José Manuel Poveda
Yo esperaba la publicación de los Arabescos mentales del
poeta Regino Boti para decir algunas palabras necesarias e importantes. No ya
elogios para el creador de Ritmos panteístas, sino más bien una como
advertencia de crítico, para gobierno de la crítica, acerca del momento
trascendental que la aparición de ese libro señala en nuestra vida literaria.
Probablemente estos párrafos de epifanía, cuya resonancia habrá de ser sin duda
superior a la que yo quiero darle, serán denunciados como soberbios e
irrespetuosos. Pero advierto que no me dirijo a los individuos del público,
sino exclusivamente a los técnicos, y entre éstos, a los que considero
mis iguales. Con tal declaración creo ponerme a salvo de toda suerte de acusaciones.
No vengo a insistir actualmente en las tachas de vacuidad, vulgaridad e
impotencia que tantas veces he señalado contra la literatura de mi país, y
contra los que la vienen cultivando. Aquellos que han tenido el acierto
prudente de fijar su atención en la pugna iconoclasta y renovadora en que
estamos empeñados los escritores orientales, conocen los motivos en que hemos
fundado la oposición sistemática que hacemos a los moldes y a los hombres de
nuestro ayer y nuestro hoy líricos.
(…) Nunca hemos parado mientes en el juicio que de ella se
formaran los demás. En lucha abierta con el medio, lejos de los círculos
literarios en que se cultiva el aplauso recíproco, incapaces de poner en
práctica los procedimientos subrepticios mediante los cuales se estafa el
renombre, hemos laborado en silencio, cuando no hemos levantado en contra
nuestra honrosas y necesarias antipatías. Venimos trabajando, él y yo, por la
renovación de la poesía en Cuba, seguros de que mientas más firme fuera nuestra
personalidad de innovadores, mayor habría de ser la distancia que nos separa
del público cubano.
Arabescos mentales es una hermosa realización que nos
enorgullece. Con ese libro, Boti no viene a conquistarse una consagración:
nadie, en nuestra tierra, colectividad ni individuo, tiene autoridad bastante
para consagrarle. Pero viene a dar una muestra de sí mismo, de su credo y de su
estro, tan seria y tan importante, que por su propia virtud lanza sobre la
crítica una formidable responsabilidad.
Fruto idóneo, obra consciente y
compleja de un gran artista del verbo, ese libro que he citado es de los que
ponen a prueba una época, calificándola, enalteciéndola o destruyéndola en el
grado en que ella intente calificarles, enaltecerlos o destruirlos.
Hace veinte
años, un artista de nuestra especie, un verdadero creador, Julián del Casal, dijo
extrañas y sombrías palabras, que revelaban, sobre ritmos conocidos, todo un
nuevo mundo de ideas y emociones. El silencio de incomprensión por medio del
cual cruzó aquel raro poeta, la soledad en que permanecieron más tarde los
caminos por él seguidos, son el más doloroso certificado de impotencia que
jamás haya dado nuestro país. En la hora actual, la renovación es más vasta: ha
sido abordado resueltamente todo un programa literario, y no es un artista,
sino un núcleo de artistas, el que se dispone a realizarlo.
“Palabras de
anunciación” (fragmentos), El Fígaro, 9 de noviembre de 1913. Recogido en José
Manuel Poveda: prosa, Volumen 2, Editorial Letras Cubanas, 1981, pp. 11 y 12.
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