sábado, 16 de abril de 2011

La ronda verificada en la noche del 15 de enero de 1808





Manuel de Zequeira y Arango


Yo aquel súbdito obediente
Que en grado superlativo,
Soy militar a lo vivo
Y esqueleto a lo viviente:
Yo aquel átomo paciente
Que de nada se lamenta,
Describiré la tormenta
Que con suerte muy contraria,
Yendo de ronda ordinaria
Sufrí en noche turbulenta.

A las tres de la mañana
Con viento septentrional
Salí desde el principal
A correr mi tramontana:
Un farol como campana
Conducía un granadero,
Y con el soplo severo
Que norte consigo atrajo,
Andaban como badajo,
El farol y el farolero.

Con un silencio profundo
Como si nadie viviera,
Seguimos nuestra carrera
Como almas del otro mundo:
En el tiempo de un segundo
Llegamos a la Machina
Y al mirarnos de bolina
La centinela primera,
Dudando qué cosa fuera.
Ni aun a hablar se determina.

No obstante, como concibe
Que todos íbamos muertos,
Con trémulos desaciertos
Gritando nos da el quién vive:
De esta suerte nos recibe
La guardia llena de espanto,
Y sospechando entretanto
De mi vital subsistencia,
Para afirmar mi existencia
Tuve que implorar a un Santo.

Después que entregué el marrón.
Vi sirviendo de tintero
Un casco como mortero,
Y por pluma había un cañón:
Al firmar, sin dilación
Mi pluma luego se excita,
Y en la espesura infinita
Que el cañón tenía en su talla
Una rígida metralla
En vez de tinta vomita.

Así que dejé el borrón
De mi firma con gran gala,
Salí de allí como bala
Despedida de cañón:
Con tal precipitación
La luz del farol se apura,
De suerte que en tal tristura
Llegué en un decir Jesús
Hasta el muelle de la Luz
Por teórica conjetura.

Al verme de esta manera
Envié luego a la ordenanza
Que encendiera sin tardanza
El farol y que volviera:
Con angustia tan severa
Hallándome solitario
Sin luz, me fue necesario
En esta lúgubre escena,
Como alma que estaba en pena,
Rezar el Santo Rosario.

Quiso Dios que sin tardanza
La ordenanza fue y volvió,
Y así se me recibió
Con arreglo a la Ordenanza:
No obstante, con desconfianza
El cabo el Santo pedía,
Y como mi fantasía
Rezaba llena de espanto
Por poco en lugar del Santo
Le soplo una letanía.

Desde aquí salí al instante
Con un impulso violento,
Llevando con tanto viento
Los honores de volante:
Cual difunto militante
A Paula llegué entretanto,
Y el cabo lleno de espanto
Sin mirar a mi respeto.
Quiso viéndome esqueleto
Soplarme en el Campo-Santo.

Viendo yo la tiranía
De estos impulsos atroces,
Procuré con muchas voces
Afirmarle que vivía:
Que era Ronda le decía
Por templar sus desaciertos,
Y él con los ojos abiertos
Siguió tal su trapisonda,
Que por poco va la ronda
A parar entre los muertos.

Luego fui hasta la garita
Que de San José se nombra,
Que teniéndome por sombra
La centinela me grita:
El cabo se precipita
A saber quién era yo,
Y así que me recibió
Dejé allí la firma mía,
Que no la conocería
La pluma que la parió.

Salí desde aquí ligera
Con angustia muy crecida
Y para abreviar mi vida
Fui a parar al matadero:
Aquí me encontré un tintero
Rebozado en masacote,
Y allí empuñando un garrote
Que en vez de pluma encontré,
Sobre una tabla dejé
En cada letra un palote.

Con un triste desvarío
Fui siguiendo mi aventura,
Y sin tener calentura
Me iba muriendo de frío.
En este momento impío
Me acometieron traviesos
Dos mastines con excesos;
Pero por fin me dejaron
Porque sus dientes no hallaron
Ninguna carne en mis huesos.

Sufriendo un continuo yelo,
Mi carrera continué,
Y tanto que tropecé
Con un hueso, y caí al suelo:
La ordenanza con anhelo
Por ampararme se humilla.
Pues anduvo tan sencilla,
Tan ciega y tan torpe aquí,
Que por levantarme a mí
Va y levanta una canilla.

¿Qué no ves excomulgado,
Le dije muy afligido,
Que me has dejado tendido
Sin saber lo que has alzado?
Entonces muy consternado
Me dijo: señor, confieso
Que anduve ignorante en eso,
Pero yo por no engañarme.
Siempre procuro inclinarme
Al más grande aunque sea un hueso.

Más ardido que una brasa
Con esta contestación,
Camino sin dilación
Hasta dar en la Tenaza:
De aquí mi espíritu pasa
A Puerta-Nueva de un salto,
Y con tanto sobresalto
La centinela me vio,
Que a un mismo tiempo me echó
¿Quién vive? ¿Qué gente? Haga alto.

Desde este puesto salí
Y fui a la Puerta de Tierra,
En cuyo lugar se encierra
Lo mejor que yo advertí:
Un capitán hallo aquí
Que extranjero parecía,
Y fue tal la algarabía
De su rara explicación,
Que por pedirme el marrón
El macarrón me pedía.

Sufriendo un norte extremado
Tan airado continué,
De manera que llegué
A la Pólvora volado:
Salí al punto y alterado
Un perro con mil porfías
Se avanza a las barbas mías,
Pero yo con fieros modos
Con mis huesos y mis codos
Logré darle mil sangrías.

Pero lo que más alabo
De tanta desdicha junta,
Es que en llegando a la Punta
De verme se asombra el cabo:
Después de esto luego trabo
Con el oficial porfías,
Y él al ver las ansias mías,
Oyendo tocar campanas.
Me dice con voces llanas:
¿Son por ti esas agonías?

Hijo de tal, que malos
Crueles fines me deseas,
Le dije, antes que tal veas,
Muera el pronóstico á palos:
Así premio los regalos
Con que me quiso obsequiar,
Y por no darle lugar
Al juicio que estaba haciendo,
Me fui al instante temiendo
No me mandase enterrar.

Siendo del viento juguete
Sin hallar en nada alivio,
Tuve que volverme anfibio
Para arribar al Boquete:
Por un pantano se mete
La ordenanza que me guía,
Que igualmente le seguía
A modo de gusarapo,
Y el soldado como sapo,
Fieros soplos despedía.

De esta suerte continuaba
Pensando yo no sé en qué
Y por no mentir diré
Que pienso que ni aun pensaba:
Tan extenuado me hallaba,
Tan triste y tan macilento
Con aquel frío y el viento,
Fue tal mi debilidad
Que me hallé sin voluntad,
Memoria, ni entendimiento.

Llegué a la Contaduría
Casi perdido el aliento
Donde me salió el sargento
A saber que me afligía:
Una triste alferecía
Le dije, tengo a mi lado,
Ha ocho años y asombrado,
No sé si en tono de chanza;
Me preguntó en confianza,
¿Es usted beneficiado?

Sargento, señor bufón,
Repliqué con amargura,
Por desgracia ó por ventura
¿Tengo cara de capón?
Al concluir la expresión,
Salir quise cual saeta.
Cuando un soldado con treta
Asiéndome por detrás,
Ea, dice a los demás,
¿De quién es esta baqueta?

Repetirle gritos muchos
Fue mi confusa respuesta,
Que si no, a la hora de esta,
Me hallo atacando cartuchos:
La ordenanza y yo muy luchos,
Volvimos al Principal,
Y aquel señor oficial,
Que era un joven mata-siete;
Quiso mandarme al gabinete
De la historia natural.

Estas son de mis desdichas
Las noticias y eficacias.
Que siempre serán desgracias,
Por ser de mis labios dichas:
Basten ya las susodichas
Fatigas de mi quimera.
Cese mi pluma grosera
En su tan cansado estilo,
Dejando pendiente el hilo
Al filo de otra tijera.

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