Pedro Marqués de Armas
De cuantos criminales rondaron la Habana
de comienzos del siglo XIX, uno de los más famosos fue el mulato José
Florentino Ibarra, natural de Veracruz y de quien se decía que asesinaba con
gusto.
Según Etienne M. Masse, joven viajero que
visitó la isla hacia 1815, Ibarra cometió su primer crimen a instancias de una
mujer que quiso ponerlo a prueba.
Para escapar a la justicia, se enroló en la
marina, atravesó una y otra vez el océano y devino uno de los más
temibles hombres de mar de su época. Intrigante, se hizo con el poder en embarcaciones como
La Granja y España, liquidando a casi todos los tripulantes.
Las calles portuarias de Cádiz conocieron su furia, cuando en 1808 se enroló en un sonado motín contra los
franceses. Aprovechando el desorden, alentó a las masas contra del gobernador
local Francisco Solano -Marqués del Socorro y la Solana-, caído en desgracia y
acusado de traición por el populacho.
Convertido en uno de los líderes de la
revuelta, el embozado Ibarra asestó al Marqués varias puñaladas después que éste fuera capturado
y mientras sus enemigos lo vejaban. Remolcaban al
Marqués hacia la horca, cuando Carlos Pignatelli, viejo amigo suyo, fingiendo
ser de los hampones, vino en su ayuda y le atravesó el pecho de una estocada para ahorrarle más sufrimientos.
Ibarra hirió de muerte al
comandante de la bahía José Heredia, cuyo cadáver fue arrastrado por la
multitud con una soga al cuello.
Aunque siempre se sospechó de él, sus
crímenes no se confirmarían hasta ocho años más tarde, cuando decidió enumerarlos ante
el juez Francisco de Paula Rivera y Lozano.
Pero ahora, sumándose a la tripulación del bergantín Chueca que se dirigía a Nápoles, Ibarra escapó oportunamente y siguió practicando la piratería y el contrabando.
Habrá recalado en La Habana hacia 1812, ciudad
en la que asesinó a diecisiete personas, entre ellas a un alcalde de barrio, por
lo que fue –finalmente- encerrado en el castillo de Atarés.
Cuenta Masse que antes del Capitán General
Cienfuegos se cometían muchos asesinatos. Eran numerosas las casas con cruces
de madera o pintadas, indicando que en ese lugar un hombre había derramado la
sangre de otro.
A su paso por la plaza de los Agustinos el
viajero encontró una pequeña capilla de Nuestro Señor de la Buena Muerte
“decorada con todos los accesorios lúgubres que haya podido imaginar un pintor
católico y español”, señal de las más de cien puñaladas que se habían dado delante
de aquel oratorio.
La mayor parte de los matones eran
andaluces que operaban como un ejército de asalariados.
El 19 de abril de 1816 José Florentino
Ibarra fue ejecutado en la horca. Tenía treinta y cincos años.
Se dice que su padrino, oficial superior
de la marina, lo había salvado en varias ocasiones de ir a prisión y de la pena
capital.
Estando en capilla, pidió al juez que
tomase declaración de sus crímenes: aseguró haber cometido veinte asesinatos y
aportó no pocos detalles de los mismos, incluyendo las tres puñaladas al Marqués del Socorro,
el punzonazo que se llevó por delante a Heredia, y pormenores de otras muchas muertes.
Días más tarde de la ejecución todavía
podía verse su mano derecha clavada en un poste frente al Arsenal.
Tanto se impresionó el viajero francés que
esa misma tarde siguió rumbo hacia el interior de la isla a fin de conocer las haciendas.
Entonces constató otras formas de
castigos, y crímenes a montones, quedando obsesionado con lo que los juristas
llamaban sevicias.
De ello daría cuenta en estupendas
descripciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario