Manuel Moreno Fraginals
...una poesía criolla entre nosotros no lo
será
de un modo cabal con olvido del negro.
Nicolás Guillén
La época
Hasta
fines del siglo XVIII la esclavitud no constituyó un problema social de trascendencia para Cuba. Aun en las décadas 1740-1760, la Real Compañía de
Comercio sólo introdujo unos cinco mil negros, teniendo que vender muchos de ellos al crédito o trocados por tabaco, por haberse abandonado en gran parte al cultivo del azúcar.
Los ingleses, al apoderarse de la Habana, iniciaron un cambio fundamental en la economía de la Isla. Durante los trece meses que duró la ocupación de la ciudad por ellos, entraron en el puerto centenares de buques y se introdujeron miles de esclavos jamaicanos con destino a las fábricas de azúcar. Aunque al ser entregada la plaza a las tropas españolas se intentó un retorno al antiguo régimen, la
experiencia vivida en la colonia
apresuró la adopción de la política de mercantilismo reformado que
caracterizaba al reinado de Carlos III. Bajo esta política, con la abolición de la Real Compañía y las reformas
otorgadas sobre la base de la Pequeña Reforma, cobró gran auge la
trata de negros.
Se firmó el asiento con Miguel de Uriarte, que estipulaba laintroducción de mil negros.
El marqués de
la Casa Enrile se comprometía a traer 14.000 esclavos entre 1773 y 1779, y la casa Baker and Dawson, 5.400 en
tres años, a partir de
1789.
Ya en los últimos años del siglo, una Real Orden declaró libre el comercio de esclavos y millares de africanos arribaron a Cuba.
La Isla sufrió una formidable transformación, convirtiéndose en poco tiempo en la primera productora de azúcar del mundo. No obstante el crecimiento inusitado de la trata, continuó escaseando la mano de obra. La vida del esclavo se tornó más ruda; fue necesario obtener de él un máximo de rendimiento.
El movimiento abolicionista, que a la sazón tomaba
cuerpo en Europa, constituyó un fuerte obstáculo a la política negrera. Se desempolvaron los pergaminos que guardaban las
viejas fórmulas esclavistas e iniciáronse
nuevas polémicas en
torno al problema
negro. La lucha entre negreros y abolicionistas, sorda al comienzo del siglo
XIX, quedó planteada en forma violenta pocos lustros más tarde. Dos escritos
de la época revelan la pugna. El
primero, del Ayuntamiento de
la Habana, publicado
en 1821: «Observaciones sobre la suerte de los negros del África,
considerados en su
propia patria y transplantados a las Antillas españolas y reclamación contra el tratado celebrado con los ingleses en
el año 1817.» Era un folleto intencionado sobre los horrores de la
vida negra en África y las delicias de la esclavitud
en las Antillas. El segundo, de
Félix Varela, solicitaba la abolición de la
esclavitud, y fue redactado un año más tarde.
En los propios poetas negros la situación fue más
ardua. Las autoridades de la Isla se
consideraban harto filantrópicas con dejarles componer versos; pero no estaban dispuestas a que hiciesen nada que conmoviese la seguridad nacional y las buenas
costumbres; siendo la esclavitud, naturalmente, una de esas buenas
costumbres.
Al
poeta negro le estaban vedados en esta época todos los temas sociales. Un caso
típico fue Francisco Manzano. Nacido esclavo (1807), alcanzó fama por sus
versos. Su actividad poética se desarrolló bajo los auspicios de los más destacados intelectuales cubanos de la época: Milanés, Anselmo Suárez, Cirilo
Villaverde, etc. Domingo del Monte, quien desempeñaba la dirección espiritual de todo este grupo, pagó en 1837 el precio de su libertad.
Limitado por las circunstancias antes citadas, no se atrevió a hablar en sus versos de los horrores de la esclavitud y la injusticia de su estado, como antes lo hiciera otro negro esclavo en Norteamérica: Phillips Wheatley Peters. Su lírica versó sobre la naturaleza cubana y su amada Lesbia, y sólo en un soneto se desborda el sentimiento íntimo de rebelión.
Cuando
miro la tierra que he corrido,
desde
la cuna hasta el presente día,
tiemblo
y saludo a la fortuna mía
más
de terror que de atención movido.
Sorpréndeme
la lucha que he podido
sostener
contra suerte tan impía,
si tal llamarse puede la porfía
de
mi infelice ser al mal nacido.
Treinta
años ha que conocí la tierra;
treinta
años ha que en gemidor estado
triste
infortunio por doquier me asalta;
mas
nada es para mí la cruda guerra
que
en vano suspirar he soportado,
si
la comparo ¡oh Dios!, con lo que falta.
Plácido murió fusilado en 1844. Las autoridades le juzgaron comprometido en una sublevación, aunque nunca se pudo probar su complicidad. Dicha conspiración era en parte cierta y en parte urdidapara eliminar elementos peligrosos al régimen,—blancos y negros— introducir el terror y asegurar el poder de los esclavistas. La condena elevó a categoría de prócer a quien no tenía la menor idoneidad heroica. El cantor de Isabel II y María Cristina, el calumniador de cubanos ilustres, como Domingo del Monte y Luz y Caballero, tornóse después de muerto en el campeón de la causa separatista, ganando batallas que nunca pensó dar en vida.
Los independentistas señalaron su fusilamiento como la mancha más negra y el baldón más ignominioso de la historia política de Cuba. Alrededor de su nombre se realizó una intensa propaganda. En pocos años sus versos fueron traducidos al inglés, francés y alemán. Hacia 1880, la versión francesa contaba cinco ediciones y cuatro la inglesa.
Como es lógico, Plácido no mencionó en ninguno de sus versos la esclavitud o los problemas negros. De haberlo hecho, lo hubiesen fusilado mucho antes. Fue el normal producto corrompido de una sociedad esclavista. Separando de su obra poética toda la hojarasca, tanto verso de circunstancia en alabanza del anfitrión que le arrojó un pedazo de pan, quedan poemas de indudable belleza: La flor de la caña, Jicotencalt, Adiós a mi madre... Por ellos debemos hoy juzgarle.
Hubo otros poetas negros en la colonia, aunque muy inferiores a Plácido o Manzano; Agustín Baldomero Rodríguez, que publicó un tomo, titulado Puchas silvestres; Vicente Silveira, autor de Flores y espinas; Juan Bautista Estrada, Ambrosio Echemendía, José del Carmen Díaz.. Todos lucharon con iguales obstáculos; sus versos se perdieron entre el chirrido de las máquinas en los ingenios azucareros. A los negros los habían traído para cortar caña, no para tallar la péñola en el arte difícil de hacer versos.
El siboneyismo
A mediados del siglo XIX, el régimen esclavista se perfilaba como negativo, en lo económico, y funesto, en lo social. La lucha entre negreros y partidarios de la supresión de la trata adquirió caracteres violentos. La política reformista parecía fracasada, y tres tendencias, de distinta fuerza, se disputaban la hegemonía de la nación: anexionistas —a los Estados Unidos—; independentistas, y partidarios del statu quo. La amenaza de una revolución estaba latente, pero la frenaba el temor de que una vez divididos los blancos la sublevación general de los negros arrasase la isla de extremo a extremo. Nació entonces el verbo africanizar. Los partidos en pugna se acusaban unos a otros de querer africanizar la Isla: el lema del partido conservador —el Partido Catalán— era Cuba española o africana, pero no independiente ni norteamericana.
Separatistas y anexionistas realizaban una intensa
campaña antihispana, que tomaba cuerpo
con la ayuda, nada desinteresada, de agentes extranjeros. Pero también, aunque
no lo expresaran, acumulaban un fuerte rencor contra el negro, a quien consideraban rémora en el progreso del país. De esta situación política, de la negación de lo hispano y el desprecio de lo negro, surgió un nuevo movimiento literario: el siboneyismo.
Los poetas siboneyistas presentaban la vida de los extintos aborígenes cubanos como los buenos salvajes de Juan Jacobo Rousseau y a los españoles como usurpadores que profanaron esa paz deliciosa. Dentro de este cuadro quedaba situada la rebeldía de Hatuey como un antecedente de los libertadores. Por otra parte, se ocultaba, como un estigma, la sangre española. Son muchos los ejemplos que pudieran presentarse: José Fornaris decía en uno de sus poemas:
Yo soy de Bayamo. Yo soy siboney.
Pedro Santacilia en «El Arpa del Proscripto» (Canto a Hatuey),
Quien
os llama esta vez es un hermano.
Yo también indio soy, yo soy cubano.
Sincero en su actitud, pero falso en su forma, el siboneyismo tuvo una vida efímera. Nació con José Fornaris y Francisco de Orgaz y murió con Nápoles Fajardo, el Cucalambé. Fue el símbolo de una época. Expresó las ansias de gran parte de la sociedad cubana, y por eso sus versos se repitieron de boca en boca y se recitaron a veces como una letanía. En cierta forma, fueron estas las poesías que enseñaron a amar a la patria. Y aunque el siboneyismo se abandonase como expresión literaria, muchos versos pasaron a formar parte del folklore cubano.
Lo negro en los poetas blancos
Lo negro no podía eludirse, y los intelectuales cubanos lo abordaron no obstante los peligros que suponía el apartarse del criterio oficial. Pero los censores se encargaron de cercenar los escritos, suprimiendo de ellos cuanto pudiese interpretarse como antiesclavismo e incluso prohibiendo totalmente su publicación. Domingo del Monte entregó a la prensa el Romance a la Patria, y la censura suprimió los cuatro versos que expresaban sus anhelos abolicionistas:
Que
nunca escuchar yo pude
sin que hirviera en ira el alma,
el bárbaro
atroz chasquido
del látigo en carne esclava.
José Antonio Saco, en un comentario sobre un
libro, se declaró enemigo del contrabando de esclavos. La revista que publicó su
artículo fue separada de la circulación y Saco desterrado, no obstante estar abolida
la trata desde hacía quince años por un convenio anglohispano. Gobernaba a la sazón el capitán general Miguel Tacón, consorcio del pirata Pancho Marty, en el
negocio del contrabando de negros, comercio ilícito, que le reportó una ganancia de 450.000 pesos en pocos años. Este ejemplo muestra una de las razones por las cuales fueron perseguidas las manifestaciones antiesclavistas.
El tema apasionaba profundamente. Los escritos
que la censura obligaba a permanecer inéditos se leían en círculos reducidos y en
determinadas veladas literarias. Las tertulias intelectuales tenían un marcado
sabor subversivo.
Lo poco que lograba publicarse, mutilado por
la censura, se leía ávidamente. Cecilia Valdés (1842) —novela cuya
heroína era una mulata— alcanzó fama inusitada, no obstante
lo mediocre de su desarrollo
y su pésimo
estilo literario.
En los escritos de la época se pintaban lo cuadros más tenebrosos, las escenas más sombrías; había un placer morboso en mostrar descubierta la llaga. En los poetas surge el tema inesperadamente, a veces escribiendo sobre un tópico muy diverso. Bachiller y Morales, en su oda a Martínez de la Rosa, desliza la referencia al tema negro:
Y
duro el genio
que
de mis campos el verdor desdora,
ni cruel dominará viles esclavos...
José Javier Balmaseada, en El ciego de nacimiento, apuntaba:
Mas no verás
al hombre esclavizado
besando humilde su fatal cadena...
Rafael María Mendive, en una poesía semierótica, recuerda ciertas mujeres y pide el olvido para aquellas
que escucharon
como estatuas
impávidas y
serenas,
del esclavo
las cadenas
y el látigo del señor.
Mas fue José Jacinto Milanés el primero de los grandes poetas cubanos que abordó el tema negro. Suyas son las poesías Esclavo soy, pero cuyo; El negro alzado, El poeta envilecido, Escenas cubanas. La primera de éstas es una glosa sobre los célebres versos de Baltasar de Alcázar:
Esclavo soy, pero
cuyo?
Eso no lo diré
yo,
que cuyo soy
me mandó
que no diga
que soy suyo.
Esclavo me
llamo yo
de Dios, sí;
del hombre, no:
Dios quiere que libre sea...
Dentro de la corriente romántica buscó en la descripción de las escenas más crudas la forma de exaltar las fibras sensibles de sus coetáneos, señalando al mismo tiempo normas sociales. Sólo en una de sus poesías se desprende un poco de amargura contra un mulato, el poeta envilecido (Plácido). Milanés comprendió los complejos psicológicos de Plácido y marcó con mayor acuidad el complejo racial de la isla. Así dice:
Y si la suerte
le hizo
de color negro
o cobrizo,
mísero de él...
Luego se refiere a la imposibilidad de mantenerse moralmente luchando contra el medio:
Por
más que su alma, presuma,
hácele
tomar la pluma,
necesidad...
En el ocaso de la esclavitud, el tema negro
fue cultivado más intensamente y con un nuevo tono. Lo que varios años antes fuera un lamento convertíase
ahora en rebeldía. Ya no se lloraba la suerte del esclavo: reclamábase, vigorosamente,su libertad.
La poesía reflejaba dicha evolución. La barrera social que dividía los cubanos comenzaba a ceder. Negros y blancos marchaban juntos y juntos luchaban por el mismo ideal. En la Manigua no había esclavos; un mulato, Antonio Maceo, se constituía en jefe de la revolución. El problema político y la servidumbre se analizaban en forma semejante. Los cubanos blancos también hablaban de esclavitud y utilizaban los mismos términos empleados al enfocar el problema negro. El Himno Bayamés —el actual Himno Nacional—, en una de sus estrofas reza:
...
en cadenas vivir, es vivir
en
oprobio y afrenta sumido...
Para el negro, todo esto tenía un doble significado. No sólo la libertad política a que aspiraban los blancos, sino la libertad social, la clausura definitiva de
la esclavitud. Para el blanco, las cadenas de que hablaba el Himno Bayamés era la exacta imagen del estado social; para el negro, era una realidad de
hierro, sujeta a sus tobillos.
Esta interpretación subjetiva en unos, objetiva en otros, concordaba en un plan común de acción; quedaron, pues, execrados la servidumbre, como institución social, y el régimen colonial, como institución política.
Valiéndose de ello, escribió Mercedes Matamoros uno de los más hermosos sonetos antiesclavistas de Cuba, cuyo último verso es la consigna, anteriormente citada, de los revolucionarios cubanos:
Por
hambre y sed y hondo pavor rendido,
del
monte enmarañado en la espesura,
cayó por
fin, entre la
sombra oscura,
el
miserable siervo perseguido.
Aún
escucha, a lo lejos, el ladrido
del
mastín olfateando en la llanura,
y
hasta en los brazos de la muerte dura
del estallante
látigo el chasquido.
Mas
de su cuerpo ante la masa yerta
no
se alzará, mi voz
conmovedora
para
decirle: ¡Lázaro, despierta!
Atleta
del dolor, descansa al cabo:
¡Que
el que vive en la muerte nunca llora,
y
más vale morir que ser esclavo!
Jerónimo Sáenz utilizó también la misma idea —la muerte preferible a la esclavitud—, aunque sin el sentido político de Mercedes Matamoros. Su poema Ante la tumba de un esclavo fue, junto con El esclavo, de Carlos Rafael, una de las últimas poesías antiesclavistas cubanas. La batalla por la liberación del negro estaba casi ganada; faltaba aún su redención social. Y esta nueva lucha de incorporación del negro a la vida ciudadana por la eliminación de los prejuicios raciales ya apuntaba en Diego Vicente Tejera.
¡Qué
blanca es la señorita!
¡Qué
negra su pobre esclava!...
Mas,
si saltaran al rostro
los colores
de sus almas,
¡qué
blanca fuera la negra!
¡Qué
negra fuera la blanca!
II
La libertad
Por ley de 1885 fue abolida la esclavitud en
Cuba. A partir de esta fecha todos los negros eran libres; mas hay que entender esta libertad. Fueron libres para no verse en una sociedad hostil,
llena de prejuicios y gobernada por sus antiguos amos. Libres para escoger los caminos que se
abrían ante ellos; morir de inanición, merodear
por ciudades y campos dedicados al robo o a la mendicidad, o, finalmente, continuar trabajando por un jornal que no alcanzaba para cubrir las necesidades más
elementales de comida y vestido. Quedaban desterrados, definitivamente, el cepo,
el grillete y el látigo; pero subsistían las jornadas agotadoras en los
ingenios y el barracón inmundo. El negro parecía destinado a constituirse en la clase más pobre de la sociedad cubana, y este sino, aunque superado a diario, llega hasta nosotros. Un poeta anónimo
captó esta situación económica, y nos dejó su visión plena de choteo criollo. («El testamento del negro».)
Uno de los más graves problemas sociales cubanos ha estado constituido por la barrera de prejuicios raciales que dividen a los habitantes de la Isla. Es cierto que siempre —incluso en los años de mayor auge en la trata de esclavos— hubo hombres que mantuvieron en alto su credo anti-racista; pero hasta las primeras décadas de este siglo ello no trascendió de este limitado círculo espiritual. En la clase media, y en la aristocracia colonial y republicana, el negro siguió considerado como un ser inferior. Las sociedades de blancos no admitían —ni admiten— a los negros. Ello no quiere decir que todos los que a ella asisten sean, tal como se autoproclaman, blancos puros, sino, simplemente, que están conceptuados como tales. Muchos son blancos que esconden o escondieron a la abuela, para que no mostrase públicamente sus cabellos rizados y la piel atezada. O, como dijera Nicolás Guillén, son aristócratas cuyos orígenes se hallan en las cocinas y tiemblan a la vista de un caldero.
Mas, negros y mulatos que no niegan su raza, han afirmado su personalidad en Cuba, saltando y derrumbando los viejos prejuicios. La poesía moderna ha reflejado fielmente la nueva actitud. En los momentos de crisis económica, cuando blancos y negros eran explotados en los ingenios azucareros, pagándoseles su jornal con tickets —vales para trocar por mercancías en las tiendas de los centrales— se alzó la voz de José Rodríguez Méndez:
Ahora
somos esclavos también,
porque
sudamos y nos desgarramos las manos
por
un jornal barato,
porque
hemos visto los tickets...
¡Somos
esclavos con hambre en tiempo muerto!
¡Somos
esclavos con hambre en tiempo de zafra!
Regino Pedroso, hijo de chino y negra —dos razas que fueron esclavas en Cuba— planteó, en sus poemas sociales, la situación del negro:
¿Y
es sólo por la piel? ¿Es todo por color?
No
es sólo por color, mas porque eres,
bajo el prejuicio
de la raza,
hombre explotado.
¿No
somos más que negros?
¿No
somos más que jácara?
¿No
somos más que rumbas, lujurias negras y comparsas?
¡Eh, compañeros, aquí estamos!
¡Bajo el sol, nuestra piel sudorosa reflejará los rostros húmedos de los vencidos, y en la noche, mientras los astros ardan en la punta de nuestras llamas nuestra risa madrugará sobre los ríos y los pájaros!
Cuadernos hispanoamericanos, núm. 3, mayo-junio de 1948, pp. 519-530.
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