martes, 18 de septiembre de 2018

¿Artistas y hombres o titiriteros y malabaristas?




  Emilio Roig de Leuchsenring 

 ¿Cuál debe ser la actitud de los intelectuales nuevos ante los problemas político-sociales de la patria respectiva y de la humanidad, en los días que corren?
 Es ésta una pregunta que es necesario se hagan y se contesten, después de hondamente meditada y estudiada, aquellas juventudes que en el mundo y principalmente en  América —ya que a América queremos y debemos referirnos principalmente— han levantado y mantienen bandera de  revolución en las letras y las artes.
 Renovadores y revolucionarios se consideran a sí mismos esos escritores y artistas, y al servicio de sus ideales, y por el triunfo de ellos, ponen las armas formidables de inteligencia y cultura, y libran batallas no por incruentas, menos arduas, recias y despiadadas, en una perenne guerra sin cuartel a cuanto pugne con su manera peculiar de ver, sentir y expresar el arte en sus diversas manifestaciones.
 Pero, contrastando con este convulsionismo artístico, suelen tener los intelectuales nuevos, una absoluta indiferencia, o repulsivo desdén, cuando no hostilidad más o menos manifiesta, para todos los problemas o cuestiones de carácter  político-social, tanto nacionales como continentales o mundiales. Y si por circunstancias, casi siempre ajenas a una consciente decisión, se enrolan en alguna campaña o algún movimiento de esta índole, resultan en ellos simples autómatas o aprovechados comparsas, que como dice Araquistain, aludiendo al caso mexicano, "van en la cabalgata; pero el corazón y la cabeza están lejos”. Y no faltan, en cambio, intelectuales nuevos, cuyo radicalismo de un vanguardismo  avancista, artístico, no les impide, sino que parece les facilita, militar en los campos más retrógrados y conservadores político-sociales y hasta vivir en complicidad con los regímenes más inaceptables, no ya para radicales revolucionarios como ellos pregonan ser, sino hasta para los más tímidos y pacíficos liberales, incorporándose —vendidos o sometidos— al servicio del capitalismo o el despotismo.
 No es, por último, difícil encontrar a estos intelectuales nuevos — iconoclastas irreductibles en lo que a las bellas artes se refiere — enyugados al carro de todos los prejuicios y convencionalismos religiosos, civiles y hasta sociales, de la mal llamada clase alta o aristocrática.
 ¿A qué se debe este contrasentido o inconsecuencia entre la actitud de artistas y la actitud de ciudadanos y hombres, que ofrecen muchos de los intelectuales nuevos de la hora de  ahora?
 En unos, a pobreza de espíritu, a desarraigables influencias atávicas de familia o de clase, a falta de honradez intelectual.
 En otros, a que su radicalismo es simple pose, para epatar al público burgués, a las niñas del smart set, a los niño bien y a sus papás acomodados, o poder alardear de superioridad, entre los de la clase, siendo en el fondo de un petulante aristocratismo, de un atraso mental más allá de la extrema derecha conservadora y un mal contenido desprecio para cuanto se relacione con las masas populares.
 En muchos, a un mal entendido concepto de lo que es la lucha político-social, pensando erróneamente que participar en ella es convertirse necesariamente, en político de barrio o en agitador de bombas y barricadas.
 En algunos, a incomprensión del verdadero sentido y finalidad de la obra artística, incompatible pitra ellos, so pena de rebajarla o prostituirla, con todo propósito político social.
 Equivocaciones todas lamentables, las de estos intelectuales nuevos que así piensen y así actúen, por ellos mismos, por el valor y trascendencia de su obra artística, y por el servicio inapreciable que le restan a la patria respectiva y a la humanidad en esas otras revoluciones —político-sociales— que en unos países se están realizando y en otros imprescindiblemente han de ocurrir, y que estos intelectuales jóvenes podían y debían ayudar y encauzar de manera eficacísima con las certeras armas que poseen. Nos referimos, desde luego, a los probados valores y a ios sinceros y honestos, no a los Pachecos ni mercachifles y saltimbanquis de las artes.
 No es posible que los intelectuales nuevos, honestos, sinceros y honrados, se sustraigan al conocimiento y participación de los grandes y vitales problemas políticos y sociales de su patria respectiva y de la humanidad.
 ¿Si comprenden y sienten la renovación y revolución artísticas, cómo no han de sentir la más amplia, trascendente y necesaria renovación y revolución política y social? ¿Si son artistas nuevos, no han de ser hombres nuevos también?
 Así lo han comprendido y así lo son algunos de los más brillantes paladines del arte nuevo y de la revolución artística en la América nuestra. Dos casos ejemplares tan solo citaremos. Un escritor: José Carlos Mariátegui, en el Perú. Un pintor: Diego Rivera, en México.
 El primero, el espíritu y el carácter más representativos de la actual generación peruana nueva, renovador del arte, ha sabido acompasar su vida a sus tendencias y orientaciones artísticas, poniendo su pluma, con el mismo entusiasmo, al servicio de la renovación político social de su país, haciendo buenas con hechos sus prédicas y sus campañas y hasta sufriendo por ellas persecuciones, destierros y prisiones. Ahí están, para atestiguarlo, su ejemplar revista Amauta y sus libros, y entre éstos el reciente "7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”, del que en estas mismas páginas ofrecimos ha poco el extracto de uno de sus capítulos.
 El segundo, ha podido ser portaestandarte de la revolución artística de su país y capitán decidido de la revolución social y política, no tan sólo con su pincel y sus colores,  sino con su palabra y su pluma, como hombre, lo mismo que como artista.
 Admirable labor revolucionaria de depuración y renovación, tanto literaria y artística como político-social, fue la  que realizó en Cuba —y usamos en su justo sentido estos tiempos de verbos— el Grupo Minorista, labor que alcanzó justamente repercusiones continentales y hasta dejó sentir su influencia y su acción en España, labor no superada ni igualada antes ni después en nuestra patria por grupo literario o artístico alguno, labor que durante varios años fue ejemplo y lección para el futuro, no imitados ni seguidos hasta hoy, de la acritud y la misión que a los intelectuales nuevos corresponde adoptar y desempeñar en lo que se refiere a los problemas político-sociales de su patria y de la humanidad.
 Esta doble y consecuente labor es la que aisladamente realizan hoy algunos intelectuales nuevos en varios de nuestros países hermanos del Continente. Es, también, la labor, ejemplarmente digna y cívica, que en España están llevando a cabo sus intelectuales —periodistas, literatos, artistas, profesores, estudiantes— con excepciones tan contadas como poco valiosas, irreductibles, jóvenes y viejos, ante cuanto indique la menor claudicación en el orden político-social, con su radicalismo artístico o científico, labor en la que prestan, sin importarles sacrificios, molestias ni persecuciones, su apoyo de intelectuales y su cooperación de ciudadanos conscientes, a los problemas de su patria.
 Y no vemos que puedan sustraerse los intelectuales nuevos a desempeñar en su patria respectiva esa doble misión, si su radicalismo artístico es sincero y honrado y no pose aristocrática de falsas minorías selectas o simple camouflage de incapacidad e incompetencia; misión que no consiste en realizar trabajos de muñidores políticos o anarquistas de barricada, sino en ser consecuentes con sus ideas y sentimientos, poniendo su talento y su arte al servicio de la cuestión político social, misión que consiste en que estos intelectuales nuevos no dejen de ser hombres por querer ser más artistas.
 Y ni el artista ni su obra han de sufrir menoscabo por ello. Todo lo contrario. Como justamente afirma, sosteniendo la misma tesis que nosotros mantenemos, en artículo reciente, publicado en la nueva y muy valiosa revista Crisol, el escritor mexicano C. Gutiérrez Cruz, "la importancia de la obra está en razón directa de la importancia del sentimiento que trasmite. Cuando ese sentimiento es común a toda la humanidad y esa obra cuenta con los elementos necesarios para propagarse, llegará a ser calificada de obra maestra porque unificará concretamente el sentir de todos y merecerá la aprobación unánime del mundo. Ninguna obra ha perdurado por la perfección de su forma; todas las obras inmortalizadas, lo están por la trascendencia social que tuvieron en su momento de vida. Recuérdese la Divina Comedia, el Quijote de la Mancha, las epopeyas de Homero y hágase una consideración del papel social y político que desempeñaron”. Y agrega: "Cuando el arte no está al servicio de un sentimiento general, de una aspiración o de una justicia de las multitudes, es arte limitado, es arte sin importancia, es arte perecedero. En cambio, cuando se pone al servicio de una ideología, de un sentimiento popular, es arte trascendente y durable, penetra en la conciencia de las multitudes y éstas lo consagran y lo inmortalizan. Y cuando no está al servicio de ningún sentimiento general o personal, sencillamente no es arte; podrá ser ejercicio lingüístico, ensayo literario, hasta filigrana admirable por la maestría con que fue ejecutada, pero si una obra carece de sentimiento, no puede ser obra de arte”.  
 Titiriteros y malabaristas o artistas y hombres, ese es el dilema que a cada uno de los intelectuales nuevos —sinceros y honrados- se les presenta en la hora de ahora.
 Y cada uno de los intelectuales nuevos debe recordar, —como al poeta nuestro, Agustín Acosta, autor de La Zafra, recordó Julio Antonio Mella en artículo que no ha podido ver aún la luz y fue escrito pocos meses antes de su trágica  desaparición, "que existe algo más que el fosilizado y reaccionario "arte por el arte”. Y debe meditar, también, cada intelectual nuevo, como Mella pedía a Acosta que meditara, el camino a seguir y la actitud a adoptar; "¿Con la muchedumbre? No irá "hacia la gloria” —no se trata aquí de esta vaciedad, sino que habrá vivido. —Eso es todo. ¿Sin la muchedumbre? El será un guarismo sin valor y la sociedad continuará avanzando, y luchando, y triunfando, por el derrotero que se ha expuesto. No importa. Algún día sentirá el dolor de haber sido inconsciente desertor cuando pudo ser un gran  capitán”.

 "¿Artistas y hombres o titiriteros y malabaristas?”, Social, Vol. XIV, núm.6, La Habana, junio 1929, pp. 38 y 53.

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