Luis Thonis
Este poema de Lezama Lima me tocó
prematuramente. Tal vez cuando gritaba de chico sin motivo tenía la vaga visión
del mulo cayendo en el abismo. Uno tiende a leer más sobre personas que poesía,
aquí eso no contaba: ¿qué clase de criatura era ésta? ¿Tenía algo que ver con
uno? Lezama no ofrecía consoladores.
La alegoría cuando está lograda
es para mí la figura más potente del lenguaje: a eso llamo poesía. Dante y
Kafka han demostrado que con ella se accede a lo real en su frontera imposible.
Aquí hay una escena de origen. Impresiona con qué paso seguro va el mulo hacia
el abismo, cómo Dios lo faja para que no se disperse. La carga que lleva encima
es el peor de los fardos, “el agua de los orígenes” que se impone a la vida sin
resto posible. El mulo es impotente para desplazarla. Los poemas del abismo
tienen su contrapunto en los de viaje donde se desplaza el origen y se hace un
duelo, como en el caso de Baudelaire que también supo de la fijeza del abismo
que insiste.
En el poema el mulo evoca la
estupidez, la ceguera, el desconocimiento del animal de carga, y el abismo
siempre está ahí como el Sheol de los tiempos bíblicos que más que un lugar
geográfico o dependiente de una cronología es un nudo de la lengua que insiste
y que si se ignora termina por aspirarnos. Como alegoría, el mulo es una figura
de nuestro tiempo, situada en un más allá del bien y del mal, de la relación
clásica de la estupidez y la inteligencia; nos sitúa ante un nihilismo que
saborea el abismo como el mejor de los banquetes.
El mulo de Lezama es todavía
bíblico, hay mulos eufóricos que van hacia el abismo cantando como cisnes. Pero
el mulo también puede ser la obstinación, no abdicar de las propias palabras,
aun si el poder o la sociedad, impotentes para desplazar los orígenes, obligan
a decir esto o aquello, por ejemplo, que el abismo ha sido vencido para
propiciar las coronas y los buitres. Puede tener que ver con mi formación
literaria porque siempre me interesaron los juegos de espejos del barroco, pero
en cuanto a la vida diría que con el tiempo uno se deforma más que envejecer.
Uno cree evolucionar, adquiere saberes, pero
esto no asegura el paso, a veces tanto más sabio, tanto más mulo si esto
supone que el abismo desaparece. Cambia, de lugar y vuelve a reaparecer como si la historia no
hubiera existido y el paso del mulo recomienza: el poema en su vértigo quiere
hacerlo audible.
La vida en obra de Lezama, otros
poemas, me dicen que éste no fue una fatalidad, que en las peores
circunstancias puede intentarse construir un lugar habitable, y que la
literatura es un antidestino ante un abismo que reaparece bajo distintas
máscaras, incluso a veces está sobre nuestra cabeza como si fuera el cielo
mismo.
Tomado del blog Otra iglesia es imposible, 21 de julio de 2013.
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