domingo, 22 de enero de 2012

Desde que hay pelota





 Diego Vicente Tejera


 ... Nervioso y vehemente, el cubano, a la menor excitación, se mueve con suma agilidad, y mientras dure el estímulo, muéstrase infatigable, entra en lucha, la sostiene con ahínco, despliega en ella cualidades preciosas, la inteligencia se le afina, inflámasele el corazón, despiértasele imperiosa la voluntad, hínchasele el músculo y pónesele como de acero. Es en fin hombre poderoso, que se marca un objeto y lucha sin descanso hasta alcanzarlo. ¿No son pruebas elocuentísimas de energía y actividad nuestras largas, duras e intensas guerras de separación? ¿Qué enorme suma de esfuerzos violentos, e incesantes, no han exigido y obtenido del cubano? Y descendiendo a hechos más humildes, precisamente, tenemos ahora en este Cayo un ejemplo del ardor inextinguible, del entusiasmo delirante y de la gran perseverancia del cubano cuando se excita. Hace cuatro meses que a todas horas, día y noche, vivimos entre el zumbido de los flys de las pelotas y los golpes secos de los hits. Salta la pelota con solemnidad los lunes junto a la brisa; salta menos solemnemente entre semana en improvisados matchs, y salta sin solemnidad ninguna, de sol a sol, en todas las esquinas y patios y solares de la población, en un match de muchachos que no se acaba nunca. Los hombres cortamos el trabajo para no perder el juego y discutimos muy largamente si pisó la primera base el jugador que llegó a segunda; en nuestras cocinas la sopa se evapora y el arroz se quema mientras se averigua cómo Felo se dejó ponchar; nuestras lindas cubanitas contraen penosamente los frescos labios para articular la jerga bárbara y no conciben ya a Cupido sino armado de un bat y con medias azules o punzó, y nuestros niños… ¡Oh! Desde que hay pelota, no se ha dado bien una lección, ni se ha hecho un mandado en regla, ni ha habido bolsa bastante para comprar zapatos ni árnica suficiente para lavar chichones. Los hijos nuestros, las esperanzas del mañana, se nos atrasan en instrucción, se nos envician y se nos enferman con tan desmedido abuso; más ¿qué hacer si el ejemplo lo toman de los grandes?
 
    Pero no es mi ánimo, queridos compatriotas, hacer la crítica de esta diversión, aunque esté adquiriendo el carácter y las proporciones de una calamidad. Mi único objeto es demostrar, con este hecho palpitante, que la indolencia cubana no es indolencia física, que el cubano es vivo y ardiente cuando quiere y muy capaz de mantener largo tiempo activa su voluntad. Nuestra indolencia es más bien mental, y consiste en la indiferencia casi absoluta con que sabemos mirar los asuntos serios, especialmente los que corresponden a la vida pública. Apenas hay vínculos sociales entre nosotros, ignoramos la vida colectiva, somos en cierto modo todavía el colono acostumbrado a no cuidar más que de sí mismo, sólo al derecho que se le concedía, ya que en su suelo, que no podía llamar patria, un poder extraño se encargaba de gobernarlo y de administrar sus intereses generales. No fuimos así nunca un verdadero pueblo, y aun el solo ideal que nos fue común, el de la independencia, como era subversivo, no pudo reunirnos exteriormente ni despertar en nosotros el sentimiento de la solidariad.


 Fragmento La indolencia cubana (Conferencia pronunciada en la Sociedad de Trabajadores, el 12 de diciembre de 1897, en Revista Bimestre Cubana, vol. XLIX, no 1, 1942, pp. 115-23).

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