Eduardo Milán
Una Enciclopedia, una gran Enciclopedia, no se
la ve
Para Novalis, la Naturaleza es la madre, no la
hija. Mímesis, niña mimada de la naturaleza. Se trata para este poeta romántico
de reconstruir la naturaleza de la misma forma en que está dada: el modo es el
lenguaje fragmentado; la meta, la totalidad. Si bien Novalis es el conocido
poeta de los Himnos a la noche, arquetipo desde el título de lo
que es cierto espíritu romántico heredero del Sturm und drang, es en su Enciclopedia
donde se manifiestan los esfuerzos modernizadores que hay realmente en la obra del
poeta alemán. La naturaleza habría sufrido una explosión en el origen,
estallido redondo en que la madre de las palabras habría esparcido sus botones.
El individuo es sólo uno de los botones caídos del natural vientre materno. Si
escribir junta cristales, con la reconstrucción del mosaico que es todas las
cosas alcanzaríamos el conocimiento total, fusión de poesía y filosofía y
ciencia la que debe aspirar todo verdadero amante de la naturaleza.
La Enciclopedia de Novalis es el
negativo absoluto de la francesa, la de Diderot. No es en vano, entonces, que
en momentos en que resurge el ímpetu neodiderotiano en discursos tan dispares pero
entrelazados como los de Foucault, Deleuze, Lacan, Baudrillard, etc., resurja también
el esfuerzo subterráneo del espíritu de la novaliana más nuevo que nunca: es
todavía el negativo de la otra, su loco. Pero si bien la Enciclopedia de
Novalis se estructura y se basa en el juego libre de fragmentos (rotan los signos
de una naturaleza rota), la foucaultiana (para dar el todo por la parte) se
base en la crítica del juego, con la pretensión (¿le falta algo a los franceses?)
de integrarlo. Una es la Enciclopedia luminosa de París; su otra
es la Enciclopedia de las Profundidades. Estamos, todavía o nuevamente, entre
el cielo y el infierno.
Color local
¿Qué ocurre con el romanticismo novaliano, el
único (si descartamos la locura de Holderlin, cuya última signatura Humildemente
Scardanelli debajo de sus últimos poemas paraliza de ternura) que busca
la totalidad armónica en relación al conocimiento, con la nostalgia de un
humanismo dialécticamente evolutivo; qué ocurre entonces con el romanticismo de
Novalis enfrentado a la lógica misma del lenguaje? El siglo XIX mantenía firme
el bastión de la razón a ultranza y su discurso de poder brillaba en la lógica
cartesiana cuya duda todavía nos somete. Por otro lado, avanzaba la potencia de
la analogía como base de la creación de una utopía que no fuese tan creída en
el progreso. Esta disyuntiva todavía se plantea en el plano de lo estrictamente
poético: por un lado un discurso poético-verbal entronizado en el mundo y su
ordenamiento discursivo; por el otro, una poesía basada en la ruptura de ese
discurso, en el juego verbal libre y no dependiente de ordenamientos o
seudo-ordenamientos discursivos del lenguaje de un mundo que se cae a pedazos.
Es verdaderamente sintomático que el movimiento poético que se planteó en la
Europa crítica de la postguerra y que pretendía resolver el problema poético
con miras a una mayor libertad creativa haya sido el surrealismo. Sintomático:
el surrealismo no tocó en el dominio del lenguaje (único nivel donde se plantea
la poesía y se juega el poema) ninguna estructura que pudiera alterar
profundamente la sintaxis lógico-discursiva. Sólo en el nivel de la imagen obró
el surrealismo (aparte, claro está, de su profunda revolución individual), como
si la imagen poética, por otra parte, fuese independiente de la sintaxis. La poesía
actual no ha podido escapar del debate viejo entre mímesis y poiesis y cuando
pretende alterar el orden de esa lucha cae vertiginosamente en la surrealistíada,
sobre todo la poesía de nuestra vertiginosa América, tan provista de
follajes como de empolvados folios que todavía medran.
Aquí todavía prospera la poesía con mayúsculas
-el pasaje de la minúscula a la mayúscula se llama mitificación-, en la obra de
poetas que todavía creen en su "realización personal", en su
"decir lo que tengo que decir", en su "no tengo nada que ver con
esto", sin adelantar un ápice de lo que está confuso en la teoría. En
pocas palabras: son casos aislados los poetas latinoamericanos que realmente
saben lo que escriben y que se preocupan por fundamentarlo. Subsiste aún la
roca ronca del desprecio por la poesía que juega sin más objetivo que jugar a
la poesía. Todo lo que juega es rotulado de artepurismo o de arte por el arte,
de alquimia verbal, de impotencia frente a los grandes problemas, de
"retorno del creacionismo", como si Altazor de Vicente
Huidobro no fuese uno de los mayores poemas escritos en lengua española.
Los fragmentos de la Enciclopedia de
Novalis, polémicos en sí mismos por el polen que contiene cada una de
esas cápsulas de pensamiento, rompió en su medida con la lógica
discursivo cartesiana. Es un ejemplo de obra no acabada, casi oriental,
de eyaculación contenida. Y es lógico -o mejor dicho: analógico-
que el concepto de obra de arte no acabada esté íntimamente ligado al
concepto de juego. Por varias razones: primera: ambos conceptos no resuelven
problemas metafísicos (el libro no puede funcionar con la apariencia de
que está sustituyendo al mundo de lo real y el juego conlleva siempre en
su ley la anulación de los contrarios como opuestos y reivindica así
el principio de la libre contradicción de lo real -el juego es
dialéctico por definición. Segunda:
ambos conceptos son radicalmente opuestos a la vertiente sacralizadora
del arte occidental (la poesía de los niños es siempre una poesía
enana; la obra de arte no acabada no resiste el carácter de
consultorio de la biblioteca). Tercero: la horrorosa utilización de la
sustitución metafórica entre elementos insustituibles: por ejemplo: "el
cuerpo es un lenguaje" (Lacan) en vez de "el cuerpo es como
un lenguaje", tratando siempre de trasplantar el principio de
identidad poético al plano de la razón y así diluir su profundo
significado subversivo, lo que habla muy mal de la identidad de
nosotros los occidentales.
La obra de arte no acabada está contra el
principio de identidad que ordena la razón; el juego es contrario al principio
de identidad que ordena la razón. John Keats: "los poetas no tienen
identidad". Los niños (el cuerpo) están sumergidos en el agua del lenguaje:
no son un lenguaje: son todos los lenguajes. O: "un caracol nocturno en un
rectángulo de agua".
Los
discípulos en Sais estaban en Cuba
Como heredero claro de lo que es el pensamiento
novaliano aparece Lezama Lima. Paronomásticamente, alguien que lleva en su
nombre un trocadilla tan fácil debía poseer un amor difícil. Es el caso de les
ama. (¿A quiénes? ¿A
qué?) Y el caso de Lezama es el caso de un amor difícil por el significante: es
el significante al borde de su negación o una suerte de arte purismo al borde
del no-arte. Si la verdad es un error completo, como afirma Novalis, el caso
de Lezama es un error completo. En Lezama no hay más significado que el extraído
del mito para ser convertido en significante. Como prueba ahí están las Eras
imaginarias. Poesía es fundamentalmente la intuición de espacios, de otros
espacios convergentes -siempre- con el espacio desde donde se evoca. Si se
parte de la evocación de un espacio imaginario desde un espacio real, la intuición del espacio
imaginario es simétrica en cuanto a su valor con el espacio real. De lo
contrario no tiene sentido. Ahora bien: la totalización de la experiencia poética
y la búsqueda de su absoluto necesariamente implican el bordeo de un límite peligroso:
el sin sentido. Es aquí donde se completa la experiencia de verdad, de la
poética de Lezama: en la totalidad del error, o mejor: en la posibilidad de la totalidad
del error. Es decir: un desequilibrio entre el error y la verdad en la poética
lezamiana terminaría en un fracaso completo. El prodigio es cómo logra salvar
el peligro Lezama Lima.
Lo increíble de Lezama es cómo, con su confianza
absoluta en la imagen y en su totalización, la metáfora, salvó la valla
surrealista, como bien dice Haroldo de Campos. Lezama salvó la valla surrealista
porque, al contrario de la poética de este movimiento, la de Lezama no opone
significados a través de la imagen sino que opone significantes. En efecto, la
carga de significación que puede tener cualquier palabra dependerá siempre de
un código civilizatorio, y no hay civilización que más haya cargado diacrónicamente
de historicidad a sus palabras que la occidental. Lezama es significante porque
sincroniza las palabras, es decir, las descarga de historicidad en un sentido
diacrónico. Toda la ensayística de Lezama –como si fuera poco su poesía- es una
prueba de ello. Ahí coexisten civilizaciones por analogía significante, no por
semejanza de hechos. La semejanza significaría la muerte para la poética
lezamiana. Es por eso que la poética de Lezama puede confundir al lector
tradicionalmente encasillado, en una tradición que no tiene más referente que
sus propios ojos -los
ojos del lector. "Saltaba de chamusquina para árbol", dice Lezama en su
texto sobre Ernesto Guevara. ¿Qué quiere decir con esto? Quiere decir que saltaba
de chamusquina para árbol, es decir, tenía el efecto del sonido, el efecto
del feto, del nacimiento que no necesariamente tiene sentido, pero sí tiene significación.
El significante, el juego significante no tiene relación directa con el
conocimiento como entendimos que era el conocimiento según la lógica aristotélico-cartesiana:
tiene que ver con el saber que intuimos en otra lógica radicalmente opuesta: la
analógica, principio de la poesía. No se puede pretender saber de una cosa la
estructura que pertenece a otra.
Retorno al principio
¿Escribir de una manera clara, con lenguaje cristalino
y significado seguro para acercar la poesía al mundo, o escribir de una manera
poética tratando de acercar el mundo a la poesía? Y no se trata de responder
según los acordes de la mitificación, preguntando con petulancia qué se cree
que es eso de la poesía. Si esa fuera la respuesta, tendríamos que el mundo (la
sociedad occidental, el sistema de valores socializado) acepta la poesía, que
la seudorealidad acepta la existencia de otras realidades, cosa que sabemos que
no es cierta. Pero esa es la disyuntiva básica que se planteaba Novalis, que se
planteaba Lezama y que todavía nos planteamos. El lenguaje cristalino concede
al mundo y su ordenamiento una primacía, un valor representativo que situaría
al mundo, a este mundo, como uno de los mejores mundos posibles.
Paradójicamente, esa es la respuesta que nos da la poesía pretendidamente
comprometida, la escritura que pretende ser testigo de un cambio en el mundo. Claro
está: sin tocar un palmo de las estructuras internas de ese mundo, que, en lo
que respecta a la poesía, constituyen el lenguaje poético.
Como orientación y presentación del mundo
poético y teórico de Novalis, el libro de José Vicente Selma ayuda, y mucho.
Sin embargo, pese a su amor desmedido por las citas -y de las largas que,
paradójicamente, permiten conocer la escritura de Novalis en una totalidad
prácticamente verdadera, Selma no logra ponerse de acuerdo consigo mismo en
cómo situar a Novalis en nuestra época. En este sentido descuida muchísimo el
aspecto formal de la escritura novaliana y se va por laberintos y ramas del
romanticismo alemán, heredero de la tradición ocultista medieval, como si en el
fondo dudara de que si Novalis era o no era un brujo. Lástima grande: la
problemática poética actual dice a gritos que el verdadero carácter de Novalis
era el de un Visionario.
Referencias:
1, José Vicente Selma: El rayo en tinieblas. Novalis y el saber
romántico. Fernando Torres Editor, Valencia. España. 1981. 2, Kostas Axelos:
Argumentos para una investigación, pp. 165-67. Barcelona. Anagrama. 1973.
Revista
de la Universidad de México, núm. 13, mayo de 1982, pp. 43-46.
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