Italo Svevo
Mamá:
Justo ayer por la tarde recibí tu
carta bonita y buena.
No lo dudes, para mí tu gran
carácter no tiene secretos; aun cuando no puedo descifrar una palabra, comprendo,
o creo comprender, lo que quieres decir haciendo correr la pluma de ese modo.
Releo muchas veces tus cartas; son tan sencillas, tan buenas, que se parecen a
ti; son como fotografías tuyas.
¡Amo hasta el papel en que
escribes! Lo reconozco: es el que despacha el viejo Creglingi; al verlo
recuerdo la calle principal de nuestro pueblecito, tortuosa pero limpia. Vuelvo
a verme donde se ensancha formando una plaza, en medio de la cual está la casa
de Creglingi, baja y pequeña, con el tejado en forma de sombrero calabrés. ¡La
tienda es casi un agujero! Él está dentro; atareado, vende papel, clavos,
aguardiente, puros y sellos; es lento pero tiene los ademanes agitados del que
quiere darse prisa sirviendo a diez personas; es decir, sirviendo a una y
vigilando a las otras nueve con sus ojos inquietos.
Dale muchos recuerdos de mi parte. ¿Quién iba
a decirme que tendría tantas ganas de volver a ver a aquel osazo avaro?
No creas, mamá, que aquí se esté mal; ¡soy yo
el que está mal! No puedo resignarme a no verte, a estar lejos de ti durante
tanto tiempo, y mi dolor aumenta al pensar que también tú te sentirás sola en
aquella casona grande y alejada del pueblo en que te obstinas en vivir sólo
porque es nuestra. Además, tengo verdadera necesidad de respirar aquel aire
nuevo, que a nosotros nos llega directo de la fábrica. Aquí respiran un aire
denso, ahumado; a mi llegada, vi que se situaba sobre la ciudad, pesado, en
forma de un cono enorme; como el vapor que hay en invierno sobre nuestro
estanque; pero ése ya sabemos qué es; y es puro. Aquí todos o casi todos están
contentos y tranquilos porque no saben que en otra parte se puede vivir mucho
mejor.
Creo que cuando era estudiante estaba más
contento porque vivía papá, que se ocupaba de todo mejor que yo. También es
verdad que él disponía de más dinero. Para hacerme infeliz basta con la
pequeñez de mi cuarto de aquí. ¡En casa lo destinaríamos a los gansos!
¿No te parece, mamá, que sería mejor que
volviera? Hasta el momento no veo qué provecho puedo sacar estando aquí. No te
puedo mandar dinero porque no lo tengo. Me han dado cien francos el primer día;
a ti te parecerá una suma considerable, pero aquí no es nada. Yo me las arreglo
como puedo, pero el dinero no me llega o me llega muy justo.
También empiezo a creer que en el comercio es
muy, pero muy difícil hacer fortuna; lo mismo que, según dice el notario
Mascotti, en los estudios. ¡Es muy difícil! Mi sueldo es envidiado y debo
reconocer que no lo merezco. Mi compañero de despacho gana ciento veinte
francos al mes y lleva cuatro años con el señor Maller haciendo trabajos que yo
no sabré hacer hasta que pasen varios años. Mientras tanto, no puedo esperar ni
desear aumentos de sueldo.
¿No sería mejor volver a casa? Te ayudaría en tus quehaceres e incluso trabajaría en el campo, y luego leería tranquilamente a mis poetas a la sombra de las encinas, respirando nuestro aire sano y limpio.
¡Quiero contártelo todo! La soberbia de mis
colegas y de mis jefes aumenta mi malestar. A lo mejor me tratan con altanería
porque voy peor vestido que ellos. Son unos pisaverdes que se pasan el día ante
el espejo. ¡Qué estúpidos! Si me pusieran en las manos un clásico latino lo
sabría comentar, mientras que ellos no conocerían ni el nombre.
Estas son mis angustias; tú puedes suprimirlas
con una sola palabra. Dila y en unas horas estaré contigo.
Después de escribir esta carta me siento más
tranquilo; es como si ya tuviera permiso para partir y fuera a prepararme.
Un beso de tu cariñoso hijo
ALFONSO
Comienzo Una vida, traducción Francisca
Perujo; Barral Editores S. A., 1978.
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