Alejo Carpentier
Acaba de publicarse en París un gran libro
cubano. Un libro maravilloso. Un libro que puede colocarse en las bibliotecas
al lado de Kipling y lord Dunsany, cerca del Viaje de Nils Holgersons, de Selma
Lagerlöf... Y ese libro ha sido escrito por una cubana. ¿Percibís toda la
importancia del acontecimiento?...
Los Cuentos Negros de Lydia Cabrera
constituyen una obra única en nuestra literatura. Aportan un acento nuevo. Son
de una deslumbradora originalidad. Sitúan la mitología antillana en la
categoría de los valores universales. Y si me hacen evocar los nombres de
Kipling, lord Dunsany y Selma Lagerlöf, es porque, con remotas e involuntarias
analogías de propósitos, “soportan la comparación” con ciertos relatos de estos
autores.
No impondré barreras a mi admiración. No
quiero atenuar la maravillada sorpresa que me dejó la lectura de ese libro,
buscando, entre página y página, detalles susceptibles de inspirar reparos
críticos.
Los Cuentos Negros de Lydia Cabrera salvan los
límites de nuestras fronteras de agua salada. Conquistan un lugar de excepción
en la literatura hispanoamericana. Y, como obra de mujer, crean un precedente.
Por lo general, los escritores de nuestra raza
han manifestado su personalidad en dos terrenos distantes y antagónicos: el poema
lírico o el texto polémico. La prosa íntima, la confesión a media voz, y el
artículo político, la novela que reclama libertades negadas por nuestros
prejuicios atávicos; el canto de amor —a menudo de sensualidad—, la confidencia
apasionada, y el grito de rebeldía, el panfleto que conduce a la cárcel.
Lo raro es hallar en este continente una
escritora ávida de explorar nuestras cosas en profundidad, esquivando aspectos
superficiales para fijar hombres y mitos de nuestras tierras con esa finísima
intuición que es la de la inteligencia femenina —inteligencia que siempre sabe
mostrarse pragmática, aun dentro de un clima fantasioso.
El tipo de escritora a lo Selma Lagerlöf, a lo
Emily Bronte, es casi desconocido en América. Por ello estimo que los Cuentos
Negros de Lydia Cabrera sientan un precedente fecundo. Libro que no hubiera
podido ser escrito por un hombre, y que se aparta totalmente, sin embargo, de
las habituales preocupaciones de nuestras escritoras. Libro todo
sensibilidad e inteligencia, que instituye un nuevo diapasón de criollismo, “al
margen de tod lo hecho hasta ahora en la literatura cubana”. Libro que —lo
espero para bien de nuestras letras—, no será el último de esa mujer admirable
que no presume siquiera de escritora, estando dotada de un formidable potencial
de poesía y de una maravillosa riqueza imaginativa.
Veinte y tantos relatos componen el libro de
Cuentos Negros de Lydia Cabrera. Relatos a través de los cuales, a pesar de la
diversidad de lugares de acción, se percibe la constancia de ciertos motivos,
el hilo sinuoso e ininterrumpido de una gran leyenda creada por Lydia Cabrera,
que se sobrepone a los elementos folklóricos que sirvieron de inspiración
primera a los mil detalles integrantes de su vasto fresco del trópico.
Lydia Cabrera es la única mujer de nuestras
tierras que haya estudiado, con rigor de etnógrafo, las leyendas y mitos
afrocubanos. (Allá por el año 1927, cuando yo andaba cazando documentos para mi
Écue-Yamba-ó, recuerdo haberme tropezado con Lydia Cabrera en un “juramento”
ñáñigo celebrado en plena manigua, en las cercanías de Marianao.)...Pero sería
un error creer que la escritora se ha contentado con transcribir ese folklore
en sus narraciones.
Con notas acumuladas en cuadernillos de
colegiala —notas referentes principalmente a los cuentos congos y lucumíes,
“cuentos con música”, cuya tradición está casi perdida en Cuba— ha construido
relatos personalísimos, enriquecidos por suntuosas visiones de paisajes y
costumbres criollos. Fiel al documento costumbrista en cuentos como “Una
tragedia entre compadres”, sabe llegar a las zonas más extremas de la
imaginación creadora en narraciones maestras como “La loma de Mambiala” o “Papá
Jicotea y Papá Tigre”... Todos los elementos de la mitología antillana viven en
los relatos de Lydia Cabrera.
¡Terrible dificultad de movilizar tales
elementos sin incurrir en humorismos fáciles, sin desposeer el cuento de todo
valor humano!...
Ahí es donde Lydia Cabrera demuestra su
singular talento de escritora. Sus personajes mitológicos son tan verosímiles
como héroes de Zola, y sus aventuras aparecen bañadas en una atmósfera
misteriosa y grave. Son criollos hasta en sus reacciones más nimias. Lydia
Cabrera sabe comunicar un tono serio aun a frases como ésta: “En tiempos en que
la tierra era nueva la rana criaba pelo y se ponía papelillos”; sabe mostrarnos
a Jiocotea leyendo La Habana Elegante, o el ejército colonial, la marinería, el
Cuerpo Legislativo y la Asamblea Autonomista, siguiendo a una Guinea bailadora
y milagrosa por las calles de La Habana, en tiempo de comparsa, sin perder por
ello el acento poético y castigado de su relato...
Todos estos relatos tienen sus colores, sus
tonos peculiares. Constituyen siempre algo bellamente logrado... Pero hay dos
cuentos en este volumen en que Lydia Cabrera llega más lejos aún, tocando la
médula de mitos grandiosos, a la manera de un lord Dunsany tropical: “Papá
Jicotea y Papá Tigre” y “La loma de Mambiala”. Ninguna descripción podrá daros
una idea de la vastedad poética del primer relato. En él vemos llegar a Cuba,
allá por el año1845, a la Jicotea y al Venado, después de la triple
decapitación de Ani Kosia, muerta bajo nubes de tataguas, el ritmo de un
despertar de volcanes. Época de génesis y de prodigios, cuya descripción
constituye uno de los capítulos más hermosos que haya producido la literatura
americana moderna. Aplacada una era de convulsiones geológicas, en que todo era
verde, en que la jutía bebía cerveza, y el conejo corría sobre los ojos de la
luna; era en que el Gigante Morrocoy bendecía las aguas, y existían viejísimos
niños muerto-nacidos, Jutía y Venado se hacen cultivadores. Desde lo alto de
una loma, contemplan esos campos de Cuba, donde se “bebe sol derretido en la
pulpa de los mangos”, y los caimitos parecen “bocas de negras”... La belleza de
todo aquello despierta la ambición de Jicotea. Decide deshacerse, por medio de
maleficios, de su compadre Venado-pata-de-aire.
Con sus cuernos fabricará un maravilloso
instrumento musical, que querrán arrebatarle sucesivamente el toro llamado
Cocoricamo, el Buey Mariposa, el Tigre, el Burro, Comadre Vaca, la Señora Tigre
(que sabe tocar en el piano “La Paloma” y “La Monona”), el Conejo, que es
presidente del Tribunal Supremo y capitán de bomberos...
A través de mil aventuras, Jicotea logra
burlar a los pedigüeños por medio de argucias muy criollas. A punto de ser
vencida por los tigres y el conejo, Jicotea regresa al agua, elemento que ya
nunca abandonará, dejando sus campos y su música milagrosa...
No sé exactamente en qué proporción el
elemento folklórico se mezcla con el puramente imaginativo en este cuento
maravillosamente trazado. Lo cierto es que en él, Lydia Cabrera realiza una
construcción grandiosa con los materiales más sencillos... Y no se me vaya a
decir que la escritora se siente demasiado atraída por los aspectos pueriles de
nuestro folklore. Nada se parece menos a los cuentos de hadas que los relatos
de Lydia Cabrera. Sus animales filósofos o pícaros son tan “humanos” como los
de Kipling. Conviven con el hombre en pie de igualdad, mostrándose tan criollos
—criollismo de esencias—como el compañero bípedo... Y sobre todos ellos se
ciernen las miradas protectoras o vengativas de los dioses católicos y de las
divinidades y orishas del panteón afrocubano.
Misterioso y duro, lleno de oscuras rebeldías,
es el relato titulado “La loma de Mambiala”. Historia de aquel Serapio Trebejo,
negro miserable, que va un buen día, en busca de ayuda divina, a la loma de
Mambiala. Allí se encuentra con un hada-cazuela, llamada Olla-cocina-bueno, que
le promete abundancia y posibilidad de llenarse el vientre hasta la muerte.
Pero Serapio comete la imprudencia de ofrecer banquetes al pueblo entero. Se
habla de ello “en las cinco partes del mundo”, el papa consagra una encíclica
al acontecimiento, y los ricos del pueblo solicitan el honor de sentarse en la
mesa de Serapio.
Entre ellos hay un cierto don Cayetano
Zarralarraga, hombre de duro corazón, que “para no perder provecho alguno,
vendía los pelos, los dientes, la manteca y los huesos de sus esclavos
muertos”. Don Cayetano compra a Serapio el hada-cazuela en un millón de pesos.
Pero el trato resulta nulo, pues el ricacho deja caer la Olla al suelo, al
bajarse de su volanta. Desesperado, Serapio vuelve a la loma de Mambiala. Pero
esta vez, lo que acude a su conjuro es un Manatí de cuero superior. El negro
regresa al pueblo, anunciando nueva fortuna.
A mi juicio —y es sabido que no soy amigo de
malgastar elogios—, Los Cuentos Negros de Lydia Cabrera merecen plenamente el
título de obra maestra...
París, 1936
"Cuentos Negros de Lydia Cabrera”, Carteles, La Habana, 28 (41), p. 40, Octubre 11 de 1936.
"Cuentos Negros de Lydia Cabrera”, Carteles, La Habana, 28 (41), p. 40, Octubre 11 de 1936.
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