miércoles, 2 de mayo de 2012

Sobre las nodrizas




 
At nuno natus infans delegatur ancilloc…
   Diálog. de Corr. Eloq. Cap. 18

      
 Luego que nace el Niño se lo entregan a una esclava




 SEÑOR PÚBLICO

 Aunque quiera un hombre valerse de todos los medios imaginables para adquirir paciencia, se presentan a los ojos cosas tan horrorosas entre los racionales, que es preciso morirse por no verlas, o levantar el grito hasta donde pueda dirigirlo el sentimiento de la humanidad. Y si no, dígame el más insolente, o el de alma más feroz, como podrá sufrir la vista de una madre que apenas da a luz el fruto de sus entrañas, cuando lo entrega a otra persona, y como si la naturaleza no hubiese prodigado en ella misma el alimento de aquella criatura por medio de las dos fuentes de sus pechos, se desentienden de este deber que le impone su estado, las más veces por motivos bastante criminales, como cuando creen que con alimentar sus hijos destruyen su hermosura, y a cada paso la precipitan con otros excesos mayores cuanto son cometidos por fines nada decentes.
 Aquellas que desamparan lo que han parido, como dice Aulo Gelio en sus noches Áticas, apartándolo de sí y entregándolo a otras para que lo críen, rompen el vínculo sagrado con que la naturaleza ata a los Padres con sus hijos, o por lo menos lo debilitan: pues llevado el infante a otro regazo, insensiblemente se apaga la vivacidad del amor materno, y calla todo el rumor de la impacientísima solicitud, de modo que llega a ser olvidado el Niño cuasi como si hubiese muerto. De la misma manera todos los afectos del ánimo del Niño, el amor y la reverencia, se ocupan en aquella a quien, porque lo alimenta, reconoce como su única bienhechora, resultando que al cabo borra todo sentimiento y deseo hacia la madre que lo dio a luz, y destruido el formes de la innata piedad en ésta, parece que el hijo queda, y electivamente sucede por la mayor parte, sin aquel amor natural, y sólo reconoce una especie de respeto semejante al que tendría con otro extraño porque le ve de mayor edad.
 Colijamos ahora los males que acarrea en la educación semejante proceder, y deduciremos, que nosotros mismos corrompemos las costumbres de nuestros hijos desde que nos reclinamos en la cuna. Es indisputable que los Niños, al paso que en los pechos de su nutria encuentran el pábulo, con que aumentar sus delicadas carnes y gradualmente se consolidan, hallan también en aquella sangre que extraen toda la ponzoña que puede tener para seguir el ímpetu de la pasión de que ella estaba poseída. Cuidamos poco o nada de que el ama que se le da sea sana, y de buenas costumbres, porque no nos persuadimos que esto obrará mañana en sus afectos e inclinaciones, bastando, según el espíritu de estas madres, que se atienda a su alimento y vida, e importándoles poco sea con ésta o aquella leche. No se repara si la esclava a quien se confía lo que debía tener en más aprecio una madre, es desarreglada, deshonesta, o inclinada al vino, pues lo regular, sin elección se toma la primera mujer que se encuentra tener leche abundante, y no se hacen cargo, que este tiernecito Niño será inficionado con un contagio incapaz de extraerlo cuando se quiera.
 Si tuviesen alguna detención en considerar que sería más sufrible la inclinación del hijo conformándose con la de su propia madre en la serie de cuidados que le presenta la futura educación que ha de darle, que no la que adquiera de una extraña, no cometerían tan horrible atentado contra las leyes de la naturaleza: vendrían en conocimiento por la diaria experiencia, que muchas indisposiciones que padece el infante, proceden de los desarreglos de quien les da el pecho, y se abstendrían de ellos viendo por sí los efectos. Una de las naciones que hemos tenido siempre por bárbaras, cuales son los Indios, nos enseñaron en la conquista de estos Reinos estos sentimientos, pues hallamos, principalmente en la dominación de los Incas, las mujeres abstenidas de sus más ilícitos placeres si eran perjudiciales a sus hijos; pero muchas de las que entre nosotros tenemos por más ilustradas que aquellas, no piensan en otra cosa que en dar rienda a sus brutales apetitos, cuidando aun menos que las fieras de estos deberes. Examinemos cuáles son las causas que alegan estas madres desnaturalizadas para negar sus pechos a los hijos, y les oiremos decir sin el menor rubor que ésta es la costumbre; que se sienten enfermas si dan de mamar al Niño una noche; que les estraga tan insoportable peso y que no lo pueden resistir; que las ensucia el vestido; que no están aptas criando para recibir las visitas; que las envejece queriendo siempre aparecer de veinte años, por cuya ilusión son capaces de arrostrar a cosas que no son imaginables; y en fin, que se degradan del carácter de personas de primer rango, si se ocupan en lo que puede hacer una esclava: de modo, que todas estas razones pesan más en el entendimiento de estas fieras, que las delicias del amor materno; amor superior a todas cuantas cosas existen en lo natural, y de que nos dan ejemplo los brutos, que no permiten ni que se acerque un extraño a sus chiquillos. Pero ¿cómo ha de ser? ¿Qué sentimientos de amor puede tener una madre, que oye a su hijo en un aposento separado gritar parte de la noche por la indolencia de la ama, que le niega el pecho, y con razón, para socorrer a su propio hijo, que tal vez tiene consigo, y que su señora le prohíbe en todo el día acercárselo, haciéndole cometer por fuerza el mismo atentado que ella ejerce? Si fuesen ciertas las razones de enfermedad o débil constitución de las madres podría ser disculpables el hecho, mas sabemos que es por solo procurar una libertad para entregarse a sus devaneos, a excesos abominables, que debilitan mucho más, y que traen realmente con el tiempo enfermedades incurables que perturban la paz de su matrimonio, y que las precipita al sepulcro, dejando una serie de infelicidades en sus familias.
 Nos admiramos muchas veces, que los hijos de mujeres ilustres no sean semejantes en el cuerpo ni en el ánimo a sus padres, y estamos haciendo conjeturas impertinentes en una larga conversación, concluyendo en que son obras de Dios, que él lo dispone así para que sea más variada la naturaleza, y por lo mismo más gratos sus objetos; y no hacemos caso del genio de una criandera, de la naturaleza de su leche, y de la gran parte que tiene en la índole de la criatura que la hace su primer nutrimento. Bien poco dejarían de saber las madres en este punto, si aplicasen los infinitos ratos ociosos que destinan al tocador, y a ponerse como anzuelos que pescan a los que pasan por la calle, en leer algún parrafito por día de los muchos libros que tratan el modo de criar los Niños sanos, robustos y capaces en sus mayores años de ser el alivio de sus Padres, los que fueron el regalo de sus amores en su tierna edad. Aprenderían en otros, que nada puede contribuir mejor a las justas alabanzas y debida consideración de una señora, que cumplir con los sagrados deberes que le impuso la naturaleza: que estos sentimientos se imprimen en el corazón de los hombres sensatos para prodigar sus elogios a estas madres, y que los procederes contrarios sólo pueden serle lisonjeros a los mozalbetes aturdidos, que se parecen a estas mujeres, en que si se les divisa lo racional, es en una pequeña porción de acciones cuasi indiferentes, quedándose en el seno de la barbarie en todas las que debían tener más ilustración. Leerían ejemplos de mujeres de más alto rango que ellas, que despreciando todas las necedades del siglo, en medio de hallarse en su laberinto, tienen por el mayor honor ser el modelo de las verdaderas madres, y la escuela de la ternura, gloriándose ser apellidadas con semejante nombre de que huyen muchas porque no las consideren viejas: pero concluyamos con un hecho que comprueba mejor que mis expresiones lo que acabo de decir y que se verá en la siguiente

                      Anécdota

 Se hallaba indispuesta la Señora Da; Blanca de Castilla. Reyna de Francia y madre de San Luis con una fiebre que le impidió por poco tiempo darle el pecho a este hijo, y creyendo complacerla una
de las Damas de Palacio le dio de mamar al recién nacido. Mejorada Blanca y poniendo el pecho en la boca de Luis se lo repugnó. Pregunta al instante si la había dado de mamar al Niño, y habiéndole respondido que sí, impulsada de un celo maternal metió los dedos en la boca de la criatura y le hizo vomitar la leche. Esto pareció a los circunstantes un acto de soberbia; mas la Reina los satisfizo diciéndoles -¿Pues qué pretendéis que sufra se me quite el título de madre que tengo de Dios y de la naturaleza?... ¡Y se desdeñarán las madres nobles de hacer otro tanto!

 El SUBSTITUTO DEL REGAÑÓN DE LA HAVANA, 14 de abril de 1801. 

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