenta y Papelería de Rambla, Bouza y Ca., 1921.
lunes, 23 de junio de 2025
Los errantes
De Jean Lorrain
I
Sombríos exasperados,
bebedores de ilusiones, cazadores extenuados de quimeras enervantes, ¿a dónde
corréis así, hijos malditos por vuestras madres, con esos negros coágulos de
sangre en vuestros harapos?
II
Y en la sombría
estepa, presa de las visiones, la banda de los proscritos de trazos
patibularios, responde, designando los cielos crepusculares: marchamos hacia
allá abajo, hacia los postreros rayos solares!
III
¿Y hacia dónde
corréis vosotras, pálidas vírgenes moribundas, fijando un sueño ausente de
vuestros ojos agrandados; y vosotras, vosotras que parecéis sombras
sepulcrales, mujeres de pies sangrantes y de mamas agotadas?
IV
¿Hacia dónde corréis en banda a la caída del día, sobre esta
tierra inculta y estas hierbas mustias? Y el tropel mudo y triste responde en
sordo coro: ¡Ay, ay!... Nosotras vamos hacia el amor, hacia el amor para el que
nacimos, y que, sin embargo, no conocemos todavía!
V
Sobre sus pasos,
medio ocultos en la sombra de los cálicen los hábitos, con los dedos del pie
desnudos, con los ojos ardientes bajo la cogulla oscura, la plegaria en los
labios, sobre el ritmo pesado y áspero de la marcha al suplicio, avanza un
tropel de monjes flagelantes.
VI
-Vosotros, que en el
sufrimiento habéis puesto vuestro goce, que despreciáis? el amor y condenáis
los cálices de las flores, los besos de las mujeres y los senos blancos!
VII
¿Qué hacéis en la
derrota humana, monjes que desdeñáis el vino, la carne y el oro? Sobre el paso
de los proscritos, y entre el aire tibio todavía del desfile amoroso de las
mujeres; junto a los flotantes mechones de aulagas, batidos cruelmente por el
viento del Norte, ¿qué hace vuestro odio? ¿Qué hacéis vosotros mismos, tan
lejos de vuestras celdas?
VIII
... Y los monjes, alejándose en el frío crepúsculo,
exclamaron con voz llena: Nosotros vamos marchando hacia la muerte!
IX
En mitad de las filas, tres mujeres llevan un crucifijo de plata velado de negro, y cada una agita en la sombra un incensario, y cada una desgrana místicas palabras...
X
Tal desfila el cortejo... Yo le veo aún moverse, y
serpentear largo tiempo, muy largo tiempo, entre las hierbas locas. Y no hay
una sola aureola sobre esas frentes descarnadas! ¡El Cristo de plata no derrama
una sola claridad sobre la interminable noche de LOS ERRANTES!
Traducción de José Manuel Poveda
El Pensil, 15 de octubre 1909.
Una de sus primeras traducciones. Poveda decidió convertir las diez estrofas del poema de Lorrain, en una prosa poética dividida en diez partes. He aquí el poema:
LES ERRANTS
« Sombres Exaspérés, Buveurs d'illusions,
« Chasseurs exténués d'énervantes chimères,
« Où
courez-vous ainsi, fils maudits par vos mères,
« Avec de noirs caillots de sang sur vos haillons? »
Et dans la morne steppe, en proie aux Visions,
La bande des proscrits aux traits patibulaires
Répondit, désignant les cieux crépusculaires :
« Xous
allons tout là-bas, vers les derniers rayons !
— Où
courez-vous ainsi, pâles vierges meurtries,
« Fixant un
rêve absent de vos yeux agrandis,
« Et vous,
vous qui semblez des cadavres verdis,
« Femmes
aux pieds saignants, aux mamelles taries,
« Où courez-vous en bande à la chute du jour
« l'ar cette lande inculte et ces herbes flétries ¡ »
Et le
troupeau muet des femmes amaigries
Me
répondit en chœur : « Nous allons vers l’Amour! »
Sur
leurs pas, engloutis dans l'ombre des calices
Et des
frocs, orteils nus, avec des yeux ardents
Sous la
cagoule obscure et la prière aux dents,
Sur le
rythme àpre et lourd des marches aux supplices,
S'avançait
un troupeau de moines flagellants :
» Vous
qui dans la souffrance avez mis vos délices,
« Qui
méprisez l'Amour et damnez les calices
« Des
fleurs et les baisers des femmes aux seins blancs !
« Que faites-vous ici dans la déroute humaine,
« Moines qui dédaignez le vin, la chair et l'or,
« Sur les pas des proscrits et dans lair tiède encor
« Du
passage amoureux des femmes, votre haine?
« Dans
les touffes d'ajones battus du vent du Nord.
« Que
faites-vous ici, loin de votre cellule? »
Et les
moines debout dans le froid crépuscule
Répondirent en chœur : « Nous allons vers la Mort.»
Au
milieu de leurs rangs trois femmes en étoles
Portaient
un crucifix d'argent voilé de noir,
Et
chacune agitait dans l'ombre un encensoir
Et
chacune égrenait de mystiques paroles.
Leur
cortège passa : Je le vis se mouvoir
Et
serpenter longtemps parmi les herbes folles,
Mais
leurs fronts décharnés n'avaient pas d'auréoles
Et leur Christ
argenté n'éclairait pas le soir !
L'Ombre Ardente, Poésies, Paris, 1897, pp. 27-29.
domingo, 22 de junio de 2025
Un crimen desconocido: relato de un bebedor de éter
Jean Lorrain
A Antonio de La Gandara
Tenga cuidado, señor, con la cosa inmunda
que se pasea de noche
El Rey David
-Lo que puede suceder en un cuarto de hotel
una noche de martes de carnaval, créanme, ¡supera todo lo que la imaginación
puede inventar de horrible! -Y, habiendo llenado su vaso de chartreuse, un vaso
grande de soda, de Romer lo vaciaba de un trago y comenzaba:
"Fue hace dos años, en lo más fuerte de
mi desequilibrio nervioso. Yo estaba curado de la eteromanía, pero no de los
fenómenos mórbidos que engendra: problemas en el oído, problemas en la vista,
angustias nocturnas y pesadillas. El solfanol y el bromuro habían aplacado los
trastornos físicos, pero las angustias persistían. Persistían sobre todo en el
departamento en el que había vivido con ella tanto tiempo, rue Saint-Guillaume,
frente al río, y en el que su presencia parecía haber impregnado las paredes y
las alfombras de no sé qué deletéreo hechizo: en cualquier otra parte mi sueño
era regular y mis noches calmas. En cambio, apenas atravesado el umbral de ese
departamento, el turbio despecho de los antiguos días corrompía la atmósfera
alrededor de mí; terrores sin razón me helaban la sangre y me asfixiaban a cada
paso. Sombras bizarras se amontonaban con hostilidad en los ángulos, pliegues
equívocos se formaban en las cortinas repentinamente animadas de una vida
espantosa y sin nombre. La noche era especialmente abominable. Un ente de
horror y misterio vivía conmigo en ese departamento, un ente invisible, pero
que yo intuía agazapado en la sombra, acechándome; una forma hostil de la que,
por momentos, podía sentir el aliento sobre mi rostro, y casi a mi lado su
innombrable roce. Les aseguro que era una sensación espeluznante, y si me fuera
dado revivir esa pesadilla, creo que preferiría... pero sigamos.
"Así llegué a ya no poder dormir en mi
departamento, incluso a no poder vivir en él. Teniendo todavía un año de
alquiler, me decidí a alojarme en un hotel. No pude permanecer en el mismo
sitio; dejé el Continental por el Hotel del Louvre, y este por otros aún más
ínfimos, devorado por una inquietante manía de locomoción y de cambio.
"¡Cómo, después de ocho días en el Terminus, en medio de todo el confort deseable, me induje a descender a ese mediocre hotel de la rue d'Amsterdam, Hotel de Normandía, de Brest o de Rouen, como se llaman todos en torno de la estación Saint-Lazare!
"¿Era el movimiento incesante de las
llegadas y partidas lo que me había seducido más que ninguna otra cosa?... No
sabría decirlo. Mi habitación, una vasta habitación iluminada por dos ventanas
y situada en el segundo piso, daba sobre el patio de llegada de la place du
Havre. Yo estaba instalado desde hacía tres días, desde el sábado de carnaval,
y me sentía muy bien.
"Era, repito, un hotel de tercera
categoría, pero de apariencia honesta, hotel de viajeros y de provincianos,
menos desorientados en la vecindad de su estación que en el centro de la ciudad
un hotel burgués, vacío de un día para otro y sin embargo siempre completo.
"Por lo demás, me importaban poco los
rostros que encontraba en la escalera y en los pasillos. Eran la menor de mis
preocupaciones y sin embargo, al entrar en la recepción ese día hacia las seis
de la tarde, en busca de la llave (cenaba en el centro y volvía a cambiarme) no
pude dejar de mirar más curiosamente de lo debido a dos viajeros que allí se
encontraban.
"Recién llegaban. Una valija de viaje en
cuero negro se encontraba a sus pies y, frente a la oficina del gerente,
discutían el precio de las habitaciones.
"-Es por una noche -decía el mayor de
ellos, que parecía además el de más edad, cualquier habitación que fuere estará
bien.
"-¿De una cama o de dos? -preguntaba el
gerente.
"-¡Ah, por lo que dormiremos! Apenas nos vamos a acostar. Venimos
al baile de disfraces.
"-De dos camas -intervenía el más joven.
"-Bien, una habitación de dos camas. ¿Hay
alguna disponible, Eugène? -y el gerente interpelaba a uno de los empleados que
recién llegaba. Después de ponerse de acuerdo con él, continuó:
"-Lleva a los caballeros a la 13, en el
segundo piso. Estarán muy bien allí, la habitación es grande. ¿Los señores
suben? -Y, tras un signo negativo de los viajeros: ¿Los señores comen? Tenemos
cocina.
"-No, cenaremos afuera -respondió el más
grande-. Volveremos hacia las once a vestirnos. Que suban la valija.
"-¿Fuego en la habitación? -preguntó el
empleado.
"-Sí, fuego a las once. -Ya habían girado
los talones.
"Me di cuenta entonces de que había
permanecido allí boquiabierto, con el candelero encendido en la mano,
observándolos. Enrojecí como un niño sorprendido en falta y subí rápidamente a
mi habitación; el empleado estaba haciendo las camas de la habitación contigua.
Se había dado la 13 a los recién llegados y yo ocupaba la 12. Nuestras
habitaciones estaban pegadas, y eso no dejaba de intrigarme.
"Volví a la oficina del gerente, y no pude dejar de preguntarle quiénes eran los vecinos que me había dado.
"-¿Los dos hombres con la valija? -me
respondió. Dejaron sus fichas, vea! -Y leí rápidamente, de un golpe de vista:
Henri Desnovels, treinta y dos años, y Edmond Chalegrin, veintiséis años,
residencia Versalles, ambos carniceros.
"Para ser jóvenes carniceros, eran bien
elegantes de aspecto y de vestimenta, mis vecinos de habitación, a pesar de sus
sombreros de hongo y sus gabanes de viaje; el mayor me había parecido
cuidadosamente enguantado y con un aire especial de altura y aristocracia en
toda su persona. Por otra parte, había cierto parecido entre ellos. Los mismos
ojos azules, de un azul profundo casi negro, muy rasgados y de largas pestañas;
los mismos largos bigotes rojizos subrayando el perfil contrariado; pero el de
más edad, mucho más pálido que el otro, con algo muy vago de ahíto y de
aburrido.
"Al cabo de una hora dejé de pensar en
ellos. Era martes de carnaval y las calles brillaban, llenas de máscaras. Volví
a medianoche. Subía mi habitación. Ya a medias desvestido, iba a acostarme
cuando una voz en la habitación contigua. Eran mis carniceros que volvían.
"¿Por qué la curiosidad, que ya me había
mordido en la oficina del gerente, volvía irrazonada, imperiosamente? Contra mi
voluntad, no pude dejar de prestar atención.
"-Entonces no quieres disfrazarte, no
vienes al baile -sonaba la voz del mayor-. ¿Y para eso nos molestamos en
viajar? ¿Qué tienes? ¿Estás enfermo? -Y mientras el otro permanecía en
silencio: ¿Estás ebrio?
"Entonces la voz del otro respondía,
empastada y doliente: "-Es tu culpa. ¿Por qué me has dejado beber? Siempre
termino mal cuando bebo ese vino.
"-¡Bueno, ya está bien! Acuéstate
-tronaba la voz estridente. -Ten tu pijama. -Escuché el ruido del cierre de la
valija que se abría.
"-Y tú, ¿no vas al baile? -se arrastraba
la voz del borracho. "-¡Grato placer el de andar por la calle solo,
disfrazado! Voy a acostarme yo también.
"Lo oí zurrar rabiosamente su colchón y
su almohada, luego oí cómo las ropas caían a través de la habitación: los
hombres se desvestían. Yo escuchaba anhelante, descalzo, junto a la puerta de
comunicación; la voz del más adulto cortaba nuevamente el silencio: "¡Qué
lástima, con tan bellos disfraces! -Y se oía un roce de telas y satines.
"Acerqué el ojo a la cerradura, pero la
vela encendida me impedía hacer oscuridad y distinguir algo en la pieza vecina.
Al apagarla, pude ver la cama del más joven, ubicada exactamente frente a mi
puerta. Él estaba junto a ella, echado en una silla, sin moverse,
extraordinariamente pálido y con ojos extraviados, la cabeza deslizada del
respaldo de la silla y colgando sobre la almohada. Su sombrero estaba en el
suelo; el chaleco, desabotonado; su camisa, entreabierta, sin corbata; tenía la
apariencia de quien sufre asfixia. El otro, a quien sólo percibí luego de un
esfuerzo, daba vueltas en ropa interior alrededor de la mesa repleta de telas
claras y satines bordados.
"-¡Mierda! Al menos quiero probármelo -tronó sin preocuparse de su compañero y, parándose derecho frente al armario, esbelto, elegante y musculoso, se puso un largo dominó verde con muceta de terciopelo negro, cuyo efecto era a la vez tan horrible y tan bizarro que debí contener un grito, de tanto que me afectó.
"Ya no lo reconocí, agigantado como
estaba con esa funda de seda verde que lo hacía todavía más flaco y el rostro
oculto tras una máscara metálica bajo la capucha de terciopelo negro. Ya no era
un ser humano quien estaba allí, sino la cosa inmunda y sin nombre, la cosa de
espanto, cuya presencia invisible envenenaba mis noches en la rue
Saint-Guillaume, que ahora había tomado contornos visibles y vivía en la
realidad.
"El borracho, desde la esquina de su
cama, había seguido la metamorfosis con mirada extraviada; un temblor se había
apoderado de él y, con las rodillas chocando de terror y los dientes apretados,
había juntado las manos en un gesto de plegaria, estremeciéndose de pies a
cabeza. La forma verde, espectral y lenta, giró en silencio hacia el centro de
la habitación, a la luz de dos velas encendidas, y bajo su máscara sentí sus
ojos terriblemente atentos. Acabó por ponerse justo frente al otro con los
brazos cruzados sobre el pecho, intercambió con él una inenarrable y cómplice
mirada, bajo la máscara. Entonces el más joven, enloquecido, se derrumbó de su
silla, se echó sobre el parqué y, buscando estrechar el disfraz entre sus
brazos, hundió su cabeza entre los pliegues, balbuceando palabras
ininteligibles, la es puma saliéndole de los labios, con los ojos revueltos.
"¿Qué misterio podía haber entre esos dos
hombres, qué irreparable pasado habían evocado, a los ojos del loco, ese
vestido de espectro y esa máscara helada? ¡Esa palidez y esas manos tendidas,
como de torturado, tirando extáticas de los pliegues desenvueltos de un vestido
de larva! ¡Escena de aquelarre en el ambiente trivial de una habitación
amueblada! Y mientras el ebrio desfallecía, con la desesperación de un largo
grito estrangulado en su boca abierta, la forma se alejaba dando un paso atrás,
arrastrando en su movimiento la hipnosis del desgraciado tendido a sus pies.
"¿Cuántas horas, cuántos minutos dura ya
esta escena? La vampiresa se detiene. (1) Apoya su mano sobre el corazón del
hombre tendido a sus pies y luego, tomándolo entre brazos, lo sienta otra vez
en la silla pegada a la cama. El hombre queda allí sin movimiento, la boca
abierta, los ojos cerrados, la cabeza torcida; la forma verde entonces vuelve
sobre la valija. ¿Qué busca allí, con ardor febril, a la luz de uno de los
candeleros de la chimenea? Encuentra algo; aunque ya no la veo, la escucho
mover frascos, y un olor conocido, un olor que me sube al cerebro y me embriaga
y me enerva, se expande en la habitación: olor a éter. La forma verde
reaparece. Se dirige a pasos lentos, siempre silenciosa, hacia el hombre
desmayado. ¿Qué lleva con tanto cuidado entre sus manos?... ¡Horror, es una
máscara de vidrio, una máscara hermética sin ojos y sin boca, llena hasta los
bordes de éter, de veneno líquido! Entonces vuelve sobre el otro sin defensa,
allí ofrecido, inanimado, le aplica la máscara sobre el rostro, la asegura
firmemente con un pañuelo rojo, y una risa parece sacudirle las espaldas bajo
en capucha de terciopelo negro.
“-Tú sí que no hablarás más -creí escucharle
murmurar."
“El carnicero entonces se quita el disfraz. Da
vueltas otra vez en ropa interior a lo largo de la habitación, ya sin su
espantosa ves menta. Vuelve a su atuendo de ciudad, se pone su gabán, sus
guantes de piel de clubman y, con el sombrero puesto, ordena cosas en silencio,
quizás un poco afiebradamente. Con los dos disfraces de mascarada y sus frascos
ya en la valija de empuñadura niquelada, prende un habano, toma la valija, el
paraguas, abre la puerta y sale... Y yo no he dado ni un grito, no he hecho sonar
la campanilla, he llamado al timbre".
-Has soñado, como siempre -dijo Jacquels a de
Romer.
-Sí, soñé tan bien que hay todavía hoy en
Villejuif, en el asilo psiquiátrico, un eterómano incurable, del que nunca se
supo la identidad. Consulta si quieres el registro del hospital: encontrado el
10 de marzo, en el hotel de... rue d'Amsterdam, nacionalidad francesa, edad
presunta veintiséis años, presunto nombre Edmond Chalegrin.
"Un crime inconnu. Récit d'un buveur
d'éther", publicado originalmente en Sensations et souvenirs, París,
Charpentier et Fasquelle, 1895; luego en Histoires de masques, París,
Ollendorff, 1900. Tomado de Antología del decadentismo. Perversión,
neurastenia y anarquía en Francia; selección, traducción y prólogo de
Claudio Iglesias. Buenos Aires, Caja Negra editora, 2015. (1) Goule:
demonio femenino folclórico que ataca a los viajeros, los degüella y bebe su
sangre, sin equivalente exacto en castellano. [N. del T.)
sábado, 21 de junio de 2025
Los jueces estériles
José Manuel Poveda
Con inquietante frecuencia oigo
pedir críticos, y precisamente a críticos, sin duda porque estos mismos no
ignoran que en Cuba no tenemos crítica. (Con inquietante frecuencia oigo pedir
de todo, y a todos, seguramente porque cada uno sabe que en Cuba carecemos de
todo). Cierto optimismo muy dulce, y no menos dulce que ligero, al punto que se
percata de las necesidades, no vacila en acudir, para remediarlas, a la
propaganda. Nosotros lo resolvemos todo por medio de la propaganda. Estamos muy
hechos a la política casera, y le atribuimos mucha trascendencia a la asamblea
de barrio. Solemos decretar, en un comité, la creación del derecho, la
agricultura, la novela, el teatro y la poesía nacionales. Es extraño que no
exista todavía una comisión "Por la crítica cubana." Lo cierto es que
si consideráramos cada problema en toda su importancia, mediríamos mejor los
obstáculos, y nos daríamos cuenta de que la obra es más difícil y el esfuerzo
debe ser, en cada caso, mucho más largo y más rudo. En este problema de la
crítica, en este asunto de la desoladora carencia de escritores que consagren,
profesionalmente, sus actividades, a formar los gustos del público, controlar
la atención del público, dirigir a los sub-productores de arte y explicar las
diferentes aspiraciones artísticas; en este asunto de la crítica, os digo, los
dos primeros obstáculos con que vamos a tropezar, deben, por sí solos, destruir
todo entusiasmo y resolvernos a no organizar ninguna pueril propaganda. Esos
obstáculos consisten, y he de decirlo con la viril sequedad que me es grata, en
que no hay arte ni hay público. Perdonad la frase bien ruda y amarga, tan ruda
y tan amarga por ser demasiado cierta. Ya en uno de mis artículos del Heraldo
de Cuba, yo repetí, con motivo del nacionalismo, lo que ya antes había
dicho en EL FÍGARO con motivo del modernismo: "esta"
generación no ha encontrado nada hecho, nada "organizado." El ayer
gimió largamente, sin palabras, bajo la dominación española, y estaba
aprendiendo a leer y escribir cuando resolvió sacrificarse por la libertad. Eso
es sublime, pero no es más que "eso". Luego, no hemos tenido sino
ensayos, individualidades mediocres, tanteos aislados, aficiones, esperanzas,
gérmenes. Los mejores se malograron, su obra quedó incompleta, su enseñanza no
dejó discípulos: Mitjans, la Cruz, Martí, Casal. Nuestras figuras más notables
de hoy carecen de autoridad, de popularidad; el mercado librero cubano, muy
considerable, no cuenta en absoluto con los productores nacionales. No existe
un público que se preocupe, en grado alguno, de las pequeñas cuestiones
literarias del país, y respecto de las altas cuestiones estéticas, que se
preocupe de las de ningún país. Profunda, lógica y tercamente ignorante en esa materia,
nuestro público desdeña muy en especial lo que atañe a la patria, y a fe que en
esto no le falta juicio. Servíos colocar un crítico temperamental, un verdadero
y severo crítico, en este ambiente; colgadlo entre esos dos vacíos. Y decidme
premiosamente, con honradez, si creéis que puede subsistir. Decidme si tendrá
elementos de vida, razón de ser y objeto, frente a una producción literaria
anodina, que consiste en croniquerías banales, versos retrasados, ninguna
novela, ninguna obra histórica y Calibán rex del infatigable señor
Ramos. Decidme si tendrá motivo para existir y una misión que cumplir, frente a
un público que no se cuida de arte ni de orientaciones artísticas, sobre el
cual no llegaría a ganar ascendencia porque comenzaría por no ganar lectores.
Aquí se practica algo parecido a la crítica. Aquí hay varios críticos. Ojalá
que alguno de éstos supiera cuál es su esfera de influencia, cuál es el público
que le rinde acatamiento, cuál es el que, para formar juicio de las
cosas, no se pasa sin él. Infortunadamente, yo estoy cierto de que todos
carecen de ese público, y también estoy cierto de que no hay nada que ahonde
tanto el problema como esa certidumbre. Pero no venimos a asustarnos de la
verdad, sino a saberla; como tampoco a sonreír del mal, sino a curarlo. Un
genuino artista, consagrado honestamente a su arte, no suele tener muchas
prisas, ni grandes vanidades. No es capaz de utilizar la crítica para hacer
creer que hay arte. Le gusta abordar positivamente a las realidades; nunca se
satisface con fingirse a sí mismo que ha llegado, mediante un gesto elegante o
una frase presuntuosa. Si nos será imposible hacer crítica mientras no hagamos
arte y público, deberemos empezar por esas tremendas faenas preliminares. Todos
los llamamientos no podrán ir, entretanto, más allá de nuestra actual pseudo
crítica. El estéril ministerio ha de ser, en ese lapso de tiempo, doblemente
estéril. Cuando no estorbe el paso a los novadores, ejercerá pequeñas funciones
de policía, frente a la poetambre. Servirá de antemural a las consagraciones
falsas, que temen ser derribadas del sitial que detentan. Protegerá muchos
despechos y ocultará muchas impotencias. Será escabel subrepticio de hueras
reputaciones, y escudo de intereses creados, tímidos nombres hechos y frágiles
órdenes de cosas. Y todo esto sin que pueda dar nada, porque no tendrá de dónde
tomarlo. Así, hasta el momento en que nosotros la dignifiquemos. A los
creadores, a los artistas recientes toca que la dignifiquemos. Un día tendremos
literatura, y nosotros la habremos creado. Un día habrá quienes lean, porque
habrán encontrado qué leer, y nosotros lo habremos escrito. Ese día los jueces
estériles no serán más fecundos, pero serán ricos de nuestra riqueza. Tendrán
entonces las orientaciones que nosotros les habremos dado; podrán formular
cuerpos de doctrina con los elementos de que nosotros les habremos provisto. Si
se deciden a emprender las interpretaciones creadoras, teoría Wilde, podrán
disponer de nuestras propias fuentes de belleza. Cuando excomulguen,
disciplinen, censuren, lo harán en nuestro nombre, y apoyados en nuestra obra,
contra los que no nos hayan comprendido y aceptado, y contra los que, muy
legítimamente, aspiren a realizar una labor distinta. Es el proceso tan
sabido, el auténtico papel de la crítica, y su trascendencia, en todos los
tiempos. E insisto en que, a la hora actual, nada de eso es posible. Entre las
realizaciones que dependen de la juventud novadora de hoy, esa es la que
necesita más largo plazo. Pero respondemos, respondo yo personalmente, de que
sonará la hora de la crítica, como ya ha sonado la hora del poema, como ha de
sonar oportunamente la hora de cada género. Y respondemos de que toda otra cosa
que surja, mientras tanto, podrá ser parrafada muy ceremoniosa, reclamo muy
vibrante, efigie muy pulida para que la propaguen los diarios, pero todavía no
será la Crítica.
El Fígaro, 14 de junio 1914. Imagen: La Ínsula Barataria, Rafael Blanco.