martes, 13 de marzo de 2012

Juan M. Chailloux Cardona: Los horrores del solar habanero II




 En estos solares nos encontramos los centros proveedores de hospitales y sanatorios anti-tuberculosos, con material humano desecho en cuyos despojos se gastan luego centenares de miles de peso, hasta millones, en un esfuerzo baldío por controlar los efectos desconociendo las causas.
 No obstante la evidencia de estas realidades, muchas personas acomodadas consideran que este problema no afecta directamente a su interés individual. No toman en consideración, por ejemplo, que en la mayoría de los casos, su servidumbre ha sido reclutada en esos solares. Ya dijimos que nuestra investigación nos reveló que en esos 50 tugurios había nada menos que 434 criados, sin contar los que de allí salieron para dormir donde prestaban sus servicios. Calculamos que de los más inmundos solares de La Habana salen de 8 a 10 000 individuos que manipulan niños, preparan los alimentos, limpian la ropa, etc., de la gente pudiente, en un trasiego constante de los elementos patógenos que se incuban en la insalubridad de sus habitaciones.
 (De la Aglomeración y la Promiscuidad)
 Es imposible pintar fríamente los abismos a que desciende la población sumergida en estas zahúrdas que describimos.
 Hace más de medio siglo Mr. Sherwell, en Life in West London, proclamaba con asco que iba a denunciar un caso patente de aglomeración, declarando a continuación que 25 personas vivían en solo 5 habitaciones. Y los trabajos de la International Labour Office conllevaron la declaración de que se consideraba superpoblada (over crowe) toda habitación que albergara más de dos personas adultas.
 En nuestra investigación obtuvimos un promedio de 4, 1 personas en cada habitación de las 1434 que visitamos. Entiéndase bien, habitaciones que son a la vez sala, cocina, comedor, alcoba, etc., todo en esa única y exclusiva pieza con una mínima ventilación. De las 1434 habitaciones mencionadas, 112 carecían en absoluto de ventanas por donde airearse, 10 de ellas recibían la luz por una pequeña claraboya, 474 tenían una sola ventana y 121 contaban privilegiadamente con dos (…)
 En un principio no podíamos concebir las composiciones de lugar que harían posible dormir, ni siquiera incómodamente, a tantas personas en espacios tan reducidos; luego supimos que se acostumbraba establecer turnos individuales para descansar en las camas disponibles. Hay varones mayores que duermen por el día, por las noches deambulan por las calles, lugares de diversión, los mercados (donde a veces ayudan en la carga y descarga de los productos). Muchos niños al igual que adultos duermen en el suelo. En las 1434 habitaciones investigadas, con sus 5880 ocupantes, solo había 1893 camas, o sea, 3,1 personas por cada cama.
 De las aglomeraciones deriva la promiscuidad más repugnante en esos reductos de la miseria. En ocasiones aparecen dos, tres y hasta cuatro familias refundidas en una sola habitación que no rebasa los 20 metros cuadrados de superficie. Niños y adultos, jóvenes solteros, de ambos sexos, y matrimonios, en promiscuo abigarramiento, duermen apretujados en las habitaciones miserables (…)
 Donde imperan estas condiciones de promiscuidad, los secretos de la vida matrimonial no son tales, para niños, que apenas saben balbucear las escenas de que han sido testigos en las noches en que han permanecido insomnes.
 Son muchas las tragedias originadas en la quiebra moral de esos hogares, que pasan desapercibidas para la mayoría o llegan a ella disfrazadas en sus oscuras motivaciones. Una de estas nos fue relatada por un vecino de la calle Monte: Los periódicos publicaron que un desconocido había muerto despedazado, al lanzarse sobre los rieles al paso de un tren en marcha, en las inmediaciones de la ciudad (nosotros recordábamos la noticia aún fresca). El cadáver logró ser identificado al día siguiente, se trataba de un joven humilde que apenas contaba veinte años de edad. El padre declaró que hacía tres días había abandonado el domicilio paterno con síntomas de perturbación mental. Como es natural en esos casos, se hizo la autopsia y olvidó el caso. Sin embargo, esa no era toda la verdad que conocían los vecinos del lugar en que residía la familia. El muchacho sin trabajo, dormía en el suelo, junto a la cama de su hermana menor que él. Ella quedó en estado de gestación. El padre expulsó al muchacho de la casa, después de pegarle y maldecirlo.
 Inmediatamente después del accidente, la familia desapareció del barrio echada por la vergüenza.
 (De la prostitución)
 Hay muchos casos en que la prostitución salpica con su cieno la honestidad de la familia en el solar. Particularmente en la calle de San José y en barrios como los de Atarés, Colón y San Isidro, donde pululan las casas de lenocinio, hay muchas de estas instaladas en la accesoria del solar. Los servicio interiores son comunes y las rameras mantienen no tan solo los contactos obligados con las familias decentes de la casa. Una buena dosis de generosidad por parte de aquellas, bastan para poner a su servicio niños y niñas que se aleccionan precozmente en el tráfico envilecedor del lupanar.
 En el denominado Callejón del Suspiro, en comunicación con las calles de Monte y Águila, y en la calle Sol, hemos visto espectáculos que pueden calificarse de espantosos. Prostitutas residentes en los solares contratan sus servicios a los transeúntes en las calles cercanas y los traen al solar. Tanto al entrar como al salir, los hacen por delante de niños que a veces bromean contentado la transacción y haciendo consideraciones sobre el precio.
 El solar corrompe y degenera a las clases humildes de la ciudad.
(Del juego al Prohibido)
 En estos templos del hacinamiento, donde la miseria ejerce su más cruel despotismo, se encuentran los jugadores más recalcitrantes, particularmente de bolas y charadas, lotería, dominó, siló, etc.
 Cada mañana hay vecinas que se cuentan de puerta a puerta los sueños de la noche anterior, y las incidencias en que se fundan para recomendar tal o más cual número para la jugada del día. A veces quien “da” el número es un pequeño niño que apenas sabe hablar y ya domina el repertorio del “bichero” de la charada y la bola. Así se inicia a la niñez, casi desde la cuna, en los juegos de azar, destinándole la imprevisión económica como compañera inseparable de sus vidas de infortunio.
 Diariamente el juego insume una gran parte de las exiguas cantidades de que disponen esas familias para cubrir sus más imperativas necesidades. Especialmente los días en que se celebra el sorteo de la Lotería Nacional, hay cabeza de familia que arriesga hasta el sustento mismo y el alquiler del techo familiar en el juego de terminales (…)
 Las consecuencias del juego para el orden interior de la familia del solar, son comúnmente desastrosas. Las contrariedades que se sufren en esos hogares al no acertar los premios, son seguidas de querellas que en ocasiones, llegan a quebrantar vínculos maritales de largo tiempo establecidos. Hay madres que, bajo tales contrariedades, castigan a sus hijos endureciéndolos por vía de la justicia.
 Muchos solares disponen de una banca de juego. Si es lotería, lo corriente es que se jueguen centavos; sin embargo, al final han perdido una o dos pesetas jefes de familia que no contaban con más para afrontar los gastos normales de sus hogares en la mañana siguiente.
 El “apuntador” entra con precisión cronométrica en el solar, antes de cada “tiro”. En ocasiones estos llegan a siete: cuatro quinielas, el Sorteo de Beneficencia dos o tres charadas.
 Otras veces el asunto es más serio. Comienza por una mesa de dominó dispuesta por un vecino sin trabajo, para entretenimiento de sus amigos. Normalmente en ese dominó se juegan convidadas que no toman, sino que se cotizan a cinco centavos, más o menos, y termina por convertirse en un centro organizado de juego del siló, treinta y una, siete y media, etc. Siempre con la tolerancia del encargado que a lo mejor percibe “su tanto”. Allí trabajadores humildes, todavía con la mugre de la jornada encima, dejan el producto de su esfuerzo diario; muchas veces en provecho de dos o tres “vivos” que se lo ganan con trampas. Frecuentemente se originan disgustos por este motivo que luego se dirimen a golpes, puñaladas o navajazos, sin que las autoridades lleguen a conocer al agresor ni los móviles, que tanto aquel como la víctima ocultan.
 El solar es un factor primario de vicio y criminalidad.
 En el solar aprenden los niños a jugarse la subsistencia. ¿Quién no ha visto esos niños harapientos que, haciendo un alto en la venta del periódico, se juegan los centavos ganados con tanto trabajo, tirándolos de un contén a otro de la acera; con el rostro severo y el lenguaje obsceno a flor de labio? Esos niños, producto genuino del solar, no tienen pasado de candor, se tiñó con las brumas de la tenebrosa habitación que les vio nacer; su presente es cuanto vale en la pasión envilecedora del juego que ahora le distrae en el dolor de su desamparo; su futuro ya está escrito, es una ficha en los archivos de la cárcel o el presidio, una hoja clínica en el dispensario anti tuberculoso, o quizás no sea nada para nadie, más que una mano extendida que mendiga pan o centavos.

 (De la Nacionalidad y Raza predominantes en los solares)
 (…) Menos del 2% de los avecindados en los solares más inmundos son extranjeros, y, de estos pocos, la mayoría está integrada por negros antillanos radicados en los solares de las inmediaciones de los muelles donde desenvuelven sus actividades. También hay un número considerable de chinos mal instalados, más que nada, por lo que parece ser su tendencia ingénita al apiñamiento. Ocupan con preferencia la zona comprendida entre las calles Rayo, Zanja, San Nicolás y Salud. Allí se encuentran formidables casos de hacinamiento, como en cada una de las trastiendas de sus comercios menores donde duermen amontonados.
 Por eso afirmamos que los domiciliados en los solares son cubanos. Muchos de ellos nacieron y crecieron en el solar. Las aspiraciones de esta gente no trasponen los límites de esos reductos de podredumbre. Su más caro sueño es habitar la accesoria que tiene puerta a la calle, pero en el mismo solar. Otros, en gran cantidad, proceden de provincias de donde llegaron cargados de grandes ilusiones. Ahora, transidos de desconsuelo, antes que retornar al medio estrecho del pueblo nativo o a la dura y mísera jornada agraria bajo el flagelo del latifundio, esperan la problemática oportunidad que terminará sus desventuras, ante el espejismo de un premio de la lotería, o la fugacidad de un puesto en la recargada Administración Pública. De este modo, pueblan el solar agentes políticos llegados en pos de un cargo burocrático, cantantes y músicos que solo han logrado una actuación mendicante a la puerta de restaurantes mediocres, artistas fracasos, obreros y jornaleros del agro abandonados a su suerte…
 En cuanto al predominio racial entre los residentes en el solar, es evidente que una extraordinaria mayoría en los solares más sórdidos es de color, negros o mestizos.
 En este aspecto el problema es idéntico al que rigió en algunas ciudades de los Estados Unidos de Norteamérica, mientras el trágico slum ejercía la hegemonía como vivienda de pobres. La diferencia radica en que allá los negros pobres, aparte de estar condenados a poblar las viviendas más sórdidas, permanecían confinados en zonas de aislamiento dentro de la propia ciudad. En La Habana no se llegó a tanto, tampoco se podría porque los solares están diseminados por toda la urbe. Pero de hecho se recluye a la gente de color en las peores viviendas. En los edificios colectivos dotados de condiciones genéricamente aceptable, no se alquila a los negros, en virtud de un convenio tácito que aceptan los arrendadores de esos apartamentos, por encima de los preceptos constitucionales que prohíben la discriminación por motivos de raza, color…
 En La Habana, todo negro o mestizo que no puede “pasar” por su color como blanco, conoce de estas ilegales e inhumanas limitaciones. Por ello la familia negra con recursos suficientes para alojarse en un departamento decoroso, tiene el mayor problema enfrente cuando se propone conseguir alguno en alquiler. Y no solo en los edificios de apartamento en buen estado, sino hasta en muchas casas de vecindad. No bastan sólidas garantías ni honorables referencias. No se alquila a negros, a pesar de que hay muchos casos en los que la reputación moral de blancos establecidos en el edificio es extremo dudosa. Actualmente se contesta, al solicitante negro en demanda de un apartamento de los edificios que le están prohibidos, con evasivas adornadas de sonrisas amables. Con ello se evita la protesta que pudiera llegar a los tribunales de justicia. Pero con anterioridad a la vigencia de los preceptos sancionadores de la discriminación racial, hubo edificios que mostraron carteles alusivos a la inadmisión de gente de piel oscura como inquilinos del lugar, equiparándolos con animales domésticos. Citemos un ejemplo: el Edificio Carreño, cuyos alegres vecinos tanto han escandalizado, en oportunidades, la moral pública con sus excesos, exhibió un cartel que anunciaba sin ambages “NO SE ADMITEN PERROS NI NEGROS”. Hoy el edificio ha venido a menos, sus condiciones dejan mucho que desear y, en consecuencia, pueden vivir negros en él, lo mismo que cualquier blanco obligado por la necesidad (…)
 En los solares investigados por nosotros, los negros y mestizos representaban el 95, 7% de sus ocupantes. Numerosos de estos solares no contaban con una sola persona blanca entre sus moradores. Por ejemplo, en Oquendo no. 424 hallamos una viejecita blanca con más de veinte años de residencia en el solar; según nos expresó, nunca había conocido allí vecinos de su misma raza. El solar tiene un nombre ajustado a esa tradición. Le llaman “El África”.
 El negro, factor tan importante en la nacionalidad, no merece vivir desterrado en el oprobio del solar.
 (De la Morbilidad y Mortalidad en los solares)
 ¿Qué proporción de personas alojadas en las viviendas descritas padecen alguna enfermedad? ¿Cuáles son las enfermedades más comunes en las viviendas insalubres de La Habana? ¿Cuántos enfermos procedentes de los solares reciben asistencia por cuenta del Estado o la Municipalidad? ¿Qué cantidad de los fondos públicos se gasta en esos servicios? Estos son aspectos de la cuestión general de la salud pública que debieran abordarse con rigor estadístico. Estamos convencidos, sin haber realizado el survey necesario, que se haría una apreciable economía en el tesoro público si, en definitiva, se acometiera la reforma del sistema actual de viviendas para nuestros pobres.
 Particularmente la tuberculosis, enfermedad social por excelencia, hace grandes estragos en nuestras clases humildes y se gastan sumas enormes en combatirla. Según el doctor Juan J. Castillo, una de nuestras indiscutibles glorias científicas aplicadas a la materia, Cuba vive la más grave fase epidemiológica de su historia, o sea, está en una fase de tuberculización masiva o creciente. Esta enfermedad se encuentra extraordinariamente difundida, la infección  alcanza a ¡más del 60% de la población! Hay 2 400 000 infectados por el bacilo de Koch, de los cuales 4000 mueren anualmente, representando el 10% de la mortalidad general. Esta terrible enfermedad consume normalmente 8 millones de pesos de los fondos públicos, cada año; 200 pesos per cápita, aparte de cuánto significa para nuestra sociedad tan crecida pérdida de capital humano (…)
 Faltan datos estadísticos, siquiera aproximados, para descubrir la proporción con que contribuye el solar en la formación de la población tuberculosa de La Habana. Una estadística al respecto, confeccionada parcialmente por los doctores Alberto Sánchez de Fuentes, director, y Julio Morera Carvajal, médico de Consulta, del Dispensario “J. L. Jacobsen” deja entrever esta dolorosa contribución. Según dicha estadística, “el 75% de nuestros tuberculosos viven en malas condiciones higiénicas (ventilación deficiente, superpoblación de la vivienda, etc.) el 15% vive en condiciones higiénicas mediocres, y solo el 10% en buenas condiciones. Como se comprenderá por la vivienda, el status económico de la población tuberculosa es muy bajo, habiendo muchos indigentes y desocupados entre los enfermos inscriptos”. Dicen dichos doctores, además, que “hay 500 enfermos conviviendo con 838 hombres, 1010 mujeres y 684 niños. Así es que cada tuberculoso está en contacto íntimo con 4 mayores y un niño, como promedio”.
 Por otro lado, los doctores René G. Mendoza, Indalecio Aranda G. y otros médicos de visita del sanatorio “La Esperanza”, han hecho una investigación, publicada bajo el título de “Contribución al estudio de la Tuberculosis en el Niño Negro”, que revela en parte ese aporte del solar a la legión de niños tuberculosos. En un grupo de 1000 niños inscriptos en el Dispensario de Tuberculosis Infantil “Calmette” (según observaron los médicos citados), el 40% de los infectados era de color, proporción extraordinariamente excesiva en perjuicio de la gente de color, si se tiene en cuenta que solo el 24% de la población habanera es de esa raza. Por lo mismo que ya sabemos que la gran mayoría de los habitantes de los solares es de color (el 97,5% en 50 solares investigados), estimamos que sería fácil ex extremo demostrar que también una gran mayoría de esos niños tuberculosos proceden de las tinieblas del solar.
 ¡Jamás serán suficientes los hospitales y sanatorios, mientras no sea sustituido el solar malsano por un tipo de vivienda civilizada!  

 Fragmentos del Capítulo III, “La vivienda popular habanera. Época republicana, Estado actual”, de Síntesis histórica de la vivienda popular. Los horrores del solar habanero, (Jesús Montero Edito, 1945); Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, pp. 129-145. 
 Fotografías: Walker Evans

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