viernes, 6 de enero de 2012

Diccionario crítico: Matadero




 Georges Bataille


 El matadero deriva de la religión en el sentido de que los templos de las épocas antiguas (sin mencionar actualmente los de los hindúes) estaban destinados a un doble uso, sirviendo al mismo tiempo para las imploraciones y las matanzas. Sin duda, el resultado era una coincidencia inquietante (podemos juzgar de acuerdo con el aspecto caótico de los mataderos actuales) entre los misterios mitológicos y la grandeza lúgubre característica de los lugares donde corre la sangre. Resulta curioso ver como en Estados Unidos se expresa un pesar agudo: W. B. Seabrook, al constatar que la vida orgiástica ha subsistido, pero sin mezclar la sangre de los sacrificios con los cocktails, encuentra insípidas las costumbres actuales. Sin embargo, actualmente el matadero es algo maldito y está en cuarentena como un barco portador del cólera. Claro que las víctimas de esta maldición no son los carniceros ni los animales sino las buenas gentes en persona que han llegado a no poder soportar otra cosa que su propia fealdad, fealdad que responde, en efecto, a una necesidad malsana de limpieza, de pequeñez biliosa y aburrimiento; la maldición (que sólo aterroriza a quienes la profieren) las lleva a vegetar tan lejos como es posible de los mataderos, a exilarse por corrección en un mundo amorfo, donde ya no queda nada horrible y donde, padeciendo la obsesión indeleble de la ignominia, se ven reducidas a comer queso.


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