Este libro es el primero de una mujer habanera, a
quien hace años iniciamos en el gusto del folklore afrocubano. Lydia Cabrera
fue penetrando el bosque de las leyendas negras de La Habana por simple curiosidad
y luego por deleite; al fin fue transcribiéndolas y coleccionándolas. Hoy tiene
multitud de ellas. En París dio lectura de varias a literatos exquisitos y
suscitó entusiasmos por su contenido poético, tanto que un poeta muy conocedor
de las letras de América como Francis de Miomandre, tradujo algunas y un editor
inteligente las imprimió en un libro que ya está agotado. Les Contes Négres de Cuba habían sido acogidos anteriormente por revistas
literarias de Francia tan exigentes como Cahiers
du Sud; Revue de Paris y Les Nouvelles Littéraires. De ahí que
estos cuentos vieran la luz en
traducción antes que en su lenguaje
original, y que al aparecer en
castellano ya vengan prologados por
la excelente acogida de la crítica
extranjera.
Algunos apreciaron la espontaneidad de su poesía y
de su arte; otros, como E. Noulet,
descubrieron en ellos una psicología
extraña, “un sentido goloso de la
vida, una reacción muy sensible a
todas sus formas y lenguajes, un
espíritu a la vez medroso y audaz, cándido y burlón”. Alguien, como Jean Cassout, penetró los cuentos negros por lo social, viendo en estas narraciones los rasgos de la infelicidad y los ecos de las congojas de una raza subyugada.
Pero varios
de estos cuentos de los negros de Cuba son de una fase africana apenas
contaminada por su culturación en el ambiente blanco, aun con los rasgos
característicos de su original africanía. Reparando en éstos, alguien quiso interpretarlos
aludiendo a la “profunda inmoralidad”, a la “ausencia de intención didáctica”,
a la “ignorancia de distinguir el bien del mal”, a una “facultad extraordinaria
de olvido”… Pero estas visiones no son sino las perspectivas que arrancan, involuntariamente,
desde un ángulo prejuicioso, el del blanco, quien enjuicia al prójimo negro
desde su propia moralidad y sus reacciones, aquéllas que su blanca civilización
le señala y que él define como la moralidad y la justicia. Para nosotros sería
preferible —influjo etnográfico y evolucionista—, observar no la falta de
moralidad sino una moralidad distinta y unas valoraciones sociales diversas,
impuestas a la conciencia de los negros africanos por sus circunstancias,
diferentes de las de los blancos, tocante a sus condiciones económicas,
políticas y culturales, así en la estable y ancestral sociedad de su oriundez como
en ésta, americana, advenediza y transitoria. Quizás bastaría imaginar a los
negros de África, cuya alma se refleja en estos cuentos, en un nivel algo
semejante al arcaico mundo de Grecia, de Etruria o de Roma, para obtener una
aproximación analógica, en cuanto a las bases de su ética, de su mitología y de
su sistema social.
No hay que
olvidar que estos cuentos vienen a las prensas por una colaboración, la del folklore
negro con su traductora blanca. Porque también el texto castellano es en
realidad una traducción, y, en rigor sea dicho, una segunda traducción. Del
lenguaje africano (yoruba, ewe o bantú) en que las fábulas se imaginaron, éstas
fueron vertidas en Cuba al idioma amestizado y dialectal de los negros
criollos. Quizás la anciana morena que se las narró a Lydia ya las recibió de
sus antepasados en lenguaje acriollado. Y de esta habla tuvo la coleccionista
que pasarlas a una forma legible en castellano, tal como ahora se estamparán. La
autora ha hecho tarea difícil pero leal y, por tanto, muy meritoria,
conservando a los cuentos su fuerte carácter exótico de fondo y de forma. Y su
colección abre un nuevo capítulo folklórico en la literatura cubana.
Estos cuentos
afrocubanos, aun cuando todos ellos están cundidos de fantasía y ofrezcan entre
sus protagonistas algunos personajes del panteón yoruba, como Obaogó, Oshún,
Ochosi, etc., no son principalmente religiosos. Los más de los cuentos entran
en la categoría de fábulas de animales, como las que antaño dieron su fama a
Esopo, y contemporáneamente a las afroamericanas narraciones del Uncle Remus que son tan populares entre
los niños de los Estados del Sur en la federación vecina. El tigre, el
elefante, el toro, la lombriz, la liebre, las gallinas y, sobre todo, la
jicotea. A veces la pareja jicotea-venado, o tortuga-ciervo, cuyas
contrastantes personalidades constituyen un ciclo de piezas folklóricas muy
típicas de los yorubas, donde la jicotea es el prototipo de la astucia y la
sabiduría venciendo siempre a la fuerza y a la simplicidad.
Algún cuento,
como el titulado “Papá Jicotea y Papá Tigre”, ha debido de formarse en Cuba,
por la fusión en serie de distintos episodios folklóricos, pues contiene
elementos cosmogénicos seguidos de otros que son meras fabulaciones de
animales.
Otros cuentos
son de personajes humanos en los cuales la mitología entra secundariamente, como,
por ejemplo, “Dos Reinas” y “Una tragedia entre compadres”. En varios de ellos
se descubren supervivencias totémicas, como cuando se cita el Hombre-Tigre, el
Hombre-Toro, Papá-Jicotea, etc.
Es curiosa la
definición económica que el dios Ochosi, el varón cazador y amoroso de los
cielos yorubas, da de la poligamia distinguiéndola de la prostitución. Aquélla
consiste en que Ochosi, quien tiene muchas mujeres permanentes, no paga nunca a
sus hembras pero siempre las tiene bien alimentadas y éstas trabajan para él.
Ese cuento de
añejo título español, “Bregantino, bregantín”, es una narración que ha de
interesar a los freudianos, pues expone el mito social del patriarca que logra
matar a todos los demás hombres y niños recién nacidos, hasta que por astucia
una madre salva a uno de sus hijos y éste rompe con el poderío de su padre.
Otro cuento
nos ofrece unas fábulas muy curiosas, de cómo se originaron el primer hombre,
el primer negro y el primer blanco. Abundan en el folklore negro los mitos de
la etnogenia; pero éstos son nuevos para nosotros. El gran creador Oba-Ogó hizo
al primer hombre “soplando sobre su propia caca”. Mito éste poco halagador para
el hombre no obstante su deifica oriundez; pero no se aparta mucho del mito
bíblico por el cual el primer ser humano nace del fango de la tierra, que
Jehová moldea y vivifica, infundiéndole su soplo divino. No se dice en este mito
negro cómo fueron los seres protohumanos, pero se explica que uno de ellos, a
pesar de prohibírselo el sol, subió hasta éste por una cuerda de luz y al
acercarse al astro ardiente se le quemó la piel; mientras que otro hombre subió
a la Luna y allá se tornó blanco.
La mayor
parte de los cuentos negros coleccionados por Lydia Cabrera son de origen
yoruba; pero no podemos asegurar que lo sean todos. En varios aparece evidente
la huella de la civilización de los blancos. En algunos hay curiosos fenómenos
de transición cultural que son muy significativos, como cuando el narrador
atribuye a un dios el cargo de Secretario del Tribunal Supremo, o el de Capitán
de Bomberos.
Este libro es
un rico aporte a la literatura folklórica de Cuba. Que es blanquinegra, pese a
las actitudes negativas que suelen adoptarse por ignorancia, no siempre
censurable, o por vanidad tan prejuiciosa como ridícula. Son muchos en Cuba los
negativistas; pero la verdadera cultura y el positivo progreso están en las
afirmaciones de las realidades y no en los reniegos. Todo pueblo que se niega a
sí mismo está en trance de suicidio. Lo dice un proverbio afrocubano: “Chivo
que rompe tambor con su pellejo paga”.
Prólogo a Cuentos negros de Cuba, La Habana, La Verónica, 1940.
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