miércoles, 18 de diciembre de 2019

Federico Milanés


    
  José Lezama Lima


 Todos ustedes han oído hablar de José Jacinto Milanés, pero éste tuvo también un hermano de mucha sensibilidad, Federico Milanés; sin embargo, hace un gesto poético que lo lleva en parte a renunciar a la poesía: se dedica veinte años a cuidar a su hermano, mantiene a su familia, porque también la poesía no es medir palabras sobre un papel, la poesía es algo que existe sobre el mundo. Y no escribe poesía, pero la hace.
 En este tipo de sacrificio poético, hay tantos ejemplos gloriosos. Yo recuerdo uno que me parece muy significativo, el caso de un emperador chino, cuya esposa tenía la enajenación de que tenía que oír rasgar constantemente piezas de seda, porque si no prorrumpía en grandes alaridos, y era destruida por la crisis de las tinieblas de la locura. Solamente el ruido de la seda al desgarrarse la calmaba. Y ese emperador extremadamente refinado por la caridad y la bondad, renunció al trono y sentó al pie de la que había sido su emperatriz, y se pasaba el día entero rasgando piezas de seda para evitarle la locura a su esposa.
 Pero, como ustedes saben, el pueblo chino es un pueblo maravilloso, de un gran esplendor poético, y muy pronto se dio cuenta de quién era este hombre, y lo volvió a colocar en el trono. Entonces, en homenaje a su pueblo que lo reverenciaba y que lo comprendía en la raíz de su poesía, hizo construir fabulosos palacios subterráneos para dar fiestas nocturnas con su pueblo en pleno día.
 Escribió Federico Milanés una sátira contra los vicios de la sociedad cubana, el baile, los juegos, pero tiene una poesía muy bella. Es lo que yo les decía de los poetas menores: si él hubiera escrito con frecuencia poesías como “Aniversario”, hubiera sido un poeta excelente, porque este poema –“Aniversario”- es uno de los hermosos poemas del romanticismo, es un poema en el cual él recuerda un aniversario de la muerte de su hermano José Jacinto, y en verdad que expresa sentimientos delicadísimos de un verdadero poeta.  

 ANIVERSARIO

 Ya vuelven otra vez las tardes de oro
del templado noviembre. — Ya en la playa,
mas encrespado el mar y más sonoro,
tiende más bello su sonante raya.

Límpido el aire está. — La onda riela
bajo el azul del trópico luciente,
y más veloz por el espacio vuela
la nube nacarada y trasparente.

Dilatada la luz del horizonte
se tiñe de carmín, y allá a lo lejos,
hundido el sol a medias tras del monte
se corona de espléndidos reflejos.

Suelto va el río y fuente cristalina:
la palma noble su cerviz cimbrea,
guarnécese de flores la colina,
y el techo labrador plácido humea.

Ya el soplo de los nortes bulliciosos
vivaz discurre sobre loma y llano:
ya vuelve a Cuba ¡oh Dios! El tiempo hermoso. —
¡el tiempo hermoso en que murió mi hermano!

Ay! no pensé que entonces contemplara
mi pobre hogar sin claridad ninguna,
ni que en la tumba fraternal llorara
bajo la luz de solitaria luna.

Señor, alto señor, tú lo quisiste!
tú que con sombras cubres el buen día,
tú que al santo deber lágrimas diste,
tú que en el suelo abrevias la alegría.

Mi hermano la sintió pura y celeste
cuando noviembre, rico de colores,
antes que en lecho funeral se acueste,
una tarde le dio llena de flores.

El contempló la atmósfera radiante,
él la campiña verde y halagüeña,
él la ola azul, de espumas deslumbrante,
hirviendo al pie de la robusta peña.

El sonrió a los rayos vespertinos
que luces de oro y rosa armonizaban,
él escuchó los inocentes trinos
que los aires purísimos llenaban.

Y halló el camino como roja cinta
que serpentea por la verde alfombra,
y entre arboledas la graciosa quinta
con su pórtico blanco entre la sombra.

El vio en el mar la deslizante nave
agitando sus sueltas banderolas,
y oyó a lo lejos el concierto grave
con que ensalzan a Dios las altas olas.

El vio sombras y luces que imprimían
gratos vislumbres a las ramas bellas,
y oyó el suave rumor que éstas hacían
al blando beso de la brisa en ellas.

¡Oh tarde de la vida, que esplendente
encubriste la fúnebre alborada!
¡oh víspera de noche sonriente
que a Dios volviste un alma desterrada!

Yo te bendigo en mi dolor profundo,
pues aunque a solas me dejó llorando,
el alma aquella se alejó del mundo
solo en cosas risueñas cavilando.

Yo te bendigo, sí, porque colijo
que el alma aquella pudo por consuelo
hender la tumba con el rostro fijo
en la serena majestad del cielo.

Adurmióse su espíritu al sonoro
arrullo de la mar, y la sonrisa
de aquella suave luz de rosa y oro
que vino envuelta en la alhagante brisa,

Y en Dios pensó, cuando amorosa y bella
Venus en occidente aparecía,
y el alma suya, cual la blanca estrella,
daba un adiós al moribundo día.

¡Oh espíritu inmortal que en noche oscura
ya la celeste atmosfera surcaba!
¡Oh mártir de candor y de ternura,
que su postrer sonrisa nos dejaba!

Ay! cuando vuelvo en la estación hermosa
a encontrarme sin tí callado y 'triste,
como en la tarde de color de rosa
que en tu serena tumba te dormiste,

Si al eco de tu adiós mi llanto crece,
él a mi soledad deja esplendores, —
como en la negra ruina el viento mece,
cuando se pone el sol, fragantes flores. —

Adiós por siempre! De más luz vestida
tu alma, ansiosa de bien, se encuentra ahora.
Adiós al resto inquieto de la vida!
Adiós al rayo de la nueva aurora!

Adiós al astro puro que brillando
en el zenit, sobre la mar riela!
y al movimiento de las ondas blando!
y al airoso batel que boga y vuela!

¡Adiós al disco de oro que se pierde
en el extenso y cárdeno horizonte!  
Adiós al mucho azul y macho verde
que enlazan cielo y mar y valle y monte!

Adiós por siempre a cuanto amó! Profundo
y casto adorador de un bien sereno!
Alma divina que jimio en el mundo
peregrinando en pos de lo que es bueno!

Adiós al libro que, sincero amigo,
le dio solaz en la tranquila casa!
Adiós también al pálido mendigo
que por la calle sollozando pasa!

¡Adiós al gran llover de noche oscura
que en abrigado hogar suena propicio!
Adiós al pobre niño sin ventura
que se sienta a llorar en cada quicio!

Adiós a la mujer, visión radiosa,
que cruza rauda en el crujiente coche!
Adiós a la infeliz que gime ansiosa
cuando en su hambriento hogar entra la noche!

Adiós a todos! Porque el alma aquella
que con sueños de amor no más gozara,
en una tarde de noviembre bella
quiso Dios que en el cielo despertara.

Yo lo bendigo ¡Porque fue divina
piedad, para aquel hombre, a su funérea
fosa bajar, al pie de la colina,
llena la mente de la lumbre etérea.

Lumbre que vio brillar con embeleso
cuando en un tiempo de gozar, lejano,
guardó en el alma un pudoroso beso
por no empañar lo puro de una mano.

Blanda luz celestial ¡ay! que halagaba
en otros años su ardorosa frente,
cuando el San Juan bajo sus pies miraba
apoyado de codos en el puente.

Luz serena también que, en noche grave,
mientras la tempestad alta rugía,
junto al timón de contrastada nave
ver esperó cuando brillase el día!

                           FEDERICO MILANES
                           Noviembre de 1864.


“Conferencia sobre ‘otros románticos’”, Fascinación de la memoria, Letras Cubanas, 1993, p. 143-44; Álbum de Milanés, 1881, Matanzas, pp. 20-24.  

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