Alfonso Reyes
Cuando recibí los Poemas en menguante, del poeta cubano Mariano Brull, le escribí
lleno de entusiasmo:
“¡Feliz usted, querido Mariano, que vive
entre seres nobles y encantador es -Blanche, Blanquita y el Doctor Baralt, su
Adelita y sus Jitanjáforas,- rodeado de bellos versos, y sobre todo, acompañado
de sí mismo , inapreciable privilegio que, a lo mejor, usted se da el lujo de
no estimar en mucha cosa”.
Mi Ángel de la Guarda, que estaba detrás de
mí, asomado sobre mi hombro, me preguntó entonces:
-¿Qué
quiere decir "Jitanjáforas"?
Para
contestarle escribo esas líneas.
En los Cigarrales
de Toledo, Tirso de Molina presenta una mujer "vestidos de verdegay el
alma y el cuerpo”. Mi primer encuentro con el "verdegay" me produjo
tal embrujamiento, que suspendí la lectura y salí a contarlo a los amigos, y anduve
dos o tres meses queriendo fabricar y comer todo el día pastillas y grajeas de
verdegay, -que se me figura una menta, pero todavía más fragante.
Una emoción semejante debo al
"Verdehalago" de Mariano Brull. Pero el verdehalago no es dulce:
tiene un sabor levemente ácido y sobrio, y la a, la ele y la ge (¡y hasta la
hache secretona!) le dan una metálica frigidez de agua en "Termo".
Tengo que copiar aquí la poesía íntegra, para
que podamos entendernos:
VERDEHALAGO
Por el verde, verde
verdería
de verde mar
erre
con erre.
Viernes, vírgula, virgen
enano
verde
verdularia
cantárida
erre
con erre.
Verdor y verdín
verdumbre
y verdura.
Verde,
doble verde
de
col y lechuga.
Erre
con erre
en
mi verde limón
pájara
verde.
Por el verde, verde
verdehalago
húmedo
extiéndome.
-Extiéndete.
Vengo
de Mundodolido
y
en Verdehalago me estoy.
Ciertamente que esta poesía no se dirige a la
razón, sino más bien a la sensación. Las palabras no buscan aquí un fin útil:
juegan solas, casi.
-Bien; pero ¿y las jitanjáforas?
-Poco a poco. Los ángeles no se impacientan.
II
¡La verdad es que, en el taller del cerebro,
se amontonan tantas astillas! De tiempo en tiempo, salen, a escobazos, por la
puerta de las palabras: pedazos de frases que no parecen de este mundo; y otras
veces, meros impulso s rítmicos, necesidad de oír ciertos ruidos y ciertas pausas
que -después de todo- son como la anatomía invisible del poema: necesidad que
algunos confunden con la inspiración.
Andamos
en las fronteras de la ecolalia. No hay que temblar. Yo me he acercado, y creo
que nada grave sucede. Conservo por ahí, en secreto (pero ahora he de confesarlo
todo), algunos "guiñapos malditos de una frase absurda", -como decía
Mallarmé, perseguido por el duelo de la inexplicable "Penúltima". En mi pequeño museo psicológico poseo algunas de estas curiosidades.
Ejemplos: aquel estribillo que era la obsesión
auditiva de uno de mis sujetos:
El
apero estaba dotero,
dorlorotero el glañitor.
O éste, extrañísimo, que entrego a la incomprensión
de los psicólogos:
AIRE DE
BRACANTE
Curubú,
curubú: morire.
Curubú.
Junto a
tú, junto a tú dormire.
Carabá.
(Vienen
y vienen, y vienen y van
los
piesecitos de la marchán).
Soy completamente incapaz de decir lo que esto
significa, ni de dónde salió esta lengua o raro dialecto; pero allá dormía en
la subconsciencia, y un día, como cieno de fondo, subió hasta los labios. El
que lo compuso no sentía el menor rubor ante su obra.
Este dístico se le presentó a otro de repente,
y durante un año estuvo cantándole en sordina:
Bailando estaba el Rey inglés.
Flores rodaban a sus pies.
Y el mismo que padecía este dístico, fue
víctima de aquel impagable endecasílabo, leído al azar de la calle en el anuncio
de cierto especialista:
Oto-rino-faringo-laringólogo.
Otras veces, aparece una soberbia palabra
creada, en un pasaje de una Araucana nunca escrita:
Entonces el feroz mandibulita
Lo acometió con tremebundos tajos.
El mandibulita debe ser el natural de
Mandibulia, tierra probablemente de caníbales: yo no puedo asegurar nada (….)
XI
Ricardo Arenales, poeta de múltiples nombres,
nacionalidad múltiple y también múltiple psicología, recordaba haber compuesto
de niño, sin darse cuenta, este arreglo silábico que frecuentemente se sorprendía
recitando en su interior:
La galíndinjóndi júndi,
la
járdi jándi jafó,
la
farajíja jíja,
la
farajíja fó.
Yáso déifo déiste húndio,
dónei
sopo Don Comiso,
¡Samalesita!
En París, Toño Salazar (que no está seguro de
no haber colaborado un poco con Arenales en la transcripción de este poema
absoluto ¡tan anterior a Blümner!), solía recitarlo con una dicción impecable y
fluida, desde la alegre "galindinjóndi" hasta la trágica
"Samalesita".
Es posible que de aquí tomara Mariano Brull la
idea de componer una travesura silábica, que hizo aprender de memoria a sus dos
niñas encantadoras. Y creedme que el efecto era irresistible cuando, en aquella
sala donde solían oírse versos españoles del Romanticismo y de la Restauración,
comparecía la mayorcita y, aceptando la broma con esa inmensa sencillez que
tienen los niños, gorjeaba, dulce y llena de despejo, -en vez de la fábula
manida o los machacones versos de párvulos -esta verdadera canción de pájaro:
Filiflama alabe cundre
ala olalúnea alífera
alveolea jitanjáfora
liris salumba salífera.
Olivia oleo olorife
alalai cánfora sandra
milingítara girófora
zumbra ulalíndre calandra.
Di desde entonces en llamar "jitanjáforas"
a las niñas de Brull, escogiendo para ellas la palabra más fragante del ramillete.
Y ahora se me ocurre llamar "jitanjáfora" a esta manera de poema.
Todos -a sabiendas o no- llevamos unas cuantas jitanjáforas escondidas como
alondras en el pecho. Pero esto no es una razón para que las echemos a volar.
Ver ensayo entero aquí: Libra, invierno de
1929.
No hay comentarios:
Publicar un comentario