Juan Goytisolo
Una primera entrevista con el Che, organizada por la Casa de las Américas, quedará en la nada: la persona encargada de acompañarte se extravía, llegáis al Ministerio de Industria resollando y el ordenanza os informa de que despacha con otros y justifica el plantón con vuestro lamentable retraso.
Te contentarás de momento con examinarle desde
la tribuna de invitados, durante las grandes festividades revolucionarias.
Fidel está en el poder; él, solamente acampa. A diferencia del primero, evita
con irónico distanciamiento cualquier tentación de servilismo y lisonja. Sus
subordinados le admiran y temen: le aureola un carisma evidente y parece
defenderse de él atrincherándose en un refugio erizado de pullas y bromas.
Cuando finalmente podrás verle será fuera de
Cuba, en Argel, adonde has ido invitado con un grupo de simpatizantes franceses
a las ceremonias conmemorativas del primer aniversario de la independencia. Che
Guevara está allí, de vuelta de un largo viaje a la URSS y Jean Daniel tiene la
idea de un magnífico scoop:
entrevistarle para L’Express sobre
esta nueva y sin duda instructiva experiencia. Telefoneas al embajador “Papito”
Serguera y os cita en la embajada la noche misma. Acudirás con puntualidad
escarmentada, pero os hará esperar a su vez en una sala de muebles modestos y
en cuya mesa central, de patas bajas, rodeada con un sofá y dos butacas,
destaca señera la edición barata de un libro: un volumen de obras teatrales
de Virgilio Piñera. Apenas el Che y Serguera aparecen, antes de saludaros y
acomodarse en el sofá, aquel repetirá tu ademán de coger el libro y, al punto,
el ejemplar del desdichado Virgilio volará por los aires al otro extremo del
salón, simultáneamente a la pregunta perentoria, ofuscada dirigida a los allí
reunidos
quién coño lee aquí a ese maricón?
¿Presentiste entonces lo que ocurriría, lo que
iba a ocurrir, lo que estaba ocurriendo a tus hermanos de vicio nefando, de
vilipendiado crimene pessimo y, junto
a ellos, a santeros, poetas, ñáñigos, lumpens, ociosos y buscavidas,
inadaptados e inadaptables a una lectura unicolor de la realidad, a la luz
disciplinada, implacable, glacial de la ideología?
En los reinos de taifa, Seix Barral, Barcelona, 1986, p. 174-75. Fotografía: Ida Kar.
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