domingo, 10 de diciembre de 2023

El poema de la zafra

 



 Fernando Ortiz

 

    Agustín Acosta, La Zafra. Poema de combate,

    La Habana, 1936, Editorial “Minerva”.

 

 Apenas recibido el poema lo leímos dos veces, y acabamos de leerlo todavía en el tren que corre como una oruga monstruosa por las llanuras floridanas.

 Petulancia nuestra habría de ser quizás la de creernos capacitados para saborear el verso y para absorber de él sus linfas, pues el poema, según su autor, solo está escrito “para ciertas almas que abarcan totalmente el horizonte de las realidades que nos ahoga”. Fuera vanagloria sentirnos así privilegiados y habríamos abandonado el libro, si esa aristocraticidad misteriosa no hubiera sido fuerte excitación mental a la búsqueda de esa cábala que no pueden comprender sino los iniciados en los sortilegios y conjuros para elevarse hasta las alturas donde se da el prodigio de ver la realidad. Esto aparte de que Acosta, aunque poeta y acaso por ello mismo y por serlo mucho, nos da en la belleza de sus versos tal sensación de realidades, no deformadas empero por la rica iluminación subjetiva con que la refleja su intelecto, que rimas de Acosta son siempre atracción irresistible para quienes, dados a las investigaciones objetivas por amor sólo de verdades, solemos a veces en las albas, tras los orgasmos de las noches de mentales deleites, sabernos a solas en el retozo con las ideas y sentir la desesperanza de no poder gozar las más bellas, por faltarnos el superlenguaje de la poesía.

 Acosta aspira a que su libro “sea en la literatura cubana algo que deje en firme la verdad de una época”. Y porque “una obra de arte ejerce sobre determinados espíritus una influencia distinta a la que ejercen los libros”, Acaso La Zafra sea cruce de hierro y semillero de ideaciones, que habrán de hundirse ahora en el cerebro terruñero de nuestro pueblo, absorbido por el caguazo estéril de viejas cepas que ya no pueden retoñar lozanas, para que la generación futura pueda cortarlas un día, cuando “la caña esté a tres trozos”, aumentando con la riqueza de sus mieles la dulcedumbre de la vida humana”. Deber de poetas de verso y prosa, es dar al terruño las limpias que nuestras esperanza y amor nos inspiran, a matarle así la mala hierba, y dejar libres para vigor de las cepas nuevas todo el aire, toda el agua y todo el sol.

 Todo cubano debe leer La Zafra como antaño se leía a Heredia, a Luaces, a Plácido, a Milanés. Los que no saben leer oigan sus versos y aprendan en ellos la belleza de un apóstrofe nacional con audacias de blasfemias. Y deben cantarla en el tiple y gemirla por las guardarrayas, junto a los cañaverales.

 El poema comienza y acaba con décimas, el verso que traduce mejor el alma de nuestro pueblo, y comprende diez y ocho cantos.

 La metáfora va tejiéndose sobre Cuba republicana. Acosta no canta ahora el pasado, aunque la época de la liberación lo cuenta entre sus poetas favoritos. Ahora quiere cantar con más libertad aun, como el sinsonte en la fronda patria, para el presente y el futuro.

    Los ruiseñores no cantan

    en la jaula de la Historia

 El poeta siente que las musas cubanas han sido pródigas, justamente pródigas, si esto puede decirse, vistiendo en arte de versos la poesía de la mujer, de la tierra, de la patria esclva y liberada… pero oye en las reconditeces de su ánimo, donde más lejos se oye y mejor se escucha, una voz que le dice:

    Poeta: hay algo tuyo

    que quiere ser cantando:

    existe algún arrullo

    que tú no has escuchado.

 Y hasta le aconseja su arte:

    Poeta: el canto es fuerte,

    y el verso debe ser ligero y musculoso.

 Y el poeta obedece, descuelga la callada lira y

    canta bajos los patrios palmares

 el dolor de Cuba, la congoja de esta época.

 La aurora es el primer canto. Luz de sol, ópalo de niebla, cantío de gallos, invocación báquica y despertar de ninfas rientes.

    Por fin el sol! El ojo lo mira frente a frente

    ……………………………………………………

 Acosta cree que puede mirarlo porque

    …………………… consistente

    niebla la luz del astro magnífico amortigua!

    …………………………

 Acaso se equivoque, y sea por el sol, al orto como al ocaso y al revés de Anteo, pierda al tocar la tierra mísera toda su fuerza de fuego, que allá en lo alto es su ardiente soberbia, y se vea entonces como humilde semejante nuestro, con el espíritu igualitario que anima a los fuertes que no han subido y a los que ya se siente caer. Aun sin los cendales de la neblina podemos al alba ver el sol, y porque era la aurora de los ideales cubanos, así lo vieron los poetas, lo fijaron en nuestro blasón, y junto a él, en la bandera, el lucero solitario, el del alba, la única estrella que brilla en cielo rojo, que retiene la aurora para ella solita, cuando son desvanecidas las constelaciones.

 Y así los poetas patrios no dieron en las luces sidéreas de la mañana el símbolo de la idealidad perenne, de la esperanza eterna, de un porvenir siempre mejor.

 El canto segundo: mediodía en el campo. Huele a caña de azúcar. Verde oleaje de cañaverales, temblor de sol, rizamiento de follaje, rojas huellas de pezuñas bovinas, que se llenan de sangre al llover… Tierra de ascuas. El aire quema.

    Saltan totíes, cuervos con espíritu,

    tan negros como el NO que a la esperanza

    suele darle la vida.

 Maizales, dorados granos, cristales azules, esmeralda atlántica de los cañaduzales….

 El campesino sueña con una zafra, pródiga, y hay fuerte olor de caña de azúcar en el aire…  

 El canto tercero es al corte de caña, la fase más musculosa de la zafra, la que más resuma esclavitud, sudores, ansias y humanidad. Es la siega de Cuba. El vendimiario de un pueblo.

 El verso de Acosta va alzando su tono. El alba de la zafra es una miniatura de verdad. Noche, bohíos con luz sanguinolenta, gallos cantando a la vida que duerme, rocío sobre los campos aun en tinieblas…

   olor a café fresco despierta en los bohíos,

   y constante a la noche abre torcidas grietas

   un monótono y áspero rechinar de carretas.

   …………………………….

 La caña, como el sándalo, perfuma el aire que lo hiere.

    Porque la caña es como un alma nazarena

    que su dulzura ofrece a toda crueldad

    que da néctar al agrio filo que la cercena,

    y al hierro que la estruja opone su bondad.

 El elogio al buey constituye el canto cuarto de Acosta.

    Salud para que seas esclavo mientras vivas,

    gozoso de la exigua libertad del potrero.

    ……………………………………………………………………………………

    para que en la impotencia de tus mejores años

    no goces nunca del amor…

 


 El poeta se mofa de la alcurniada y bicorne bestia de sus míticas y protohistóricas adoraciones y se compadece de su testuz rendida.

    Que siendo lo que eres, ¡oh buey!, tan sólo sirves

    para rudas faenas de campo y dolor,

    que no se ven premiadas, tras el esfuerzo máximo,

    con el espasmo del amor.

 Este es el canto más viril del poema. El poeta ya alcanza el contacto con la fuerza y se lamenta, como varón, de la potencia sometida.

  …como eres fuerte, ¡oh, buey!, se te subyuga…

 Y el cantor cubano se rebela a toda subyugación, y restallan sus ironías flagelantes.

 El canto siguiente es una aguafuerte criolla, muy fuertemente mordida, de sepia turbia, color de fango y podredumbre, sordidez y cenizas.

 Es canto de seria emoción mambisa. El poeta encuentra tras el verdor de la esperanza y el rojo de la fuerza, la negrura de la humanidad humilde y doliente, las lobregueces del pueblo guajiro.

   Tarde ictérica, ocaso frío, grisáceo,

   silencio de crepúsculo se mece en el vacío.

 Éxodo de flacos jornaleros cansados, sucios bohíos, agua turbia, sucios vasos,

   Café yanqui en las tasas mal lavadas humea.

   ……………………………………………………………………………..

   sombras vagas de aspectos fantasmales,

   un perro hambriento ladra a lo que no sabe…

   huele a caña quemada… a sudor… a ceniza…

   a corral inmediato y a excremento de ave…

 El poema irrumpe en desesperadas endechas de patriótica emoción. Es triste este canto de realidades. Aguafuerte por los perfiles y sombras, pero colorido de Cristo velazqueño por el verismo de su incruencia.

   Y así transcurre sórdida la vida de esta gente

   en el sitio que la pereza hace infecundo:

   con el horror de toda labor independiente

   y un concepto extraviado de las cosas del mundo.

   Y así, sórdidamente, huérfanos de cariño,

   con el ejemplo de la promiscuidad,

   en el bohío lóbrego crecen los pobres niños,

   con un precoz instinto de voluptuosidad…

   Así en estos lejanos parajes olvidados

   vitaliza el estupro el hijo natural;

   y los hijos anónimos y los hombres burlados

   del adulterio aspiran el perfume letal...

   Descalzos y desnudos, niños escrofulosos,

   con los puercos se arrastran en el negro hormigón;

   con gallinas enfermas y con los perros sarnosos…

  (¡Y esto ocurre después de la Revolución…!)

   […]

 El poeta recoge del ambiente cubano el canto quejumbroso, no en los hombres, que callan; no en los bueyes, que sin mugir se relamen; no en los pájaros, que trinan sólo las inconsciencias del instinto; sino en las más humildes ánimas, que no viven sino en la zafra, para sólo confundir en una fuerza su trabajo y su lamento: las carretas en la noche, almas en pena de rodar caña ajena, purgando culpas de la frivolidad pecadora. 

  Mientras lentamente los bueyes caminan,

  las viejas carretas rechinan… rechinan…

  No pudo el poeta dar con mejor símbolo. La carreta de los bueyes es la conquista, la dominación por y para el trabajo, el vencimiento de la selva virgen, el aporte de Castilla para la roturación de Cuba con el bracero de África; es la vieja alma criolla cuyo rodar surge de la solemne Edad Media y por sobre esclavitudes y rebeldías, sigue en hondos cangilones y con desprecio al tiempo, chirriando su quejumbroso y pausado arrastre.

   Las viejas carretas rechinan… rechinan… 

 Acosta evoca el cortejo de las carretas cargadas de cañamelar: teorías de bueyes tras el nerigonero, aparejamiento de brutas fuerzas de carne, sólo avivadas un instante por la brusquedad del aguijón aleve, atascamiento en las hondonadas, reniegos del carretero, relamimientos de los bueyes para beber y rebeber su sudor, crujidos de ruedas, de mecates, de yugos, de maderos, de huesos, de carnes... y la décima guajira que en las placideces suspira, como saeta sevillana para cantar pasiones, y la sirena del ingenio que en la mañana ordena, chiflando como un mayoral de cíclopes, el cambio en los turnos de faena y ruge, bufando como monstruo unicorne agazapado, el hambre de sus fauces de fuego. 

  Este será de los cantos del poema uno de los más sentidos.

  Por las guardarrayas y las serventías

  forman las carretas largas teorías… //

  Vadean arroyos… cruzan las montañas

  llevando la suerte de Cuba en las cañas… //

  Van hacia el coloso de hierro cercano:

  van hacia el ingenio norteamericano, //

  y como quejándose cuando a él se avecinan,

  cargadas, pesadas, repletas,

  ¡con cuántas cubanas razones rechinan

  las viejas carretas…!  

  Los cantos VII y VIII rezan el pasado; uno los antiguos ingenios; otro, los negros esclavos. Pocas pinceladas, pero magistrales: torsos desnudos, latigazos, sangre, úlceras, fetiches, mayorales, cimarrones, mieles negras...

  y una idea que campea por los cielos azules.

 Es la libertad.

  Acosta no ha podido evitar la historia; pero no pudiendo cantar en su jaula, canta desde fuera lo que ve tras su enrejado de oro. El canto IX es toque de clarín.

  Factoría de antaño… Grandes cruces… escudos.

  Concubina de Morro… ¡oh, libertad…! ¡Oh Habana…!

 Duramente maltrata a la Habana de hace un siglo el poeta matancero, vástago linajudo de ateniense ascendencia. Pero toda Cuba fue antaño sometimiento de carne blanca, bocabajo de carne negra, vida bovina de beocios, ahupada a instantes por fulmíneas ideas patricias…

 Y fue la clarinada, la diana de otro sol de más luz, fue la rebelión, la guerra. Lenguas de fuego en los cañaverales, derrumbamiento de barracones, oxidación de ruedas y engranajes, púrpura en la manigua, tañido de La Demajagua, bateyes desiertos, torres caídas…

 Al recuerdo de aquellos días que vinieron cuando nuestro patriciado engendró una nación, dando alma a Cuba, poesía a la vida e ideas a la libertad, Acosta consagra un canto nostálgico, lleno de ternura, como las prosas que antaño escribía Suárez y Romero.

  Oh los días pasados… ¡

  Oh los tiempos vividos…!

  Los lugares amados…!

  Los senderos perdidos… ¡

 Ya se ha luchado y vencido. El canto XI es retorno a la esperanza, es la reconstrucción de Cuba.

  Vientos de libertad frescura ofrecen

  a tus mejillas pálidas, en donde

  la sangre del triángulo refleja

  el escarlata de las flores;

  y tus ojos nocturnos tienen llamas azules:

  cifra de un alto ensueño de colores

  que en la bandera se fundieron

  como en incógnitos crisoles.

  […]

 De nuevo entra el poema en la vida presente. La molienda es su otro canto; trapiche por el que pasa tropológicamente la mecánica vida de ingenio, la función orgánica:

  de ese cerebro de hierro,

  que lanza su idea de azúcar…

Idea que es pensamiento, la monomanía de Cuba, a que dedica Acosta una loa arbitraria en su canto XIII.

  Rubia, como de oro, hacia el azar extraño,

  sale de los centrífugas la riqueza del año;

  la esperanza de todos hecha fino cristal;

  grano de nuestro bien ... clave de nuestro mal

  se ignora, mientras rauda danzas en la turbina,

  si serás nuestra gloria o serás nuestra ruina.

 El poeta recuerda los trabajos, afanes, angustias y anhelos que se funden en el azúcar y que dan aristas a sus cristales. Es la savia de Cuba.

  Todo sale de ti, áurea azúcar cubana:

  antes de que la caña germine en la sabana,

  a tu aleatorio influjo ya se ha dado la vida:

  ………………………………………………………………………………………….

 Pero Acosta no ve sólo guarapo, sino bagazo; no sólo miel, sino cachaza... y de nuevo filosofa, como ante la miseria guajira, ahora ante la ligereza, frivolidad, impresión e indolencia del alma tropical.

  Y se duele de que las riquezas de nuestro suelo vayan a rendirse a extrañas cotizaciones, a atesorarse por anónimos Cresos.

  Todo, ¿por qué? por nuestra pereza patricida;

  por el despreocupado bienestar de la vida;

  porque la provisión del suelo excluye el bravo

  esfuerzo sin reposo al logro del centavo...

 

  Por nuestra inclinación a jugar a la suerte,

  esperando la vida sin temor a la muerte,

  jugamos nuestra inmensa fortuna en los mercados

  como la jugaríamos en un café a los dados...

                      

  Por nuestra sumisión a lo convencional;

  por no tener un gesto de santo… o de animal;

  por aceptar los tácitos convenios inconsultos...

  Por rendir a la Patria equivocados cultos…!

  […]

Estas estrofas son la otra aguafuerte del poema, la más cruel porque sangran las heridas de donde tomó sus tintes. Y en dos versos graba el perfil de la vida subyugada:

 ¡Por no sembrar en tierra propia nuestro alimento,

 a las extrañas tierras debemos el sustento…!

 Canto XIV. Admonición. ¡La proclama de la nueva independencia!

  No esperes que te adule, campesino cubano.

  Tengo derecho a hablarte: por algo soy tu hermano….

 ………………………………………………….

  Tú has vendido tus tierras al billete extranjero;

  has jugado a los gallos… Casi eres pordiosero…!

 …………………………………………………………………………………….

  Áureas te deslumbraron las águilas falaces

  y entregaste el tesoro de tus tierras feraces,

  sin comprender que en esa locura a que te dabas

  la pobre patria tuya era lo que entregabas…

 

  Ahora vives del préstamo. Hasta el yarey cubano

  trocóse en tu cabeza en sombrero tejano.

  Ya no tendrás bandurria, con que el alma se explaya

  en los días de fiesta: ahora vas a la valla;

  y el dinero que tomas de anticipo, oh guajiro,

  los juegas al “jabao” o lo pierdes al “giro”…!

 

  Y cuando por la noche retornas a tu casa,

  la cara sofocada, roja como una brasa,

  te tiendes en la cama sin sábanas, rendido,

  sin saber que tus pobres hijitos han comido…!

                              

  Arráncate la venda y mira al porvenir

  con el ansia absoluta de quien quiere vivir.

  ………………………………………………………………………….


 Acosta es apóstol del nuevo credo patrio:

  Tu pensamiento sea lluvia para el sembrado;

  ayuda a la semilla, a la planta, al ganado,

  al reverdecimiento primaveral, al fuerte

  impulso que estaciona el paso de la muerte…

  [...]

 El alma cubana de Acosta invoca la ternura de nuestro pueblo, sus santos amores, en que nadie nos supera:

  Vuelve a la quieta vida de tus nobles abuelos,

  que aman el conuco con entrañable amor;

  y sufre por tus hijos dolores y desvelos,

  para que sepan cuánto deben a tu sudor…

 La imprevisión, la incuria, la soñera, la frivolidad, el infantilismo tropical de nuestras gentes exaltan la paterna exhortación del poeta. Ningún sacerdote ha dicho en Cuba más emocionante prédica. En las frases de Acosta hay dolor, patria, anhelos de vencer la desesperanza, amor e hijos, alma de maestro, fraternos consejos y pura y sublime idealidad.

  Tu pensamiento sea lluvia en el sembrado;

   ……………………………………………………………………………………………….

 Ahí está el nuevo sol del escudo cubano. Sol en lo alto, no en el horizonte, que nuestros padres nos dieron como un orto de porvenir, no como un ocaso de ilusiones. ¡Cultura! para subir nuestro sol, más y más a lo alto, al cenit; para que no puedan ver los cubanos, cuando en Cuba se está quemando el aire, que

  el sol tiene un color de fuego que impresiona,

  un color amarillo de catástrofe…

 ¡Cultura! No más esa luz horizontal y rastrera de los primeros instantes, que agranda las sombras y nos envuelve en tibia sensualidad de tierra húmeda. Alcemos nuestro sol para no ver más sombrío y sintamos el fuego de las energías venir de lo alto.

  Cultiva… labra…. Quema todo cuanto demuela;

  e infúndele a tu prole el amor a la Escuela.

  ¡Cultura cubana en la tierra y en el cerebro!

  ¡Cultura! ¡Luz! ¡Nuestro sol!

 La sombra del caudillo. Bellamente rimado, como romance arrullador de infancias, el canto XV es canto genialmente sintético de nuestra historia republicana. No puede cantar Acosta en la jaula de la historia, pero gorjea en su fronda tras gusanos y mariposas. Leed:

  Llevaban sombreros de guano

  en donde la estrella brillaba.

  …………………………………………………………………………….

  Tenían los ojos azules...

  Tenían repletas las arcas...

  …………………………………………………………………………….

  Se fueron. La virgen se erguía;

  triunfaba la gloria en el alma.

  …………………………………………………….

  Tenían los ojos azules,

  Mercurio extendía las alas…

  Se alzaron los espíritus libres

  …………………………………………………………….

  y vióse un conjunto de estrellas.

  …………………………………………………………….

  Surgió de la masa el héroe

  ………………………….……………………………….

  Y fueron los días mejores

  ……………………………………………………………….

  Y aquí la bandera en el viento

  y un hombre en la patria…!

 Pasa, cantada con amor, la época sanamente liberal de Cuba, con sus errores y sus altiveces criollas.

  El hombre su gloria depone

  en manos a extraños atada…!

  […]

  La malicia política que tanto ha sido en el avillanamiento de las instituciones, sin duda, dará a este canto interpretaciones apasionadas. La invocación final a los dioses patrios es emocionante como una oración de hombre, sugestiva como un sacerdotal conjuro popular contra el maligno, libertadora como un exorcismo. ¡Alzaos! ¡No más revolcarse en el fango! Acosta debió llorar de santa ira en los días prostibularios del zayismo. Calla esos años de oprobio e impudencia. No se canta en las tembladeras. Pero algún día Acosta rimará sus nobles inspiraciones para darle a nuestro pueblo esos apóstrofes de patriótica indignación, que son ideas-fuerzas para vencer la malignidad.

  La poesía prerrepublicana de Cuba no pudo prever su necesidad, como Solón no quiso prever en sus leyes el delito de parricidio. Pero los pueblos necesitan, junto al anhelo de salvarse por sí propios con vigores constructivos, el impulso de la idea con que abrirse paso a filo de pensamiento contra la abyección o el crimen, que cual dragones del mal le cierran el paso al castillo encantado de sus ingenuos ensueños.

 El poema de Acosta llega en su canto XVI a los centrales de hoy.              

  Vedlos: son los colonos, los gigantes, los dueños…

 Acosta siente perder la melodía de su canto, el ritmo de su arte, al tratar de las mecánicas del central, y hasta siente que ha de disculparse:

   Yo sé que este poema está fuera del Arte.

 Quizás Acosta vea los relieves desde la sombra y la luz reverberante de su patriotismo le haga ver en las cosas matices extraños que son universales y no propios de una constelación sola. La trapichería que le estruja es la misma que hizo rodar los cachimbos que nos trajeron a estas Indias el modo de obtener dulzor oprimiendo. Es la misma que enlazaba la agresión negrera y el látigo de los mayorales con los esclavos y las usuras de los refaccionistas. Todo el cuadro de Acosta es dolor sangrante, amargor y desencanto… pero así es hoy, como ayer… tumba de montes vírgenes, siembras anhelosas, cortes cantando, trapiche de almas, crujir de pueblos, sordidez de egoísmos, bagazos de espíritus, cachaza de infamias... y, al fin, ¡azúcar! que es alimento, fuerza y vida. Y luego, otra vez el amargor. Es cuadro de tristes palideces a la luz de sola una estrella, pero cuyas sombras no pueden disiparse todavía a la luz de un sol. El sentimiento de patriotismo, el amor por la bienandanza colectiva, que invoca Acosta, podría ciertamente darnos vigores de que estamos escasos; pero lo dice el mismo poeta, aunque con pensamiento quizá diverso:

   el patriotismo sirve para logros cercanos...;

 y pretender que en la molienda mundial, de la que Cuba es sólo un batey jocundo, puedan las refacciones ser más cooperativas y repartirse mejor las arrobas del fruto, es aún logro lejano al cual vamos ora a pasos quedos ora a saltos, al ritmo de la civilización universal, del que la patria no es sino un acorde. Por eso creemos que en este canto Acosta desciende una grada de la altura suprema en que cantó viendo sólo al suave titilar de una estrella o de una constelación lo que sólo puede iluminarse por las luces de todo el cielo.

 Acosta, lírico insuperado de Cuba independiente; sufre las trepidaciones que el dolor cubano imprime a su pensamiento, siente tacto de nudos en las cuerdas de su lira y hasta lamenta el acerbo prosaísmo de su verso, aunque no tenga amargor ni sea tan crudo como él quiere ver en su exquisitez de artista.


 Y sólo en este canto hemos notado en el poeta un ligero parpadeo de cansancio. Fatiga de su visión por querer vislumbrar en la noche y al rojizo foguereo de los montes patrios las magnitudes que sólo pueden apreciarse a la luz del día.

 Dice en su proemio: “Nadie mejor que yo sabe de mi verso. Si el pesimismo se transparenta en él, obsérvese que ese pesimismo no está en mi alma, sino en las cosas cuyo contacto naturalmente sufre mi alma”.

 Sí. Hay algo de natural y forzosa contradicción entre el alma del poeta y ciertas cosas que él quiere iluminar. Los poetas no desdeñan cantar las tristezas; pero no pueden rimar los ascos. Lo impide el ritmo vital de la belleza, que está por sobre el verso. Así como el científico no puede con sólo la verdad elevarse a los cielos de las poesías, no puede el poeta iluminar con belleza los antros de la pudrición que el científico explora. Para bien de Cuba, Acosta salva su espíritu de las garras del pesimismo. Su pesimismo no está en su alma; no puede estarlo en quien como él crea poesía, que es fuerza perenne del alma.

  La danza de los millones, canto XVII, es la historia de unos años de delirio cubano. ¡La maldición de Midas!

  Fue el tiempo de las sedas… de las piedras preciosas…

  del champaña triunfante… del placer mercenario…

  El rosal de la patria marchitaba sus rosas…

  y sólo había un héroe genuino: el millonario!

 Pero Acosta sube a la palma cubana, como debieron trepar los aborígenes para ver en los horizontes la interrogación de las carabelas, y clama por la inmigración sana del viejo mundo hispano y sus labores de promisión.

  Y bajo el sol que calienta y fecunda

  como potente varón mis entrañas,

  vengan al mundo tus hijos cubanos

  y sean tuyas tu patria y su patria.

  El poeta desea para el mejoramiento del porvenir cubano, carne nueva del norte de España y no yerra en su anhelo, si él no excluye para la constante renovación biológica y cruzamiento de energías e ideas, otras estirpes de tan robusta troncalidad, que a Cuba nos dieran los Finlay, los Roloff, los Sportorno, los Amoedo, los Sanguily, los Albertini, los White, los Duplessis...

 Tres esperanzas animan al poeta, tres invocaciones: el pensamiento que sea lluvia fecundante, el inmigrante que traiga simientes de vida y, sobre todas, el Apóstol de un futuro muy cubano, removedor del terruño.

 ¡El Apóstol! ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?

 El poema de Acosta ya es apostolado.

                                                                                                                       

                                  New York, agosto de 1926

 

   Revista Bimestre Cubana, Vol. XXII, núm. 1, enero-febrero, 1927, pp. 5-22.

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