sábado, 8 de abril de 2017

La canción de las carretas




 Agustín Acosta es, sin duda, la más potente voz de la actual lírica cubana. Ni antigua ni supermoderna, su musa halla siempre los acentos justos y no se preocupa de tácticas ni estrategias literarias. Su verso es fuerte, fino y siempre saturado de sentimiento e idealidad. La canción de las carretas, cuyo hondo acento habla de uno de los más trágicos problemas de Cuba, forma parte de su gran poema titulado La zafra.
                                                                           HERNÁNDEZ-CATA

La canción de las carretas

Mientras lentamente los bueyes caminan,
las viejas carretas rechinan..., rechinan...

Lentas van formando largas teorías
por las guardarrayas y las serventías.

Vadean arroyos, cruzan las montañas
llevando el futuro de Cuba en las cañas.

Van hacia el coloso de hierro cercano:
van hacia el ingenio norteamericano.

Y como quejándose cuando a él se avecinan,
las viejas carretas rechinan..., rechinan...

¡Espectral cortejo de incierta fortuna,
bajo el resplandor de caña de luna!

Dando tropezones, a oscuras, avanza
el fantasmagórico convoy de esperanza.

La yunta guiadora de la cuerda tira,
mientras el guajiro canta su guajira.

Ovillo de amores que se desarrolla
en la melancólica décima criolla:

"Hoy no saliste al portal
cuando a caballo pasé;
guajira: no sé por qué
te estás portando muy mal..."

Y al son de estos versos rechinan inquietas
con su dulce carga las viejas carretas...

"En el verde platanal
hoy vi una sombra correr:
mucho tench'á que temer
quien te me quiera robar,
que ya yo tengo un altar
para hacerte mi mujer."

En bruscos vaivenes se agachan, se empinan
las viejas carretas... rechinan..., rechinan.

Las ruedas enormes, pesadas, se atascan:
los bueyes se lamen los morros y mascan.

Jura el carretero, maldice, blasfema,
y cada palabra es un anatema...

Detiénese el tardo cortejo a ayudar
a quien paso libre tienen que dejar.

Aquí de las piedras que calcen las ruedas,
los troncos robados a las arboledas...

El esfuerzo inútil y la imprecación...
La frase soez y la maldición... 

!Oh, guajiro!... Y mientras a gritos maldices,
los bueyes se lamen las anchas narices.

Al fin sobre firme terreno ha rodado
el carro de caña de azúcar cargado.

Y de otra carreta sale una canción
que exorciza el eco de la maldición:

"Yo nunca podré aspirar
a darte un beso de amor:
tú conoces mi dolor
y no lo quieres calmar."

Y al son de estos versos rechinan inquietas
las tardas, las viejas carretas...

"Te vas al pueblo a bailar
y no te acuerdas de mí;
de mí que me quedo aquí,
y que como buen poeta
te dedico esta cuarteta
que he sacado para ti."

En bruscos vaivenes se agachan, se empinan
las viejas carretas... rechinan..., rechinan.

El ingenio anuncia cambio de faena
con un prolongado toque de sirena.

Y, a través de sombras fantásticas, brilla
como gigantesca lámpara amarilla,
soplando cautivos vapores rugientes
hacia los irónicos astros esplendentes.

Por las guardarrayas y las serventías
forman las carretas largas teorías...

Vadean arroyos... Cruzan las montañas
llevando la suerte de Cuba en las cañas.

Van hacia el coloso de hierro cercano:
van hacia el ingenio norteamericano,
y como quejándose cuando a él se avecinan,
cargadas, pesadas, repletas, con cuántas
cubanas razones, rechinan
las viejas carretas...!

 AGUSTÍN ACOSTA

 La Gaceta Literaria, Madrid, núm. 89, 1ro de septiembre de 1930.  


No hay comentarios: