Félix
Lizaso
No
ha sido este un año fecundo en libros poéticos. Nos atreveríamos a insinuar —recogiendo
una observación de un alto poeta nuestro
voluntariamente silencioso, aunque parezca paradoja— que el más inmediato
efecto de la obra antológica La poesía moderna
en Cuba, fue inesperado: el silenciamiento de muchos poetas que habían apuntado
ya. De ser cierta la observación, creemos que cabría aplicarla únicamente a la
mediocridad, que por naturaleza se inclina a la exuberancia y rechaza la crítica,
aún la mejor intencionada. Nunca a los mejores valores —los poetas genuinos—
que lejos de estar en pugna con las posibilidades valorativas, pudieron
escuchar entonces, y seguramente así fue, una voz de comprensión y de aliento.
Aquel libro pudo haber tenido la virtud
apuntada; pero sin duda tuvo otra mucho más importante: preparó un florecimiento
inmediato en multitud de brotes hasta ese instante inadvertidos.
Con
una oportunidad que no es difícil reconocer surgió la nueva página literaria del Diario de la
Marina, con dirección adecuada y espíritu ampliamente renovador. Se produjo entonces
un momento de raro entusiasmo, en que un grupo de jóvenes nos devolvía la confianza
en un despertar poético dentro de las modalidades reinantes en todas las
latitudes. En pocos momentos se trató de conquistar el camino que había
permanecido virgen, pero que precisaba recorrer si queríamos aparearnos a los
más veloces. Y en esto vino a ser decisiva la aparición de ”1927” y su
continuadora ”1928”, que ha venido recogiendo en sus páginas las modalidades de
vanguardia más destacadas en nuestro medio, propulsando su afianzamiento y
recogiendo las voces teóricas de los críticos más adeptos.
Precisa que previamente repasáramos de una
ojeada esas publicaciones, muy de tener en cuenta si
queremos conocer uno de los aspectos más importantes de la actual poética nuestra.
De vuelta, tendríamos la convicción de que las modalidades de vanguardia han
quedado afianzadas en nuestras letras, no importa las diferencias de grado y de
logro. Se han impuesto; sólo resta ahora trabajar en su perfeccionamiento, ahondar
por dentro, depurar por fuera, buscar la unión difícil de nosotros mismos con
nuestra expresión.
II
La producción recogida durante el año en el
Suplemento y en la revista “1928”, sigue en general las modalidades de
vanguardia. —Y aquí convendría aclarar que el vanguardismo no es una escuela,
como equivocadamente parece haberse creído, sino el nombre genérico aplicado a
las distintas escuelas y a las innúmeras modalidades aisladas, que buscan nuevas
formas de expresar una sensibilidad distinta, como se reveló la de post-guerra.
En
los poetas que hacen su aparición en el suplemento literario del Diario, y que
de un modo más o menos frecuente publican en él a lo largo del año (Pita
Rodríguez, Ramón Guirao, Mur y Oti, Delahoza, Rafael Sentmanat, Gerardo del
Valle, Nilo Picazo y Cossío, Francisco Simón), algunos de los cuales creemos
que lo hacen allí por primera vez, van apuntando las características esenciales
de las distintas sectas de vanguardia: el uso renovado de la metáfora,
elemento primordial para Borges, la persecución
de las imágenes sorprendentes y reiteradas, los nuevos motivos de inspiración, con
frecuencia las cuestiones sociales.
“1928”
recibe los aportes de Pedro López Dorticós, Manuel Navarro Luna, Miguel Galliano
Cancio, empeñados cada uno a su modo en acordar su ritmo con el que imponen las
nuevas formas. Eugenio Florit, que de un modo decisivo trabaja con fina
inteligencia dentro de la sensibilidad actual, tiene exquisitos aciertos en sus
recientes composiciones de ambiente nuestro, en el molde de la décima que parecía
irredimible. Lino Novas Calvo, poeta inédito que se da a conocer en las páginas
de esa revista, aporta un estremecimiento de rebeldía sincera en sus poemas a
los camaradas proletarios, falange sudorosa de ilotas, que no comprenden a
Lenine y siguen crucificados a su overall de rayas. Juan Marinello, en fin, en sus poemas recientes “La vuelta” y
"Palabra” aísla una poesía desligada ya de todo contacto exterior; la palabra
sin sentido de sí misma, iluminando las fosforescencias insospechadas, tesoros
que sobrenadan en las aguas que quieren ser prístinas.
La
mayor parte de esos poetas, designados con el nombre de vanguardistas, poseen
en general cualidades comunes, en distintos grados: huyen de la exuberancia, de
las frases hechas, de las prédicas demasiado concretas. Sus poemas tratan de
quedar reducidos a las líneas indispensables, suprimiendo andamiajes, enlaces,
explicaciones.
III
Unanimismo, de María Villar
Buceta, es el primer libro que debemos
considerar en esta reseña. Aunque lleva la fecha de 1927, su impresión quedó terminada
el 20 de diciembre —nos lo dice el colofón,— y no comenzó a circular sino a
principios de enero. Unanimismo reunió
la obra casi íntegra de M. V. B., los primeros poemas y los últimos. Mientras
en la lectura vamos por grados del lirismo inicial a la madurez reflexiva,
hallamos una unidad de dirección, que sería su mejor virtud, si no fuera su
mayor peligro. Unanimismo, panteísmo, escepticismo, conceptos que sugieren
distintas direcciones; en el fondo, un lirismo amenazado de malograrse. La vena
ideológica que M. V. B., trajo a su tiempo a nuestra poesía, fue adquiriendo
predominio casi exclusivo, con perjuicio de sus virtudes poéticas. Aunque inteligencia
y sensibilidad no se excluyen, el cultivo predominante de aquélla aminora la emoción
poética. Es visible que de un modo consciente, pero equivocado a nuestro
parecer, M. V. B., se ha ido despojando de su lirismo, acentuando la importada
ingeniosa de la idea. Y con ideas sólo, ya lo sabemos, nunca podrá hacerse
buena poesía.
En Crepúsculos fantásticos, Héctor Poveda
nos ofrece poemas concebidos a la manera anterior, en la que supo sobresalir.
En su más reciente producción, ha tentado con éxito las modalidades actuales.
Ofertorio, devocionario lírico como lo
llama su autora América Bobia Berdayes de Carbó, es el primer libro de un poeta
del que nada sabíamos antes. Se nos revelan en él las virtudes primerizas, la
frescura femenina, deseosa sólo de dar su nota de sentido íntimo y recatado.
Libro inclinado al modernismo, en que seguramente las circunstancias ambientes presidieron
su formación poética.
Manuel
Navarro Luna nos da en Surco la
impresión de ese esfuerzo ya casi logrado de conquistar una modalidad. En eso
habría que darle alabanza, y no vituperio. El hombre empeñado en rebasarse a sí
mismo, tiene ya conquistado el derecho de que se le tenga en cuenta. Cuando en
octubre de 1927 publicamos en La Gaceta
Literaria de Madrid una serie de poemas cubanos, y gracias a ese envío Cuba
pudo aparecer en aquel mapa de poemas que ya había sido hollado por las principales
literaturas de América, no había aquí aún mucho que mostrar, excepción hecha de
dos, de tres poetas acaso. No dijimos por eso que fueran poetas vanguardistas,
ni de vanguardia, ni usamos esa palabra
en nuestra nota. En cambio, sí hablábamos de tropicalismo. Convendría repetir
aquí lo que entonces dijimos, y no estará de más, porque el cuadro persiste en sus
líneas generales: Dijimos:
"En
otras partes la nueva poesía va pasando del ensayo a
las normas. Nosotros comenzamos a remontar
la corriente del modernismo. Acaso el tropicalismo nuestro nos ha retardado los
movimientos, y ha sido al mismo tiempo una gran dificultad para vencer el ritmo
suave y la música cadenciosa, de virtud dormitativa, que le son peculiares. No
exprimir en el verso la cadencia habitual, será durante largo tiempo su
condenación.
"Pero
llega el instante en que no es posible prolongar el sueño, que va poblándose de
inquietudes: el subjetivismo representado por González Martínez, la sencillez
comprendida de Martí, el verso puro de Juan Ramón Aquí nos habíamos quedado
ayer.
"Los
poetas recién llegados andan aún en el tanteo. De preferencia sus poemas son interpretaciones
del paisaje con imágenes de color y de sorpresa. O bien visten con traje propio
del minuto el destello de una idea. Pero en sus versos no han logrado exprimir
aún las notas esenciales. Estamos en la primera etapa de un momento nuevo.
"Otros
que llegaron antes, torciendo el rumbo, se aventuran también hacia una sensibilidad
nueva: sensibilidad de la inteligencia como la otra era sensibilidad anímica —percepción
tan fina de la antena, que sin embargo no entraña blandura. Y hay aún la excepción
del poeta realizado, que está bien en todas partes y en cualquier momento; el
poeta que ha comprendido los problemas, y los ha resuelto por eliminación, por
afinamiento y por síntesis.”
Esto
decíamos, y nada más.
Claro
que ahora incluiríamos otros poetas, por ejemplo, a Regino Pedroso, con su Taller mecánico, a
Eugenio Florit, con alguna de sus composiciones últimas, al propio Navarro Luna,
con un aporte de Surco, y a muchos
otros de los que aparecen nombrados en esta reseña. Porque a pesar de resabios
aún indomados de anteriores escuelas, y de ingenuidades como aquella de la
tipografía, tan del gusto de los estridentistas, especialmente de List
Arzubide, en los poemas de Navarro Luna hallamos emoción y aciertos.
Quizá
la más alta característica de la nueva poesía sea su ruptura con los procesos mentales lógicos
ya trillados. Comprendemos que se nos lleva por caminos distintos, en los que
estamos a punto de perdernos, —caminos desconocidos que seguramente ya no
responden a la lógica acostumbrada, sino precisamente a un ilogismo esotérico.
Se percibe claramente el horror a la lógica, como la nueva prosa siente el
horror a la frase. Jorge Mañach ha vuelto sobre el tema, a propósito de los Poemas en menguante de Mariano Brull,
libro fijado en un horizonte remoto, tan distante de nuestros tanteos.
Con
haberse formado en cánones ya superados en relación con el momento nuestro, en
contacto con figuras representativas de otras literaturas —inglesa, francesa,
española,— con haber ido a la poesía limpio de espíritu, sin haberla forzado nunca
ni hacerla mero desahogo, sino palabra definidora de sí mismo, se presentó ya
gran poeta desde su primer libro.
Pero
Mariano Brull quiso ir más lejos, en esa busca incesante de sí mismo en que le
hemos hallado siempre, a la vuelta de todas las circunstancias. Sus poemas son
por eso fruto de una maduración perfecta, sabiendo que no se llega a lo que se quiere
sino a su tiempo, y no cuando se desea. Para destilar un verdadero arte, además
de poseerlo, hay que tener una dura conciencia de él. Y Mariano Brull la ha
tenido sin duda como ninguno de nuestros poetas actuales. Trabajó su arte desde
que tuvo conciencia de él. Su teoría del "lirismo dramático”, grata a
Pedro Henríquez Ureña, formulada en el gusto de las buenas pláticas, cuando se
iniciaba su formación, encontró después más de un acuerdo con la teoría del
"lirismo integral” de Juan Ramón; y de aquí las analogías con este poeta,
especialmente en los poemas intermedios entre La casa del silencio y Poemas
en menguante.
En
este último libro se nos aparece siendo él solo, poeta de vida real en sí
mismo, dentro de una pureza y un esoterismo que es su encanto y su dificultad a
la vez.
Cabría
citar aquí, finalmente, la producción poética de Armando Godoy —Hosanna sur le sistro y Monologue de la tristesse et colloque de la
joie —cuyos libros han tenido acogida espléndida por la crítica francesa, y
ha hecho pronunciar mil veces el nombre de Baudelaire. Pero concebidos y escritos
estos libros en francés, dejan de pertenecer voluntariamente, a nuestra
literatura, como en los casos de Les Trophées
y Rimes Byzantines.
IV
Sea como quiera, el hecho cierto es que la
producción poética del año, aunque escasa, se ha hecho notar por un casi general
deseo de superación de los moldes. No podemos compararla con la que se produce
eh los países más avanzados no ya de Europa, sino de nuestra.
Correríamos
el riesgo de notar que nuestros poetas, queriendo ser nuevos, son sólo rezagos
de un ultraísmo que nos llegó tarde y mal, de un estridentismo ya en desuso, o
de cualquier otra promoción poética. Pero nos sorprendería también notar cómo alguno
de ellos, —preocupados de lo esencial— penetran certeramente en una poesía novísima,
afanada de pureza. Camino éste por el que se adelantan poetas como Juan Marinello,
desligado ya de su impulso inicial de Liberación, que ya fue de por sí un
acontecimiento, y Mariano Brull, desde sus composiciones anticipadas en Quelques Poems, en las revistas social, en
la página literaria del Diario, y de
una manera rotunda en estos Poemas en menguante que nos dan entrada al panorama
de la lírica mundial.
No
estamos seguros de haber mencionado todos los libros publicados durante el año,
ni de haber citado todos los nombres que importaban. Hemos procurado, no omitir
lo más importante. Quien sepa que la mayor parte de los libros nuestros nos
llegan por envío directo del autor, porque casi nunca van al librero, cuyo es
ya característico su poco interés por el libro cubano, no extrañará que no
conozcamos muchas veces sino aquellos recibidos de los autores. Y a nosotros, naturalmente,
son pocos los autores que nos envían sus libros, entre otras razones porque no
tienen por qué. Esto, sin embargo, tiene su gran ventaja: nos excusa de las
omisiones.
Revista Social, enero de 1929.
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