viernes, 15 de abril de 2011

La invención de las masas. Ciencia y racismo en Cuba.



 Pedro Marqués de Armas


 Cuando el joven criminólogo Israel Castellanos se incorpora en 1914 al cuerpo de redactores de Vida Nueva, ésta era todavía una revista de orientación sociosanitaria, ocupada mayormente en temas como las enfermedades contagiosas, la prostitución y la mendicidad. Su ideología apuntaba, sin embargo, a una gestión de moral pública más extensa que, bajo el rótulo de “patología social”, se encargaría de cuestiones como la corrupción política, el anarquismo, el choteo, la lotería y el juego de gallo, entre otras tendencias y actitudes relacionadas con el “carácter cubano”. De hecho, según el editorial de primer número, lo que la publicación se propone es un “proyecto de cambio radical en las costumbres” destinado a erradicar vicios atribuidos a “la persistencia de atavismos coloniales” (1). Aunque la revista no extravió del todo esta orientación, lo cierto es que tras la entrada de Castellanos se convierte en la principal tribuna de la criminología en Cuba, con incursiones incluso en la incipiente eugenesia (2).

 Este nuevo rumbo marca un momento importante en el relato médico de la primera República. Si bien la antropología criminal había experimentado cierto desarrollo a finales del siglo XIX, ahora encontraba condiciones no sólo nuevas sino además propicias para su desenvolvimiento. Se pasa entonces, en el orden discursivo, de un enfoque epidemiológico avalado en el éxito de las campañas contra la fiebre amarilla y otras enfermedades infecciosas, a otro centrado en los problemas que se derivan de la inmigración, la criminalidad y la raza. Se trata del pasaje del “agente biológico” a la “cuestión social” –tal como lo anticipa Juan Guiteras Gener en 1900-, sólo que en el interior de un paradigma sociobiológico llamado a alimentar el nacionalismo étnico y el racismo de Estado (3).

 No es que no se hayan establecido con anterioridad medidas sustentadas en este cambio de signo, sino, más bien, que el optimismo suscitado por la reducción de la mortalidad durante los primeros años de la República, sirve ahora como nunca antes para legitimar prácticas racistas más radicales. Al desmoronarse la tesis climática de tanto arraigo en el siglo XIX, por fin el país devenía -al decir de Finlay y de otros médicos cubanos- habitable para el hombre blanco, modelándose una mentalidad migratoria (y de control biopoblacional) de carácter fascista (4). Es en este contexto que Jorge Leroy apunta: “Si como médicos hemos erradicado la fiebre amarilla y las viruelas, como intelectuales deberíamos velar por el mejoramiento moral de la Isla” (5). Mientras Castellanos afirma: “No creamos que el azul perenne de nuestro cielo y las brisas del golfo mejicano nos sanearán del criminal, no; el único “delincuenticida” conocido es la pena capital, y ésta se hizo no para la víctima de los códigos, sino para esa salvaje figura troquelada por la criminología. ¡Investiguemos el organismo de nuestros bárbaros, estudiemos nuestros salvajes!” (6). Y apelando a metáfora semejante, Fernando Ortiz dirá años más tarde: “Hagamos con nuestros criminales lo que hicimos contra los mosquitos: eliminarlos” (7).

 Fundada por Diego Tamayo en 1909 al término de la segunda intervención norteamericana, y en otro momento de dudas acerca de la capacidad de los cubanos para autogobernarse, Vida Nueva nunca vio con buenos ojos la estrategia de los políticos liberales, en principio favorable (léase populistamente) a los sectores afrocubanos y pobres. Esta filiación política va a ser el blanco de muchas de las críticas agónicas y de explícito contenido racista de la publicación, si bien estos mismos políticos no serán denunciados luego, cuando su gestión de gobierno termina complicándose con la “guerra racial” de 1912 que, como se sabe, arrojó un cómputo de 3000 negros y mulatos asesinados. Castellanos se inserta en la revista, pues, en un contexto signado por el fantasma aún reciente de la revuelta, el alza de los relatos públicos sobre brujería (y en especial sobre brujos que asesinan a niños blancos) (8), y el aumento de la inmigración de braceros antillanos como efecto del boom económico propiciado por la Primera Guerra Mundial.

 Se asistía entonces, entre las elites científicas, al empalme entre viejas teorías de extracción sociodarwinista y los postulados más novedosos de la genética, destinados a radicalizar las tesis evolucionistas. De este anudamiento surge como tal (o por lo menos se despliega) la doctrina eugenésica, con el propósito de mejorar la calidad de la especie humana, apelando a prácticas que apuntan no sólo a individuos y grupos peligrosos, sino también a la población en su conjunto: al control de su reproducción colectiva. Justo en ese nudo se inserta la gestión científica de Israel Castellanos, quien impulsa desde 1912 la doctrina criminológica de Lombroso (aun cuando muchos de sus aspectos estaban ya en su ocaso), al tiempo que se adscribe a las modernas tesis de los biólogos norteamericanos Charles Davenport y Tomas H. Morgan (9).

 Si bien buena parte de sus propuestas se colocan de lleno dentro del darwinismo clásico, siguiendo en este sentido las ideas de Garofalo y de Spencer, no es menos cierto que las mismas se expresan por lo general en un marco de proyecciones eugenistas, anclaje bajo el que debe verse tanto la defensa que realiza de la pena de muerte (la “selección artificial” considerada como recurso técnico o instrumento médico), (10) como su posición cuasi biocrática en favor de la esterilización de enfermos y criminales y del control de “matrimonios patológicos” (11). En fin, los viejos conceptos de degeneración y estigmas terminan por sustentarse, en su caso, en los postulados de la nueva genética y, sobre todo, en la promoción de prácticas específicas como evitar que delincuentes, locos y prostitutas tengan descendencia y asegurar a la vez la reproducción del capital humano por medio de un control migratorio férreo, capaz de apartar a “elementos indeseables” (12). Por supuesto, es sobre ciertos grupos ya insertados en el cuerpo de la sociedad (negros y chinos, brujos y náñigos, meretrices y niños delincuentes, etc.), y en su afán de establecer una “ciencia nacional”, que esta labor eugenésica -indisociable del trabajo propiamente etnocriminal- se expresa en toda magnitud (13).

 Por otro lado, y al contrario de Lombroso, que apenas los distinguía, Castellanos siempre diferenció -al estilo de Montané y de otros antropólogos de la generación precedente, marcados por la escuela francesa- entre estigmas degenerativos y atávicos, con lo que traza una rígida demarcación entre locos y delincuentes (14). Esta estrategia, en apariencia protectora del enfermo mental en términos penales, se mostraría por lo mismo precaria y propensa a una apertura demasiado amplia del campo de intervención. Además de que dejaba de indicar el problema más acuciante del “loco criminal” -pivote que ligaría el manicomio a la cárcel y que sirvió para equiparar ambas instancias, anulando de hecho el pretendido deslinde conceptual-, se extendía también, con ella, la posibilidad de una mayor intervención sobre la descendencia. Pues tanto la degeneración como el atavismo señalaban a una herencia morbosa que había impedir a toda costa.

 Si bien Castellanos tuvo en cuenta, al explicar la génesis de la criminalidad, factores sociales apenas considerados en Italia, habría que advertir que los mismos eran evaluados en tanto indicadores secundarios, más bien como efectos que como causas, algo que también resulta evidente en la obra inicial de Fernando Ortiz (15). A pesar de ello, las diferencias entre ambos autores siempre fueron notables, como lo demuestra la fe de Ortiz en la educación de las masas, sostenida por Ferri, y el valor atribuido a la evolución social del crimen, según las ideas de Nicéforo (16).

 En última instancia, Castellanos se propone una intervención más intensa, acorde con su voluntad antropométrica y judicial: rastrear a todos aquellos individuos y poblaciones peligrosas que debían erigirse, necesariamente, en obstáculos a favor de la puesta en práctica y consecuente consolidación del nacionalismo étnico. Para ello indaga en prisiones y manicomios, reformatorios y centros de inmigrantes, donde, según sus propias palabras, mide “locos, delincuentes, homicidas y meretrices”, pesa “mandíbulas y cráneos”, colecciona “fotografías y estudia tatuajes”, toma “impresiones digitales” y escudriña -en fin- “en todo el organismo humano” (17). Partiendo de esta experiencia inicial sobre colectivos la mayor parte de las veces sometidos a encierro, es decir de una etapa de investigaciones directas, Castellanos se va a proponer también, poco más tarde y acorde con el carácter prevencionista de la criminología, estudiar y promover el control de determinadas expresiones culturales.

 Aparecen así en aquellos primeros tiempos de colaboración en Vida Nueva, sus informes en torno al carnaval, el baile de los negros, la jerga, los tatuajes y la marcha política (18). Se trata de una serie de artículos etnográficos en los que la “africanización” de la sociedad es presentada como el mayor problema, toda vez que dicho proceso era el resultado, a su juicio, de un rasgo dominante desde la esclavitud y ahora en pleno ascenso, cuyo impacto resquebrajaría el orden civil instaurado en 1902. Para Castellanos, el hampa cubana constituía la “genuina representación de una tribu bárbara con todos los caracteres del negrerío africano” (19), la cual tendía a extenderse en virtud de la tolerancia partidista y de sus efectos sobre las clases bajas, en particular blancos pobres e inmigrantes.

 De los artículos aparecidos en Vida Nueva, “Psicología de las multitudes” es sin duda uno de los más interesantes, ya que pone al descubierto una mirada amplia según la cual se pretende definir el “carácter cubano” a partir de leyes biológico-sociales, en este caso con un énfasis “científico” y totalizador jamás alcanzado en la literatura etnográfica del país (20). Aunque abundan en el texto citas de Le Bon y Spencer, y de otros autores foráneos, sus fuentes principales serían, sin embargo, tres artículos de autores cubanos: dos escritos costumbristas sobre el carnaval o Día de Reyes, uno de Ramón Meza y otro de Jesús Castellanos, y un conocido estudio etnológico de Fernando Ortiz sobre el mismo tema (21). Este entramado le permite seguir la “evolución” del carnaval desde la Colonia hasta la República, convertir citas literarias en indicios o evidencias criminales, y demostrar así la persistencia atávica y dominante de lo africano dentro de la psicología colectiva.

 Aunque Castellanos reconoce la concurrencia, al respecto, de orígenes étnicos diferente y de géneros de vida diversos, por encima de ello prevalece el concepto de “raza” como entidad unitaria, capaz de incluir y de disolver en su interior a todos los demás elementos. Así, las masas cubanas serían por esencia negras y arrastrarían de modo inevitable al resto de sus componentes, a excepción claro está de las elites mismas, que observan a distancia y se erigen en depositarias de un saber/poder con el que intentan conjurar el miedo al contagio.

 Demonizada en realidad bajo un triple rasero, pues además de negra, la masa es por esencia criminal y femenina, la muchedumbre es apreciada aquí a partir de uno de sus aspectos: la manifestación política. Y es que para Castellanos la marcha política constituye el tipo de conglomerado “mejor definido” dentro del panorama de la República, el más común y el que “por su exagerado carácter democrático reúne en sí todos los elementos populares”, reflejando mejor que ninguno otro “la influencia de los negros sobre el llamado pueblo” (22). De modo que la manifestación no pasa de ser un remanente del carnaval decimonónico, suerte de palenque ambulante cuyos instintos podrían desatarse y poner en peligro el ya frágil ordenamiento civil. En fin, lo que se evidencia en el texto de Castellanos, bajo el recurso del atavismo y como parte del relato etnocientífico en boga, no es sino el afán de excluir a una amplia zona de la cultura popular, anulando de paso todo una demanda participativa y legítima, pues la supuesta africanización de la sociedad venía a ocultar no sólo la pujanza de las clases trabajadoras y de determinados estamentos influidos por la prédica anarquista, sino también la creciente difusión de clubes y sociedades de carácter vario, ligadas por el color de la piel, el género, el socorro mutuo, etc.

 Se trata, en efecto, de un proceso que tiene sus comienzos hacia 1879 cuando, ya en el ocaso de la esclavitud y en relación a la emergencia de un espacio público en el que también las “sociedades de color” se posicionan, al tiempo que la población afrocubana accede por primera vez a ciertos derechos civiles; el problema de las fronteras raciales cobra inusitada importancia (23). Y es que la elaboración de una “psicología de masas” se venía perfilando desde entonces, sin duda recortada contra este fondo de tensiones raciales, y como parte de una gestión contraria a la presencia de signos públicos de presumible origen africano. Es a partir de este momento que, alrededor de desafío de la convivencia interétnica, se tejen ya no sólo políticas que plantean o bien la educación de las masas como modo de integrarlas al modelo dominante de las elites, o bien su exclusión a través de diseños claramente discriminatorios; sino también conceptos más amplios y por lo general compartidos por ambas tendencias, como los de “contagio moral”, “sugestión mental”, “actos automáticos e inconscientes”, etc., lo cuales van a ser aplicados ya no sólo a individuos aislados sino a toda una colectividad (24).

 Un ejemplo de ello se puede apreciar en las opiniones expuestas en junio de 1879, en una interesante sesión de la Sociedad Antropológica, en torno a lo que Varona define como “psicología étnica”, paso previo hacia una “sociología” cabal, según indica, acorde a los reclamos de la época (25). Si los signos religiosos o propiamente culturales de origen africano habían permanecido hasta entonces recluidos, o bien en el marco de la esclavitud, o bien en el interior de la literatura costumbrista; ahora forman parte de una dinámica social más abierta y tangible, con mayor número de intersecciones, en la que está en juego un permanente intercambio simbólico. Es así que, además del ñañiguismo y la brujería, y de creencias diversas compartidas por los cubanos en el marco de la Guerra de Independencia, también serán puestos en causa, tanto desde la Sociedad Antropológica como desde otras organizaciones, el espiritismo, el judaísmo y las sectas protestantes (26).

 Partidario de evitar el “contagio moral”, Varona opina en su intervención que el “roce” de la “raza negra” con “personas incultas de la blanca” comporta un trasiego de “groseras supersticiones” que se sostendría “en razón inversa del grado de cultura de las capas sociales”; y se refiere en este sentido, con profusión de detalles, a creencias populares como el babujal, en la que si bien no reconoce un origen africano, sino indígena, sí ve el riesgo de que sea asumida por la población afrocubana; como también a emblemas religiosos que, como el gallo negro y el alacrán, formaban parte de los “sorteos de loterías”, imágenes que al aparecer estampadas en los billetes penetraban con facilidad en “nuestra vida cotidiana”. Por su parte, Luis Montané hacía referencia al matiábulo, creencia extendida “allá en la manigua y en medio de los hombres de color”, aludiendo con ello a una infiltración progresiva y “como inconsciente” de las costumbres “de la raza inferior” en los demás grupos sociales. Todo lo cual justifica los temores de José R. Montalvo, quien imagina, aterrado, un porvenir en el que “esa gente” llegue a tener la “dirección de la vida pública”.

 No se trata sólo, como vemos, de un miedo al negro como entidad física y demográfica, sino también del temor a que sus creencias, originarias o asimiladas, se infiltren en toda la sociedad -en los espacios públicos y de gobierno-, y lleguen a regir los sentimientos y las acciones colectivas. Por supuesto, estos temores fueron instrumentalizados a conveniencia, no escatimándose la persecución tanto material como simbólica de la herencia africana, lo que se tradujo en la prohibición casi sistemática de las comparsas de carnaval a lo largo de este período (concretamente de 1885 a 1898 y de 1916 a 1933), y en otras muchas regulaciones que afectaron a toda la sociedad (27).

 Gallo negro y alacrán; son, pues, los mismos estandartes partidistas a que se refiere Castellanos en su artículo, portados por la muchedumbre en plena República. De modo que el tan denostado partido liberal, capaz de agitar al pueblo sin prever las consecuencias, no es aquí sino un elemento más de la clásica oposición masa/espacio público, multitud/electorado instruido, tan emblemática de aquel cambio de siglo (28).

 Surgido tras la Revolución Francesa, cuyo espectro de sangre fuera estudiado por Hipólito Taine, el campo de estudios de la “psicología de masas” había comenzado a consolidarse hacia 1890, cuando se difunden los escritos clásicos de Scipio Sighele, Gabriel Tarde y Gustave Le Bon (29), marcados por la impronta del hipnotismo y el naciente psicoanálisis -de ahí el énfasis en la sugestión y el contagio-, pero también por la expansión de la prensa escrita y el surgimiento del cine. La “invención de la masa” llegaba pues tras una larga serie de aprensiones y prácticas de control que, del niño y la mujer a la familia en cuanto tal, y del criminal y el anarquista al hombre medio, abarcaría por último a pueblos, etnias y naciones enteras. En Cuba, a las incursiones de Ortiz y Castellanos en este campo, seguirán luego las menos conocidas de los psiquiatras Armando de Córdova y Juan Portell Vilá (30).

 Pero concluyamos con un breve seguimiento de las labores de Israel Castellanos. En 1914, la publicación de su atlas A través de la criminología, que recibe el elogio de Fernando Ortiz, lo da a conocer entre los miembros de la comunidad científica y jurídica del país (31). Aún no había comenzado la carrera de medicina, de modo que buena parte de su obra es fruto de un empeño autodidacta. Su vocación antropológica se remonta, sin embargo, a su adolescencia, cuando tras escuchar en una cena familiar el relato de un famoso crimen cometido en Francia -el de la pareja de amantes que forman Gabriela Bompard y Miguel Eyraud, este último capturado en La Habana en 1890-, comienza sus lecturas criminológicas (32). Su entrada como corresponsal de Vida Nueva y el inicio de sus colaboraciones en España, con el apoyo del médico legista Antonio Lecha Marzo, sellan apenas el comienzo de una trayectoria que le conduce en breve al reconocimiento internacional (33). El éxito definitivo en Cuba le llega con la publicación en 1916 de La brujería y el ñañiguismo desde el punto de vista médico legal, libro por el que recibe un importante galardón (34), si bien la consagración definitiva la alcanza al obtener en 1928 el Premio Lombroso, con la presentación en Italia del primer volumen de su obra La delincuencia femenina en Cuba. (35)

 Lombrosiano fiel, Castellanos creyó haber realizado aportes originales a esta doctrina, como el descubrimiento de una variedad de foseta occipital y la novedosa descripción de las llamadas “bocas simiescas” (36). Si en una etapa inicial se mueve en el terreno de las investigaciones antropométricas y morfológicas, su obra adquiere luego una orientación más etnológica, para anclar más tarde en el campo de los estudios policiológicos y, en particular, en la identificación delictiva. Realizó una notable labor dentro del Gabinete Nacional de Identificación, cuya dirección asume en 1921 (37); y llegó a ser el investigador policial más reconocido de América Latina, colaborando con frecuencia con el FBI.

 Castellanos lleva al Hospital de Dementes (Mazorra), ya a finales de los años veinte, y mientras el gobierno de Machado apoya la reforma que tiene lugar en dicho asilo, las técnicas dactilográficas (38). Colabora entonces con el “departamento de moralización” -buró de propaganda de la dictadura machadista- y entrega el informe científico más autorizado sobre el Presidio Modelo de Isla de Pinos (39), aún en construcción, y donde el capitán Castells aplicará preceptos eugenistas (léase “de limpieza“) que parecerían calcados de la Conferencia Panamericana de Eugenesia y Homicultura, celebrada en La Habana en 1928. Como se sabe, la gestión de Castells durante este periodo se acompañó de la muerte de cerca de 500 reclusos (40).

 Si bien Castellanos se aparta progresivamente, como se ha dicho, de su vocación etnológica, lo cierto es que nunca abandonó los viejos conceptos de degeneración y atavismo, los cuales continuó empleando en sus variantes establecidas. Por ejemplo, en 1937 recicla, en su libro Medicina Legal y Criminología Afrocubanas, argumentos similares, si bien puestos a tono con los aportes más recientes en materia de responsabilidad penal (41). Tras el triunfo de la Revolución se radicó en Puerto Rico, donde continuó su labor en el campo de la identificación policial. Falleció en Miami el 9 de enero de 1977 (42).



 Notas

 (1) El título modernista de la publicación, Vida Nueva, apunta de entrada a la necesidad de promover un cambio en las costumbres. Según uno de los editoriales, sus objetivos eran: combatir el personalismo, el panen lucradum, el populismo, el anarquismo, los juegos de gallos y lotería recién aprobados, así como las “pasiones atávicas de las masas indoctas”. Se parte de la idea de que la República de 1902, que nace plena de esperanzas, se hunde luego “al calor de luchas intestinas que parecen responder a la diátesis hereditaria que corroe la vida política de las naciones” (“Prefacio”, Vida Nueva, 1909, año 1, no 1, pp. 1-4). Surge esta publicación cuando Estados Unidos entrega a los cubanos “el manejo completo de su propio país” y reina en torno “una expectación solemne”. Del colapso de 1906 se acusa a la falta de tolerancia que “predomina en nuestra psicología”. Por lo que se trata de volver a una vida civil decente, olvidando las “fantasías heroicas que se engendran y nacen en el vivaqueo del campamento”. Se reconoce la dependencia de la nación a intereses extranjeros, “dilema inexorable” ante el cual “o nos adaptamos a la realidad o desaparecemos como pueblo independiente”. De ahí que sea “la hora del esfuerzo para que la causa solariega no se derrumbe” y se puedan “propagar los principios y métodos científicos que enseñan a conservar la salud, para mantener sana y robusta la población, cuyo fomento se consigue bajando la mortalidad y aumentado las cifras de inmigración” [deseable]. Sus lineamientos incluyen además mejorar la enseñanza y las condiciones de vida de la clase obrera, y velar por la higiene de la ciudad y la disciplina ciudadana. Fundada por Diego Tamayo, considerado “el padre de la sociología médica en Cuba”, Vida Nueva;revista mensual de medicina, cirugía y ciencias auxiliares, se extendió desde 1909 hasta 1957.

 (2) Véase, entre otros, Tamayo, Diego: “Patología Social III. La República Enferma”, Vida Nueva, Año I, 1909, pp. 165-167; Amador, Nicolás: “Eugénica”, Vida Nueva, Año VI, no 12, 1914, pp. pp. 37-47; y Ramos, Domingo: “Algo sobre Homicultura. La genética y la embriología experimentales en relación con la medicina”, Vida Nueva, Año VIII, 1916, pp. 90-109.

 (3) Guiteras Gener, Juan: “Los recientes descubrimientos sobre la malaria y el mosquito”, en Cuba y América, Vol. IV, no 84, 1900, p. 11.

 (4) Desde 1878, Carlos J. Finlay se convierte en la principal figura de los estudios poblacionales en Cuba. Sus investigaciones sobre “aclimatación de las razas”, en las que sostiene que el clima de la isla es uno de los “más saludables del mundo para la raza blanca”, defendiendo una “mayor probabilidad de vida” para inmigrantes europeos y una virtual disminución de las poblaciones afrocubana y asiática -a quienes queda para sobrevivir el recurso del “cruzamiento”, que desestima por otra parte como perjudicial para los blancos- lo colocan a la cabeza de un proyecto biopolítico que cobra fuerza desde entonces y se consolida a comienzos de la República. Se trata del sueño de una razón bioinstrumental que se traduce en políticas concretas de inmigración y de control de la natalidad, y cuyos enunciados conectan con la eugenesia y en general con el nacionalismo étnico y el racismo de Estado. Ver por ejemplo: “Clima de la Isla de Cuba”, Gaceta Médica de La Habana, año 1, no 2, La Habana, 2 de diciembre de 1878. Ver, como consolidación de la biopolítica a comienzos del siglo XX, las obras de Rafael E. Fosalba “El problema de la población de Cuba”, Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana, 1909, t-45, pp. 638-751; “La mortinatalidad y la mortalidad infantil en la República de Cuba”, ibídem, 1914, t-51, pp. 88-444; Nueva orientación del método estadístico en el estudio de los fenómenos colectivos de la población cubana (1917) y La teoría cualitativa de la población y el tipo demográfico cubano (1918).

 (5) Las campañas a favor de reivindicar la primacía del descubrimiento de Finlay, mérito que le fue “escamoteado”, fueron particularmente intensas en esta época. Esta proyección internacional del finlaísmo (término acuñado por Guiteras Gener) tenía, sin embargo, como correlato interno, la cuestión que hemos señalado: la amplificación del agente moral a través del biológico, y viceversa, en un contexto de justificación científica del racismo. Uno de los médicos cubanos que más se ocupó de que se reconociera “la gloria de Finlay”, Jorge Le Roy y Cassá, se pronuncia entonces contra la inmigración de braceros antillanos por su carácter “antisanitario”, al tiempo que solicita el establecimiento de laboratorios que estudien “al hombre normal y a los criminales” (léase “brujos”). Ver: “Psiquecultura. Estudio sobre los anormales”, Jorge Le Roy y Cassá, Anales de la Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales de La Habana, Tomo-IL, 1913, pp. 814-16. Para ampliar este tema, ver Domingo F. Ramos: Cuba en la higiene internacional y finlaísmo; esquemas, informes, discursos, legislación, La Habana, Imprenta La Propagandista, 1924.

 (6) Castellanos, Israel: La mandíbula del criminal, Imprenta Moderna, La Habana, p. 5.

 (7) Ortiz, Fernando: Proyecto de código criminal, La Habana, 1926, p. XII.

 (8) Ver, por ejemplo, del propio Castellanos: “Pina: el negrito asesino”, Vida Nueva, 1917, 9, (11) (264-268); “El tipo brujo”, Revista Bimestre Cubana, 1914, Vol. 9. No 5, pp. 328-44; “La fisionomía del brujo”, 1914, Vida Nueva 6 (8) (179-81); “Alrededor del fetichismo afrocubano”, Vida Nueva, 1915, 7 (1) (8-10); y su clásico estudio La brujería y el ñañiguismo desde el punto de vista médico legal, La Habana, 1916, Imprenta de Lloredo y Ca., 108 p.

 (9) Charles B. Davenport (1866-1944). Zoólogo y genetista. Prominente líder de la eugenesia en Estados Unidos. Tomas H. Morgan (1866-1945): Genetista. Premio Nobel en 1933 por la demostración de que los cromosomas son portadores de los genes. Ambos tuvieron una notable influencia sobre el movimiento eugenista cubano.

 (10) Castellanos, Israel: “La pena de muerte bajo el punto de vista médico legal”, Vida Nueva, 1916, Año VIII, no. 1, pp. 8-9.

 (11) Castellanos, Israel: “Los matrimonios patológicos o cónyuges delincuentes”, Vida Nueva, 1916, Año VIII, no. 44, pp. 87-90.

 (12) En 1900 se dictó la Orden 451 que regulaba la entrada de inmigrantes, con el objetivo de “proteger al país contra la posible introducción de personas que, por razones de orden social o económico, puedan ser perjudiciales a la comunidad”. La lista incluía a locos, idiotas, criminales, mendigos y todo aquel que padezca alguna “enfermedad repugnante o grave y contagiosa”. Entre 1902 y 1906, la Estación de Inmigrantes de La Habana devolvió a 1521 “indeseables”, 43 de los cuales fueron considerados enfermos mentales. (Enrique B. Barnet: La sanidad en Cuba, Imprenta Mercantil, 1905). Castellanos estableció además un gabinete de identificación especializado en inmigrantes.

 (13) Son numerosas las alusiones de Castellanos a la necesidad de que fuesen los cubanos quienes elaboren su propia “Ciencia Nacional” (ver, por ejemplo: Vida Nueva, 1927, p. 218). El autor se refiere también a una “psique propiamente cubana”; y lo hace al comentar los estudios y referencias de varios autores foráneos (Locard, Mariani y Falco), a su juicio no exentos de errores, sobre una famosa colección fotográfica de criminales cubanos que le fuera donada a Lombroso por Fernando Ortiz, y que aquél publica en su conocido Archivio… (Vida Nueva, Año XI, 1918, no 2, pp. 35-37).

 (14) Véase Montané Dardé, Luis: “Eyraud. Estudio de Antropología Criminal”, Revista de Ciencias Médicas de La Habana, no. 23, 1890, pp. 293-94; y, de Castellanos: “Anomalías dentarias en el loco, en el criminal y en el normal”, Gaceta Médica del Sur, España, 1914, Vol. 32, pp. 289-92; La mandíbula del criminal, 1914, La Habana, Imprenta Moderna; y La mano del loco y del criminal, Sevilla, España, Imprenta y Librería Gómez Hermanos, 1918.

 (15) Ortiz, Fernando: Los negros brujos (1906), Editorial Ciencias Sociales, 1995, La Habana.

 (16) Las diferencias entre el primer Ortiz y Castellanos son mucho más amplias y han sido destacadas por Consuelo Naranjo Orovio y Miguel Ángel Puig-Samper: “Delincuencia y racismo en Cuba: Israel Castellanos versus Fernando Ortiz”, Ciencia y Fascismo, CSIC, Madrid, ediciones Doce Calles, 1998, pp. 11-23. Sin embargo, los vínculos no lo son menos. Al publicar Castellanos en 1914 su Atlas: A través de la criminología, Ortiz lo recibe con palabras muy elogiosas (ver nota 25). Ortiz prologa además sus Instrucciones técnicas a los funcionarios judiciales y policíacos…, La Habana, 1921, Imprenta Rambla y Bouza, pp. 3-7. A la vez, trabajan juntos -Ortiz de prologuista y Castellanos de traductor y anotador- en la edición de Antropología y patología comparada de los negros esclavos (1866), del médico francés Henry Dumont, obra aparecida en 1922 en la colección de libros raros e inéditos que Ortiz dirigía, anteriormente publicada en la Revista Bimestre, en 1915 y 1916.

 De Castellanos hacia Ortiz, abundan las citas en sus artículos iniciales. Castellanos reseña luego Los negros brujos y Los negros esclavos, Vida Nueva, 1917, Año 9, no 2, pp. 42-46. Escribe, en la misma senda, su artículo “Instrumentos musicales de los Afro-Cubanos”, en Archivos del Folklore Cubano, vol. II, no. 3, oct., 1926, pp. 193-208 y no. 4, jun., 1927, pp. 337-355. Acota además “El diablito ñáñigo”, Archivos del Folklore Cubano, vol. III, no. 4, oct-dic., 1928, pp. 27-37. Publica el texto titulado “Sobre el proyecto de Código del Dr. Fernando Ortiz”, Acción Socialista, 1ro de enero, 1927. Y, por último, le dedica el artículo-homenaje: “Fernando Ortiz en las ciencias criminológicas”, Miscelánea de estudios dedicados a Fernando Ortiz..., La Habana, 1955, Vol. I, pp. 298-332.
 
Puede decirse que en principio fueron tan lombrosianos el uno como el otro, salvo en los aspectos mencionados. Mientras Castellanos, fiel a su formación médica, opta por las técnicas de antropometría y el estudio directo del delincuente; el segundo progresa hacia el análisis cultural e histórico, derivando luego hacia el funcionalismo y la crítica de la episteme eugenésica. No obstante, y más allá de sus diferencias, en ambos se cumplen los siguientes rasgos (limitados, por supuesto, al Ortiz positivista): minimización de la sociogénesis del delito; medicalización (y/o psiquiatrización) del derecho penal y de la sociedad en su conjunto; propugnación del prevencionismo y de la defensa social; desculpabilización del poder burgués; y justificación científica de la ideología del intervencionismo radical.

 Para profundizar en aspectos de la vida y la obra de Israel Castellanos, es de imprescindible consulta el estudio de Andrés Galera: “Antropología criminal cubana: La obra de Israel Castellanos”, en Ciencia y Delincuencia, Cuadernos Galileo de Historia de la Ciencia, CSIC, Sevilla, 1991, pp. 141-172. Para un estudio de la obra de Cesare Lombroso, y de la escuela positivista en general, debe consultarse: Lombroso y la escuela positivista italiana, José Luís Peset, Madrid, CSIC, 1975; y L´antropologia italiana: un secolo di storia, Clement, P. , Laterza, Roma, 1985.

 (17) “Confidencias de Israel Castellanos”, Higia, II, Madrid, 1917, pp. 307-316.

 (18) Ver, entre otros: “Etnología de la hampa cubana”, Vida Nueva, 1914, Año VI, no 3., pp. 67-69); “Evolución del baile negrero en Cuba”, Vida Nueva, 1914, año VI, no. 7, pp. 150-53; “Alrededor del fetichismo afrocubano”, Vida Nueva, 1915, Año VII, no 1, pp. 8-10; “El alacrán en los negros tatuados”, Vida Nueva, 1915, Año VII, no 9, pp. 200-203; y, “El último pontícife lucumí”, Vida Nueva, 1915, Año VII, no 11. pp. 246-51.

 (19) Castellanos, Israel: “Etnología del hampa cubana”, Vida Nueva, 1914, año VI, no 3, pp. 67-69.

 (20) Castellanos, Israel: “Psicología de las multitudes cubanas”, Vida Nueva, año VII, 1915, no 11, pp. 246-51.

 (21) Los textos en cuestión serían: “El día de reyes”, Ramón Meza (La Habana Elegante, Año V, no. 2; El Hogar, 11 de enero de 1891; y Diario de la Marina, 8 de enero de 1903), texto citado por Ortiz en Los negros brujos (1906; edición Ciencias Sociales, 1995, pp. 48-52); un artículo de Jesús Castellanos sobre los carnavales, también citado por Ortiz en Los Negros Brujos (1906; edición de Ciencias Sociales, 1995, pp. 58-59) y del propio Ortiz el capítulo “Los negros en Cuba (continuación)”, incluido en Los negros brujos (1906; edición de Ciencias Sociales, 1995, pp. 40-63), de donde deriva luego su ensayo La antigua fiesta afrocubana del Día de Reyes.

 (22) “Psicología de las multitudes cubanas”, p. 247.

 (23) Para un análisis del espacio público emergente a partir de 1879, con su multitud de sociedades, asociaciones, gremios y revistas, etc., ver María del Carmen Barcia: Una sociedad en crisis: La Habana a finales del siglo XIX, La Habana, 2000, Editorial Ciencias Sociales, pp. 74-103.

 (24) Ver, Antonio Mestre: "El automatismo y la sugestión", Revista Cubana, 1891, t-14, pp. 97-112; y, Actas: Sociedad antropológica de la Isla de Cuba, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1966, pp. 111-117. Sobre la idea del contagio, y el modo en que es discutido en este marco de incipientes derechos civiles entre los afrocubanos, ver José de Armas y Céspedes: “La agitación de los negros”, La Igualdad, 13 de enero de 1894; y Enrique José Varona: “Carta a Juan Gualberto Gómez”, La Igualdad, 3 de febrero de 1894. Según Varona, que postula el “contagio social” como fenómeno negativo, aun cuando defiende una educación de las masas dirigida al “avance de los rezagados”: “El ñáñigo negro da origen al ñáñigo blanco, levantar al uno es evitar la caída del otro”.

 (25) Actas: Sociedad antropológica de la Isla de Cuba, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1966, pp. 90-93.

 (26) Ver, entre otros, Enrique F. Veciana: "El espiritismo", Revista de Cuba, 1879, t-6, pp. 42-50; Antonio Mestre: "El Nuevo Abraham", Revista de Cuba, 1879, t-6, pp. 64-72; José Francisco Arango: Consideraciones fisiopatológicas sobre el espiritismo, Revista de Cuba, 1880, t-7, 32-44; y, Enrique José Varona: “Sobre el espiritismo”, El País, 2 de septiembre de 1884.

 (27) Robin D. Moore: Música y mestizaje. Revolución artística y cambio social en La Habana. 1920-1940. Editorial Colibrí, Madrid, 1997, pp. 102-31 y 292-95.

 (28) Artemio Baigorri: “Gabriel Tarde: El gran miedo burgués”, www. unex.es/sociolog/BAIGORRI/papers/tarde.pdf.

 (29) Me refiero a Psicología de las multitudes (Gustave Le Bon, 1895); La opinión y la multitud (Gabriel Tarde, 1904, que incluye Leyes de la imitación, 1889 y Crímenes en oleadas, 1893) y La masa criminal (Scipio Sighele, 1889).

 (30) Ver de Juan Portell Vilá: “La Higiene Mental y el contagio psíquico de las multitudes”, Revista de Psiquiatría y Neurología, T-I, no. 3, 1929, pp. 82-87. Y de Armando de Córdova La Locura en Cuba, La Habana, 1940. Joya de la bibliografía psiquiátrica cubana, La locura en Cuba es el primer intento de una historia de la psiquiatría del país -y de Cuba- a la luz de sus manifestaciones patológicas de carácter colectivo.

 (31) A través de la criminología. Atlas. La Habana, 1914, Editorial Salas. Ortiz recibe esta colección de fotografía, con las siguientes palabras: “El autor promete ser figura de relieve en nuestra literatura sociológica, si persiste en sus empeños intelectuales polarizados hacia la observación positivista de las cosas de nuestra tierra (…) es lombrosiano y trata de reflejar las teorías lombrosianas sobre nuestra fauna criminal (…). Nos complacemos en saludar a un nuevo cultivador de la Antropología Criminal, tan abandonada entre nosotros: abandono éste tanto más injustificado y triste cuando que en Cuba, por el mosaico étnico de su básica constitución social, se encuentra un campo preciosísimo, casi totalmente por explotar” (Abascal, Horacio: “La obra científica de Israel Castellanos”, Revista Bimestre Cubana, 1930, p. 204).

 (32) “Confidencias de Israel Castellanos”, p. 307-309.

 (33) Con el apoyo de Antonio Lecha Marzo, médico legista español muy vinculado a la antropología criminal, Castellanos es nombrado en 1914 profesor corresponsal del Instituto Español Criminológico. Al año siguiente le nombran profesor honorario de medicina legal de la Universidad Central de Madrid. En 1919, miembro del Instituto de Biofísica de París. En 1922, miembro de la Sociedad de Biología Criminal de Viena. En total, perteneció a más veinte instituciones científicas internacionales.

 (34) Castellanos, Israel: La brujería y el ñañiguismo desde el punto de vista médico legal, La Habana, 1916, Imprenta de Lloredo y Ca., 108 p. Con esta memoria Castellanos obtuvo el Premio Gordon de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.

 (35) Israel Castellanos: La delincuencia femenina en Cuba, 2 tomos, 1929, La Habana, Imprenta Ojeda. (Por el primer volumen de esta obra recibió el Premio Lombroso en 1928).

 (36) Castellanos, Israel: “La fisonomía del brujo”, Vida Nueva, 1914, Año VI, no. 8, pp. 79-81; “Anomalía atávica en el occipital de un criminal cubano”, Vida Nueva, 1914, Año VI, no. 9, pp. 222-25; y “Sobre una nueva variedad de foseta occipital”, Vida Nueva, 1915. Año VII, 7, no. 9. pp. 200-03.

 (37) El 1 de agosto de 1909 se establece la Oficina de Identificación de Criminales, la cual pasa a ser, en 1911, el Gabinete Nacional de Identificación.

 (38) Castellanos, Israel, “La identificación de los alienados”, Revista de Psiquiatría y Neurología, 1929, Año I, no 3, pp. 71-75; y, “Valor de las impresiones digitales en los manicomios”, Revista de Psiquiatría y Neurología, 1930, Año II., no. 7 y 8, pp. 65-88.

 (39) Castellanos, Israel: “El servicio de Antropología Penitenciaria”, Vida Nueva, 1926, Año XVIII, no 2, pp. 31-35; Un plan para reformar el régimen penal cubano, La Habana, 1927; Rudimentos de técnicas penitenciales; Clasificación de los reclusos, La Habana, 1928; y, “El XVI Congreso Internacional de Identificación”, Revista de Medicina Legal, 1930, vol. 11, pp. 735-44.

 (40) Ver Pablo de la Torriente Brau: Presidio Modelo, La Habana, 2000, Ciencias Sociales, pp. 37-45; y Actas de la primera Conferencia Panamericana de Eugenesia y Homicultura, La Habana, 1928, República de Cuba.

 (41) En Medicina Legal y criminología afrocubanas, La Habana, 1937, Castellanos señala, con términos muy parecidos a los empleados por Ortiz en 1906, “la innata tendencia criminal de los ñáñigos y el delito involuntariamente criminal de los brujos, quienes obran de “buena fe” guiados por los preceptos del fetichismo propios de su involución cultural”. Mientras los brujos “son atávicos en Cuba, pues no exteriorizan evolución o mejoramiento como la generalidad de los negros de América, en cuanto a la piel”; “los ñáñigos, sin distinción racial, como la mayoría de los criminales, presentan gran relieve de las arcadas superciliares”. Para añadir más adelante: “la longevidad del fetichismo afrocubano está en relación con su notable resistencia física”. Se refiere además a algunos de los crímenes más conocidos cometidos por “feticheros” en niños blancos. Y sostiene, a la medida de la psiquiatría decimonónica, que el estado de trance en el negro es un fenómeno epiléptico: “el baile convulsionario es un procedimiento hipnótico para producir el estado epiléptico llamado dar el santo”. Al tiempo que maneja tales preceptos, y para que se tenga una idea de la ascendencia racista del mismo, Castellanos participa en la elaboración del Proyecto de Ley Especial para la Ejecución de las Sanciones y Medidas de Seguridad Privativas de la Libertad (1936), preámbulo del Código de Defensa Social que aceptaría "integralmente el principio de la defensa social y responsabilidad legal".

 (42) Galera, Andrés: “Antropología criminal cubana: La obra de Israel Castellanos”, en Ciencia y Delincuencia, Cuadernos Galileo de Historia de la Ciencia, CSIC, Sevilla, 1991, pp. 141-172.



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