martes, 17 de diciembre de 2019

El secreto de Milanés



  Salvador Salazar y Roig


 Como las modas, como las costumbres, como las escuelas literarias, la crítica evoluciona. Una observación poco aguda haría creer que en la apreciación exacta de los valores artísticos, el crítico debe substraerse a la influencia del medio, y colocándose en un plano ideal, más allá del espacio y del tiempo, fijar, de un modo absoluto, el mérito relativo de la creación estética. Pensar así es el error de los que pretenden juzgar las producciones literarias de una época pretérita a la luz de los cánones nuevos. Hay algo de permanente, de esencial, de inmanente en la obra de arte que se sobrepone a los cambios de gusto, es cierto; y eso es lo absoluto infinitesimal que cada una de ellas puede reivindicar. Pero sobre ese pequeño sedimento de belleza inmortal, hay una serie de atributos externos que responden a la particular ideología que cada época y cada lugar determinan en el artista. Hay una crítica clásica, como una crítica romántica. El crítico de hoy, psicólogo, científico, filósofo y esteta, no puede confundirse con el que juzgaba según los cánones de Boileau, o el que, al examinar la obra artística, pensaba como los hombres de 1830. Pero si ha de ser en su apreciación probo, leal y exacto, debe, como el historiador de la filosofía, colocarse idealmente en el momento histórico y en el lugar donde floreció la obra que juzga, saturarse de sus errores y de sus grandezas; lograr, por un esfuerzo supremo de adaptación mental, vivir las mismas horas angustiosas que el artista en el instante supremo de su alumbramiento. 
 José Jacinto Milanés, el bardo infortunado, a quien señala Menéndez y Pelayo un sitio de honor entre los seis grandes poetas cubanos, demasiado sencillo, muchas veces infantil, tierno e ingenuo, podría parecer, examinado a luz de la crítica moderna, un poeta vulgar, excesivamente humano, en estos tiempos en que parece predominar la deshumanización del arte, para usar un expresivo título de Ortega Gasset. Pero colocado en la época en que el mundo entero hervía con la fiebre romántica, situado en su medio social, y comprendido en su peculiar fisonomía moral, adquiere un aspecto nuevo; y sin esos elementos de apreciación, la crítica histórica se vería perpleja a la hora de explicar el instante culminante de su vida, y por ende, de su producción artística; lo que, por llamarlo de alguna manera, hemos denominado el secreto de Milanés.
 Su caso es bastante sorprendente en un país en que, salvo gloriosas excepciones (Heredia, la más saliente), los poetas se sobreviven. Un día de 1837, estimulado por aquel gran Mecenas literario que se llamó don Domingo del Monte, publica Milanés, en el periódico Aguinaldo Habanero, las desiguales estrofas de "La Madrugada." El aura de la popularidad baña a poco su frente, el mundo literario lo proclama, produce durante poco más de un lustro, y en 1843, en pleno apogeo de creación artística, sin haber arribado aún a la plenitud de los 30, su mente infeliz se sumerge en las nieblas crepusculares de una insania naciente. Diríase, en nuestra vida literaria, una de esas brillantes exhalaciones que aparecen fugitivas en nuestros cielos estivales, un momento brillan con deslumbradora claridad en el diáfano zafiro de nuestros firmamentos tropicales, y se pierden luego en la noche infinita...
 Para explicar esta súbita locura, la historia literaria habla de una "enfermedad espiritual." ¿Cuál fue su origen, qué síntomas tuvo, cuál fue su desenlace? El simple examen de su labor artística no nos daría jamás la clave. El poeta era demasiado tímido, reservado, humilde para llevar a su producción, como aquel gran ególatra, lleno de soberbia y de personalidad, que escribiera la "Última Lamentación," el secreto intimo que nubló su pensamiento, destrozó su corazón e hizo de su vida una lenta agonía que duró más de veinte años.
 Dos cartas íntimas, publicadas en 1916, por el laborioso bibliógrafo matancero, don José Augusto Escoto, (1) explicaron el suceso con una historia de amor. Una de ellas, de cierta vaguedad en los detalles, era de Federico Milanés, hermano y editor del poeta; la otra, mucho más expresiva (al fin era de mujer), fue escrita por una pariente próxima que guardó, por modestia, el secreto de su nombre. Pero ambas, con levantar el velo sobre ciertos hechos, no dicen, no pueden decir, los hondos combates interiores; la lenta, terrible incubación, en un cielo sin nubes, de una tempestad eléctrica; ese abominable, misterioso trabajo de zapa que en el subsuelo de la conciencia humana realizan implacablemente los terribles roedores del remordimiento, el amor sin esperanza y los deseos que nunca se consiguen. Porque, en definitiva, aunque complicada con algunos otros elementos físicos y morales, el caso Milanés no es otra cosa que un caso de locura de amor. Para un hombre de 11)30 esto es algo inexplicable y ridículo; para la generación de cien años atrás, la de Fígaro, la de Werther, la de Anthony, es la historia de un suceso vulgar.

 En Matanzas, la soñadora y poética ciudad cubana, tendida sobre un valle y mecida por dos ríos, nació José Jacinto Milanés. Nació en una vieja casona del tipo criollo, cuya tradición se va perdiendo, por desgracia, merced a estas construcciones que hacemos ahora, bajas de techo, pequeñas de planta, propias para climas helados en plena tierra tropical. Amplia y espaciosa, con alas de habitaciones a ambos lados, rodeada de ancho colgadizo de techo inclinado para defenderse de la fuerte luz solar, sostenido por airosas columnas de la madera de nuestros bosques, que ya son también una lejana tradición. Allí el clásico zaguán, la sala espaciosa, la amplia saleta contigua, los patios a la andaluza, cuajados de plantas y de flores.
 ...En este escenario la imaginación gusta de crear un cuadro familiar de nuestro pasado, que tiene todo el prestigio de un óleo antiguo. Es en la hora del crepúsculo, cuando las sombras invaden el recinto perfumado de los. patios floridos; a lo lejos, las campanas de la catedral dicen, pausadas y graves, la plegaria del Ángelus. El patriarca de la familia, don Álvaro Milanés, rodeado de la esposa buena y sencilla, doña Rita de Fuentes, y de la prole harto numerosa para las modestas entradas de un sueldo exiguo, y algunos viejos esclavos que se mantienen como sirvientes por vieja devoción a los antiguos amos. Las cuentas del rosario van pasando lentamente entre las manos del padre, y todos rezan, fundidos en una sola fe y en un solo amor, que no es únicamente la devoción a Dios, sino, además, el fuerte lazo del parentesco, en aquella remota concepción de la disuelta familia cubana.
 En este ambiente, en este templo de austeridad y de virtud, en que el ahorro, la previsión, la diligencia y la conformidad suplían milagrosamente la falta de bienes materiales, se iba conformando el espíritu del cisne matancero. Las lecturas fragmentarias, irregulares, disímiles, pero todas dirigidas en el sentido sentimental y filantrópico de Juan Jacobo Rousseau y Bernardino de Saint Pierre, completaban la tarea de crear un temperamento reflexivo, tímido, contemplativo y melancólico. El paisaje idílico de Pablo y Virginia florecía perennemente ante los ojos de su imaginación, y Las reflexiones de un paseante solitario pudieron ser las propias suyas cuando andaba, soñador y errante, por su valle yumurino...
 Cuando tuvo la edad suficiente para comprender e incorporarse a la vida mental de su siglo, el mundo entero padecía la locura romántica. La revolución política que agitó la Francia de 1789, no fue nada comparable a esta revolución de las ideas. Hay en la primera un episodio, el de la noche del 4 de agosto, en que los nobles, abrazándose y llorando, renunciaban, con febril entusiasmo patriótico, a sus ancestrales privilegios feudales. Literariamente, la Europa tiene, en 1830, otro 4 de agosto; hay un delirio, una locura, un vértigo de redimir a los humildes, de exaltar a la pecadora, de amparar al expósito, de compadecer al delincuente, de derramar a manos llenas, sobre todas las heridas de la Humanidad doliente, el bálsamo restañador de la misericordia.
 Milanés, un espíritu pletórico de austeridad, ebrio del romanticismo bebido en la vida y en los libros, sentía la misión del arte como la de un supremo sacerdocio. El poeta era, para él, como un apóstol que tuviera en sus manos el don de hacer descender, sobre la humanidad atribulada, el reino de la paz y del amor. Así nació su afán docente, que fue el glorioso extravío de un corazón sencillo y generoso. Milanés no concibió jamás el arte por el arte: creyó que era el medio propicio de envolver con el ropaje de las bellas formas un pensamiento útil, una máxima filosófica o moral. De tal modo le obsedió su generoso error, que no ya en la colección de composiciones como "El ebrio," "La cárcel," "El hijo del rico," "La hija del pobre," "La ramera," etc., en que se dejó vencer por la manera un tanto socialista de Espronceda, sino en aquellas como "La madrugada," "De codos en el puente," "Bajo el mango," "El alba y la tarde," etc., consideradas como sus mejores esfuerzos líricos, como su más honda y sincera poesía, surge a cada instante la ilusión pedagógica, el criterio ético, tan arraigado en su alma como falso.
 Mil pruebas más, diseminadas en su epistolario, en sus artículos de costumbres El mirón cubano, en sus dramas y en el resto de su producción poética, podrían demostrar que el bardo matancero se formó un criterio moral de integridad absoluta, recto como una arista, que no admitía transacción alguna con la vida, ni compromiso con la felicidad que no fuera a base de una ética inflexible.
Él, que era frágil como un adolescente, inocente como un niño, se creyó capaz de domina el destino, de dirigir su vida por la senda de antemano trazada, pero bien pronto se convenció de que no somos dueños de nosotros mismos y que el destino manda. Dice su hermano Federico que sus primeras relaciones amorosas con una pariente, cuyo nombre silencia por discreción (fue la señorita Dolores Rodríguez y Valero, de la familia materna de don José de Armas y Cárdenas, el gran crítico cubano), (3) tuvieron por causa más que los estímulos de una verdadera pasión, un sentimiento de piedad, de simpatía compasiva. Desdeñada por un hombre a quien amaba, Milanés sintió tal compasión por la pobre muchacha, que poco a poco fue aficionándose a ella, y hasta creyó que la amaba verdaderamente. Tanto, que cuando la Srta. Rodríguez, temerosa quizás del fracaso anterior, se resistía a creerlo, lloraba su desdén en versos apasionados. De esta época y refiriéndose a su soledad espiritual, son las mejores estrofas de "La madrugada." Al fin, la constancia y acaso la gloria repentina del poeta ablandaron el alma de su "Lola"; y empezó un amor que, para la integridad moral de Milanés, no podía terminar sino en matrimonio. 
  El destino había dispuesto otra cosa. En casa del poeta, él, con sus trece hermanos y los seis hijos de sus tíos, don Simón de Ximeno y doña Isabel de Fuentes, que vivían al otro lado de la calle, formaban una tertulia juvenil, llena de regocijo y encantadora camaradería. Don Simón de Ximeno, de gran solvencia económica y elevada posición social, protegía generosamente a su sobrino. Con una recomendación suya pasó a la Habana, después de haber servido en su oficina, a ocupar un empleo en una casa de comercio; pero al surgir, en 1833, la epidemia del cólera, regresó a Matanzas y entró como secretario en la oficina del Camino de hierro matancero.
 Con más vagar económico, protegido y estimulado en el campo de las letras por Domingo del Monte, solicitado por las publicaciones literarias más famosas, su nombre se destacaba ya con la aureola del triunfo. En el grupo familiar su figura sobresalía. Su tía, que era una mujer de relativa cultura, charlaba largamente con él sobre cuestiones de letras; y todos escuchaban, como a un oráculo, la voz pausada, dulce, entusiasta e inspirada, que a veces recitaba, a veces discurría sobre los grandes poetas del pasado.
 Absorta, embebida, pendiente de sus labios, con sus bellos ojos de iluminada clavados en el poeta, una niña de catorce años aspiraba la delicada esencia de aquella alma sensible y pura, y no perdía una sílaba de su conversación florida y sugestionante: Cualquiera hubiera creído que esta adolescente, cuya alma se abría, como una crisálida próxima a metamorfosearse, al beso de la vida, se había enamorado de su primo el poeta. Acaso el propio Milanés pensó que Isabel Ximeno y Fuentes (4) le había rendido su corazón enamorado; porque olvidando sus antiguos amores, hizo de Isabel, o mejor Isa, apócope poético del nombre, la nueva musa de sus versos.
 Frente a este conflicto sentimental, convencido de que, a pesar de todos sus principios inflexibles de moral y de la palabra empeñada, no podía casarse con la primera novia, porque era juguete de una pasión avasalladora, el poeta cayó en cama con una fiebre altísima. Para la historia literaria han sido siempre hechos inexplicables que no quiso asistir al estreno, en la Habana, de su drama El Conde Alarcos y que no pudo verlo nunca luego sin una grave crisis nerviosa; pero hay que recordar que el asunto de su obra teatral es el viejo romance novelesco de Pedro de Riaño en que se narra la historia de un pobre caballero feudal que, por cumplir una palabra empeñada, ha de matar a la mujer que adora... 
 La situación, con ser tan trágica, no había llegado aún a la inesperada crisis. La sociedad matancera leía el 27 de noviembre de 1842 un soneto en que se advertía claramente su amor por Isa, y poco después el titulado "Amar y morir," que es aún más expresivo. Y, sin embargo, si Isa sintió algo por Milanés fue admiración, mudo respeto, veneración supersticiosa de un espíritu niño hacia un alma superior. Amor, ninguno. Ante aquel torrente desbordado, ante aquella ternura sin límites, contenida hasta entonces, que irrumpía violentamente, la niña retrocedió asustada. Hay que recordar que Milanés la superaba en quince años, uno más de los que tenía de nacida. 
 Sucedió algo peor. La familia de ella, rica, distinguida; el tío, que había sido su protector, consideraron una ingratitud y un atrevimiento este amor infinito; y al tierno calor de las tertulias vespertinas sucedió el despego, la frialdad, la ruptura; las casas vecinas, en lugar de los abiertos balcones, como brazos que se tienden, mostraron hoscas la huraña clausura de sus huecos, con el gesto airado de los ojos que se cierran...
 Su cerebro, conturbado por los conflictos de motivos que estudiamos antes; su corazón, herido en sus fibras más sensibles; su conciencia, atormentada por el torcedor del remordimiento; su inteligencia, atónita ante la inesperada repulsa de un alma que consideraba suya por derecho triple de ocupación, cultivo y conquista, se agitaron convulsamente y se produjo el derrumbamiento espiritual. Tras la negativa, la locura: una locura rara, casi intermitente, no bien diagnosticada todavía. Sus parientes, especialmente su hermana Carlota, que le consagró su juventud, su felicidad, y su vida, trataron de detenerlo en las fronteras del hórrido abismo. Le hicieron viajar por Europa y los Estados Unidos en busca de una luz para sus eternas tinieblas mentales; y ni el espectáculo supremo del Niágara, que inmortalizó a Heredia, le arrancó otra cosa que pobres versos, imperfectos y mediocres. 
 En un estado de absoluta idiotez regresó a Cuba. Sería curioso estudiar científicamente el caso de Milanés. A su vuelta publicó La Aurora de Matanzas una poesía "A Lola" (Dolores), la primera novia, que muestra como en aquella inteligencia conturbada seguía flotando el recuerdo de su gran conflicto sentimental. Todavía hubo otra ráfaga de su inteligencia en camino de extinguirse. Fue un dramático encuentro con Isa, a quien tendió los brazos suplicantes, y halló de nuevo la repulsa, en uno de sus melancólicos paseos, acompañado de su hermana, que era su enfermera, en las tardes serenas y poéticas de su bella Matanzas. Tras veinte años de muerte moral, el 14 de noviembre de 1863, halló, en la tumba, el último reposo. Ya estaban muy lejos las horas soñadoras y tranquilas de la vieja casona paterna, en la que, rodeando la figura venerable del patriarca, familiares y siervos rezaban el rosario, mientras el aire se impregnaba de perfumes y de las graves, sonoras armonías de las campanas de la catedral.

 Notas

 (1) Reseña histórica, crítica y bibliográfica de la literatura cubana. Editada por José Augusto Escoto. Matanzas, 1916. Tomo I, núm. 3, pág. 281 y sig.
 (2) Nació el 16 de agosto de 1814, de familia que, si había gozado en otro tiempo de buena: posición, había venido a menos, por lo que su niñez no fue muy abundante en bienandanzas materiales. Su hogar, en la calle matancera que hoy lleva su nombre, era un santuario de virtud. Gracias a la sobriedad con que vivían, podían subsistir, a pesar de lo numeroso de la prole, con el modesto sueldo que ganaba don Álvaro, el padre del poeta. Su educación se redujo asistir a la escuela primaria de don Ambrosio J. González, a algunas lecciones de humanidades y a los estudios que por sí mismo pudo hacer en los ratos escasos que le dejaban libre sus obligaciones en el escritorio de su tío, don Simón de Ximeno. En 1832 vino a la Habana a desempeñar un empleo semejante en una casa de comercio; pero regresó a su ciudad natal en 1833, cuando brotó en la Habana la primera epidemia del cólera. Establecido de nuevo en su empleo de casa de Ximeno, frecuentó la tertulia de don Domingo del Monte, un gran Mecenas de las letras en Cuba, recibiendo de él consejos, orientaciones y estímulos. En su rica biblioteca pudo ampliar su cultura clásica y conocer los grandes escritores de la Edad de Oro española, por los cuales, especialmente por Lope de Vega, sintió gran predilección. En esta época aparece por primera vez al público en la revista Aguinaldo Habanero con su composición La Madrugada (1837), que le dio en su tierra natal y fuera de ella un gran renombre. Al año siguiente, estimulado por Del Monte, escribió su drama romántico El Conde Alarcos, muy celebrado en la tertulia y muy aplaudido en su representación en la Habana. Nombrado Secretario de la Empresa del Ferrocarril matancero, tuvo mayor vagar económico y se dedicó, con más preferencia, por diponer de más tiempo, a sus aficiones literarias. De aquí a r8.¡.3, que empieza su locura, no cesó de producir obras teatrales, artículos de crítica, cuadros de costumbres y versos. Entre estos deben citarse; El beso, La madrugada, La fuga de la tórtola, De codos en el puente, Bajo el mango, A Lola, A orillas del mar, Su alma, etc. También otros de carácter romántico-social como El poeta envilecido, El mendigo, La ramera, La guajirita de Yurumí, La madre impura, El expósito, El ebrio, El bandido, La cárcel, La joven discreta, Larra, etc. Su producción dramática comprende El Conde Alarcos, Una intriga fraternal, El poeta en la corte, A buen hambre no hay pan duro, Ojo a la finca, y el fragmento Por la puentePor el río. Una colección de artículos de costumbres, bajo el título común de El mirón cubano, agrupó su hermano Federico en la edición completa de sus obras que publicó en 1846, y que hoy es muy rara.
(3)  Escoto, revista citada, pág. 287.
 (4) Doña Isabel de Ximeno y Fuentes nació en Matanzas en 1818. Fue muy bien educada y realizó en su juventud diversos viajes al extranjero. Tenía en su casa una excelente biblioteca y una rica colección de cuadros. —Contrajo matrimonio con D. Manuel Many y León, sobrino del Capitán General de la Isla de Cuba, don Nicolás Mahy, en 1862. Realizó su viaje de bodas por Europa y se estableció en Madrid. Cuando regresó a Cuba el gran poeta. Ventura de la Vega le dedicó una sentida composición. Residió en Matanzas hasta su muerte en 1897.

  Revista HispanaTomo 2, Núm. 1, Enero-Marzo 1929.

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