lunes, 19 de noviembre de 2018

Vida en La Habana




  Tristán Marof

 Cuando llegué a La Habana en 1930* encontré un ambiente magnífico, intelectual y curioso de saber lo que había en el mundo. Yo había vivido en Francia, Inglaterra, Italia y Suiza. Conocí el mundo europeo y tenía un sentido humorístico. La Habana me agradó por su gente cordial, abierta y sin hipocresía, muy diferente del andino —mi país— donde cada cual vive en la reserva y no se da a nadie si no es en la intimidad y a puertas cerradas. Y para ser amigo de un andino es preciso treinta o cuarenta años. Entonces Ud. le puede empujar a la muerte.
 En La Habana se me abrieron todas las puertas. Me invitaron a colaborar en los diarios y me pagaban. En Bolivia nadie paga y los intelectuales y escritores viven de empleos, siempre que sirvan al gobierno de turno. Ganaba hasta treinta dólares diarios, colaborando en los diarios: Escribí en los principales: "Diario de la Marina", "El País", "Heraldo", "Carteles", "Bohemia" y otros. Me pedían artículos y escribí ensayos, dicté conferencias y fui popular. No tengo de esta época copias y jamás he coleccionado mi producción.
 Conocí a Jorge Mañach, a Fernando Ortiz español pesado, sociólogo e investigador del afro-cubanismo, a Ramón de Vasconcellos periodista, hombre fino y de calidades, y a tantos que no me acuerdo. Pero estuve con la intelectualidad cubana de ese tiempo y asistí a un "Congreso Mundial de Escritores". Fui uno de los que pronunció discursos destacados en un clima muy parecido al de otras Repúblicas. Tuve éxito pero ese éxito me perdió porque el dictador Machado, presidente de Cuba, por su cuenta y por indicaciones del embajador chileno, quería suprimirme. Me advirtió el embajador de México, Carlos Trejo de Tejada y me invitó a visitar su país. Abandoné La Habana que me agradaba por ese espíritu ligero, alegre y cordial, donde la vida me era grata.
 (Fernández de Castro, director de la página literaria del "Diario de la Marina" me soportaba colaboración doble y triple, pagándome, con la condición de que disfrutásemos de los emolumentos en cenas, con amigos cordiales).
 Cuando me embarqué para México, el puerto estaba lleno de amigos. ¡No sabía que tenía tantos! Un cubano irónico, me dijo: "Lo que desea el gobierno es que Ud. se aleje de Cuba. ¡Por eso han venido amigos y enemigos a despedirle!" 
 Recuerdo con cariño al Dr. Juan Antiga, médico, que me acompañó y me hizo conocer La Habana de los negros y negritas admirables, esos platos guisados y esos mariscos, y esa música... También al pintor Jorge Valls, al director de la revista "Carteles", Massaguer, que me pagaba hasta 20 dólares por artículo. Al señor Quevedo, que me nombró corresponsal de la revista "Bohemia" en México y de tantos cubanos admirables, los cuales deseaban que me quedara para siempre. No fue posible...
 Siempre almorzaba y cenaba con amigos íntimos y lo mejor de la intelectualidad cubana; con Maribona el pintor, con Sicre, con los amigos más inteligentes de ese tiempo. 
 Alguna vez se coló a estas reuniones el negro Blas Roca! Me acuerdo de Alejo Carpentier, vagamente. No figuraba entonces. 

 Stefan Baciu: Tristán Marof de cuerpo entero, Ediciones Isla, 1987, pp. 63-64. 

 *1928.


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