lunes, 11 de diciembre de 2023

Mella y los intelectuales

 

  José Antonio Portuondo 

  (…) Yo repito que los estudiantes de las letras cubanas tienen que revisar esa etapa y hacer alguno de ellos una buena tesis sobre el Grupo Minorista, porque es uno de los instantes más fecundos y más interesantes de nuestra vida intelectual. Uno de los grupos nacionales más compactos, más productores y más vivos. Hemos de volver sobre ellos inmediatamente. Pero Mella sabía también cuáles eran las limitaciones de los intelectuales y lo dijo. Dice Mella:

  “Casi siempre el intelectual se presenta en la sociedad como un ser fosilizado a quien no se debe oír, y sí tratar como a momia con vida artificial. Cuando adquiere el éxito, y su nombre se hace famoso, es porque se ha mediocratizado, aceptando las ideas retrógradas del medio, con la excepción de las épocas idealistas de renovación”.

 Ahora bien, la época del minorismo es una de esas épocas idealistas de renovación, y Mella tiene razón en lo que se refiere al intelectual fosilizado cuando se piensa que la lucha por la reforma universitaria fue precisamente contra la fosilización de la Universidad, pero también en esta lucha figuraron hombres provenientes de una generación anterior, como es el caso de Eusebio Hernández (1858-1933) y de Varona, a quienes constantemente alude Mella reverentemente cuando habla de los intelectuales positivos. Mella lo sabía perfectamente bien, pero era indudable que el porcentaje mayor era, efectivamente, un porcentaje bastante fosilizado. Sin embargo, en las épocas de renovación idealista, como en la época del minorismo, la mayor parte de los intelectuales, sobre todo los intelectuales jóvenes, están en una actitud de lucha perfectamente clara y decidida. Ahora bien, Mella sabe también que no se puede hacer una renovación exclusivamente en la superestructura, que si se quiere renovar hay que empezar por cambiar la base, de ahí que su lucha no se limitara a una lucha en el terreno intelectual, reforma universitaria, sino que pretendiera vincularla inmediatamente con las masas, llevarla al movimiento obrero: fundación de la Universidad Popular José Martí y, sobre todo, dos años después, 1925, fundación del Partido Comunista. Pero todavía entre 1923 y 1925 Mella tiene naturalmente que fluctuar en un terreno esencialmente intelectual, y no solamente en un terreno esencialmente intelectual, sino en el terreno intelectual idealista. Cuando en 1925 todavía, Mella y Alfonso Bernal del Riesgo fundan un Instituto Politécnico, con ánimo de reformar los métodos de enseñanza, lo ponen bajo la advocación de Ariel, el símbolo de José Enrique Rodó (1872-1917), un símbolo esencialmente idealista, pero ya antimperialista. El Ariel expresa indudablemente una actitud antimperialista, es un antimperialismo de tipo idealista, pero es la actitud antimperialista (…).

 Al mismo tiempo Mella le presta su colaboración a la Liga Anticlerical, a la lucha antimperialista, etcétera, frente a lo que significa la vieja intelectualidad orgánica de una clase burguesa podrida, entregada al capital extranjero, y va mientras tanto cultivando también, hasta donde se lo permite su mucha lucha, el contacto con el Grupo Minorista. El enlace es Rubén Martínez Villena, que proviene también como Mella, en definitiva, pero más que Mella, de la clase burguesa, que sostiene contactos con el minorismo y sabe cuáles son las limitaciones y cuáles son las virtudes del minorismo. (…)

  Cuán sagaz era Mella al saber hasta dónde podían llegar los intelectuales idealistas del minorismo, cuál era el límite al que podían llegar.

 Y esto lo dijo con mayor sagacidad todavía en el caso de un escritor que afortunadamente está con nosotros, y espero que estará siempre con nosotros: Agustín Acosta. Cuando en 1927 se publicó el poema La zafra, de Agustín Acosta, Mella produjo un comentario que, para mi gusto, es una de sus páginas más agudas y brillantes. Aunque Mella dice que no está haciendo una página de crítica literaria, y en parte tiene razón, sin embargo es uno de los ejemplos mejores que pueden tener a la vista nuestros jóvenes críticos literarios actuales, cuando aborden la consideración de una obra literaria cualquiera. Porque Mella supo ver en La zafra lo que había y lo que debía haber habido. “La zafra -dice Mella- es el primer gran poema político de la última etapa de la república.”

 ¿Por qué dice Mella que es la última etapa de la república? Esto se publica en 1927. Mella no es ningún adivino, es algo mucho más importante, es un marxista, y sabe demasiado bien que la última etapa de la república no puede ser otra que la etapa semicolonial, la etapa sometida al imperialismo, y que la suerte de la república estaba unida a la lucha antimperialista. Cuando se produzca una lucha antimperialista, será inevitablemente para redimir a nuestra patria de esta situación semicolonial, que nos llevará a desembocar, también inevitablemente, en el socialismo, y por algo la llama con entera razón la última etapa de la república:

 “Y además -dice Mella-, Agustín Acosta, merece que se le tienda una mano. Está en el momento crítico y lleno de tragedia de los intelectuales modernos que son honrados y no pueden aceptar la realidad social. Mas, como en el mito bíblico, sufren por los delitos de los antepasados. No pueden negar la sangre familiar, ni desvincularse de la clase a que pertenecieron ideológicamente sus mayores, y que fue su clase durante casi toda su vida. En medio de ella, en el hogar, en las reuniones, en la escuela, en la biblioteca familiar, se fue formando su personalidad. Y ahora, ¿cómo matarla? Sin embargo, si Agustín Acosta ha de llegar a ser lo que debe y lo que puede por su genio y por su sensibilidad ante los dolores de la multitud, tendrá que “matarse” y volver a hacerse él mismo. Solamente los “sin padres”, pueden ser útiles y lograr un triunfo social en la vida moderna”.

 Y más adelante añade:

 “¡Ah! ¿Pero qué le proponen al poeta? ¿Que se haga político, que se haga socialista, que se sectarice? Llámenle como quieran. Estamos en el caso común y angustioso en que unas mismas palabras tienen distintos significados para grupos distintos que creen poseer la interpretación exacta. Política, para unos, es el asalto al Poder por la turba de aventureros. Socialistas, el nombre que se le da a los locos de hoy, o a los bandidos que se disfrazan. Así reza, para esto último, el lenguaje que se impone por decreto. Y, ¿quién se rebela hoy contra un decreto, aunque esté en contra de la ciencia y de la realidad? La vegetación estéril y los “libros para los amigos” o la lucha activa y el canto para la multitud. Este es el dilema que el mismo Agustín Acosta se ha planteado en ese libro que lo ha desplazado a él mismo (…) ¿Con la muchedumbre? No irá hacia la gloria -no se trata aquí de esa tontería. sino que habrá vivido. Eso es todo. ¿Sin la muchedumbre? Será un guarismo sin valor y la sociedad continuará avanzando y luchando y triunfando por el derrotero que ha expuesto. No importa. Algún día sentirá el dolor de haber sido un inconsciente desertor cuando pudo haber sido un gran capitán.

 Digamos en justicia que, no obstante sus avatares, no debemos llamar a Agustín Acosta un desertor. Está con nosotros y eso debemos aplaudírselo.

 Ahora bien, Mella supo ver perfectamente todo lo que había de limitado en la intelectualidad idealista, y por esto se dio enteramente a la lucha con la nueva clase que traía en sus manos el porvenir y se integró por entero a la lucha dentro del Partido Comunista, por traer una nueva sociedad, una sociedad mejor. Pero al integrarse a esta lucha se encontró entonces con otro peligro de tipo intelectual, el populismo, es decir, el famoso movimiento de los trabajadores intelectuales que, existente en el mundo entero, prohijaba en aquel momento y alentaba un grupo que en su país de origen, el Perú, tuvo una fuerza extraordinaria, y que en Cuba tuvo también bastante influencia en los días mismos de Julio Antonio Mella, el APRA.


 “Mella y los intelectuales”, Hoy, 5 enero de 1964, pp. 1-2; Universidad de la Habana, 165, enero-febrero, 1964, pp. 57-80; Crítica de la época y otros ensayos, Universidad Central de Las Villas, 1965, pp. 84-115; Casa de las Américas, 12 (68), septiembre-octubre, 1971, pp. 20-23; Mella: 100 años, Vol. 2, Editorial Oriente, 2003, pp. 24- 28.


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