lunes, 12 de noviembre de 2018

Antología de la poesía mexicana moderna

   

  Felix Lizaso 

  Una verdadera antología rara vez obedece a un movimiento personal y espontáneo. Generalmente es la resultante de un criterio colectivo, sosténgalo toda una generación o un grupo muy significado de ella. Sólo un propósito de revisión, que aspira a organizar en el libro el contenido de una etapa determinada de la historia literaria, depurado, cernido —lo que queda en el odre de las esencias tras el lento proceso de alquitaramiento de las generaciones— justifica incidir en ese drama que es la antología: cita violenta en el espacio de unas páginas a un puñado de espíritus que no coexistieron en el tiempo y muchos de los cuales duermen ya el sueño tranquilo de la consagración.
 Esta Antología de Poesía Mexicana Moderna, organizada por Jorge Cuesta, acusa desde el prólogo la seriedad y rigor de las intenciones estéticas y el afán de pureza artística que informan el criterio del antólogo y de uno de los sectores más estimados de la joven literatura mexicana. Este sector aporta a la tercera parte de la antología —aquella que registra los pronunciamientos líricos más avanzados— poetas del calibre de Jaime Torres Bodet, Carlos Pellicer, Enrique González Rojo, Bernardo Ortiz de Montellano, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo y Gilberto Owen. Como aislado representante de otra tendencia, no compartida en los criterios de esta antología, queda Maples Arce, procedente del grupo estridentista y, sin duda alguna, uno de los poetas más interesantes de la actual hora mexicana.
 Del imperativo de pureza que ha regido la selección y que da un carácter muy orgánico a la obra, salen naturalmente despersonalizados algunos poetas que no resisten un riguroso examen al microscopio estético. Entre éstos se hallan, en un primer término, Nervo; en un segundo término Urbina. El poeta de "La Amada inmóvil" y el de "Ingenuas " no se reconocerían en esta obra. Ya la nota crítica sobre Nervo advierte que, "contra la opinión corriente admirativa del misticismo del poeta", se ha preferido la obra de su juventud, " realizada en los límites de una inquietud artística, dicha en voz baja, íntima, musicalmente grata"; no la obra de " su madurez religiosa y moralista, ajena, las más veces, a la pureza del arte". En estas palabras que he subrayado se compendia la intención estética predominante en la antología. De ella nacen sus virtudes y sus defectos. En la atmósfera de pureza artística que envuelve la obra, los poemas impecables de Othon hallan su clima natural, los "candelabros de oro" que prende Rebolledo en el ardor de su vehemencia erótica resplandecen con brillos estelares, Enrique González Martínez acendra su fervor panteísta; Ricardo Arenales descubre su intimidad lírica castigada en el verso y López Velarde yergue su tono épico en el conjunto de las voces. Las selecciones de estos poetas han sido hechas con certero tino. Cada una de ellas responde a una ecuación lírica distinta. En otras, como en las de los citados Nervo y Urbina (pudiera añadirse Alfonso Beyes y algún otro), traicionan más bien que sirven al poeta o por lo menos no muestran el aspecto más interesante y característico de su obra.
 Se nota la ausencia de algunos nombres. El editor justifica en el prólogo posibles omisiones: “Muchos nombres dejamos fuera de esta antología. Incluirlos en ella habría sólo aumentado pródigamente el número de sus páginas y el orgullo de su índice.” Quiere decirse que no hubieran añadido ningún otro acento peculiar al libro. Una antología es un "armonium" al cual no deben faltar ni sobrar tubos. Yo creo, sin embargo, que un Gutiérrez Cruz y un Genaro Estrada reclaman lugar en esta antología. La omisión del primero nos la explicamos por el criterio de pureza estética que preside las selecciones. Ya se sabe que G. C. es el cantor exaltado, crudo, un poco truculento, de la revolución mexicana y las derivaciones políticas de su obra pugnan con el estricto desinterés del arte. No obstante, parece demasiado duro prescindir por abstractas razones estéticas de una voz lírica bien entonada. En cuanto a G. E. ¿a qué atribuir su ausencia?
 Las notas críticas que proceden a cada selección están hechas con una vigilancia y un rigor crítico admirables. Sobre ellas se sostiene sólidamente la obra. Algunas de carácter polémico, como la de López Velarde, denuncian con toda honradez los criterios estéticos que han servido de norma al compilador. Se destacan por certeras, ceñidas y justas las de Othon, Díaz Mirón, González Martínez y "los nuevos" en general. Resumiendo: una obra notable, de cuyo criterio estético central podrá disentirse, pero cuyo alto valor hay que consignar sin reserva. –F.L.

 Apareció esta reseña bajo el título “Letras Mexicanas. ANTOLOGÍA DE LA POESÍA MEXICANA MODERNA, editada por Jorge Cuesta.—Editorial Contemporáneos". 1928, en Revista de Avance, Núm. 28, 15 de noviembre de 1928, p. 329.  

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