miércoles, 30 de mayo de 2012

La prodigiosa Gallina de Guinea

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 Lydia Cabrera


 Diablos tenían a la Lluvia prisionera en una tinaja; a la tierra de los que comían arroz, llegó Doña Miseria sembrando penas.
 Escaseaban los víveres.
 Una mañana, atosigado por el hambre, Compadre Gallo saltó la cerca de pina y piñón; y camina, camina, camina, camina, camina Compadre Gallo, camino luengo.
 Al fin de la desesperanza halló una hermosa tierra cubierta de granos como un milagro.
 Creyendo que soñaba -o que había muerto y éste era el paraíso- se metió entre las siembras. Y tragó: tragó soñando que soñaba que tragaba a tragantadas...
 Con el buche bien repleto -ya despierto- corrió en busca de Comadre Gallina.
 -¡Dios nos protege; Dios, que se hizo el sordo, me ha oído!
 Tornaron marido y mujer a la finca bendita -esta vez con muchas precauciones- y Comadre Gallina pudo engullir a sus anchas hasta sentirse enferma.
Desde entonces, a diario, la dichosa pareja comía opíparamente mientras las otras aves, famélicas, se resignaban a morir de hambre.
 Comadre Paloma, blanca hasta el lirio -la sangre blanca-, se desmayaba dulcemente de sólo imaginarse un puñado de millo. Apenas si podía tenerse en pie. Aunque hartos y ya gordos, Compadre Gallo y la «Comae» Gallina se apiadaron de ella. Pidiéndole la mayor reserva se ofrecieron a llevarla a la otra tierra generosa que Dios les había revelado, granero inagotable. Pero... Comadre Paloma jamás se hubiera separado un segundo de su marido, Compadre Palomo, ni le huhiera callado un secreto, ni probado un solo grano sin com partirlo con él, pico a pico. Así que también fue Compadre Palomo. Y lo supo el Pato y su mujer, en un estanque donde el agua se había convertido en piedra. Y lo supo Compadre Ganso y su mujer. Y el Pavo...
 -¡Qué crueldad dejarnos perecer así!...
 Al fin todos en silencio y con grandes miramientos para no comprometerse, ni manchar sus buenos nombres, visitaban la tierra de la abundancia y en cada estómago hubo alegría.
 ¡Ah! ¡Lo supo la Gallina de Guinea!
 -Y ¿poqué (1) poqué poqué no he de comer yo igual que Uds., egoistones?
 -Porque es Ud. muy indiscreta, Comadre. Porque Ud., que no las piensa, nos descubrirá y nos perderá a todos -contestó el Guanajo autoritario. Y algo iba a añadir con sensatez la Paloma remilgada y comedida, pero Palomo hizo, «Tracúm». «No te inmiscuyas, Paloma mía, amada mía. Acariciémonos, aunque no venga al caso.»
 -Escucha, Comadre, yo te conozco... Te traeré maíz en un cartucho... -dijo la Gallina.
 No, no hubo más remedio que conducir a la Gallina de Guinea, que armó un lío de chillidos, carreras y aletazos y que al fin juró por las cenizas de su madre -que era muy buena- y de su padre -que en paz descanse- comportarse correctamente, como una señora, y evitar sospechas.
 Ella empieza comiendo aquí: «tchí, tchí... tchit-tchil tchit-tchit», y acaba de comer allá lejos, y todo lo ha revuelto.
 -¡Que la van a pillar! -observó el Gallo.
 -¡Um, um! (Palomo, disgustadísimo, desaprobaba aquel desorden, empujando con ternura torpe a su paloma.)
 -¡Vámonos! -dijeron los ladrones honorables, precavidos.
 -¡Tchit-tchit-tchit!... ¡Tchí-tchí! -seguía escandalizando la Gallina de Guinea.
 Ya andaba el Guajiro recorriendo su finca a caballo. Se abrió como un abanico, la mañana. El guajiro la sorprendió picoteando aquí, allá, acullá. Se bajó del caballo y le echó mano.
 -¡Canalla, vas a saber lo que es cajeta de boniato! -le gritó el guajiro; y un poco más y le tuerce el pescuezo.
 -¿Poqué-poqué-poqué?
 -¡Por ladrona! -y la encerró en el corral.
 -Cuidado quien ande con «ésa» -le advirtió al gallinero, quien dio muestras del más vivo interés mezclado al desprecio-, a esta picara desvergonzada, tengo que ajustarle unas cuentas...
 -¡Pascua, pascua!
 -¡No, no me llamo Pascual! -y pegó un portazo formidable que hizo huir espantado al pobre perro Canelo. Gallina de Guinea se sube a un palo y medita.
 -¿Y ahora, Yewá, Virgen de los Desamparados, cómo salir de este trance tan peliagudo? ¡Ese «mundele»1 tiene malas pulgas!
 El hijo del dueño de la finca, un chiquillo desmedrado y verde, allegóse, jugando, al corral de las aves. Y ella, zalamera, lo llamó.
 -¡Ven acá niño, ven acá! -le dijo hablando en cristiano.
 - ¿ ?
 -Niño, ¿ya te gustan las monedas de oro, los escudos, los centenes y las peluconas?
 -¿ ?, ¿ ?, ¡¡ !!
 -Ah, niño...(2) Yo te haré rico, entonces. Yo sé cantar, y las cruces del cementerio, hasta las torres de los ingenios, si me escuchan, bailan! Llévame a La Habana. Irás pregonando:
 «¡Ésta es la prodigiosa Gallina de Guinea que si me pagan canta, si no me pagan, no cantará!»
 -Oye -dijo la Gallina rabisalera-. Y cantó:

 Compadre Gallo vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
 Comae Gallina vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
 Compae Palomo vino y se promovíó-ó-ó ¡Ariyénye!
 Comae Paloma vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
 Compae Pato vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
 Comae Pata vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
 Compae Ganso vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
 Comae Gansa vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
 Compae Guanajo vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
 ¡Isé-Kué! ¡Ariyénye! ¡Isé-Kué! Ariyénye...
 ¡Isé-Kué! ¡Ariyénye! ¡Isé-Kué! Ariyénye...

 El guajiro y todos los peones de la finca, abandonando sus quehaceres, acudieron al corral atraídos por el canto.
 -Ésta es la prodigiosa Gallina de Guinea, que sí me pagan canta, si no me pagan no cantará.
 -¡Garganta de plata tiene la Gallina! Canta, ¡oh, canta otra vez preciosa Gallinita de Guinea! Canta y bailaremos.
 ¡No habrá fagina!
 La Gallina enmudeció; y los hombres vaciaron de calderilla sus bolsillos.
 ¡A La Habana, a La Habana, a pie por la carretera!
 Cantando y bailando. Isé-Kué, ¡Ariyénye!
 En llegando a las murallas, apareció el celador. Bailó el celador, que era gallego.
 -¡Sejidme todos a la Celaduría!
 El celador le dijo a su mujer:
 -¡Aquí traijo una jallina qué canta más dulce que todas las jaitas juntas de mi Jalicia!
 Desenterró una botija y dio los luises que venía ahorrando hacía doce años cabales...
 Oyó cumbancha el Alcalde que paseaba por la Alameda, muy estirado: allá viene, abanderado y golpeando con su bastón al ¡Isé Kué!, al ¡Ariyénye!
 -Señores, ¿qué pasa en esta ciudad?
 »¡Ariyénye! ¿Alegría?..., ¡y sin permiso!, ¿qué es esto, pueblo, qué es esto?
 La Gallina se calla: el Señor Alcalde quería bailar.
 -¡Vámonos todos a la Alcaldía!
 Y rompe un paquete de centenes. Baila el alcalde, baila la alcaldesa y eran de Asturias, cintura dura) baila el celador y la celadora.
 ¡Isé Kué! ¡Ariyénye!
 ¡Isé Kué! ¡Ariyénye!
 No tarda en llegar el Gobernador linajudo, mofletudo, zamborrotudo, sacudiendo los recios hombros, las charreteras; y patón y bigotudo -Grandeza de España- el pecho fulgurante como un altar cubierto de cruces y medallas de oro.
 -Isé Kué, ¡Ariyénye! Abrirle paso a la autoridad, ¡voto va! ¡Ariyénye! Pero, ¡canastos!, ¿qué es esto, que no me tengo, que hasta los pelos del lunar me bailan?
 »¡Rediós! ¡Ariyénye!
 -¡Señor Gobernador, algo muy bueno!
 Y se van todos al Palacio de la Gobernación.
 -Hijas de mis entrañas, y tú, mujer -dice su Señoría-, ¡venid todas a escuchar la Prodigiosa Gallina de Guinea!
 A manos llenas, velludas, derramó las onzas.
 La Gobernadora -cubana buena, gorda y bruta- de entre unos cortinajes rojos entró bailando en el salón.
 Y baila el celador, baila el alcalde, baila la celadora, baila la alcaldesa; baila el gobernador, baila la gobernadora.
 Bailan las nueve hijas solteras del Gobernador.
 Y vino el Rey de España, en una fragata con toda la corte; con Cristóbal Colón, de mármol blanco, un verdugo y un padre cura...
 -Decidme, vasallos de tantos colores: ¿es ésta la rumba Mambisa?
 -¡Isé Kué! ¡Ariyénye! ¡Vaya un relajo!, y nos complace...
 ¡Ariyénye!
 -¡Señor, la Prodigiosa, la prodigiosa Gallina de Guinea!
 -¡La haré Virreina de mis Antillas verdes, de mis Antillas dulces! ¡Ea, señores, siga el guateque1.
 Subió el rey las escaleras, sin perder el compás, al  ¡Ariyénye! ¡Ariyénye! Y la reina con corona de diamantes y manto de armiño, moviendo el culo:
 ¡Isé Kué! ¡Ariyénye! ¡Isé Kué! ¡Ariyénye!...
 Bailó el celador y la celadora, el alcalde y la alcaldesa, el gobernador y la gobernadora, las hijas fofas, fainas, del Gobernador, el Rey y la Reina de España, los príncipes y princesas de la sangre.
 Condes, duques y marqueses.
 Y el Obispo de La Habana.
 El Ejército, la Marina, el Cuerpo Legislativo y la Sociedad Económica de Amigos del País.
 La cotorra, el perro y el gato.
 En la cochera, los caleseros; en la cocina, los cocineros, las cazuelas y la sartén. En la azotea, la negra que lava y la negra que plancha. En las tendederas bailan los corpiños, bailan las enaguas: los largos calzoncillos castos de los caballeros.
 Y las nubes.
 A las puertas de Palacio, también bailan los porteros –las farolas- y serenos a deshora; y se vio en el parque, bajo los laureles, frente a los balcones colmados de mujeres, a puro Capitán Cara de Mogote, que guardaba el puerto y cazaba piratas, bailar -sin desdorarse- con la negra retinta, cochambrosa, ya matunga, conga-mondonga.
 -Ahora -dijo la Gallina- llévenme a un escampado para cantarle al pueblo.
 -Sea -dijo el rey-, bueno está que el pueblo disfrute también lo suyo... de vez en cuando.
 -¡Viva el General Tacón! ¡Viva la Rumba, la Administración, la Constitución, la relajación!
 Y la chusma libre y gozosa -bozales, ladinos, criollos, rellollos, negros, blancos y amarillos -chinos manilas-, revueltos en estruendo de tambores, cascabeles, maracas, marugas y cencerros, la siguió coreando más allá del paseo de Carlos III, a la loma del Príncipe.
 Decían los tambores:
 ¡Tengo caló, caló!
 Bailaba el pueblo entero. Hasta la Guardia Civil odiada parecía buena.
 Salieron los cabildos con sus capitanes: sombrero de tres picos, banda y pendón; las comparsas, las farolas, los juegos de diablitos, congos, lucumís, mandingas, ararás; los «figurines» y las «figurinas», los «curros» currutacos de Jesús María, luciendo sus anchos pantalones de campana, las camisas alforzadas con mangas de charol, el sombrero calañés y los pañuelos de color.
 ¡Isé Kué Ariyénye!
 ¡Isé Kué Ariyénye!
 Arriba, arriba: en el Castillo de Atares, la Gallina de Guinea.
 Levantó un ala -¡Ariyénye!-. Cuando vinieron a acordar... ya estaba ella en su terruño con todos los «carabelas », narrándoles su aventura.
 El Palomo se escandalizó; ¡Té-Kúm!, mal ejemplo, Gallina de Guinea, atrevida y filatera, le daba a una mansa, recatada Paloma. El Ganso, patiabierto en asombro, por más esfuerzo que hizo no alcanzaba a comprenderlo todo -y le dolió la cabeza-; y compadre Gallo por su prestigio de amo, por su hombría, su cresta y sus espolones se creyó en el deber de reprenderla, no de admirarla.
 -¡Loca, loca de atar! ¡Un picotazo te merecías en cada ojo... y te atreves a reírte y aún, insolente, te vanaglorias!
-Di, endiablada gallina revoltosa, ¿cuándo tendrás un poco de juicio?
 ¡NUNCA, NUNCA, NUNCA, NUNCA! -gritó convulso, reventándose de cólera el Compadre Guanajo, muy puntilloso y, verdaderamente, muy estúpido.


 Notas

 (1) Imitando el canto de la Gallina de Guinea...
 (2) Hombre blanco.


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