Pepe Antonio Ramos dice: Ni Pan ni Circo.
Usted debe decir, con los romanos: Pan y Circo.
Eso es positivo: dele al pueblo, o procure que
le den, fiestas, dinero, comida y diversiones. Verá que siempre está contento.
Observe qué bien va la cosa. Y usted será un ídolo. ¿No lo han sido otros,
merced a este maravilloso procedimiento?
Si tiene facilidades seguras, hágase
incondicional del alcalde. Sírvalo cada vez que pueda y bríndele amistad
sincera para que crea que su adhesión es franca. Aparezca como que él lo maneja
a usted, pero procure que en el fondo usted sea quien lo maneje y lo explote a él.
Esto puede hacerse fácilmente con un poquito de talento, habilidad y astucia.
¿No lo hacen otros?
Todos tenemos enemigos: siempre existe quien
le quiere hacer daño a uno. El alcalde tendrá quien lo quiera mal, y usted debe
ir pensando en anularlo para quedarse en su lugar. Con arreglo a la ley, es
usted su sustituto legal. Échelo a pelear con sus enemigos. Métale chisme y
enrede cuanto pueda la pita. Si le entran a tiros un día de ésos, o si él,
exasperado, comete una barbaridad parecida, alégrese. Su táctica comienza a
darle el resultado apetecido: va usted anulándolo.
Arrástrelo al precipicio, empújelo y vírelo
con las autoridades superiores, pero antes cuídese usted de estar bien con
ellas para resguardarse, para que lo garanticen en sus movimientos. ¿No lo
hacen otros? Usted puede hacerlo. Usted debe hacerlo sin perder tiempo. Y si no
va a hacerlo, déjele el puesto a otro. Renuncie, no sea como el famoso perro
del hortelano, que ni comía ni dejaba comer. Quizás venga detrás de usted uno
que no tenga sus ridículos y aparatosos escrúpulos.
Procure que el alcalde meta la pata. Póngalo
en frente del pueblo. Contribuya a que haga alguna barrabasada y, cuando le
conste, busque que le giren una visita y le encuentren la falta. Gestione que
lo suspendan; esto, sin perjuicio de hacerle ver que usted siente mucho lo que
le ocurre y que hará cuanto pueda para favorecerlo.
Si nada de eso le da resultados favorables, lo
cual es dudoso, porque no hay zorro por escamado que sea que no caiga en la
trampa si está bien preparada, entonces mándelo a matar. ¿No lo han hecho
otros?
En mayor escala, esto mismo, o algo parecido,
usted podría hacer con el gobernador si en vez de presidente del ayuntamiento
fuese presidente del Consejo Provincial. Pero llamaría más la atención, sería
más escandaloso. Y de un pobre alcalde nadie piensa nada malo, nadie se fija en
eso.
Bueno, anulado el alcalde, usted tomará su
cargo, ¿quién le tose ahora, quién se lo quita? Donde quiera que usted se pare,
o se siente, diga que su predecesor fue un hombre honrado y que lo que lamenta
es haberse visto en la imperiosa necesidad de sustituirlo por virtud de un
precepto terminante de la ley. Haga elogios de él, si vive; y si ha muerto,
ensálcelo más todavía. Proclame que lo que se cometió con él fue un completo
asesinato y que algún día usted vengará su memoria. En tal caso, haga que el
ayuntamiento celebre una velada fúnebre en honor del desaparecido. Procure que
le sea puesto su nombre a una de las calles del pueblo y recolecte dinero para
erigirle un monumento en el cementerio local.
No faltará quien califique eso de política
villareña Pero no lo crea usted, en todas partes cuecen habas y estas cosas se
hacen desde San Antonio a Maisí. Lo que sucede es que en ciertos lugares se
arma más ruido de la cuenta.
A propósito, en relación con un pleito por la
alcaldía de cierto paraje que yo conozco, se cuenta una anécdota muy simpática
y muy provechosa: dícese que en H, pintoresco y tranquilo pueblecito de nuestra
amada patria, era alcalde municipal el señor L, del Partido Conservador; y
presidente del ayuntamiento el señor R, del Partido Liberal. Las relaciones
entre ambos organismos políticos no eran muy cordiales que digamos. Los
liberales querían a todo trance apoderarse de la alcaldía y todos sus afanes se
enderezaban a tumbar al alcalde conservador. Lo velaron, le prepararon un lazo
y el hombre cayó en él. Firmó, de buena fe, una cosa sin gran importancia pero
que se hallaba fuera de la ley. Estaba cogido. Una comisión de liberales lo fue
a visitar y después de exponerle la falta cometida solicitaron de él que
presentara su renuncia dentro de un plazo de veinticuatro horas, so pena de
denunciarlo y meterlo en la cárcel. La escena ocurrió de modo tan rápido, y fue
todo tan improvisado, que los liberales no le dijeron nada al presidente del
ayuntamiento, que era del partido de ellos y al cual le correspondía la
alcaldía por sustitución reglamentaria. El señor R, tampoco se hallaba a la
sazón en el pueblo: había ido a ciertas y determinadas diligencias a un lugar
inmediato.
Comenzaron a transcurrir las horas y a
impacientarse el alcalde. ¿Qué hacer?, pensaba, pero no había forma de que
coordinara una idea que lograra sacarlo del atolladero. No podía salir del
apuro, no tenía más remedio que renunciar y esa posición, la alcaldía, pasaría
irremisiblemente a manos de sus adversarios los liberales, pues la cogería el
presidente del ayuntamiento. Urdió muchos planes, inventó combinaciones, pensó
darle candela a la casa consistorial, secuestrar a media humanidad y asesinar a
la otra media. Pero una vez que analizaba, todo esto le parecía infame, sucio e
indigno de él que no era un hombre a la moderna, sino que descendía de los
viejos moldes... De pronto, tuvo una idea feliz: se enteró de que el señor R
venía camino del pueblo, a caballo y, antes que llegara, lo mandó a buscar
urgentemente a su despacho. Ya en él, le dijo: -Amigo R, tengo absoluta
necesidad de abandonar la alcaldía, puede que usted no la coja porque sus
correligionarios los liberales le están preparando una mala jugada Si usted me
hace ahora una carta afiliándose al Partido Conservador y renunciando al
Partido Liberal, le entrego la alcaldía ahora mismo: dando y dando.
¿Qué habría hecho usted? Lo que hizo el señor
R, aceptar. Firmó la carta, renunció al Partido Liberal y se afilió desde aquel
momento al Partido Conservador.
Una vez hecho esto, el que fue alcalde, el
señor L, mandó llamar a los comisionados del Partido Liberal y les habló de
esta manera, muy secamente: -Señores, ustedes me han ganado, ¿cómo?, no
importa, lo esencial es que ustedes me han vencido; ya renuncié a la alcaldía,
ahora el señor R es el alcalde.
Inmediatamente se organizó una manifestación,
se tiraron cohetes, voladores, bombas y hasta se quemaron luces de bengala:
aquello parecía un 15 de agosto en Guanabacoa. Los manifestantes, dando gritos
desaforados, recorrieron las calles y así llegaron hasta frente al domicilio
del señor R, antiguo y consecuente liberal y ahora alcalde. Iban a saludarlo y
a felicitarlo por su exaltación a la poltrona municipal; y a felicitarse porque
ya tenían un alcalde liberal. Pero con sorpresa de todos, el señor R se asomó
al balcón y dijo en tono grave: ustedes se equivocan, yo soy conservador.
Como ese caso pudieran contarse miles. La
traición es algo corriente entre los políticos y no se conoce precisamente con
ese nombre tan feo: se le llama astucia, inteligencia, habilidad y otra porción
de cosas.
Pero el cuento pasó y habíamos quedado en que
usted era alcalde. Sus procedimientos varían, desde luego, de acuerdo con el
pueblo donde usted ejerza sus funciones. No es lo mismo ser alcalde de La
Habana que serlo de Jatibonico o de Madruga. En cada caso se procede de
distinta manera, aunque igualen el fondo. Estudie bien la idiosincrasia de su
pueblo y no olvide de hacer un gobierno a la altura del ambiente, por aquello
de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece...
Organice el robo en sus dependencias. En un
ayuntamiento hay muchos lugares por donde entrarle a la sanacaúria, como dice
el sabio Picazo. Sáquele partido a todo, explótelo todo y no pierda nada de
vista. Desconfíe hasta de usted mismo. Procure leer cuanto firme y entérese
bien de lo que hagan, pues alguien habrá que desee hacerle a usted lo mismo que
usted le hizo al otro. El que a hierro mata, no debe morir a sombrerazos.
Téngalo presente. No deje que le cojan el dedo con la puerta. Tome sus medidas
en cada circunstancia y manténgase en buenas relaciones con los poderes
superiores. Observe las máximas que encuentre en los Ejercicios espirituales y
proceda en consecuencia.
Usted no ha llegado todavía. A usted le faltó
algo de camino: quizás el cantío de un gallo o el salto de un grillo. No crea
que va a estacionarse en la alcaldía. Ese es un puesto secundario. Usted aspira
a más. Usted ha demostrado que posee condiciones para seguir subiendo.
Haga lo que mejor le convenga a sus intereses.
Viva como mejor le plazca y no le importe realizar los actos y las acciones más
execrables. Eso sí tenga cuidado de no caer en las redes de la ley. Nadie se
ocupará en la tarea de hurgar en su vida privada, y nadie tampoco se atrevería
a hacerlo: eso es sagrado en este país. Usted puede ser todo lo inmoral que
quiera, que la opinión le respetará siempre su vida privada. ¿Que los
funcionarios no deben tener vida privada y que sus actos públicos deben ser tan
morales como sus actos privados? ¡Eso se lo sabe usted de memoria! Pero no le
quite el sueño. Ya le digo: aquí la vida privada es el dulce regazo donde los
perfectos sinvergüenzas esconden todas sus máculas y sus miserias todas. Sea
previsor y nunca mira de frente: pueden hacerle mal de ojos. Dé fiestas en su
término y conmemore las fechas de la patria. Procure que las peleas de gallos
no se celebren los domingos y días festivos: ese viso de legalidad le quita su
principal atractivo. Antes, las lidias de gallos constituían nuestro sport
favorito porque estaban prohibidas. Ahora, que se permiten, cuesta trabajo que
los jugadores vayan a las peleas. Por eso hay que darlas funciones ocultas para
que tengan éxito.
Organice veladas, no le faltarán Carbonelles
que lo ayuden. Prepare conferencias, actos cívicos y diríjale la palabra al
pueblo. Eso gusta: eso es de buen tono y le conviene a usted.
La policía debe ser su arma favorita. Cuídela
como cosa propia, páguele puntualmente, procure que esté contenta, pero
disciplinada. Escoja para jefe a un incondicional que sea un imbécil y que le
obedezca ciegamente. Si pone de jefe a un hombre listo, éste le puede resultar
un peligroso rival y darle bravas.
No se olvide que usted puede ser un bribón y,
no obstante, hacer una administración que le sea útil, hasta cierto punto, al
pueblo. No abandone los principales servicios, pues el error de muchos consiste
en creerse que para coger tienen que dejarlo todo al garete. Por eso nadie los
puede ver y sólo tienen una oportunidad para hacerse de cuatro pesos. Usted
coja, pero haga algo por el lugar y Costará más trabajo que se lo echen en
cara.
Un secretario de Obras Públicas hubo que, en
ocho malditos años, no hizo nada más que coger, coger sin saciarse nunca,
abandonando estúpidamente las obras más esenciales. Ese secretario no realizó
absolutamente nada en beneficio del pueblo. Fue una rémora. A ese secretario
todo el mundo lo odia, lo desprecia. Ese secretario fue demasiado insolente,
demasiado rapaz, que pudo cogerse más de lo que tiene y hacer que su país le
agradeciera alguna obra.
Sin embargo, ese secretario, fuera de su
cargo, logró engramparle nuevo. Ahora es legislador y tiene un parque con su
nombre, hay que llamarle honorable y le han levantado una o dos estatuas. La
patria lo ha consagrado como a uno de sus mejores hijos...
Por supuesto que ése no es un caso exclusivo,
ni constituye su actuación una originalidad: aquí la pillería tiene carta de
naturaleza. Es un ejemplo palpable, un hecho cognoscible, un magnífico estímulo
para los granujas.
Aprenda en él. Acuérdese de él y téngalo
presente. Mírese en ese espejo. Vístase con ese ropaje y viva en la seguridad
de que no le pesará…
Otro fragmento de José M. Muzaurieta: Manual del perfecto sin verguenza...
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