lunes, 7 de junio de 2021

Return Ticket

 

  Jorge Mañach        

   

    RETURN TICKET, Editorial Cultura. México, 1928.


 El homúnculo viajero que todos llevamos dentro, ¿en qué imaginativa excursión se me habrá dejado abandonada la maleta —esta maleta en miniatura que ahora me llega, con los rótulos y apéndices de las valijas adultas? Pero no: al abrirla veo que se trata de un libro y del reportaje de un viaje ajeno. El viaje de Salvador Novo desde México hasta… —es una lástima: hasta Hawaii nada más. (Hawaii: devastación colonial yanqui: escenario de películas selváticas: sinfonía de caderas calientes: quejumbre de ukeleles de vaudeville). Pero, bien mirado, ¿qué importa el lugar? ¿Qué importa, además, si fue lugar bien mirado? Pretextos son siempre para Novo los asuntos, y el más trivial da, en el trapiche de su ingenio, zumo diáfano de humorismo.

 Hay viajeros que toman muy en serio los viajes y nos traen siempre, al regreso, un baedeker más o menos útil en glosas de tarjeta postal. Otros retornan con el vivo disco de sus resonancias subjetivas. Novo es de éstos. Su viaje no tiene más importancia que la de haberle puesto en contacto con el mar. No lo había visto nunca, como es sabido, y ahora nos da el alegre pasmo de la primera ojeada —Thalassas, thalassas!— que es una de las páginas más graciosas de un libro lleno de gracia. Antes, sin embargo, denuncia un poco su biografía de delfín pueblerino, sensitivo, ensedado, pestañeando ante el terror del villismo, tal vez menos chocado ya por la tragedia en sí que por su mal gusto como espectáculo. El contraste entre su temperamento y el México másculo, rijoso, entre la delicadeza de dentro y la truculencia de fuera, les da sabor —sabor de aceite y vinagre— a las evocaciones, como el contraste, más profundo y continuo, entre la óptica ágil de hoy y la sensibilidad lánguida de ayer comunica a todo el relato su curioso tono de alegría enfermiza, de delicado brío.

 Tal vez esta tónica decadente va ya siendo característica —alarmantemente característica— de un brillante sector de la nueva literatura mexicana. Lo que no se alcanza bien, a esta distancia, es si se debe a una real fatiga y desgaste producidos por la larga tragedia social de México (hay quienes le achacan a la Guerra el gidismo francés) o a una actitud de exquisitez asumida ante lo grueso y lo arisco, que esa misma historia reciente de México ha entronizado hasta en el arte.

  En todo caso, la molicie de Salvador Novo encuentra su higiene en su acendrado buen humor. S. N. es eso tan raro en nuestra América enfática —un ingenio que conoce aquel límite exacto en que la gracia se convierte en facecia. El poso de su humor (y una de las cualidades más encantadoras del ensayista) es un delicado cinismo. Tiene una sinceridad de niño —cruel, a veces, como en los niños. E ingenua hasta arriesgar el propio ridículo; sólo que le salva siempre su anejo buen gusto, su sentido de la medida.

 Imposible superar, en efecto, el desenfado elegante de este paréntesis cuasi novelesco entre Los Ángeles y Hawaii, lugares "a priori". Escrito en el lenguaje epistolar que conviene a los viajes y a los viajeros inteligentes, el libro, como la excursión, tiene un aire "inopinado": acaso es fruto del tedio travesaño. Convendría, pues, que México incluyera algún capítulo en el próximo Presupuesto para subvencionarle a Novo ocios andariegos. Tal vez así acabaría de darnos la novela irónica y perspicua para la cual exhibe tan escandalosa aptitud.—J. M. R.


 Revista de Avance, Año II, T. III, núm. 28, 15 de noviembre de 1928, p. 330. 


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