El
29 de Enero de 1863 fue llevado al patíbulo en la villa de San Juan de los
Remedios, el negro Nicanor Flores. El verdugo que debía matarlo era otro negro
llamado Victoriano Infante. Colocado
aquel en el garrote dio el verdugo una vuelta a la máquina que causó terribles
dolores al condenado, pero que no lo mató. El verdugo, visiblemente afectado,
dio una segunda y una tercera vuelta a la máquina: el paciente se retorcía en
convulsiones que revelaban una mortal angustia, pero no moría.
El pueblo lleno de espanto, empezó a gritar
acongojado, pidiendo gracia para Nicanor Flores. El verdugo no tuvo fuerzas
para dar otra vuelta y cayó desfallecido. Llegó el suceso a conocimiento del
Alcalde Mayor, que dispuso se suspendiera la ejecución y que el reo fuera
llevado de nuevo a la capilla.
—¡Oh, Luisa!— La población de Remedios fue más
afortunada que la de Pamiers. El Teniente de Gobernador D. Gabriel Garrido —me
es grato consignar su nombre— dirigió inmediatamente un despacho telegráfico al
Gobernador Capitán General, en el cual he leído estas conmovedoras palabras: "El
pueblo está excitado por un piadoso sentimiento: pero obediente y tranquilo lo
espera todo del noble corazón de V. E."
El corazón del Capitán General no fue
insensible a la excitación del pueblo de Remedios. Contesto en el acto por
telégrafo, mandando suspender la ejecución hasta nueva orden y que se sacase al
reo de la capilla. Instruyó el expediente necesario; y a los pocos días hizo
gracia de la vida al condenado, en nombre de S. M.
¿Y el
verdugo Victoriano Infante? Salió del cadalso para ir al hospital, y allí murió
a los tres días, sin duda por la impresión de horror que produjo en su ánimo la
escena del 29 de Enero.
Nótelo V., Luisa; y resplandezca el fundamento
de verdad posible con que ha imaginado V. en su novela un verdugo que se mata,
para no seguir matando; ante el hecho real de haberse muerto un verdugo de
horror por los sufrimientos de su víctima.
¡Oh, mi estimada Luisa! Mientras haya quienes
puedan reírse y hacer reír a los demás hablando de la pena de muerte, lloremos
nosotros por la vergüenza a que la Sociedad se expone y por los infructuosos
dolores que ocasiona: deploremos la aplicación de una pena, cuya ejecución
puede confundirse con el crimen en fuerza de su crueldad, como en Pamiers; cuyo
indulto se acata siempre, por unánime aclamación, como un timbre de gloria,
bien ganada en el caso de Remedios, por su Teniente de Gobernador, que supo ser
intérprete de los nobles sentimientos del pueblo que mandaba; y por el
Gobernador General, que represento dignamente al Soberano.
Fragmento de “Carta sobre la pena de muerte”,
dirigida por Nicolás Azcárate a Luisa Pérez de Zambrana, el 8 de junio de
1865, en el contexto de la publicación, por esta última, de la novela La hija
del Verdugo. En Noches literarias en casa
de Nicolás Azcárate, T. I, La Habana, Imprenta La Antilla, 1866, p. 171 y
ss.
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