Aquí,
Celio, se mira como un crimen,
o
a lo menos se tiene por locura
la
risueña pintura del Parnaso.
Otras
son las pasiones que se imprimen
entre
la juventud y edad madura:
la
cosecha abundante
y
el valor de los frutos de la tierra,
este
es todo el asunto interesante
de
que se habla en tertulias y corrillos.
A
uno importa la paz, a otro la guerra,
cual
encomia sus cerdos y novillos.
Allá
siente las lluvias un avaro,
cual
procura vendimia más barata,
cual
inquiere las máquinas de ingenio,
y
cual piensa vender un fruto caro.
Otro
puesto en la cátedra relata
la
crecida tarea
que
su intrépido genio
le
produjo, hostigando en el trabajo
la
humanidad cautiva:
aquel
quiere también que se le crea
que
jamás usurpó bienes ajenos,
y
afirma que la deuda que contrajo
no
ha sido por el lujo originada:
otro
anhela tener para su hacienda
un
mayoral activo que lo entienda:
cual
dice que perdió, dando clamores,
el
cilindro mejor de sus tambores:
A
otro avariento enfada
que
la tierra no aborte de su seno
abundantes
tributos.
—¿Cómo
va de cosechas?
(Mileto
ha preguntado)
—No
va mal (dice Porcio), ya tengo hechas
cuarenta
mil arrobas. ¿Y tus frutos?
¿Qué
tal? ¿Habrán llegado
al
número de arrobas que te digo?
Aquí
tienes, amigo,
una
imperfecta copia
del
gusto que domina y las pasiones
que
despiertan más bien el apetito.
De
Amaltea la llena cornucopia
siempre
impresa está en sus corazones
por
todo lo demás, se les da un pito.
Nada
hay por más que sobre
en
sus despensas abundantemente
para
alivio del pobre:
ni
escuchan el lamento
de
la viuda doliente
ni
al desnudo socorren, ni al hambriento.
Asi,
Celio, ¿qué importa a estos Señores
que
Villegas escuche en un tomillo
quejarse
un pajarillo?
¿Ni
qué importa que cante Garcilaso
bucólicos
amores?
¿Ni
qué el divino Tasso
de
Godofredo cante el ardor fiero?
En
vano cantó Homero
con
la trompa imperial al noble Aquiles
y
también cantó en vano
la
heroica tropa al Capitán Troyano:
y
Anacreón divino
con
sus metros sutiles
llenando
copas de sabroso vino
y
ciñendo de pámpano el cabello
en
vano canta a su Batilo bello.
Esta
música en ellos da letargo
y
el más dulce epigrama será largo.
No
hay imagen bizarra
que
despierte en sus yertos corazones
aquel
placer sensible
de
que es un alma tierna susceptible:
sélo
el canto fatal de la cigarra
que
anuncia felices estaciones
y
cosechas crecidas
halaga
el corazón de tantos Midas.
Mira
Celio, si tengo suficiente
motivo
de quejarme
viviendo,
como digo, tristemente;
mira
si me desvelo
para
hallar en tu ausencia algún consuelo.
Así
escribo mis penas, y te pido
procures
aliviarme
sin
echarme en olvido:
escríbeme
despacio
invocando
de Apolo algún conjuro
para
tantos sectarios de Epicuro
y tan pocos discípulos
de Horacio.
El Criticón de La Habana, Núm. 7, 27 de noviembre de 1804. Recogido parcialmente por Bachiller y Morales en Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción publica en la isla de Cuba (1859), y reproducido por Antonio López Prieto en Parnaso Cubano. Colección de poesía (introducción, pp. 42-43), 1881. Atribuido más tarde a Manuel de Zequeira y Arango.
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