domingo, 10 de mayo de 2020

Magnetismo animal en Cuba. Un paseo bibliográfico




   Pedro Marqués de Armas 

   1. 
 En 1839 apareció en La Cartera Cubana el artículo “Magnetismo animal”, firmado por “un discípulo de Mesmer”. No sé de dónde tomé la referencia de que el desconocido autor declaraba haber practicado el magnetismo en La Habana, pero resulta que la narración tiene lugar en París y debe tratarse de una traducción. Pero discípulos de Franz Anton Mesmer hubo también en Cuba. Aquí hablaremos de ellos, de sus sonámbulas con poderes de adivinar o anticipar acontecimientos, o de ver, como en el caso del texto de La Cartera, por el ojo de la nuca. 
 Para cualquier mesmeriano, la vida es un prodigio regido por el sol, fuente de todo, sin cuya energía no habría atracción ni simpatía, ni los demás principios que obran entre los cuerpos. Como en la del maestro Mesmer –cuyo nombre suena en Cuba desde tiempos del Papel Periódico–, la concepción de sus seguidores no estará exenta de inferencias histórico solares: “Hay realmente épocas en que vaga por los aires el suicidio, la guerra, la revolución, el asesinato, que pueden calificarse de epidemias morales y resultan de una acción estimulante y magnética”.
 Con un poco de suerte y paciencia se descubren en la prensa crónicas, relatos y anuncios curiosos. Allá por 1848 comenzaron a aparecer en el Diario de la Marina los fragmentos del “Diario de un magnetizador” que operaba en La Habana por lo menos desde tres décadas antes. El autor de ese diario firmaba como Francisco de Paula y Goizueta, y entre las curaciones que reporta –casi siempre en mujeres jóvenes– cuenta la de la señorita Cecilia Valdés, que entonces vivía en la calle Prado. A primera vista resistente, más que nada por su extremo abatimiento y desesperanza, el magnetizador induce en ella sin embargo un estado de sonambulismo –no existía aún el término hipnosis ni nada parecido-, y ya en una segunda visita la hace hablar y contar sus penas, curándola de “todos sus males” tras siete “magnetizaciones”.
 Goizueta, que no pierde oportunidad de fustigar a los médicos habaneros por sus errados diagnósticos y terribles pronósticos sobre la salud de Cecilia Valdés (¿no sería en efecto la célebre mulata de la Loma del Ángel?), cuenta que la joven se convierte luego en curadora, es decir, en médium (tampoco es el término empleado): “Es muy sonámbula para consultar enfermos, en cuyas consultas no se ha equivocado todavía ni una sola vez: los ve a largas distancias, y algunas veces sin necesidad de prendas del enfermo.” De igual pelaje son otras curaciones que narra pero mejor dejemos al lector la entrada.
 Memorias y diarios de magnetizadores fueron todo un género en la primera mitad del siglo XIX, y en Cuba –como vemos– no podían faltar. ¿Quién fue Francisco de Paula y Goizueta? En un Catálogo del Archivo Nacional (1954) se habla de unos terrenos extramuros de su propiedad situados en la calle Desordenada. Sigue uno buscando y encuentra que en el Journal du Magnetisme de la Sociedad de Magnetizadores y Médicos de París, se traduce al francés, en 1850, una apuesta que lanzara par de años antes a los médicos que intentaban desacreditarlo. Presentada como “Apuesta magnética. Valiente desafío de M. Goizueta a los médicos de La Habana, de obtener por su ciencia el diagnóstico de las enfermedades y los resultados terapéuticos que obtiene por la clarividencia de los sonámbulos", no pude evitar localizarla. Aunque podría parecerlo, el suyo no es en modo alguno un galimatías, sino un esquema rigurosamente lógico. El magnetizador habanero contaba ya, por lo que puede apreciarse, con una corte de “sonámbulos” a su cargo, algo así como una gerencia de adivinos.
 He aquí el desafío que lanza:



 La sociedad de magnetizadores de París añadió al texto el siguiente comentario: “Este valiente desafío al escepticismo se traduce del Diario de la Marina, periódico de La Habana, del 17 de agosto de 1848. Esperamos que, aunque antiguo, este documento interese a nuestros lectores, porque pinta el estado del magnetismo en un país donde la propagación hasta ahora ha sido muy limitada”.
 Cuando lanzó aquel desafío ya había tenido problemas, no solo con los médicos, sino con buena parte de la sociedad ilustrada. En una ocasión fue invitado por la redacción del Diario de la Marina para que hiciera sus desmostraciones. Se dispuso para él un local que el público abarrotó desde horas tempranas. Apareció con dos de sus mejores sonámbulos, pero uno de ellos no entró en trance y, a pesar de que el otro -así como una de sus videntes que se "comunicaba" con él a distancia, desde Campo Florido- dieron en el clavo, adivinando los padeceres y hasta prendas íntimas de algunos de los presentes, la función generó dudas y así lo hizo saber la redacción del periódico. Desde luego, respondió airado, en carta que los ponía de vuelta y vuelta.   
 La última noticia que tenemos de Goizueta es una instancia que presentó al gobierno solicitando licencia para dar lecciones de magnetismo. Para ello fue convocado por la sección de Instrucción Pública a realizar un “examen práctico de magnetismo”. El resultado fue negativo, y así se hacía constar:

“Que si bien el magnetizador se mostró persuadido de que el magnetizado se hallaba sometido al verdadero sueño magnético, la sección por razones poderosas creía lo contrario, comprobado con las respuestas del sometido al magnetismo. La seriedad del acto y la conferencia sobre la teoría del fluido afectaron acaso el ánimo del magnetizador con perjuicio de su actitud y eficacia moral para llenar su compromiso; pero aun así no es posible prescindir de los actos comprobatorios en que se ha de fundar sobre materia tan delicada la opinión de esta Sección, que no cree que el expresado Goizueta se halle en aptitud de dar lecciones de magnetismo…”. (Gaceta de La Habana, 21 de julio de 1849).
 Tampoco es un galimatías, aunque lo parezca, sino una cercenante decisión burocrática. 

  2.
 Al revisar la bibliografía cubana sobre sonambulismo –mesmeriano o no– y magnetismo animal, es decir, lo publicado antes de la emergencia del “hipnotismo”, no debe olvidarse esa brevísima pieza del Papel Periódico, "Raro exemplo de un sonámbulo", que a algún antologador se le ocurrió –pese a su origen dieciochesco- colocar al inicio de una antología del cuento cubano. Ojalá hubiera tradición así, hecha toda de piezas sueltas y anónimas y referidas no a Cuba, si no, como ocurre en ésta, a sujetos que sueñan con pájaros en Nueva York y al despertar encuentran en sus camas nidos enteros de golondrinas. Pero la verosimilitud del trance sonámbulo –sería una non fiction, o por lo menos, una ficción en duda– llega con la línea siguiente: “Las había cogido la noche pasada en las vigas de su casa adonde subió por una escala muy alta”.
 A la citada pieza anónima sigue una de Felipe Poey (de su extraordinario “Viaje a Rangel” en 1858) que fascinaba a Lezama y convierte al naturalista cubano en otro precursor de Kafka:

"Una noche soñé que me había vuelto escarabajo, y mascaba la yerba con mandíbulas horizontales. ¡Cosa extraña! —decía yo: antes movía la quijada de arriba abajo y viceversa, y ahora la muevo lateralmente. Cuando desperté, pude acordarme de aquel de quien escribe la Bruyère que soñaba haberse vuelto canario, que mudaba las plumas y sacaba sus polluelos; pagaba veinticinco pesos al organista que educaba a los pájaros, y dejaba a sus hijos sin educación".
 Pero sueños, por más raros, sueños son, aunque tengan algo de sonambulismo. 
 En otro relato anónimo del Papel Periódico, “Noticia rara y curiosa sobre la extraña enfermedad y duración de un largo sueño”, estamos ya, no ante lo sonambúlico, sino frente a variante más duradera y profunda: el letargo. Dejo aquí enlace a la historia de aquel carpintero parisino que quizás no era sino un caso de catalepsia; o tal vez, pues al no existir el concepto, no existía la diferencia: un catatónico. 
 En la bibliografía a que venimos aludiendo caben textos cuyos solos títulos incitan tanto como el contenido ausente, perdido acaso, y que recuerdan cómo el discurso médico seguía siendo un discurso insólito, fascinado con los fenómenos de la naturaleza y la fisiología: “Maravillas médicas: la catalepsia. Relato de una catalepsia por un individuo que la padeció”, que publicara el Diario de La Habana durante una serie de números en 1838.
 A medio camino, si no es que perdido entre el letargo y la catalepsia, apareció en 1828 en el Diario de La Habana el largo título "Sonambulismo. El célebre profesor Hufeland refiere en su Diario Médico el caso de una muchacha de Silesia que hacía años que estaba aletargada".  
 Otra publicación que divulgó esos saberes limítrofes surgidos entre la Ilustración y el Romanticismo que fueron la fisiognómica, el magnetismo animal y la frenología, es Memorias de la Sociedad Económica Amigos del País, la revista de la fisiocracia cubana. Además de un artículo sobre el frenólogo Gall y su tenaz impugnador Fluorens, en sus páginas aparecieron no pocas disertaciones sobre el magnetismo de Mesmer. Una de las más interesantes, “Del sonambulismo y del magnetismo animal”, corresponde a la novena lección de la “Psicología de Arhens”, que la memorable publicación tuvo a bien traducir y publicar en totalidad. Seguidor y crítico del Marqués de Puységur, quien se había iniciado de joven en el mesmerismo, y que hacía caer en trance profundo a sus criados, por lo que llamó a su técnica “sonambulismo artificial”; Arhens fue un conocido exponente de la filosofía alemana, afiliado a la escuela de Krause, de tanto impacto desde mediados del siglo XIX en España y Cuba. Consideraba, con razón, que el magnetismo podía ser útil en enfermedades que dependían de una alteración de las “relaciones justas entre el espíritu y el cuerpo (epilepsia, histeria, catalepsia y locura) más que en las afecciones exclusivamente orgánicas”.    
 Arhens se asentó en Francia donde dictó en 1836 un curso gratuito de filosofía, cuyas lecciones aparecieron al año siguiente como Curso de Psicología, siendo tempranamente traducidas, como vemos, en La Habana. 


 Pero en Memorias de la Sociedad Económica no quedó fuera casi nada del pensamiento de la época, fuese traducido por sus redactores o tomado de otras publicaciones. En la materia que nos ocupa, por ejemplo, “Magnetismo: su historia y opiniones”, que apareció antes del capítulo de Ahrens. Se publicó también parte de “Historia del descubrimiento y educación de un hombre salvaje o primeros ensayos físico y morales del joven salvaje que se encontró en los bosques cerca de Aveyron”, el que sería –andando el tiempo– el relato fundacional de la psiquiatría infantil, escrito a comienzos del siglo XIX por Jean Itard. Como se sabe, Pinel declaró que L'Enfant sauvage (con este título sería llevada al cine por François Truffaut, filme que le valió a Néstor Almendros un importante premio por la fotografía) padecía de una demencia incurable, mientras Itard, médico del Instituto de Sordo Mudos de París, armado de su método de “educación sensorial”, se empeñó en devolverle algunas facultades intelectuales.
 En esa década de 1840 apareció además “El hombre y el desarrollo de sus facultades o ensayo de física social”, obra fundamental del antropólogo belga Lambert A. J. Quételet, con la que da inicio la biometría, esto es, la aplicación de la estadística al estudio de la poblaciones. Se suman textos de antropólogos como Malthus, Morton y Zestermann, y de naturalistas como Curvier y Saint Hilaire. 
 Otro tanto hizo el Diario de La Habana con la publicación de innumerables artículos sobre la triada magnetismo-frenología-locura. Uno de los más importantes, paradigmático de esa etapa romántica, fue “Ideas médico psicológicas. Influencia de lo moral en lo físico y de lo físico en lo moral”, de Laurent Cerice, traducido de los Annales médico-psychologiques que él mismo fundara junto a Baillarger. Crítico, tanto de la frenología por su excesivo materialismo, como del magnetismo por su excesivo idealismo, quiso dejar claro cómo y en qué medida obraban cuerpo y alma el uno sobre el otro. Asimismo, apareció el titulado “Mesmerismo”, en traducción de Albión, seudónimo cuya pertenencia desconocemos. Y por último, de Manuel Valdés Miranda, sin dudas el médico cubano que más contribuyó a la divulgación de los tópicos de la medicina romántica (y quizás traductor de algunos de los antes citados): “De las investigaciones de Mr. Moreau de Jonnès encargado de considerar las luces que la estadística médica puede suministrar con respecto a la locura”. Viajero incansable, geógrafo, antropólogo, historiador y estadístico, muy citado por Sagra & Saco, Moreau de Jonnès realizó estudios sobre España y casi todas las Antillas, y era miembro de mérito de la Sociedad Patriótica de La Habana.

  3.
 Pero volvamos al magnetismo. Decíamos que existen referencias muy tempranas a las cubetas e imanes de Mesmer. Una veces para elogiarlo, como en el artículo “Sobre magnetismo animal” que apareció en el Diario de La Habana el 28 octubre de 1826; y otras para criticarlo, como en “Mesmerismo”, aparecido en el mismo diario el 25 de abril de 1828, sin firma, y apoyándose su autor en Mr. Thouret, cuyas Investigaciones y dudas sobre el magnetismo animal fue de las primeras demoledoras críticas a la doctrina mesmeriana. Como dice el articulista: “anzuelo que muerden con facilidad muchos espíritus ilustrados”. Y un buen resumen de su revalorización en Francia puede verse en "El magnetismo animal en Paris", de la pluma de Alphonse Esquiros, que el Diario de La Habana sacó en varias entregas en junio de 1844. 
 Todo indica que en las cuatro primeras décadas del XIX, los magnetizadores tuvieron pleno empleo, y que eran llamados en ciertas intervenciones quirúrgicas. El gran anatomista y cirujano de esa época, Francisco Alonso y Fernández, adscrito ya al modelo observacional, y al frente del Hospital Militar de San Ambrosio, no dudaba en echar mano del “sueño magnético” para atenuar e incluso anular el dolor en algunas operaciones. Se preguntaba exaltado, nadando en un mar de utilerías:

“Los encantadores fenómenos de la óptica, los embelesos de la acústica, el placer que ocasiona los juguetes eléctricos, el pavor que infunden algunos experimentos practicados con la pila Voltaica, el magnetismo, la física, en fin, ¿no proporciona a vuestra aplicación y amor al estudio un manantial inagotable de consideraciones importantes, utilísimas, grandiosas, placenteras?”
 Y así era descrito el comienzo de una operación en la persona de A. L. M.:

“De 30 años de edad y sometida de antemano, en presencia nuestra, al influjo del sueño magnético y de insensibilidad absoluta, certificamos lo siguiente: A las 2 y 40 minutos fue magnetizada y dormida la enferma a la distancia de dos varas y en menos de tres segundos. Entonces, para asegurarse el operador de la insensibilidad de la paciente, le aplicó varias veces al cuello la punta de un estilete, y colocó debajo de la nariz un poco de amoniaco concentrado, a cuyas pruebas permaneció inmóvil, inalterables sus facciones, y sin señal alguna de percepción”. 
 En la década de 1840 los magnetizadores estaban en su apogeo. El golpe viene a darlo cierto descubrimiento que acababa de hacer un dentista de Boston. El 26 de diciembre de 1846 aparecía en el Diario de la Habana el siguiente lapidario anunció: “Sustituto para el mesmerismo”, que ofrecía en su lugar un método para mitigar el dolor mediante la inspiración de un gas que “parece demostrar que es un admirable sustituto para la fastidiosa función de magnetizar, a fin de hacer ciertas operaciones quirúrgicas”. Cinco meses más tarde, en marzo de 1847, Vicente Antonio de Castro aplicaba ya los “vapores de éter” en el Hospital San Juan de Dios de La Habana y fue, por cierto, una operación de testículo, la primera indolora intervención.
 La anestesia fue recibida con un aluvión de noticias y todo un seguimiento de los resultados y polémicas que suscitaba su empleo tanto en Francia como en Estados Unidos. En “Inspiración de los vapores del éter sulfúrico” (Diario de la Marina, 27 de marzo de 1847), se insistía en los pros y los contras del anestésico respecto del trance hipnótico:

“Es cierto que por medio del magnetismo también se puede conseguir un resultado semejante, como lo prueban diversas operaciones practicadas con el éxito más completo; pero este método tiene varios inconveniente y no parece prometernos resultados constantes y ciertos, puesto que muchas personas resisten a todos los esfuerzos de los magnetizadores más expertos; de lo contario, debería preferirse la insensibilidad del magnetismo, porque no sería probablemente de temerse que produjera ninguno de los accidentes a que puede dar lugar en ciertos casos el uso de éter; este como todos los demás agentes terapéuticos, sin duda debe sentarle mal a ciertas idiosincrasias o temperamentos peculiares”.
 Pero en breve se impone la evidencia de que los efectos deletéreos del éter son casi inexistentes, y los molestos, por lo común, de escasa monta. Cuando Dubois publica su informe sobre el parto sin dolor, que todas las parisinas celebran, y es también traducido en La Habana, el puntillazo está dado. 
 Aunque las caricaturas y burlas sobre el mesmerismo venían de más atrás, justo entonces –en medio de la polémica que suscita el “sustituto”– se escenifica la pieza satírica de Bretón de los Herreros “La frenología y el magnetismo” que, además de representarse en el Liceo Artístico, se pasea por otros muchos escenarios y teatrillos.
 No resultan tan exiguos los mesmeristas que han trascendido. Nombres ilustres, a los que habría que añadir el citado Goizueta, tenemos al honorable Dr. C. Cruxent –de Mataró (Catalunya)–, que vivió largos años entre Puerto Rico y Cuba, recorriendo haciendas y estudiando las aguas, los suelos, las variaciones barométricas y las “enfermedades reinantes”. Fue miembro de las sociedades parisinas de homeopatía y frenología, de la filantrópico-magnética y de la mesmeriana, además de autor de El cólera, la homeopatía y la alopatía, publicado por la Sociedad Económica en 1850. De más está decir que trataba a los coléricos con sus productos homeopáticos. En Santiago de Cuba, donde residió cuatro años, asistió a la epidemia de cólera de 1852, curando –según propias estadísticas– a más del 90 % de un total de 300 enfermos. Todo terminó en un sonado pleito que lo obligó a retirar su fórmula del mercado, regresando definitivamente a Barcelona.


 También, el de Francisco María Facenda, una relación de cuyos trabajos magnéticos realizados en La Habana apareció en Breves noticias del magnetismo animal dispuestas en forma de cartas por D. M. C. (Trinidad, 1847, Imprenta de "El Correo”), libro que recibió amplia publicidad, hoy sin embargo imposible de encontrar.
 Pero acaso el de mayor reputación fue Sabino de Losada, más conocido como frenólogo, pero también fisiognomista, magnetista y educador. La Revista de La Habana publicó en 1854 su “Magnetismo. Doctrinas y procederes de Mesmer”, del que tomé en Cuba estos apuntes: "Defiende a Mesmer de las imputaciones de charlatanería y destaca su criterio de que las enfermedades curan por su propia naturaleza. Sostiene, sin crítica alguna, conceptos como influjo animal y emanación de materia. Pasa a citar sus aforismos, que califica también de procederes: el "toque entre cejas" en casos de epilepsias y catalepsias, y el "toque de pecho" en las apoplejías. Cita su frase: "Todos los géneros de enajenación del espíritu vienen siendo matices de un sueño imperpecto". Y termina: "Hemos expuesto los principios, métodos, sentimientos y el espíritu del hombre a quien tantos han calumniado, del hombre a quien la mayor parte de los médicos de su tiempo consideraron un charlatán (...) No vemos que los que tanto lucharon contra él descubrieran cosa mejor; el único bien que hicieron, fue igualmente disminuir el número de remedios engendrados por la Edad Media". Con otro trabajo suyo, Tratado práctico del magnetismo arreglado…, no he tenido la suerte de dar. 
 Nacido en Penzacola, en 1817, Sabino de Losada y Rocheabavle obtuvo en 1850 el título de Licenciado en Farmacia, dejando a medias la carrera de medicina que iniciara en París, tras lo cual regresa a su país donde continúa de boticario y frenólogo. No obstante, estableció Cátedra de Frenología en el Liceo Artístico. Escritor profuso e inquieto, miembro de la Sociedad Frenológica de París, se carteaba lo mismo con Pinel que con Bouillard, quienes lo elogian más de una vez. Era cuñado de doctor Julio J. Le Riverend, que lo inicia en la doctrina fisiológica y le ofrece su vasta biblioteca donde adquiere sus conocimientos. Falleció en 1862, de difteria, rodeado de amigos y de los seguidores de una conocida tertulia que sesionaba en su casa.
 Losada viene a ocupar el puesto vacante del catalán Mariano Cubí y Solé, de quien algunos –Calcagno y Martí, etc.– han dicho que practicó la frenología y el magnetismo animal en sus años cubanos, mientras otros lo niegan, acaso por no haberse encontrado documento que lo avale. Al declarar el número de años que llevaba dedicado a esas prácticas dio una cifra tan exagerada, que terminó por confundir. Pero fue solo a partir de 1835, cuando se instala en Nueva Orleans, que comenzó su labor frenológica, la cual expande por todos los Estados Unidos y luego en España. Publicó, entre otros muchos, Elementos de frenología, fisionomía y magnetismo humano (1849), y La Frenología y sus glorias (1853), en las que establece las ventajas de dichas disciplinas, ya que servían a su juicio “tanto para elegir una esposa o un gobernante como para señalar un asesino o un loco”.


 Cubí fundó en La Habana el Colegio Buenavista, y junto a José Antonio Saco, la Revista Bimestre Cubana. En el colegio, quedó impactado con la inteligencia de un alumno llamado Torices, especie de genio aspergiano anterior a Solá y Camps –el célebre niño prodigio de Manzanillo del que he dejado algunas entradas en este blog–, sobre el cual realiza esta observación: 

“Joven de diez y seis años, trazaba un círculo perfecto sin la ayuda de ningún instrumento, e indicaba el centro con exactitud matemática. Su meditividad era colosal, éralo también la configuración, a cuyo extraordinario desarrollo debió sus rápidos y prodigiosos adelantos en el dibujo lineal y de perspectiva”. 
 En fin que, aunque algunos aseguren que no palpó cabezas en Cuba, todo indica que tenía ya conocimientos frenológicos, como trasluce la alusión a los tipos de centros de inteligencia. Cubí había leído en Baltimore, donde vivió antes de trasladarse a La Habana, las obras de Georges Combe –el gran continuador de Gall– y debió proseguir ese tipo de lecturas en Cuba, donde coincide, además, con otro catalán dedicado ya a tales menesteres: Magí Pers i Ramona.
 Autor de La Isla de Cuba, algunas consideraciones sobre las reformas políticas y económicas que deben hacerse en nuestras Antillas (Barcelona, 1863), Pers i Ramona pasó sus mejores años en Matanzas, donde se estableció aún adolescente en 1821. Multifacético, por conyuntara, como tantos otros inmigrantes, fue un exitoso sastre cuyas prendas se vendían en todo el país. Luego se convirtió en poeta, gramático, frenologista, magetizador, y un largo etcétera. En fecha tan temprana como 1830 –calculaba él mismo– “diagnosticó” un discreto caso de apego amoroso –el término frenológico era “adhesividad”– entre dos varones matanceros: 

“Conocí en Matanzas a dos jóvenes, cuya mutua amistad era tan excesiva que pudiera haberse tomado por una monomanía. Las más de las noches, estos jóvenes, dormían en una misma cama. A veces se sentaba el uno encima de las piernas del otro, se cantaban y se daban besos. A la mesa se sentaban el uno al lado del otro, y se hablaban a menudo al oído. La separación de uno de ambos por algunos días era la mayor desgracia. Si uno de ellos manifestaba afecto hacia otra persona el otro no podía disimular los celos intensos que le devoraban. Este estado de exaltación duró algunos meses, la cual se cambió después en una amistad razonable. Amistades de esta especie se ven muy a menudo entre las mujeres, pues parece que ellas estén más dispuestas o constituidas para ello”.
 Cuando dejó Cuba en la década de 1840, Pers i Ramona avivó su amistad con Cubí, junto al que tradujo y publicó algunas obras del género, estableciendo la que se conocería como “escuela frenológica” de Vilanova i la Geltrú que, como tantas aventuras catalanas ligadas al emprendimiento –y a los más disímiles negocios económicos y del saber– tenían su punto de partida en tierras de América. Todos llegan jóvenes y adquieren esos conocimientos en las prósperas colonias, donde meten cabeza en los más diversos oficios que luego importan a la Península, pasando no pocas veces, por París. Todo fueron gramáticos del castellano y mentalidades catalanas. Pero volvamos al magnetismo; y ahora, según la opinión de los cubanos.


 4.
 En carta que José Antonio Saco le hacía llegar a Domingo del Monte en 1845 daba cuenta de la curiosa deriva de profesor Cubí, antes filólogo de nivel: “Este hombre es más valiente q.e un león. Se ha declarado frenólogo-magnetizador; va recorriendo las capitales de España, y enseñando con gran estrépito la phrenologia, y el magnetismo animal”. 
 Ni Varela ni Saco ni Luz Caballero, que reconocían la importancia del magnetismo terrestre, creían en el animal. Para Varela era "delirio". Para Saco “brujería”. Y Luz lo califica de “charlatanería”. Ahí están los aforismos de Luz, a quien tampoco convence la psicología de Ahrens: 
 “¡Qué enredado y enredante está Ahrens en casi toda la lección 7ª, sobre fisonomía y frenología! Así, no es extraño que la juventud, y aun los hombres faltos de criterios y de hondos conocimientos, no sepan a qué carta quedarse”. (Aforismo 324, Jul. 7-46). 
 De los mesmerianos dice: “En el magnetismo animal se ve cómo ciertos filósofos “arriman la braza a su sardina”. Aludo a que por ahí ya quieren inferir cuál será el estado del alma después de la muerte”. (Aforismo 326, Oct. 27-46). 
 Y para ironizar sobre Cousin: “Ahora sí es verdad que creo yo a puño cerrado en el magnetismo animal; pues no puede menos de ser Cousin el magnetizante y Tulio el magnetizado.”
 En la década de 1860 eran ya pocos quienes defendían con seriedad el magnetismo animal en cualquiera de sus variantes: Mesmer, Puységur, Deleueze, el Abate Faría, etc. Pero entretanto, una nueva corriente recorre el mundo y son cada vez más quienes se adscriben al espiritismo. En lo que el mesmerismo se vuelve, en tratados y diccionarios de medicina, capítulo histórico –ahora se habla de electromedicina, de corrientes de Gaiffe y farádicas–, el espiritismo y la teosofía ganan terreno y ponen en guardia a los círculos médicos. 
 No obstante, todavía circula algún que otro título ingenuo o prentendidamente comercial: Manual de magnetismo animal y sonambulismo magnético, sus procederes, fenómenos y aplicación puestos al alcance de todos (La Habana, Imprenta El Fénix, 1881, 208 p), firmado J. F. Nobiatur y Lapau. Uno de esos que por más que se busque, saltará sólo su añeja referencia en la bibliografía de Trelles. Nobiatur y Lapau es el anagrama del licenciado José Florencio Turbiano y Paula, maestro de primaria e higienista vegetal que, por lo visto, también hipnotizaba. En 1883 reunió parte de sus trabajos del ramo agrícola en Tratado completo de floricultura con los secretos para injertar y obtener hermosas flores (La Habana, 1884) y todavía nos sorprendería con Arboricultura y floricultura cubana: con una descripción de los árboles, arbustos, bejucos, plantas aromáticas y de jardinería, indígenas y exóticas, sus nombres comunes y botánicos (La Habana, Imprenta "La Universal" de Ruiz y hermano, 1894) y hasta con un Tratado sobre las gallinas, palomas, canarios y los ruiseñores [s.n.] … Y no sigo, pues son unos cuantos y todos largos.


 Para la temporada de 1881 tenemos el espectáculo, así anunciado en el Diario de la Marina: “Del magnetismo humano y física experimental”, a cargo del célebre magnetizador D’Amico, a quien presentan como consumado artista científico. Comienza la época de las grandes funciones teatrales de magnetizadores e ilusionistas que son a la vez médicos (o dicen serlo) y apelan a la legitimidad científica de sus prácticas, actuando para el público más amplio, como también, ante las sociedades de psiquiatría. El boloñés Prieto D’Amico fue uno de los más conocidos. Regresaba de México, donde había tenido un éxito clamoroso. No será el primero, ni el último de los grandes hipnotistas populares que pasará por Cuba.

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