jueves, 14 de abril de 2011

Notas en torno al matadero de La Habana



1-

La ronda de Zequeira por las garitas y puertas de la muralla, el paseo de Casal embutido en un tranvía, el de Lezama tirado por los olores del puerto, la errancia de Piñera desde el Mercado Único, las carnicerías fantasmas de Walker Evans, etc., son imágenes que nos aproximan al matadero, a los fondos de una Habana criminal que la escritura desplaza (ahora en sentido contrario) y desprende de la Ley. Se trata -claro- de un matadero posible; pero que raspa la historia, y amplifica su oscuridad.

Cierto que vemos -en cada uno de estos textos (1)- el mismo corral, la misma zanja, los carniceros de siempre y hasta los escrúpulos del ciudadano que debe garabatear su crónica o cumplir la ordenanza -Bataille habla del hombrecito reducido a comer queso como víctima moderna de las cuarentenas; pero también, en lo que la escritura se resuelve, “islotes negruzcos” y “círculos desvencijados” que atrapan al vuelo miasmas-poblaciones, y plumas de letrados que -devenidas “garrotes”, “cuchillos” o “galerones”- blanden -en noche propicia al crimen y al sexo, a los escarceos contra-natura-, los “sobrevivientes del naufragio social”.

Si el fondo que Zequeira y Casal revierten es el del matadero de época -dos momentos: cuando se le arroja fuera de las murallas, en los confines de la población, y cuando ésta lo alcanza, englobándolo; el que Lezama descubre es aquel de los marinos, la soldadesca y las primeras epidemias. Hay, sin embargo, un continuum, un espanto sin cronologías. Y lo que cada registro deslinda -Zequiera a través de la parodia civil, Casal desde la crónica roja (hecha para explotar el crimen, pero aquí vuelta al revés) y Lezama desde un barroco intramural, portuario-, el terror lo iguala.

Además, estos márgenes recuperan al escritor como monstruo, como parte de la masa en descomposición: es Zequiera-esqueleto, de militar a res, mientras larga pedazos y enrarece -con ralea de bichos y de serecillos que saltan de estamentos- el mapa que traza; es Casal-Eyraud, de la abyección al asesinato por escrito, tras un paneo de picapedreros, matarifes enardecidos y gente de las barracas, ávidas de espectáculo; y, por último, un Lezama-“hijo” -éste sí con los ojos vendados- dejándose llevar entre guajiros léperos y cantantes sobresudadas “por los olores que unen al puerto y al matadero…”.

2-

Veamos ahora, a manera de cuadros, algunos de estos topoi.

. Cuando en 1574 se dictan las Ordenanzas de Cáceres, regulando -entre otras cuestiones- el abasto de carnes, ya los carnicerías y expendios de la ciudad suponen -en virtud de sus vínculos con la Zanja Real- una preocupación para los regidores. Del cauce artificial, casi a término, depende la seguridad de las tropas, a menudo diezmadas por las epidemias. A cielo abierto, recoge todo tipo de desechos, además de la sangre de los animales (2).

· Tras la “gran peste” de 1649 (resultó ser la más notable epidemia de fiebre amarilla), entre las medidas reclamadas está construir un matadero y encañonar la Zanja; las sospechas recaen sobre las reses muertas y dejadas a la intemperie, que atraen “ruidoso enjambre de moscas”; pero también -y según la creencia de la peste hecha a mano- sobre hechiceras, mendigos o gente de paso que habría de envenenar las aguas, el aire y el suelo; e incluso variar la conjunción de los astros. El reclamo público habla, sin embargo, de una ciudad que comienza a percibirse a sí misma en medio del pánico -masivo- y de las ideas mágicas prevalecientes (3).

· Al parecer se trataba de un matadero ad hoc apartado del centro y que vendría a sustituir las “casillas de tablas”… En efecto, será erigido en el barrio liminar de Campeche (en su punto más apartado), cuando éste aún no formaba parte de los cálculos de la oligarquía habanera (4).

· Por su parte la Zanja Real marca desde entonces -y sin que se pierdan sus ligámenes, sostenidos en el tiempo, con el matadero- un plano de aprehensiones globales. De éste resulta, ya entrado el siglo XIX, el reparto de los distritos sanitarios (5). Toda lógica pública pasa por ella y, en torno a ella, se definen relatos de exclusión. No en balde en una de las primeras “topografías” de la ciudad se dice: “todo tiene comercio en la corriente de este líquido”. El autor, Marcos Sánchez Rubio, añade: "... el perro, el buey, el caballo, el cerdo" (6).

· Zequeira nos habla de los negros que se lavan las manos en ella, y Jáuregui de las bateas de cerdos. (7) Aclarar las fuentes equivaldrá a transferir los vínculos de sangre de la nobleza al orden burgués. Una línea por la que decursan el garrote (para evitar “encharcamientos”), el matadero (para apartar “tan atroz espectáculo”), las casas de baños y hasta el ano y la vagina -deformados, sin válvulas de seguridad- del homosexual y la prostituta. Cuando las modernas obras hidráulicas de finales del XIX sean puestas en práctica, éstos van a derivar -de sus cuerpos- el cuerpo contrario de la Nación (8).

· Pero a inicios del siglo XVIII La Habana ha cambiado en cuanto al modo de percibirse. No obstante lejos de las “topografías médicas” como género que la informe, se orienta aún más adentro. Hay ya una política de los “pequeños pánicos" (9); y mientras las obras de la muralla avancen, también por mar, y la oligarquía ponga el ojo -a fin de darle “lucimiento”- en el barrio de Campeche, surgirá otro proyecto de traslado, éste sí extramuros, y como si se si tratara de anticiparse al cierre (10).

· Meter el matadero en cuarentena “como un barco apestado” coincide entonces con la recogida de los leprosos y no pocas de perros; se trata de echar fuera la carne y su descomposición.

· Si se tiene en cuenta que en los planos de Cortés el lugar destinado a las matanzas ocupa el centro sacro y poblado de las urbes (a la mano del Cabildo, empresa recaudadora); se estaría tentado a hablar de una temprana “excepción” habanera, compartida con Cartagena de Indias. Pero los obstáculos -no menos poderosos: estrategias conjugadas a destiempo- retardan hasta finales del XVIII el traslado efectivo (11).

· Ahora sí en el contexto de la luces, se calcula entonces la siguiente ecuación: Que los miasmas (del matadero) y efluvios (de la Zanja) son la causa de la alta mortalidad en el Hospital de San Ambrosio. Que los hospitales son también matazones; algo que se sabe de antiguo. Que la ciudad amurallada y “sin vientos o brisas que la vivifiquen” es letal al conjunto de sus moradores. Que el carácter de éstos es eco de una “constitución epidémica” cuyo fondo es La Habana. Y que, a afectos, lo mismo da una comida opípara que ser habanero sanguíneo o melancólico (12).

· Por fin -en 1797- se le destina al paraje del Horcón, en los confines de un barrio de negros. Pero las retóricas se muerden la cola, y a poco la población lo alcanza, mientras soplan -sobre ella- los vientos del sur que elevan la mortandad. Sin embargo, y pese a las precauciones tomadas, ésta no es menor en San Ambrosio, hasta donde llegan -ahora “por el arroyo en que desagua la sangre”- los efluvios del vómito, del tifus y las fiebres tercianas (13).

· En unas décimas que narran el incendio de Jesús María, vemos de nuevo el matadero, al resplandor de las llamas. Como el zorro en un poema de Lezama, éstas saltan de barrio en barrio -San Nicolás, Sitios, Salud, Barracones…- entre el llanto de los vecinos y las medidas de salvamento, a cuenta de los gloriosos regidores. Pero el anónimo autor se encarga de subrayarlo: es el fuego, que todo lo purifica, el personaje principal (14).

· Cuando Casal lo visite en 1890 estarán en juego los mismos emblemas; el lupanar, su “perfume monstruoso” (15). Pero lo que se plantea (no importa cuán distante) es la reforma: la sierra de la Morgue y no el hacha, la refrigeración, la planificación en serie. Y tanto más si la metáfora que acecha, y liga los seres a las bestias que serán procesadas, es apenas un calco...

. Es entonces que sus vínculos se extienden, según lógica concéntrica, de múltiples amplificaciones: al Necrocomio, cuya reforma corre pareja a fin de "alumbrar la carne" y rendir un saber del cadáver; a la crónica roja, consolidada con la llegada del fotograbado a la prensa y del crimen a la opinión pública; a la veterinaria, en emergencia; y, por último, a todo un complejo migratorio sanitario a emplazar en los alrededores del puerto. (A modo de filtro o membrana, si bien tan poco funcional como la “gamuza” del antiguo Acueducto Fernando VII, debe mediar entre el pánico por los que llegan y los barrios cercanos que servirán de légamo.) (16)

. Tal como la describe Antonio Gordon y Acosta, La Habana de 1899 es un légamo. A las puertas de la República, el matadero de Cristina aparece bajo el enfoque del "foco": se habla ahora de "transmisión animal" y de "hediondas ciudadelas", mientras se calcula con rigor el costo de mortandad por concepto de obreros, vacas, aves, ratas y hasta huevos tuberculosos (17). Alimentada aún "por el riachuelo que arrastra los desechos", la ensenada de Atarés se inscribe como metáfora del Antiguo Régimen (18). Allí, como en enorme y único caldo de cultivo, crecen bacilos que, tras fermentar, se alzan sobre los barrios más bajos. Es la memoria del miasma, cubriéndolos.

3- Addenda.

Desde que el Conde de Ricla asume en 1763 el Gobierno de la Isla, y a medida que el interés por los terrenos intramuros, cada vez más costosos, crece, comienzan a ser frecuentes las demandas de trasladar el matadero.

Se invocan insistentemente las razones que siguen: el crecimiento urbanístico y demográfico del antiguo barrio de Campeche; el aumento de la mortalidad, sobre todo entre las tropas, y cuyo movimiento se multiplica en estos años aceleradamente; el desorden generado por las reses que deben atravesar la ciudad hasta alcanzarlo; y, por supuesto, los olores desagradables y su repercusión sobre la salud de los moradores.

En 1794 el Regidor José de Armenteros y Guzmán escribía: “Quando se estableció (…) en aquel ángulo de esta Ciudad, no estaba esta murada, ni su populación llegaba á mucho á aquellas inmediaciones que era un arrabal inhabitado. Después de ciento y más años todo ha mudado de aspecto. Hoy está comprendido dentro de un recinto y hace parte considerable de su habitación” (19).

Por su parte los médicos atribuían los frecuentes brotes epidémicos a los “despojos corrompidos” que “impregnaban la atmósfera de corpúsculos mortales” (20).

Y el historiador Antonio José Valdés cuenta que “cuando se introducía en la ciudad el ganado que se había de matar, solían descarrilarse algunos toros, que enfurecidos con la grita del populacho, causaban muchos daños, y cuando menos ponían en cuidado gran parte del vecindario” (21).

Ya el 27 de enero de 1797, con apoyo explícito del Intendente de Ejército José Pablo Valiente y del Gobernador General, Conde de Santa Clara, el Ayuntamiento convoca a una junta de facultativos que tratará específicamente la cuestión del traslado. Presidida por el primer Protomédico, Matías Cantos, ésta debe valorar la propuesta de colocarlo en uno estos dos sitios: Puerto Escondido y Cocal. Al respecto, la junta consideró prolijamente ventajas y desventajas, para llegar, por último, a decidirse por el “parage de Chaves” --hasta el momento no mencionado--, al encontrarse éste relativamente lejos de la población y de instancias como el Lazareto de la Ciudad y la Casa de Educandas.

Los informes que se exponen a continuación, tomados por el historiador José López Sánchez de las Actas Capitulares del Ayuntamiento, amplían todo lo relativo al traslado del matadero, verificado a partir del 4 de marzo de 1797 (22).


Los hálitos corruptos del matadero causa de epidemias y enfermedades.

El Regidor Depositario General D. José de Armenteros y Guzmán dice: Que ha comprehendido el clamor y lamentos del Publico y aun de sujetos de alto carácter con motivo del estrago que se experimenta en la salud de los moradores de esta Ciudad y sus Hospitales por los halitos corruptos del Matadero, conoce que no son justos y que en el estado presente debe proveerse de pronto remedio // Cuando se estableció el Matadero en aquel ángulo de esta Ciudad, ni estaba esta murada, ni su población llegaba a mucho á aquellas inmediaciones que era un arrabal inhabitado. Después de ciento y mas años todo ha mudado de aspecto. Hoy está comprendido dentro de un recinto. Hace una parte muy considerable de su habitación. Los Hospitales Reales se le aproximan por todas partes. Su ubicación hace frente y costado á las mismas casas. Los Ayres del Terral despues de infestarse en sus inmundisias y despojos corrompidos, bañan por la noche toda la Ciudad, la atmosfera queda impregnada de sus corpusculos mortales en tanto exceso que se hacen sensibles al olfato menos delicado// Los profesores Médicos atribuyen á este principio las causas de las Epidemias que de tiempo en tiempo afligen á esta republica y de que apenas tuvo noticia en la antigüedad// Este mal se nota mas agravado, despues de que hasta la matazon de las Reses ventureras que se hacía extramuros se ha establecido en el mismo matadero. A este asunto ha sido consecuente mas funesto el de la infeccion del Ayre, y la Propagacion de las Epidemias, porque son mas abundantes las ezen y superfuidades// Se pensó ocurrir en parte á este conocido estrago de la salud losando el piso de aquella pieza en que se deguellan las Reses, para que el Agua que la deberia bañar se llevara la sangre y demas inmundicias, pero se considera impracticable ese arbitrio, reflexionando que aunque se estableciera sera ineficas porque quedarian siempre las porciones mas crasis y el osario en que se seba la mayor parte de la corrupción// Estas, emergencias hacen mirar el establecimiento antiguo como muy perjudicial en el día y obligan al exponente a manifestar á Vmy. Para que atendiendo a la gravedad del asunto, en que interesa nada menos que la salud pública se sirva a acordar lo que juzgue mas conveniente, a redimir el pueblo de los temores que le sobresaltan mandando, si lo tiene a bien, por pronta providencia, que sece del todo la matazon de las Reses ventureras dentro de la Ciudad, y que los dueños la verifiquen en los parages que se les asignen extramuros y por lo respectivo al matadero tomar las providencias mas eficaces para que se mude á otro territorio en que no se experimenten, ni de que puedan temerse los estragos á que estamos sugetos en el actual, que es el objeto que le ha movido a esta representacion.// havana veinte y cinco de Febrero de mil setecientos noventa y cuatro. José de Armenteros y Guzman// 53: 328v (T). 21-II- 1794.


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