sábado, 24 de noviembre de 2012

Pie de foto para ser leído en el futuro


  

  Antonio José Ponte


 Ese racimo de algas chorreantes es anterior a los jóvenes rebeldes que tomaron la ciudad.
 Anterior a los hippies que el poder de esos rebeldes persiguió con tijeras y campos de trabajo forzado.
 Anterior a la llegada de los rastas a La Habana.
 Esa cabeza de anémona es la del Caballero de París.
 No había visto antes la foto, y me pregunto hasta cuándo podrá ser identificada sin explicación al pie. ¿Hasta dónde va a llegar la memoria viva de ese loco de la ciudad?
 Cuenta ya con estatua, podría responderse. Han dispuesto, a la entrada de la sala de conciertos de la antigua basílica de San Francisco, una figura suya de tamaño natural. La gente frota el bronce hasta sacarle manchas de brillo en algunas partes del cuerpo. Los turistas se fotografían abrazándola.
 Pero una estatua no es siempre señal de recordación. Las tarjas no siempre atinan a enseñar de quién se trata. ¿Y qué tarja podría explicar quién fue el Caballero de París?
 Su leyenda, calculo, se irá perdiendo poco a poco. Bastante perdida estará ya, a pesar de la escultura. Figura de una época en que La Habana entera podía reconocerlo.... De una época en que la capital conservaba hábitos de pueblo grande… Pero, ¿en qué consistía exactamente su leyenda?
 Un loco que se decía caballero, con imaginaciones de otra ciudad y de otra época. Con gentilezas de trato, vestido a la antigua y de barba y cabellos largos. Una figura de folletín en una época de novelas de radio. Un loco dulce. Qué poca sustancia para atravesar el tiempo…
 Me gusta, por eso, que haya ido a sentarse al Malecón. Porque esta foto le da espesura a su leyenda, a su caso. Acerca su particular locura a la locura que hemos padecido todos. Y pudiera residir en ella la garantía de su memoria: cada uno de nosotros habrá sido alguna vez, sentado en ese mismo muro, el Caballero de París.


 Tomado de La Habana Elegante, no 50, otoño-invierno de 2011.

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