sábado, 26 de septiembre de 2020

El problema negro en la poesía cubana

  



 Manuel Moreno Fraginals


...una poesía criolla entre nosotros no lo será 

de un modo cabal con olvido del negro.

Nicolás Guillén


 I

   La época

 Hasta fines del siglo XVIII la esclavitud no constituyó  un problema social de trascendencia para  Cuba. Aun  en  las  décadas 1740-1760, la Real Compañía  de  Comercio sólo introdujo unos cinco mil negros, teniendo que vender muchos de ellos al crédito o trocados por tabaco, por haberse abandonado en gran parte al cultivo del  azúcar.   

  Los ingleses, al apoderarse de la Habana, iniciaron un cambio fundamental en la economía de la Isla. Durante los trece meses que duró la ocupación de la ciudad por ellos, entraron en el puerto centenares de buques y se introdujeron miles de esclavos jamaicanos con  destino a las fábricas de azúcar. Aunque al ser entregada la plaza a las tropas españolas se  intentó  un retorno al antiguo régimen, la  experiencia  vivida en la colonia apresuró la adopción de la política de mercantilismo reformado  que  caracterizaba al reinado de Carlos III. Bajo esta  política, con la abolición de la Real Compañía y las reformas  otorgadas sobre la base de la Pequeña Reforma, cobró gran auge la  trata  de  negros.

 Se firmó el asiento con  Miguel de Uriarte, que estipulaba laintroducción de  mil  negros.  El  marqués  de  la  Casa  Enrile se compro­metía a traer 14.000 esclavos entre 1773 y 1779, y la casa Baker and Dawson, 5.400  en  tres  años, a partir  de  1789.

 Ya en los últimos años del siglo, una Real Orden declaró libre el comercio de esclavos y millares de africanos arribaron a Cuba. 

 La Isla sufrió una formidable transformación, convirtiéndose en poco tiempo en la primera productora de azúcar del mundo. No obstante el crecimiento inusitado de la trata, continuó escaseando la mano de obra. La vida del esclavo se tornó más ruda; fue necesario obtener de él un máximo de rendimiento.

 El movimiento abolicionista, que a la sazón tomaba cuerpo en Europa, constituyó un fuerte obstáculo a la política negrera. Se desempolvaron los pergaminos que guardaban las viejas fórmulas esclavistas e iniciáronse  nuevas polémicas  en  torno  al  problema  ne­gro. La lucha entre negreros y abolicionistas, sorda al comienzo del siglo XIX, quedó planteada en forma violenta pocos lustros más tar­de. Dos escritos de la época revelan la pugna. El  primero, del  Ayun­tamiento de  la  Habana, publicado  en  1821:  «Observaciones  sobre la suerte de los negros del África, considerados en su  propia patria y transplantados a las Antillas españolas y  reclamación contra el tratado celebrado con los ingleses en  el año  1817.» Era un folleto intencionado sobre los horrores de la vida negra en África y las delicias de la esclavitud  en  las Antillas. El segundo, de Félix Va­rela, solicitaba la abolición de la  esclavitud, y fue redactado un año más tarde.

 Los poetas negros

 Esta  compleja situación  hizo  difícil  y  peligroso  enfocar  el  tema negro  en la literatura. El elogio a los hombres de color no era po­sible, dada la mentalidad de la época; poetizar en alabanza de la esclavitud parecía anticristiano e inhumano; demostrarla  podía  sig­nificar el destierro y llevar el sambenito de patricida, laborante o instigador de sublevaciones de esclavos.

 En los propios poetas negros la situación fue más ardua. Las autoridades de la Isla se consideraban harto  filantrópicas con de­jarles componer versos; pero no estaban dispuestas a que hi­ciesen nada que conmoviese la  seguridad  nacional y  las  buenas  cos­tumbres;  siendo  la esclavitud, naturalmente, una de esas buenas costumbres.

 Al poeta negro le estaban vedados en esta época todos los temas sociales. Un caso típico fue Francisco Manzano. Nacido esclavo (1807), alcanzó fama por sus versos. Su actividad poética se desarrolló bajo los auspicios de los  más destacados intelectuales cubanos de la época: Milanés, Anselmo Suárez, Cirilo  Villaverde,  etc. Domingo del Monte, quien desempeñaba la  dirección espiritual  de todo este grupo, pagó en 1837 el precio de su libertad.

 Limitado por las circunstancias antes citadas, no se  atrevió  a hablar en sus versos de los horrores de la esclavitud y la injusticia de su estado, como antes lo  hiciera otro negro esclavo en Norteamé­rica: Phillips Wheatley Peters. Su lírica versó sobre la naturaleza cubana y su amada Lesbia, y sólo en un soneto se desborda el sentimiento íntimo de rebelión.


Cuando miro la tierra que he corrido,

desde la cuna hasta el presente día,

tiemblo y saludo a la fortuna mía

más de terror que de atención movido.

 

Sorpréndeme la lucha que he podido

sostener contra suerte tan impía,

si  tal llamarse puede la porfía

de mi infelice ser al mal nacido.

 

Treinta años ha que conocí la tierra;

treinta años ha que en gemidor  estado

triste infortunio por doquier  me asalta;

 

mas nada es para mí la cruda guerra

que en vano suspirar he soportado,

si la comparo ¡oh Dios!, con lo que falta.

  Contemporáneo de Manzano, de mayor aliento poético, fue el célebre Plácido —Gabriel de la Concepción  Valdés.—.Despreciado por su color, agobiado económicamente, hubo de ser, a la fuerza, el poeta envilecido (como le  llamara  Milanés). Fue el improvisador en todos los homenajes, el cantor de todos los señorones de la  co­lonia, el  poeta de las damas de alta sociedad en sus días festivos. Un escritor moderno lo ha calificado de pobre histrión.

 Plácido murió fusilado en 1844. Las autoridades le juzgaron comprometido en una sublevación, aunque nunca se pudo probar su complicidad. Dicha conspiración era en parte cierta y en parte urdidapara eliminar elementos peligrosos al  régimen,—blancos  y  ne­gros— introducir  el terror y asegurar  el  poder de los esclavistas. La condena elevó a categoría de prócer a quien no tenía la menor idoneidad heroica. El cantor de Isabel II  y María Cristina, el ca­lumniador de cubanos ilustres, como Domingo del  Monte y  Luz y Caballero, tornóse después de muerto en el campeón de la causa separatista,  ganando  batallas que nunca pensó dar en vida. 

 Los independentistas señalaron su fusilamiento como la mancha más negra y el baldón más ignominioso de la historia política de Cuba. Alrededor de su nombre se realizó una intensa propaganda. En pocos años sus versos fueron traducidos al inglés, francés y ale­mán. Hacia 1880, la versión francesa contaba cinco ediciones y cuatro la inglesa.

 Como es lógico, Plácido no mencionó en ninguno de sus versos la  esclavitud o los problemas negros. De haberlo hecho, lo hubiesen fusilado mucho antes. Fue el normal producto corrompido de una sociedad esclavista. Separando de su obra poética toda la hojarasca, tanto verso de circunstancia en alabanza del anfitrión que le arrojó un pedazo de pan, quedan poemas de indudable belleza: La flor de la cañaJicotencalt, Adiós a mi madre... Por ellos debemos hoy juzgarle.

 Hubo otros poetas negros en la colonia, aunque muy inferiores a Plácido o Manzano; Agustín Baldomero Rodríguez, que publicó un tomo, titulado Puchas silvestres; Vicente Silveira, autor de Flo­res  y  espinas; Juan Bautista Estrada, Ambrosio Echemendía, José del  Carmen Díaz.. Todos lucharon con iguales obstáculos; sus versos se perdieron entre el chirrido de las máquinas en los ingenios azucareros. A los negros los habían traído para cortar caña, no para tallar la péñola en el arte difícil de hacer versos. 


 El siboneyismo

 A mediados del siglo XIX, el régimen esclavista se perfilaba como negativo, en lo económico, y funesto, en lo social. La lucha entre negreros y partidarios de la supresión de la trata adquirió caracte­res violentos. La política reformista parecía fracasada, y tres tendencias, de distinta  fuerza, se disputaban la hegemonía de la nación: anexionistas —a los Estados Unidos—; independentistas, y partidarios del statu quoLa amenaza de una revolución estaba latente, pero la frenaba el  temor  de que una vez divididos los blancos la sublevación general de los negros arrasase la isla de extremo a extremo. Nació entonces el verbo africanizar. Los partidos en pugna se acusaban unos a otros de querer africanizar la Isla: el lema del partido conservador —el Partido Catalán— era Cuba española o africana, pero no independiente ni norteamericana.

 Separatistas y anexionistas realizaban una intensa campaña antihispana, que tomaba cuerpo con la ayuda, nada desinteresada, de agentes extranjeros. Pero también, aunque no lo expresaran, acumulaban un fuerte rencor contra el negro, a quien consideraban rémora en el progreso del país. De esta situación política, de la negación de lo hispano y el desprecio de lo negro,  surgió un nuevo movimiento literario: el siboneyismo.

 Los poetas siboneyistas presentaban la vida de los extintos  aborígenes cubanos  como  los  buenos  salvajes de Juan Jacobo Rousseau y a los españoles como  usurpadores  que  profanaron  esa  paz  deliciosa. Dentro de este cuadro quedaba situada la rebeldía de Hatuey como un antecedente de los libertadores. Por otra parte, se ocultaba, como un estigma, la sangre española. Son muchos los  ejemplos que  pudieran  presentarse:  José  Fornaris  decía  en  uno  de  sus poemas:

Yo soy de Bayamo. Yo soy siboney.

 Pedro Santacilia en «El Arpa del Proscripto» (Canto a Hatuey),

Quien os llama esta vez es un hermano.

Yo también indio soy, yo soy cubano.

 Sincero en su actitud, pero falso en su forma, el siboneyismo tuvo una vida efímera. Nació con José Fornaris y Francisco de Orgaz y murió con Nápoles Fajardo, el Cucalambé. Fue el símbolo de una época. Expresó las ansias de gran parte de la sociedad cubana, y por eso sus versos se repitieron de boca en boca y  se  recitaron a veces como una letanía. En cierta forma, fueron estas las poesías que enseñaron a amar a la patria. Y aunque el siboneyismo se abandonase como expresión literaria, muchos versos pasaron a formar parte del folklore  cubano.

 Lo negro en los poetas blancos

  Lo negro no podía eludirse, y los intelectuales cubanos lo abor­daron  no  obstante  los  peligros  que  suponía el apartarse del criterio oficial. Pero los censores se encargaron de cercenar los escritos, su­primiendo de ellos cuanto pudiese interpretarse como antiesclavismo e incluso prohibiendo totalmente su publicación. Domingo del  Mon­te  entregó  a  la  prensa  el  Romance a la Patria, y la censura suprimió los cuatro versos que expresaban sus anhelos  abolicionistas:

Que nunca escuchar yo pude

  sin que hirviera en ira el alma,

el  bárbaro  atroz  chasquido

del  látigo  en  carne  esclava.

  José Antonio Saco, en un comentario sobre un libro, se declaró enemigo del contrabando de esclavos. La revista que publicó su artículo fue separada de la circulación y Saco desterrado, no obs­tante estar abolida la trata desde hacía quince años por un convenio anglohispano. Gobernaba a la sazón el capitán general Miguel  Tacón, consorcio del pirata Pancho Marty, en el negocio del contra­bando de negros, comercio ilícito, que le reportó una ganancia de 450.000 pesos en pocos años. Este ejemplo muestra una de las razones por las cuales fueron perseguidas las manifestaciones anties­clavistas.

 El tema apasionaba profundamente. Los escritos que la censura obligaba a permanecer inéditos se leían en círculos reducidos y en determinadas veladas literarias. Las tertulias intelectuales tenían un marcado sabor subversivo.

  Lo poco que lograba publicarse, mutilado por la censura, se leía ávidamente. Cecilia  Valdés (1842) —novela  cuya  heroína era una mulata— alcanzó fama inusitada, no  obstante  lo mediocre  de su  desarrollo  y  su  pésimo  estilo  literario.

 En  los  escritos  de la  época se  pintaban  lo  cuadros  más  tenebro­sos,  las escenas  más  sombrías;  había un placer morboso  en mos­trar descubierta la llaga. En los poetas surge el tema inesperada­mente, a veces escribiendo sobre un tópico muy diverso.  Bachiller y  Morales, en su oda a Martínez de  la  Rosa,  desliza  la  referencia al tema negro:

Y duro el genio

que de mis campos el verdor desdora,

ni cruel dominará viles esclavos...

 José Javier Balmaseada, en El ciego de nacimiento, apuntaba:

Mas no verás al hombre esclavizado

besando humilde su fatal cadena... 

 Rafael  María  Mendive,  en  una  poesía  semierótica,  recuerda  cier­tas  mujeres  y   pide  el  olvido  para  aquellas

que  escucharon  como  estatuas

impávidas  y  serenas,

del  esclavo  las  cadenas

y  el  látigo  del señor.

 Mas fue José Jacinto Milanés el primero de los grandes poetas cubanos que abordó el tema  negro. Suyas son las poesías Esclavo soy, pero cuyo; El negro alzado, El poeta envilecido, Escenas cu­banas. La primera de éstas es una glosa sobre los célebres versos de Baltasar de Alcázar:

Esclavo soy, pero cuyo?

Eso no lo diré yo,

que cuyo soy me mandó

que no diga que soy  suyo.

  Los versos de Milanés iniciaron la protesta antiesclavista en la poesía cubana.  El negro habló en sus versos.

Esclavo me llamo yo

de Dios,  sí;  del  hombre, no:

Dios quiere que libre sea...

  Dentro de la corriente romántica  buscó  en  la  descripción  de  las escenas  más crudas la forma de exaltar las fibras sensibles de sus coetáneos,  señalando  al  mismo  tiempo  normas  sociales. Sólo en una  de  sus  poesías  se  desprende  un  poco  de  amargura  contra un mulato,  el poeta envilecido (Plácido). Milanés comprendió los complejos psicológicos de Plácido y marcó con mayor acuidad el complejo racial de la isla. Así dice:

Y si la suerte le hizo

de color negro o cobrizo,

mísero de él...

 Luego se refiere a la imposibilidad de mantenerse moralmente luchando contra el medio:

Por más que su alma, presuma,

hácele tomar  la pluma,

necesidad...

 Necesidad era, en fin, toda la cruda realidad de la vida del negro, determinada por el choque  entre el medio hostil y su  condición racial. Erró sólo Milanés en augurar el total olvido de sus versos. En esto juzgó el árbol por las ramas podridas, olvidando que a veces granaban frutos óptimos.    

 En el ocaso de la esclavitud, el tema negro fue cultivado más intensamente y con un nuevo tono. Lo que varios años antes fuera un lamento convertíase ahora en rebeldía. Ya no se lloraba la suerte del esclavo: reclamábase, vigorosamente,su libertad.

  La poesía reflejaba dicha evolución. La barrera social que dividía los cubanos comenzaba a ceder.  Negros  y  blancos  marchaban juntos  y juntos luchaban por el mismo ideal. En la Manigua no había esclavos; un mulato, Antonio Maceo, se constituía en jefe de la revolución. El problema político y la servidumbre se analizaban en forma semejante. Los cubanos blancos también hablaban de esclavitud y utilizaban los mismos términos empleados al enfocar el problema negro. El Himno Bayamés —el actual Himno Nacional—, en una de sus estrofas reza:

... en cadenas vivir, es vivir

en oprobio y afrenta sumido...

  La consigna de los revolucionarios era: Libertad o muerte…

  Para el negro, todo esto tenía un doble significado.  No sólo la libertad política a que aspiraban los blancos, sino la libertad social, la clausura definitiva  de  la  esclavitud. Para el  blanco, las cadenas de que hablaba el Himno Bayamés era  la  exacta  imagen  del estado social; para el negro, era una realidad de  hierro, sujeta a sus tobillos.

 Esta  interpretación  subjetiva  en  unos,  objetiva  en  otros,  concordaba  en  un  plan  común  de  acción;  quedaron,  pues,  execrados  la servidumbre,  como  institución  social,  y  el  régimen  colonial,  como institución  política.   


 Valiéndose de ello, escribió Mercedes Matamoros uno de los más hermosos sonetos antiesclavistas de Cuba, cuyo último verso es la consigna, anteriormente citada, de los revolucionarios cubanos:

Por hambre y sed y hondo pavor rendido,

del monte enmarañado  en la espesura,

cayó  por  fin,  entre  la  sombra  oscura,

el miserable siervo perseguido.

 

Aún escucha, a lo lejos, el ladrido

del mastín olfateando en la llanura,

y hasta en los  brazos de  la muerte dura

del  estallante  látigo  el  chasquido.

 

Mas de su cuerpo ante la masa yerta

no se alzará,  mi  voz  conmovedora

para decirle:  ¡Lázaro, despierta!

 

Atleta del dolor, descansa al cabo:

¡Que el que vive en la muerte nunca llora,

y más vale morir que ser esclavo!

 Jerónimo Sáenz utilizó también la misma idea —la muerte preferible a la esclavitud—, aunque sin el sentido político de  Mercedes Matamoros. Su poema Ante la tumba de un esclavo fue, junto con El esclavo, de Carlos Rafael, una de las últimas poesías antiescla­vistas cubanas. La batalla por la liberación del negro estaba casi ganada; faltaba aún su redención social. Y esta nueva lucha  de  incorporación del negro a la vida ciudadana por la eliminación de los prejuicios raciales ya apuntaba en Diego Vicente Tejera.

¡Qué blanca es la señorita!

¡Qué negra su pobre esclava!...

Mas, si saltaran al rostro

los  colores  de sus  almas,

¡qué blanca fuera la negra!

¡Qué negra fuera la blanca!

 

II

  La libertad

 Por ley de 1885 fue abolida la esclavitud en Cuba. A partir de esta fecha todos los negros eran libres;  mas hay que entender esta libertad.  Fueron libres para no verse en una sociedad hostil, llena de prejuicios y gobernada por sus antiguos amos. Libres para escoger los caminos que se abrían ante ellos; morir de inanición, merodear por ciudades y campos dedicados al robo o a la mendicidad, o, finalmente, continuar trabajando por un jornal que no alcanzaba para cubrir las necesidades más elementales de comida y vestido. Quedaban desterrados, definitivamente, el cepo, el grillete y el látigo; pero subsistían las jornadas agotadoras en los ingenios y el barracón inmundo. El negro parecía destinado a constituirse en la clase más pobre de la sociedad cubana, y este sino, aunque superado a diario, llega hasta  nosotros. Un poeta anónimo captó esta situación económica, y nos dejó su visión plena de choteo criollo. («El testamento del negro».)

 Pero no todos vivían en igual situación. Había en Cuba múltiples familias negras de posición económica desahogada, y algunas que podían considerarse como ricas. Dueños de pequeños talleres, obreros manuales, músicos, que mantenían un nivel de vida superior al de muchos blancos.  Esta clase —muy reducida, en relación con el total de la población negra;— pretendía lograr socialmente la equiparación que ya había logrado en lo económico y, muchas veces, en lo intelectual. En ellos, la  lucha contra  el medio adquirió caracteres  dramáticos;  llegaron  a  despreciar todo  lo  negro,  o ,  por reacción  violenta,  proclamar  lasuperioridad  de  su  raza. Les so­braban  ejemplos  que  seguir;  negros mulatos eran también Clau­dio Brindis de  Salas, Juan Gualberto Gómez, Antonio Maceo... Estas  dos actitudes,  negación  y  afirmación,  han  llegado  hasta  nues­tros  días.

    El problema social

  Uno de los más graves problemas sociales cubanos ha estado constituido por la barrera de prejuicios raciales que dividen a los habitantes de la Isla.  Es  cierto  que  siempre —incluso  en  los  años de  mayor auge  en  la  trata  de esclavos— hubo  hombres que mantuvieron  en  alto  su  credo  anti-racista;  pero  hasta  las  primeras  décadas de  este  siglo  ello  no  trascendió  de  este limitado círculo  espiritual. En la clase media, y en la aristocracia colonial y republicana, el negro siguió considerado como un ser inferior. Las sociedades de blancos no admitían —ni admiten— a los negros.  Ello no quiere decir que todos los que a ella asisten sean, tal como se autoproclaman, blancos puros, sino, simplemente, que están conceptuados como tales. Muchos son blancos que esconden o escondieron a la abuela, para que no mostrase públicamente sus cabellos rizados y la piel atezada.  O, como dijera  Nicolás  Guillén,  son  aristócratas cuyos  orígenes  se  hallan  en  las  cocinas  y  tiemblan  a  la  vista  de  un caldero.

  Mas, negros y mulatos que no niegan su raza, han afirmado su personalidad en Cuba, saltando y derrumbando los viejos prejui­cios.  La poesía moderna ha reflejado fielmente la nueva actitud. En los momentos de crisis  económica,  cuando  blancos  y  negros  eran explotados  en  los  ingenios  azucareros,  pagándoseles  su  jornal con tickets —vales  para  trocar  por  mercancías  en  las  tiendas  de  los  cen­trales— se  alzó  la  voz  de José Rodríguez Méndez: 

Ahora somos esclavos también,

porque sudamos y nos desgarramos las manos

por un jornal barato,

porque hemos visto los tickets...

¡Somos esclavos con hambre en tiempo muerto!

¡Somos esclavos con hambre en tiempo de zafra!

 Regino Pedroso, hijo de chino y negra —dos razas que fueron esclavas en Cuba— planteó, en sus poemas sociales, la situación del negro:

¿Y es sólo por la piel?  ¿Es todo por color?

No es sólo por color, mas porque eres,

bajo  el prejuicio  de  la  raza,

hombre  explotado.


  Y después ha lanzado la pregunta angustiosa:

 

¿No somos más que negros?

¿No somos más que jácara?

¿No somos más que rumbas, lujurias negras y comparsas?

 La respuesta a estas preguntas la había dado el negro cubano varios siglos antes de que se formulasen. Esa respuesta estaba, como una realidad  objetiva,  en  las  continuas  rebeliones  de  esclavos  que se  experimentaron en  la  colonia,  en  los grandes  negros  cubanos  del siglo  XIX,  en  los  que  en nuestra época llenan las universidades, y alcanzan las más altas  distinciones  en  la música, en la pintura, en la  poesía, en las  ciencias,  en  la  política, en los deportes... En todas las  actividades  del  espíritu,  el  negro  ha  impreso  su  huella  profun­da. Pudiéramos decir, simbólicamente, que en Cuba el negro ya ha llegado. La llegada está expresada en uno de los poemas más hermosos de Nicolás Guillén.

¡Eh, compañeros, aquí estamos!

¡Bajo el sol, nuestra piel sudorosa reflejará los rostros húmedos de los vencidos, y en la noche,  mientras los astros ardan en la punta de nuestras llamas nuestra risa madrugará sobre los ríos y los pájaros!

 

  Cuadernos hispanoamericanos, núm. 3, mayo-junio de 1948, pp. 519-530.


No hay comentarios: