sábado, 26 de agosto de 2017

Federico de Ibarzábal, poemas



    
 Trova de la amorosa conseja

 Tu juventud, ¿qué espera? ¿Acaso en el postrero
rayo de un sol mezquino, su enorme afán aleja?
Muchachita: te miro en el balcón, y quiero
regalarte mi trova de amorosa conseja.

 La juventud no vuelve, dijo Emilio Carrere;
y es verdad. El "divino tesoro", de Darío.
cuando se va es por siempre. La ilusión se nos muere
y en ella penetra un tedioso vacío.

 ¡Ama! Ama y cultiva por la futura siembra
de emoción y placeres tu espíritu intranquilo.
Prolifica tus yertas maravillas de hembra
y no seas para el goce otra Venus de Milo.

 Tu inocencia es aquella que precede a las bodas;
te inquietan turbaciones de vida suprahumanas;
y aunque adivinas algo que desconoces, todas
tus pobres inquietudes son tímidas y vanas.

 Mira cuando la calle se aclara con tu paso,
—pues que irradias un vivo fulgor de amaneceres—,
cómo el cielo hace diáfana su techumbre de raso,
y despiertas la envidia de las demás mujeres.

 ¡Cómo tu cuerpo, maravillosamente erguido,
por todas las palabras del elogio es ungido!
Y voces ancestrales, de hombre de las cavernas,
murmuran a tu oído, cuando pasas: ¡qué piernas!

 Eso no es corrección, en verdad... pero es cierto.
Y la carne (enemigo del alma), débil peca,
en contra del espíritu y del bíblico aserto,
y de los raciocinios de la razón enteca...

 Date toda en supremos éxtasis al pagano
culto. Sé así sincera y vive tu vida.
Júzgate superior a todo juicio humano,
que al fin y al cabo queda la virtud malferida.

 No luches más contigo misma ni te quebrantes;
comulga en los altares donde el amor se exalta;
que si después no tienes lo que tenías antes,
otros te darán luego lo que ahora te falta.

 Muchachita que ves pasar a toda hora
el amor transeúnte bajo de tus balcones;
mira la primavera como el rosal enflora
bajo el encantamiento de las constelaciones.

 Abre a la vida el cofre de tu emoción secreta,
estimula el intenso ardor que te consume.
Y no sigas el triste sino de la violeta
que se muere de tedio escondiendo el perfume...

 Visiones crepusculares

 Huyó la tarde, plena de neblinas
fúnebres y de pálidos reflejos;
y borraron las nubes, a lo lejos,
la suave ondulación de las colinas.

 El beso de las auras vespertinas
acarició los árboles bermejos,
con embriaguez de néctares añejos
y voluptuosidades femeninas.

 Y tu amor, en mi anhelo, fue pecado
que amparó, macilento y angustiado,
un misericordioso terebinto.

 En el silencio naufragó la fronda;
y hubo una paz meditativa y honda
de beaterío y de claustral recinto...

 Sensación remota del bien

 Yo conocí a este párroco, que en una edad pasada
hubiera sido abate galanteador, o al vicio,
—sierpecilla que aguza su testa triangulada—,
le hubiese opuesto ufanos signos del Santo Oficio. . .

 Hoy vive las hipótesis de la Historia Sagrada
y disuade al Maligno, con áspero cilicio;
ha renunciado a toda función inmoderada
y abre sacras parábolas de piadoso ejercicio.

 Disciplina lo absurdo de su vivir sereno,
—colmado, sin alardes, del afán de ser buen—,
la abstracción cotidiana en el término gris

 de su pobre existencia, arcilla que ama Cristo.
Y arrodillado, en éxtasis fervoroso, lo he visto
implorando la gracia de Francisco de Asís...

 De "Castillos en el aire", Cuba contemporánea, septiembre de 1923.

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