Las Novedades desea no dejar sin mención el reciente triunfo del poeta Salomón de la Selva. Aunque nació en Nicaragua (hace apenas veintiún años) y aunque maneja con elegancia el castellano, su verdadera lengua literaria es el inglés. Se le conocía ya y se le estimaba en los círculos literarios de los Estados Unidos; pero el triunfo que le coloca en la primera fila de los poetas norteamericanos es el que acaba de obtener con la publicación, en la aristocrática revista The Forum, de su poema “A Tale from Fairyland” (“Cuento del País de las Hadas”).
El poema ha sido comentado con gran aplauso en todos los cenáculos neoyorquinos. El distinguido antologista Mr. Braithwaite, que recoge en un volumen las mejores poesías de cada año, ha decidido darle sitio de honor en la colección de 1915.
El “Cuento del País de las Hadas” es un poema de exquisito corte
prerrafaelista. El poeta narra cómo tuvo una visión deslumbradora, y tejió con
palabras una tela maravillosa. “Y había palabras como rosas; y palabras
resonantes, como el vuelo súbito de multitud de pájaros. Y palabras de selvas,
como hojas, que, siempre trémulas, hacían murmurantes los versos. Y una palabra
era luna: una sílaba argentada, y casta, y plena de conjuros. Y una palabra era
sol: y era redonda, y era cálida, y tenía sonido de oro. Y una palabra suave
era como carne de doncella y como rosa blanca, y de venas delicadas: contenía
el día y la noche. -Y tejí con todas estas palabras un cantar, una tela de
palabras, que alegró mi corazón triste”. Y cuando concluyó, dijo: el rey la
comprará. Y la tela lírica sería famosa, y su fama llegaría hasta los santos
ermitaños; y éstos dirían: “Debe de ser más hermosa que el nacer del día. Dios
bendiga las manos que la tejieron, y Dios bendiga el alma del hombre que soñó
tanta belleza”. El poeta llegó a la puerta del palacio real con su tela. El
crítico le detuvo en la puerta, y juzgó desdeñosamente la tela. El poeta,
entonces, la vendió por cobre, y se fue adonde van los parias. Pero un día la
Cenicienta vistió la tela, y ésta fue famosa, y peregrinos iban a verla. Y
Jasón, por amarla mucho, realizó proezas. Y pasó de mano en mano, y nunca
perdió su encanto. Y cuando murió Jesús, José de Arimatea lo envolvió en ella.
Tres días vistió Jesús la tela, y era digna de él. Y la vestirá en el día del
juicio, y los Santos Patriarcas dirán: “Dios bendiga las manos que la tejieron,
y Dios bendiga el alma del hombre que soñó tanta belleza”.
Las Novedades, 22 de julio, 1915, p. 7; OC, 5, 1911-1920, Editorial Nacional, Santo Domingo,
2013, pp. 266-65.
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