viernes, 8 de diciembre de 2023

Un comentario a La Zafra de Agustín Acosta

 

 Julio Antonio Mella


 He aquí un comentario a La Zafra, que no tiene nada de crítica literaria. Se hace necesario. La Zafra es el primer gran poema político de la última etapa de la República. No es espontánea una opinión sobre el contenido político del mismo. Y además, Agustín Acosta merece se le tienda una mano. Está en el momento crítico y lleno de tragedia de los intelectuales modernos que son honrados y no pueden aceptar la realidad social. Mas, como en el mito bíblico, sufren por los delitos de sus antepasados. No pueden negar la sangre familiar, ni desvincularse de la clase de sus mayores y que fue su clase durante casi toda su vida. En medio de ella, en el hogar, en las reuniones, en la escuela, en la biblioteca paterna, se fue formando su personalidad. Y ahora, ¿cómo matarla? Sin embargo, si Agustín Acosta ha de llegar a ser lo que debe y lo que puede por su genio y por su sensibilidad ante los dolores de la multitud, tendrá que “matarse” y volver a hacerse él mismo. Solamente los “sin padres” pueden ser útiles y lograr un triunfo social en esta vida moderna.

 Las terribles contradicciones de su espíritu están expuestas en el prólogo, donde vacía todo su sentir, toda su angustia ante la realidad social, y la realidad de su individualidad en contraste con el espíritu de la época.

 El poema es de “combate”. Su “verso es un aire incendiado que lleva en sí el germen de no se sabe qué futuros incendios”. Pero ahí salta el fallo individualista del motor de su espíritu: “no quiere que se le crea un poeta de muchedumbre”. Bueno, querido amigo; si se ha de combatir, si ha de haber incendios, ¿quién, sino la muchedumbre, es capaz de realizar lo uno y lo otro?

 Esta posición, si no es sincera, resulta horrenda; si lo es, dolorosa y lamentable, como la confesión de una enfermedad mortal. 

 En muchos poetas no es más que una “pose”. En otros -¿estará entre ellos Agustín?- un contagioso padecimiento que fue de moda en el siglo pasado y que se contrajo en las lecturas de la adolescencia. O, seamos honrados, ¿esa posición mental de Acosta es debida al pesimismo final de su poema? ¿Será la causa el hecho de que no ve salida para “la patria que canta”? El pesimismo es infundado. No existe en la realidad, como él afirma. Lo que hay es una interpretación no exacta de los hechos, una falta de comprensión total del problema. Luego veremos.

 Otra razón queda para rechazar la muchedumbre: su incomprensión del valor artístico. El puro valor artístico, dolorosamente cierto es, no será emprendido por las muchedumbres de hoy en su totalidad. Pero, ¿qué es el valor artístico de una obra? Para una minoría, en todas las épocas, puede ser algo analizable, valuable, comprensible, algo que se conoce cómo nació, cómo se expresó: la cantidad exacta que se puso en la balanza. Se aplican siempre al Arte reglas más o menos nuevas. Pero siempre existen... La muchedumbre no tiene la culpa que el régimen le haya prohibido ir a las clases de retórica, comprar las revistas literarias modernas, y tener tiempo, después de explotado y agotador trabajo, para estudiar las obras de arte. Si alguna vida espiritual tiene, es la que lleva su lucha, el ideal de su emancipación. Esto basta por hoy. Precisamente por este rumbo es donde encuentra al artista. Y ahora algo más importante. 

 ¿Constituye el medio de expresión artística -la forma- una exhibición para ser valorada por sí misma, como la pluma de ciertos animales tropicales o la ropa lujosa de los maniquíes de la Quinta Avenida? De ninguna manera. Para todo artista honesto, la forma no es más que el vehículo de la expresión de la idea. Y nada más... Luchará por una gran forma, porque amará un rápido y perfecto vehículo de su idea. Pero no amará la forma por la forma como las mujeres burguesas las joyas costosas y deslumbrantes. 

 El artista no debe temer que va a deslumbrar a la multitud con su carro. Puede montar sin temor un Packard silencioso de doce cilindros, o un Rolls Royce lujoso. (Mr. Ford ha derrotado a Pegaso.) Ella no sabe cómo se hizo cada pieza. Pero te comprenderá y te admirará cruzando veloz. Ella no conocerá toda la diferencia entre un buen avión y uno malo, entre una locomotora 1928 y otra 1895. Pero cuando ve a uno sobre los aires, y se siente arrastrada por una “Baldwin Locomotive” es feliz y comprende...

 Así la forma en el poema. Llega a la multitud por el instinto y no por la razón, como llega la belleza de un atardecer a los guajiros, de una noche de tempestad a los marinos, o de una gran máquina moderna en movimiento a los obreros. Esto debe bastar. ¿Qué más se debe aspirar? 

 Acosta, a pesar de haber escrito La Zafra para “sus amigos”—lo son todos los que él cantó y descubrió en sus dolores— a pesar del precio prohibitivo de “un peso”, que tiene el ejemplar, no podrá impedir, no ha impedido, que la multitud lo lea. Entonces, no es sincero negar en realidad. El obrero agrícola, que ha leído ya las obras de Trostky y de Lenin, el obrero industrial, que en todos los centrales constituye la base del movimiento proletario lee La Zafra como un libro suyo, como una más para realizar ese incendio soñado, que en unos, está prácticamente expuesto y, en otros, bellamente. He aquí donde —como se decía— el revolucionario encuentra el artista. La gran falta política del libro —y de aquí su pesimismo final— es que está escrito con criterio intelectualista y no histórico materialista dialéctico.

 Expliquémonos. Hay muchos cantos al ayer, y esto cubre, como la neblina de vapores del ingenio, el hoy y el mañana. El libro expresa políticamente, el ideal, la protesta del colono que se siente amenazado, y del antiguo hacendado, cubano, arruinado por el central norteamericano. Es justa y real esta protesta. Pero hay algo más. El central yanqui -la penetración imperialista con palabras generales- no es un fenómeno de hoy. Si la “independencia” existió, fue precisamente porque ya comenzaba a existir el imperialismo que hoy tanto nos asusta. Este es un hecho no fatal, en el concepto místico de la palabra, sino una realidad que obedece al determinismo histórico. Ningún canto de poeta, ninguna lamentación de pequeño burgués arruinado o en vías de arruinarse -el colono podrá cambiarla. 

 El colono luchará contra el yanqui hasta que obtenga lo que aspira, o será vencido y convertido en un proletario puro para trabajar la tierra al gringo. Esto es lo que la historia nos está enseñando en todo el mundo, desde el derrumbamiento del régimen feudal y el nacimiento del capitalista. En cada central existen los vengadores, los sepultureros del monstruo que tanto nos arredra: los 200.000 obreros en la industria de la caña. Ellos son los que van a darle solución al problema de Cuba. 

 En el “poema de combate” falta un canto a los combatientes, a los soldados únicos. Allí no se dice nada de las huelgas que eran “por Cuba y por la clase” que incendiaron los campos de Oriente, Camagüey y Santa Clara, y que fueron el mejor combate contra el imperialismo, y que el mejor se podrá seguir dando. Cuando en Cuba no exista el Imperialismo, cuando los centrales vuelvan a ser cubanos, como debe ser nuestra aspiración, como es la de todos los revolucionarios de hoy, no serán de los antiguos hacendados que tenían los cachimbos y trapiches, ni tampoco de los nuevos burgueses nativos, quienes habrán seguido la suerte común de sus amos: ¡Serán de los trabajadores de Cuba! 

 Triste es que falte este capítulo. Podría haber sido el canto épico de la nueva revolución que ya han iniciado con sus movimientos sociales los obreros. No habría lugar para el pesimismo en este canto final. Una clase que ha tenido ejemplos como aquel malogrado Enrique Varona, y mártires como las docenas que han caído por la lucha en pro de su liberación, es una clase potente que nadie podrá destruir. El colono sí podrá ser destruido económica, social y políticamente. La tierra se labrará por administración. Pero el obrero no puede ser exterminado. ¿Quién trabajará? A ese centinela, a ese amo en potencias no se le puede matar sin que perezca toda la industria. 

 Es necesario que se sepa que la huelga de los centrales azucareros no tiene nada que envidiar a la batalla de Mal Tiempo, ni los jefes obreros del movimiento revolucionario de hoy a los generales del Ejército Libertador. Es una nueva época que impone nuevas tácticas. No vemos por qué no se puede cantar la huelga general ferrocarrilera como ayer se cantó Peralejo, por ejemplo.

 ¡Ah! ¿Pero qué le proponen al poeta? ¿Que se haga político, que se haga socialista, que se sectarice? Llámenle como quieran. Estamos en el caso común y angustioso en que unas mismas palabras tienen distintos significados para grupos distintos que creen poseer la interpretación exacta. Política, para unos, es el asalto al poder por la turba de aventureros. Socialistas, el nombre que se les da a los locos de hoy, o a los bandidos que se disfrazan. Así reza, para esto último, el lenguaje que se impone por decreto. Y ¿quién se rebela hoy contra un decreto, aunque esté en contra de la ciencia y de la realidad? 

 La vegetación estéril y “los libros para los amigos” o la lucha activa y el canto para la multitud. Este es el dilema que el mismo Agustín Acosta se ha planteado en ese libro que lo ha desplazado a él mismo. Habría que ver el asunto, por lo menos, desde un punto de vista de utilización de energías y de responsabilidad por la época en que vivimos. Imagínese a los productores de mercancías haciendo solamente las que cuadren a su gusto personal y para sus amigos. La producción intelectual también tiene su demanda en el mercado. Y no nos referimos al mercado donde pagan comercialmente sus trabajos, los magazines tipo yanqui, sino al amplio mercado social. Puede existir un mercado como el de las cosas raras e inútiles, muy pequeño, pero veamos la gran producción de los grandes poetas. Limitémonos a Cuba: Heredia, Martí... Y en la Literatura Universal podría señalarse la coincidencia de que una gran época política ha sido paralela al “Siglo de Oro” de las artes. 

 Que no se confundan estas líneas con el trabajo de un crítico. Que las considere Agustín como opinión “amigable”, ya que es la única que le interesa según expone; pero que recuerde existe algo más que el fosilizado y reaccionario “arte por el arte”. ¿Con la muchedumbre? No irá “hacia la gloria” -no se trata aquí de esa tontería- sino que habrá vivido. Eso es todo. ¿Sin la muchedumbre? Será un guarismo sin valor y la sociedad continuará avanzando, y luchando y triunfando por el derrotero que se ha expuesto. No importa. Algún día sentirá el dolor de haber sido un inconsciente desertor cuando pudo haber sido un gran capitán.


 "Un comentario a La zafra, de Agustín Acosta”, en Julio Antonio Mella. Documentos y artículos, La Habana, Instituto de Historia, 1975. Inicialmente se publicó en Ahora, 5 agosto, 1934. Luego en Bohemia, 9 agosto 1963, pp. 70-71, 79. También Alma Mater (311): 34-47; enero, 1989. -Original mecanografiado con notas manuscritas de Mella, México, D.F., 1928 (Archivo Nacional, Fondo Especial).

 

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