sábado, 24 de septiembre de 2011

Asesinaba con gusto




 Antes de la llegada del gobernador actual, Don José Cienfuegos, se cometían muchos asesinatos en la Habana. Es cierto que no todas las cruces pintadas o de madera que se ven en las paredes de las casas indican que en ese lugar un hombre haya derramado la sangre de otro. La mayor parte de estas cruces han sido colocadas por devoción, y tal vez para preservar el lugar que ellas decoran de los accidentes horrendos que recuerdan otras cruces. Si se hubiese colocado una por cada asesinato cometido de día y de noche en las calles de La Habana, habría que abrirse paso en medio de cruces contiguas, a excepción de ciertas calles donde, algunas paredes tendrían el privilegio de tenerlas colocadas unas sobre otras.
 En la plaza de los Agustinos, frente a la iglesia, se encuentra una pequeña capilla de Nuestro Señor de la Buena Muerte, decorada con todos los accesorios lúgubres que haya podido imaginar un pintor católico y español. Se han dado tal vez más de cien puñaladas delante de esta capilla de la Buena Muerte. Yo no podría pasar por allí sin sobresaltarme.
 Se ha observado en las colonias españolas que los asesinatos se han hecho más comunes a medida que han sido más frecuentadas por los andaluces.
 Además de los motivos del robo, los celos, el rigor de los procesos y las denegaciones de justicia son las causas principales de estos homicidios, no siempre ejecutados por la mano del ofendido o que se tiene por tal, pues existen asesinos asalariados.
 El 19 de abril de 1816 fue ejecutado José Florentino Ibarra, mulato, que había dado muerte a diecisiete personas.
 Los españoles me dijeron que asesinaba con gusto. Se dice que su padrino, oficial superior de la marina, lo había salvado en varias ocasiones de ir a prisión y de la pena capital. Todavía puede verse su mano derecha clavada en un poste frente al Arsenal. 
 No es extrañar que el honesto y valiente Cienfuegos haya llegado a temer a los salteadores que pululan en la Habana y la han convertido en un sitio peligroso después de la puesta del sol. La vida de este buen ciudadano ha sido amenazada en muchas ocasiones. El se encuentra entre las personas que han considerado las medidas adoptadas para detener y desarmar al crimen como un atentado a la libertad, aunque es cierto que los asesinatos casi constituyen la justicia del país.

 L’ Isle de Cuba et La Havane…, par E. M. Masse, París, 1825 (traducción Gustavo Eguren, en La Fidelísima Habana, pp. 212-213).

 Nota...

 José Florentino Ibarra nació alrededor de 1790. Se dice que su primer crimen fue cometido por instigación de una mujer, tras lo cual se enroló en la marina con sólo 16 años. Según Etienne M. Masse, los buques La Granja y España, y el propio océano, fueron los escenarios de su furia. Y también las calles portuarias de Cádiz, donde, en 1808, participa en un motín contra los franceses, alentando a las masas en contra del gobernador local, Francisco Solano (marqués del Socorro y la Solana), acusado de traición por el populacho y a quien Ibarra asestó varias puñaladas después que este había sido capturado. Hirió de muerte, también, al comandante de la bahía José Heredia, cuyo cadáver fue arrastrado por la multitud con una soga al cuello. 
 En La Habana, José Florentino Ibarra asesinó a otras personas, entre ellas a un alcalde de barrio, por lo que debió cumplir condena en el castillo de Atarés hasta su ejecución, en la horca, el 19 de abril de 1816. 


 Pedro Marqués de Armas

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