Trova de la amorosa conseja
Tu juventud, ¿qué espera? ¿Acaso en el postrero
Tu juventud, ¿qué espera? ¿Acaso en el postrero
rayo de un sol mezquino,
su enorme afán aleja?
Muchachita: te miro en el
balcón, y quiero
regalarte mi trova de
amorosa conseja.
La juventud no vuelve, dijo Emilio Carrere;
y es verdad. El
"divino tesoro", de Darío.
cuando se va es por
siempre. La ilusión se nos muere
y en ella penetra un
tedioso vacío.
¡Ama! Ama y cultiva por la futura siembra
de emoción y placeres tu
espíritu intranquilo.
Prolifica tus yertas
maravillas de hembra
y no seas para el goce
otra Venus de Milo.
Tu inocencia es aquella que precede a las
bodas;
te inquietan turbaciones
de vida suprahumanas;
y aunque adivinas algo que
desconoces, todas
tus pobres inquietudes son
tímidas y vanas.
Mira cuando la calle se aclara con tu paso,
—pues que irradias un vivo
fulgor de amaneceres—,
cómo el cielo hace diáfana
su techumbre de raso,
y despiertas la envidia de
las demás mujeres.
¡Cómo tu cuerpo, maravillosamente erguido,
por todas las palabras del
elogio es ungido!
Y voces ancestrales, de
hombre de las cavernas,
murmuran a tu oído, cuando
pasas: ¡qué piernas!
Eso no es corrección, en verdad... pero es
cierto.
Y la carne (enemigo del
alma), débil peca,
en contra del espíritu y
del bíblico aserto,
y de los raciocinios de la
razón enteca...
Date toda en supremos éxtasis al pagano
culto. Sé así sincera y
vive tu vida.
Júzgate superior a todo
juicio humano,
que al fin y al cabo queda
la virtud malferida.
No luches más contigo misma ni te quebrantes;
comulga en los altares
donde el amor se exalta;
que si después no tienes
lo que tenías antes,
otros te darán luego lo
que ahora te falta.
Muchachita que ves pasar a toda hora
el amor transeúnte bajo de
tus balcones;
mira la primavera como el
rosal enflora
bajo el encantamiento de
las constelaciones.
Abre a la vida el cofre de tu emoción secreta,
estimula el intenso ardor
que te consume.
Y no sigas el triste sino
de la violeta
que se muere de tedio
escondiendo el perfume...
Visiones crepusculares
Huyó la tarde, plena de neblinas
fúnebres y de pálidos reflejos;
y borraron las nubes, a lo lejos,
la suave ondulación de las colinas.
El beso de las auras vespertinas
acarició los árboles bermejos,
con embriaguez de néctares añejos
y voluptuosidades femeninas.
Y tu amor, en mi anhelo, fue pecado
que amparó, macilento y angustiado,
un misericordioso terebinto.
En el silencio naufragó la fronda;
y hubo una paz meditativa y honda
de beaterío y de claustral recinto...
Sensación remota del bien
Yo conocí a este párroco, que en una edad pasada
hubiera sido abate galanteador, o al vicio,
—sierpecilla que aguza su testa triangulada—,
le hubiese opuesto ufanos signos del Santo Oficio. . .
Hoy vive las hipótesis de la Historia Sagrada
y disuade al Maligno, con áspero cilicio;
ha renunciado a toda función inmoderada
y abre sacras parábolas de piadoso ejercicio.
Disciplina lo absurdo de su vivir sereno,
—colmado, sin alardes, del afán de ser buen—,
la abstracción cotidiana en el término gris
de su pobre existencia, arcilla que ama Cristo.
Y arrodillado, en éxtasis fervoroso, lo he visto
implorando la gracia de Francisco de Asís...
De "Castillos en el aire", Cuba contemporánea, septiembre de 1923.
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