Emilio Ballagas
Es dificilísimo traducir en vibraciones
divulgadoras (accesibles a la antena media) la pura onda lírica de la poesía de
Mariano Brull. Desde su primer libro publicado en 1916 se advierte en su poesía
un tono de intimidad y de recogimiento que denuncia al verdadero poeta moderno,
exacto aprisionador de inexactitudes, que resuelve o inventa ecuaciones líricas
y descubre la esencia eterna en la forma fugitiva, el latido absoluto
—inagotable— debajo de la vibración externa. Pedro Henríquez Ureña decía en el
prólogo a La Casa del Silencio que no
se hallaba en dicha obra la poesía perfecta; pero sí el anhelo de perfección y
sobre todo un espíritu intensamente poético, la virtud de suscitar emociones
virginales.
Han pasado los años y Brull se ha encontrado
—se ha completado— a sí mismo.
Es el poeta más perfecto e interesante de la
hora actual sin dejar de serlo en su generación, sin romper el hilo de pureza y
de intimidad lírica que le une umbilicalmente —con sangre viva— a su “yo” anterior. No es Brull —a pesar de ser nuevo y difícil—
lo que se llama un revolucionario de la poesía. A veces es magistralmente sencillo
y tradicional como en el poema “Las Marías”.
Los Poemas en Menguante y El
Canto Redondo señalan la plenitud lírica de Mariano Brull. Entre uno y otro
libro no hay más que una línea estrecha de tiempo. Y, aun así, lo más
definitivo y perfecto se encuentra en el último libro. Percepción afinada del color hasta agotar los
más destilados matices; y virtud melódica, ingenuidad sabia. Y una milagrosa,
una casta sensualidad que sabe recrearse en el trópico de que es hijo y es
capaz de crear mágicamente el trópico dentro del verso. Léase el poema titulado
“Palma Real”. Adéntrese el lector inquieto en ese otro poema “Isla de Perfil”
incluido en su nuevo libro:
Ilesa
isla intacta,
bozal
del mar nómada,
cabezal
de nardos
ahogados
en la luz.
Un
ladrido en clave
de
nácares rudos
y
en rondas, soleados,
estíos
de agua.
He sentido alguna vez —más de una vez— que lo
verdaderamente lírico es inefable, incomunicable. Ningún rodeo verbal, ninguna
explicación lógica pueden decir más de lo que dicen estos versos de El Canto Redondo. El profano, el hombre
sudado de cotidianidad y sordidez jamás tendrá una llave para penetrar en esta
clase de poesía. No habrá lámpara que pueda alumbrársela, porque la virtud o el
defecto están en los ojos, y a veces la poesía de Brull es la luz misma que
goza de su alta beatitud y se baña en su propia gracia.
Orto, Año XLIII, no. 7-9, julio-septiembre de 1956.
No hay comentarios:
Publicar un comentario