Héctor Saavedra
Debo decir que todos los locos andan sueltos y que ocupan
unos departamentos que se llaman Secciones, donde se pasean en un gran patio al
que están contiguos los dormitorios. A estos patios dan las celdas donde se
encierran temporalmente los que sufren ataques de locura furiosa...
-¿No hay necesidad de pegarle alguna vez a los locos?
-Al que se atreviera lo castigaría por mi propia mano, y el
que insulte u ofenda a un asilado sería inmediatamente expulsado de la casa.
Muchos asilados le llaman Coronel al Director, que fue, como
todos saben, un valiente de la Revolución (1); otros le dicen “Chico”; los niños le
piden un centavo y los grandes un cigarro. El Director reparte sus cajetillas
de pitillos y sus monedas de cobre, oye a todo el mundo, los alienta en sus
quiméricas pretensiones y jamás los contraría.
-No hay nada más dócil que un loco… Puede usted ver que ninguno pisa los canteros de yerba y que basta hacerle una amonestación para que el hombre haga lo que uno desea. Toda esta gente se maneja con mucha facilidad, tan sólo con hablarle dulcemente, procurando que sea él mismo juez en el asunto.
(1) Se refiere a Lucas Álvarez Cerice
La Discusión, 17 sep. 1902.
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