martes, 18 de junio de 2019

Palabras de anunciación



 José Manuel Poveda 

 Yo esperaba la publicación de los Arabescos mentales del poeta Regino Boti para decir algunas palabras necesarias e importantes. No ya elogios para el creador de Ritmos panteístas, sino más bien una como advertencia de crítico, para gobierno de la crítica, acerca del momento trascendental que la aparición de ese libro señala en nuestra vida literaria. 

 Probablemente estos párrafos de epifanía, cuya resonancia habrá de ser sin duda superior a la que yo quiero darle, serán denunciados como soberbios e irrespetuosos. Pero advierto que no me dirijo a los individuos del público, sino exclusivamente a los técnicos, y entre éstos, a los que considero mis iguales. Con tal declaración creo ponerme a salvo de toda suerte de acusaciones. No vengo a insistir actualmente en las tachas de vacuidad, vulgaridad e impotencia que tantas veces he señalado contra la literatura de mi país, y contra los que la vienen cultivando. Aquellos que han tenido el acierto prudente de fijar su atención en la pugna iconoclasta y renovadora en que estamos empeñados los escritores orientales, conocen los motivos en que hemos fundado la oposición sistemática que hacemos a los moldes y a los hombres de nuestro ayer y nuestro hoy líricos.

 (…) Nunca hemos parado mientes en el juicio que de ella se formaran los demás. En lucha abierta con el medio, lejos de los círculos literarios en que se cultiva el aplauso recíproco, incapaces de poner en práctica los procedimientos subrepticios mediante los cuales se estafa el renombre, hemos laborado en silencio, cuando no hemos levantado en contra nuestra honrosas y necesarias antipatías. Venimos trabajando, él y yo, por la renovación de la poesía en Cuba, seguros de que mientas más firme fuera nuestra personalidad de innovadores, mayor habría de ser la distancia que nos separa del público cubano. 

 Arabescos mentales es una hermosa realización que nos enorgullece. Con ese libro, Boti no viene a conquistarse una consagración: nadie, en nuestra tierra, colectividad ni individuo, tiene autoridad bastante para consagrarle. Pero viene a dar una muestra de sí mismo, de su credo y de su estro, tan seria y tan importante, que por su propia virtud lanza sobre la crítica una formidable responsabilidad. 

 Fruto idóneo, obra consciente y compleja de un gran artista del verbo, ese libro que he citado es de los que ponen a prueba una época, calificándola, enalteciéndola o destruyéndola en el grado en que ella intente calificarles, enaltecerlos o destruirlos. 

 Hace veinte años, un artista de nuestra especie, un verdadero creador, Julián del Casal, dijo extrañas y sombrías palabras, que revelaban, sobre ritmos conocidos, todo un nuevo mundo de ideas y emociones. El silencio de incomprensión por medio del cual cruzó aquel raro poeta, la soledad en que permanecieron más tarde los caminos por él seguidos, son el más doloroso certificado de impotencia que jamás haya dado nuestro país. En la hora actual, la renovación es más vasta: ha sido abordado resueltamente todo un programa literario, y no es un artista, sino un núcleo de artistas, el que se dispone a realizarlo.


 “Palabras de anunciación” (fragmentos), El Fígaro, 9 de noviembre de 1913. Recogido en José Manuel Poveda: prosa, Volumen 2, Editorial Letras Cubanas, 1981, pp. 11 y 12.

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