sábado, 21 de diciembre de 2019

Como surgieron las Excéntricas




 Bonificio Byrne 

 Hallándome un día del año 1893 en la redacción de El Correo de Matanzas, tropecé de manos a boca con Francisco Hermida, crítico teatral de La Discusión y el cual tenía en su diestra el espadero en lo que respecta a los componentes de la farándula y a juzgar, sus trabajos escénicos.
 Yo conocía a Hermida por sus escritos, desde que actuó como director de La Correspondencia en La Habana, recién llegado de España, en la que habíase hecho periodista.
 Saliendo de la redacción y sentándonos en la librería, cuyo dueño lo era también de El Correo de Matanzas, me dijo Hermida de pronto:
 —¿Qué hay de versos? —Poca cosa –le respondí. Pero le voy a enseñar una poesía que he titulado «Los Náufragos». Acerca de ella déme su opinión.
 Le leí los versos, y después de oírlos, me dijo Hermida:
 —¿Por qué no escribe usted treinta composiciones de esa misma índole?
 Con ella podía formar un volumen y publicarlo.
 —¿Qué título le pondría usted? —repuse.
 —Excéntricas –me contestó prontamente.
 —Reconocido por la sugerencia y por el título.
 Al día siguiente puse manos a la obra, haciendo el trabajo en unos cuartos altos que se hallaban al fondo del establecimiento La Emperatriz, cuyos propietarios, Manuel Serrat y José Russinyol, eran íntimos amigos míos. En esos altos nadie interrumpía mi labor. Nadie iba a molestarme. Y en ese lugar, escribí las poesías que integran el tomo, al que bauticé con el título que hubo de indicarme Francisco Hermida.
 Como consecuencia del esfuerzo a que sometí en esos días mi cerebro, me saltó una neurastenia que me dio muchísimo combate. Me enfermé de veras. Durante el día, como he dicho antes, escribía en La Emperatriz. Por la noche, en mi casa. Vivía yo entonces en la calle San Diego núm. 16, Pueblo Nuevo. Recuerdo que una vez, después de entregada al sueño mi familia, me puse a escribir mi composición titulada «El Diablo».
Una tras otra, las estrofas iban brotando de mi pluma, fáciles y espontáneas, ni más ni menos que si alguien me las fuera dictando, y yo no tuviese más trabajo que ir trazando los versos en el papel. Cuando acabé de escribir esta estrofa:
   El diablo es un gran músico. Inspirado,
   sólo toca de noche su violín:
   un violín diminuto y encarnado,
   que se encontró en las márgenes del Rhin.
 Miré en torno mío aterrorizado, como si detrás de mí hubiese alguna persona. Un escalofrío me recorrió la médula espinal y levantándome de pronto, me dirigí a mi habitación, caminando no de frente, sino de espaldas, señal esta del pánico que habíase apoderado de mí. Metíme en el lecho, costándome trabajo conciliar el sueño.
 Al día siguiente acabé la poesía comenzada, repuesto y avergonzado de mis pueriles temores. Aunque haya quien se ría de lo que voy a decir, confieso que llegué a figurarme, gracias a mi neurastenia, que era el diablo el autor de aquellos versos, que hicieron reír grandemente a mi colega y amigo Manuel de los Santos Carballo, el día en que se los di a conocer. ¿Por qué se reirá el autor de Voces en la noche de una poesía que mereció celebraciones y alabanzas de Rufino Blanco Fombona y de otros muchos escritores y literatos de fuste?
 Él no me lo dijo. Ni yo insistí entonces en averiguarlo. A mí me queda la satisfacción de no haberme reído jamás, después de haberle oído alguna de las bellas poesías con que me deleitaba el espíritu. La fe que animaba a Balzac, cuando su propia familia dudaba de sus aptitudes para sobresalir y vencer en el cultivo de un género tan difícil como la novela; el entusiasmo que le dominaba, en tanto que sus preceptores en el colegio y sus condiscípulos le hacían burla y se mofaban de él y de sus aspiraciones literarias; esa fe y ese entusiasmo debían tener algún parecido o semejanza con la confianza que yo experimentaba, cuando sometía una empresa poética y lograba darle cima, o cuando un Zoilo me salía al paso para sin razón censurarme.
  Las contrariedades eran para mí un acicate. La risa, un estímulo. La crítica, una exhortación para que no cejara en mis propósitos.
 Publicadas las Excéntricas, tuve la suerte de que fueran acogidas benévolamente por los críticos. Julián del Casal, el poeta cubano por excelencia, lo mismo que el ilustre peruano don Ricardo Palma les tributaron un cálido elogio, aunque inmerecido.
 Manuel Sanguily en sus Hojas Literarias hizo un juicio acerca de ese volumen: «Por cierto, que se notaba en las poesías que integraban el tomo, la influencia de Baudelaire.» ¡Y yo no sabía el francés, ni tampoco lo sé a estas horas, por negligente y perezoso!
 Pero Sanguily hizo una observación tan atinada coma juiciosa. Como las Excéntricas aparecían dedicadas al diablo —¡oh neurastenia!—, Sanguily fijó sus ojos perspicaces y certeros en una poesía titulada: «Muerta», que figura en el volumen y en la cual se habla de Dios —¡nada menos que de Dios!—, y de ello dedujo que mi incredulidad y mi culto a Satanás eran fruto en mí, de un estado mental transitorio y no de convicciones arraigadas.
 Sanguily dio en el clavo, estando conmigo muy comedido, lo que de veras le agradecí, pues en cuestiones de arte y de críticas no se paraba en barras y decía la verdad, costase lo que costase y pesárele a quien le pesare. A mí me juzgó benévolamente, y por ello mereció mi gratitud. Rufino Blanco Fombona, el insigne escritor venezolano, que es una gloria no de su patria, sino de toda la América Latina, en un hermoso capítulo habla de las Excéntricas, obligándome, por lo que de ellas dice, a mi inextinguible y profundo reconocimiento.
 En ese capítulo dice el ilustre autor de Letras y letrados y de La lámpara de Aladino, que mi tomo Lira y espada reducido a la mitad hubiera quedado mejor. ¡De acuerdo, Maestro! Véase como en asuntos literarios, igual que en todos, no me duelen prendas.
 De las Excéntricas no queda hoy más ejemplar que el que yo poseo, y está dedicado a mis hijos. Bien es cierto que la edición de ese libro mío fue corta: quinientos ejemplares. Como no soy de madera de héroes, no pasé prudentemente, de ese número. Y creo, con toda sinceridad, que hice bien y que estuve en lo cierto. Hacer otra cosa hubiera sido una verdadera excentricidad.


 Tomado de Francisco Morán: ¡Cómo tiembla! ¡Cómo tiembla! Poesía y Prosa de Bonifacio Byrne. El TIC diabólico y raro del modernismo hispanoamericano, Stockcero 2011.

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