viernes, 11 de agosto de 2017

Arte & Artistas: Rafael Blanco




   Martín Casanovas

 Rafael Blanco, nuestro gran caricaturista, es, posiblemente,—cubano, esencialmente cubano, cubanísimo,—desde sus primeros pasos y los inicios de su obra, el único que sigue una norma contraria y obedece a distintos impulsos. Contra el lirismo, desbordante y vehemente, que caracteriza la obra y el esfuerzo de nuestra generación, Blanco, dotado de un sentido crítico formidable, y a la par, sabio administrador de los recursos expresivos de su arte, especula, consciente y deliberadamente sobre la materia de que se vale. Su obra, diciendo lo que quiere decir, pero nunca más de lo que pretende decir, es de una avara elocuencia,—avaricia que no implica pobreza, sino sabia y deliberada administración.—Nuestro caricaturista no es ciertamente, un anti-lírico, porque en su obra el sentimiento lírico contenido, sostenido, medido y ponderado, está latente y en tensión constante; es sí, un contra-lírico, que refrena ese lirismo y los impulsos de su temperamento vigoroso, para hacer de aquel la savia, fecunda y circulante, y la carnadura de su arte. No es pues, la actitud espiritual y emotiva de Rafael Blanco, una actitud refleja, sino reactiva. Cada uno de sus rasgos y todas y cada una de sus obras, responden a soluciones deliberadamente previstas y perseguidas, no a hallazgos fortuitos y afortunados.
 Y así, en su obra, la materia expresiva es parca, precisa y medida, sabiamente administrada, no usando más que aquella que estrictamente se requiere para decir y expresar aquello que se propone expresar. Nuestro artista sabe de antemano lo que va a decir, hasta donde pretende llegar, y cuál es su norte; ello le permite ahorrarse palabras y actitudes vanas, y le evita indecisiones, permitiéndole moverse dentro de una estricta y severa economía.  Y aun no siendo un ''fauve", describiéndonos con su arte, singular y paradójico, imágenes vivientes y concretas, de un objetivismo real y efectivo, no estados emocionales, elabora su obra según el postulado fauvista, dentro la máxima intensidad y con el mínimo esfuerzo, o sea, con la máxima economía posible de materia expresiva. De tal forma, que esa ley de economía, es, posiblemente, la nota más característica y sumamente peculiar y esencial del arte sin par de Rafael Blanco.
   

 Esta que podríamos calificar, por lo que se refiere a los asuntos y a la escenificación, serie cubana de su obra, serie que año tras año viene mostrándonos en los Salones de Humoristas, comienza el 1921. Antes de esa fecha, empero, Blanco prefiere y se da ya, con especial predilección a las escenas típicamente locales, de marcado sabor popular.
 Ingresó en la Escuela de San Alejandro en 1903. El 1912, en el entonces Ateneo y Círculo de la Habana celebra su primera exposición individual, con un centenar de caricaturas personales, mordaces y sagacísimas; el 1914 en la Academia de Artes y Letras, una segunda exposición con ciento cincuenta caricaturas. Pero abandona pronto ese género para darse al costumbrismo, —escenas populares, tipos callejeros, escenas del vivir cotidiano,—buscando en ellas y a través de ellas la revelación latente del alma popular y del sentimiento racial, y campo propicio a sus especulaciones y a su avidez, que superan, ciertamente, el interés anecdótico e inmediato de la caricatura personal. En el Salón de 1916, primero que se celebra en nuestra ciudad, Blanco presenta una serie reducida, pero valiosa, de apuntes costumbristas: Unos cartones recios, en los que el color, parco y avaro, es medido y administrado con sabia maestría y eficiente estrategia, sin darle más de lo estrictamente preciso e indispensable, y sin excederse a la cantidad requerida. Y no obstante esa avaricia y esa economía, el color se destaca en esas obras, con claridad diáfana, porque ese no es en ellos un recurso atributivo, sino que responde a una intención expresiva deliberada, e integra de una manera substancial el contenido propiamente expresivo, al par que emotivo, de aquella.   
 Ese costumbrismo, típicamente local, que iniciara con su aportación al Salón de 1916, Blanco, no ha de abandonarlo ya. Del 1918 al 1920, estudia en N. York; el 20 y 21, recorre México, seducido por la belleza, recia y franca, de su arte indígena. Pero, a través de las influencias y las sugestiones múltiples que esos viajes despiertan en él, ese tipismo, de un intenso y substancioso sabor popular, Blanco no lo abandonará ya, antes bien, se afirma en él, y en él afirma y justifica su intenso y profundo cubanismo.   
 Mas, he aquí una cuestión, que nos interesa dilucidar. El cubanismo de Rafael Blanco, ¿no será de índole argumental, de un localismo estrictamente geográfico e insular? ¿Estará en la superficie, y no en la entraña y el alma de su arte? ¿Será de orden escénico y descriptivo?
 He aquí el secreto y la piedra de toque, para el arte de Rafael Blanco. Detengamos, pues. (Seguirá.)


 Rafael Blanco tiene en su haber, como arma propicia y siempre favorablemente dispuesta, un sentido crítico agudo e intensísimo, que esgrime constantemente y que, siendo una de las características de su idiosincrasia, es, asimismo una de las características más propiamente esenciales de su arte. Su ironía, larga y sutil, silenciosa pero incisiva, cortante, e implacable, se refleja diáfanamente en su arte, burlón y guiñolesco, pese a su gravedad y a sus visos trágicos. Esta ironía, que tiene para todo y frente a todo una sátira, que responde a las sugestiones del medio no con un eco, sino con una réplica contundente, reactivamente y no de una manera pasiva, es la revelación fiel de ese don de crítica, que le da un control severo sobre sí mismo y sus cosas, un control cabal de sus facultades, y una noción precisa de su alcance y el de sus fuerzas. Blanco es, en efecto, un artista dotado, que sabe reprimirse; y para el artista dotado es más difícil y meritoria la economía que el exceso. Y esa virtud, alta virtud en el campo de la actividad artística, la tiene en su favor Rafael Blanco.
 En New York, estudió y acumuló material abundante, adquiriendo una experiencia sólida y substancial: Rápidos apuntes del natural, vivaces e intensos, una sabia ágil y copiosa labor de documentación académica, y a la postre, un repertorio inagotable de reserva. Toda una disciplina académica aprendida y conquistada fuera de toda disciplina y de toda norma, sin otro guía que su propia crítica y su autodidactismo. México, es para él una revelación, que gravitará, por su recia y vigorosa intensidad, por su enorme y substanciosa emotividad, sobre su futuro. Y ese repertorio, esa disciplina y esta rica experiencia, Rafael Blanco las pone al servicio de su ideal estético y desde entonces, cuando esas fuerzas afluyentes cuajan y dan su frutos, su cubanismo se manifestará y producirá de una manera más categórica y esencial; con menos alardes escénicos, con menos argumentaciones que anteriormente, pero con más decisión y firmeza en los propósitos y en la intención. Al través de sus aventuras y de sus romiajes nuestro gran caricaturista, permanecía fiel y sumiso a sus principios y fiel a sí mismo, sin deslumbrarse y sin claudicar. Salió de la prueba robustecido, con un cubanismo menos escénico y argumental, pero si más esencial y categórico. Y es que el cubanismo de Blanco arranca de las mismas raíces y la entraña misma de su arte. No es una actitud atributiva, sino esencial y especifica. Es en él y en su obra una actitud inicial e intencional. El cubanismo de Rafael Blanco es una cuestión previa, y sus escenas y toda la trama de su obra no son otra cosa sino la plasmación de su ideal artístico, y la acomodación de la realidad a un convencionalismo arbitrario y personalísimo, a un ritmo interior y completamente subjetivo, a su manera de ver y de expresarse.


 Rafael Blanco, caricaturista, es personalísimo, arbitrario y sumamente inteligente. Su visión es de un denso y trágico dramatismo, y ella es la que da a su obra un profundo interés emotivo y un contenido estético peculiar, y su tónica inconfundiblemente personal. De una imaginación fecunda y fantasiosa, avasalladora, Rafael Blanco ve el mundo a su manera, apasionadamente, y solo así lo concibe y lo tolera. Lo ve, y así nos lo describe, con implacable ironía, con ensañada curiosidad, con avara e irreductible intransigencia. Sea cual fuere el personaje y la escena que describe, aún aquellas más triviales e inofensivas y que por su escaso contenido argumental menos se prestan al comentario y a la sátira, palpita en ellas, a través de la visión de nuestro caricaturista, este espíritu de tragedia íntima y profunda, peculiar en él, dándole al personaje y a la escena un vigoroso e inusitado dramatismo.
 La caricatura, genérase por una ley de contraste. Contraste e incongruencia entre la idiosincrasia y la personalidad del protagonista, y el acto que este realiza o escena en que interviene; contraste disparatado entre la forma de realizar una acción y los medios que para ello se usan, y la acción en sí misma. Contraste, que provocan el dramatismo y la tragedia, tanto más acentuadas cuanto más se acentúen aquellas. Siempre, en las situaciones ridículas e hilarantes que el caricaturista provoca, palpita un fondo de tragedia, un drama sordo y callado.
  Y como tal, es la caricatura una posición deliberadamente crítica, una visión personal y arbitraria del mundo, que mueve los partes de la tragedia a su gusto, que se vale del convencionalismo de una trama disparatada obligando a ello a los protagonistas, y que, en consecuencia, describe el mundo no tal cual es, sino como el artista quiere que sea, o lo antoja; a su manera, arbitrariamente. Es en propiedad la caricatura, una realización escénica en la cual el caricaturista mueve a su gusto las cuerdas de la tragedia, provocando con ella la nota cómica y la hilaridad. De ahí el valor inmenso del arte caricaturesco de Rafael Blanco, grande entre los grandes de la caricatura moderna, que crea un mundo convencional y una humanidad facciosa y atrabiliaria que mueve con ensañada crueldad, tomando el mundo como un escenario gigantesco en el cual da vida a sus paradojas, y en el cual toman carne sus más fantasiosas y desbaratadas creaciones.
  No debe bastarle al caricaturista abrir sus ojos de par en par y soltar su mano. La caricatura, no puede ser ingenua, ni demasiado fácil, ni refugiarse en la leyenda, o pie de grabado so pena de no ser lo que pretende ser: Es, por el contrario, una actitud y una actividad esencialmente, necesariamente crítica. Y esa es la actitud de Rafael Blanco. Una actitud arbitraria, tendenciosa y parcial, que nos explica el intenso dramatismo de su obra, siendo este una consecuencia y una manifestación, obligada y necesaria, de su criticismo.    
 Criticismo que a su vez justifica y explica, el humorismo de Blanco, penetrante, incisivo, frío y cortante, por su mismo aplomo y su ensañada mordacidad. El valor caricaturesco de su obra no se apoya, meramente, en las deformidades que pueda descubrir y revelar, sino en su intención burlesca, en el propósito, es una actitud deliberada.
 Cuando acude al natural, Blanco sabe lo que va a buscar y a descubrir, y lo que ha de encontrarse: Busca en él elementos y escenificación para darle carnadura a su obra y darle vida: Busca en el mundo espacio y ambiente propicio para dar vida a sus maquinaciones, carne a sus fantasmas y escenarios donde moverlos, viendo reflejarse en la vida las imágenes atrabiliarias y fantasiosas que crea y alienta en su imaginación. El arte de Blanco, pues, se proyecta de dentro para afuera; es un arte inteligentísimo, de un recio cerebralismo previsto y preciso, que nada cede al azar y al hallazgo fortuito.
 De ahí, la claridad diáfana con que compone y distribuye las masas, la firmeza e inteligencia de sus rasgos, cada uno de los cuales constituye no un hallazgo, dado al correr del lápiz, sino una solución, estudiada y prevista. Antes de acudir al natural y situarse ante él, nuestro caricaturista, lleva ya construida y resuelta su obra y le entra con decisión, sabiendo de antemano lo que ella puede dar de sí, y previendo sus soluciones. De ahí, la clara y franca diafanidad con que se produce, la rigurosa firmeza y sabia administración de los recursos gráficos y expresivos de que se vale, y su persuasividad. Es, el arte de Rafael Blanco, un arte de suma inteligencia y de una enorme precisión.


 Igual firmeza e inteligencia se traduce en sus caricaturas personales, en las cuales él con Covarrubias, constituyen las figuras de más relieve y valor en nuestro Continente. Sus caricaturas, son realmente caricaturescas, ridículas, trágicas.
  Y así debe ser. Esencialmente arbitraria, la caricatura personal menosprecia determinados rasgos y peculiaridades individuales, o prescinde de todas ellas y del individuo mismo, ya sea para acentuar, especulativamente, algunos de aquellos, ya para crear otros rasgos y trazos completamente convencionales, esquemáticos y sumarísimos, en los cuales se concentra toda la intención crítica y el interés expresivo y burlesco de la caricatura. Es este un arte arbitrario, que tiene respecto al personaje caricaturizado una vida aparte, guardando con aquel un paralelo, una línea de equivalencia, pero siempre con valor y contenido propios.
 Así con las caricaturas de Rafael Blanco. Arbitrarias, trágicas, implacables. Hay en ellas algo más esencial y más inteligente que una mera deformación o acusación de determinados rasgos: Son sus caricaturas algo más que una mera exageración. Es una humanidad desconocida la que surge con ellas; una humanidad cómica, por su arbitrariedad, ridícula y estrafalaria, que tiene con las personas que caricaturiza, sus representantes y protagonistas. La caricatura de Rafael Blanco no es descriptiva, sino esencialmente arbitraria y sumarísima. En este género, arduo, por la suma facilidad con que se sucumbe a las exigencias anecdóticas del parecido individual, cuando no lo preside otra norma y otra guía que una mera exageración fisonómica, Blanco nos brinda un arte inteligentísimo, ponderado, intencionado y trágicamente burlesco.


 La obra de Rafael Blanco guarda en todos sus aspectos y relacionen una concordancia unánime y perfecta, y en ella, inteligentísima, todo tiene una plausible justificación. Su cubanismo explica su criticismo, y este, a su vez, explica y justifica su íntimo y profundo cubanismo. Blanco que usa donosamente del sofismo y la paradoja, que obliga a sus personajes a decir lo que él pretende que digan, que nos da del mundo una versión completamente personal y tendenciosa, con aires de tragedia: Que nos convence con sus embustes por el aplomo y la persuasividad con que nos los cuenta, es un artista cubanísimo, que pone sus pasiones y su persona en pugna abierta con la realidad, y proclama con su obra la supremacía de la inteligencia.
 El dramatismo vigoroso de su obra, es una proyección de su sentido crítico, y en consecuencia, una actitud consciente y deliberada, no fatal y biológica. En diversos tonos, se ha hecho referencia a una ascendencia goyesca en la obra de Rafael Blanco, no literal, pero sí en el propósito y en la intención inicial, erróneamente a nuestro parecer. Goya ve el mundo con el mismo acento trágico con que lo describe. Blanco lo describe tal cual lo forja en su imaginación. La tragedia goyesca en real y Goya fatalmente esclavo de ella; la de Blanco es una mueca maliciosa con que pretende turbar nuestra candidez y credulidad. Es la obra personalísima de un cubano, que como todos los de su raza goza de la vida, dichoso de vivir confiado a su suerte a la Providencia, seguro de su buena estrella, pero que maldice de todo y de sí mismo y está siempre en la oposición, porque desde ella las arengas y las requisitorias cobran un tono dramático apasionado, versátil, truculento.
 Y ese criticismo deliberado de nuestro gran caricaturista y lo que aquel significa para su arte singular y maravilloso, señala en nuestras artes, una valiosa conquista civil. Es una iniciación, cultural definida, ponqué responde a un propósito deliberado de revelación autóctona, conquista que ansiamos y anhelamos, con patriótico fervor, en todos los órdenes y todas las disciplinas de nuestra civilización incipientísima.

 Revista de Avance, Año I, Núm. 1, marzo 15, y, Núm. 2, marzo 30, 1927.
  

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